Resumen
Escenas I-II
Damis, iracundo, afirma que va a vengarse de Tartufo con sus propias manos, pero Dorina lo calma sugiriéndole que ella tiene un plan y que su ira lo puede arruinar. Ha organizado una reunión entre Elmira y Tartufo. Como Tartufo desea a Elmira, ella tiene más posibilidades de interceder para que se cancele la boda entre este y Mariana. Damis, de todos modos, no se calma, y decide que él va a esconderse para escuchar lo que sucede en dicha reunión.
Tartufo y su sirviente, Lorenzo, entran a escena. Apenas advierte la presencia de Dorina, Tartufo le pide a Lorenzo que vaya a guardar su cilicio y que avise, si alguien pregunta por él, que está repartiendo limosnas a los pobres. Luego le pide a Dorina que se cubra con un pañuelo, ya que su seno puede despertarle deseos. Tras acusarlo de lujurioso, la sirvienta lo deja con Elmira a solas.
Escena III
Apenas Elmira entra, Tartufo le pregunta por su salud y le dice que cambiaría la de él por la de ella con tal de que ella estuviera bien. Luego, afirma que se siente dichoso de estar a solas con ella, que lo esperaba hace tiempo, y que le daría su alma entera. Le coloca una mano sobre la rodilla. Elmira, incómoda, le pregunta qué está haciendo, y él dice que está tocando la tela de su encaje, que es muy suave.
Entonces ella cambia de tema e indaga sobre el casamiento de Tartufo con Mariana. Tartufo le dice que sería mucho mejor para él estar con ella que con Mariana, y termina de confesarle su amor. Elmira se sorprende, ya que dicha confesión no le corresponde a un hombre piadoso y devoto. Tartufo dice que su piedad se pierde y el juicio se le nubla cuando está frente a su belleza y encanto. Le ruega por su amor y promete mantener la aventura en secreto. Ella rechaza su oferta, pero promete no decirle nada a su marido acerca de esta confesión si Tartufo no se casa con Mariana.
Escenas IV-VI
En ese momento, Damis sale de su escondite, indignado con la situación. Se enfrenta a Tartufo y afirma que va a revelarle a Orgon lo que Tartufo acaba de hacer. Elmira intenta calmarlo, sugiriendo que ella ya resolvió la situación, pero Damis sigue furioso.
Orgon entra en escena, y Damis le cuenta lo que acaba de presenciar. Elmira se molesta porque ahora la situación es peor que antes. Tartufo, inmediatamente, comienza a fingir piedad, insistiendo en que es culpable y que debe ser castigado. Esta insistencia, sumada a la irracionalidad de Damis, le hace pensar a Orgon que Tartufo es inocente y que es simplemente su piedad la que le hace admitir una culpa que no le pertenece. Entonces Orgon arremete contra Damis por acusar falsamente a Tartufo. La tensión crece entre ambos hasta que Orgon amenaza a Damis con golpearlo y este abandona el cuarto.
Tartufo y Orgon quedan a solas. Orgon se disculpa con él por cómo fue tratado por su hijo, mientras que Tartufo sigue haciendo el papel de piadoso y afirma que debería irse de la casa, ya que ha causado demasiada discordia en la familia. Orgon lo convence de quedarse, pero Tartufo afirma que, entonces, no debería ver más a Elmira, porque la gente puede comenzar a hablar maliciosamente sobre ellos. Orgon no está de acuerdo, y aún más, le pide que pase todo el tiempo junto a Elmira. Nada le da más placer que hacer rabiar a la gente. Además, para demostrarle su afecto infinito, Orgon le promete a Tartufo darle todos sus bienes.
Análisis
Recién en este tercer acto, el personaje principal de la obra, Tartufo, entra en escena. En sus primeras líneas ya aparece su hipocresía, su piedad exagerada. Le pide a Lorenzo que guarde su cilicio y que, si alguien pregunta por él, diga que fue a repartir limosna a los pobres. El público, a esta altura, ya sabe que Tartufo es un farsante, y tiene expectativas de ver hasta qué punto es capaz de llevar su farsa. El propio Molière afirmó que empleó dos actos en preparar la entrada a escena del hipócrita como un personaje que no engaña al público ni por un instante. Es decir, la idea de Molière no es confundir al público y que estos descubran la verdad de la farsa en la acción que sucede en el escenario, sino demostrarles cómo un hipócrita puede manipular, engañar y generar el caos. Además, ver la exagerada falsedad de Tartufo, a sabiendas, genera un gran efecto cómico entre los espectadores.
La hipocresía de Tartufo alcanza su punto más alto en la escena en la que intenta seducir a Elmira, en donde se ve el contraste entre su disfraz de santidad y su lujuria desmedida (que se ve claramente cuando le toca la rodilla y afirma que quería comprobar la suavidad de la tela). En esta escena, Tartufo, pese a estar perdido en su deseo carnal por Elmira, nunca deja de hablar como si fuera un hombre piadoso que, en este caso, sufre por la belleza de una mujer. Incluso, sugiere que el poder de la belleza de Elmira es más grande aun que el de su piedad. De este modo, intenta manipular a Elmira para tener relaciones con ella, sin quitarse su disfraz de pobre hombre, sin mostrar su hipocresía.
El crítico Harold Knutson afirma que, en esta escena, Molière hace uso de “la mojigata”, una figura que era muy común en las comedias de la época. La mojigata es una figura ridícula, encarnada por una mujer que siente un gran deseo por los placeres carnales pero los reprime y se muestra decorosa, educada, alejada de dichos deseos e incluso horrorizada por todo lo que se relaciona con lo sexual. Knutson afirma que, en esta escena, Tartufo encarna a la perfección esta figura. La construcción de un mojigato masculino es absolutamente única para la época.
Por otro lado, en este acto también se ven con claridad los límites de la irracionalidad. Damis no puede contener su ira y pone en riesgo el plan que Dorina (con su sabiduría y equilibrio) preparó para derrotar a Tartufo. Se apresura a contarle la verdad a Orgon creyendo que su palabra alcanzará para convencerlo, mientras que los espectadores saben que la ceguera de Orgon es tan grande que no podrá ver la verdad a través de simples palabras.
En líneas generales, en este tercer acto la obra llega a un punto mucho más alto de comicidad y dramatismo gracias a la entrada de Tartufo en escena. Su comportamiento exagerado, ridículo, pero a la vez inteligente y manipulador, sumado a su lenguaje moderado (incluso cuando está perdido por la lujuria), convierten a este personaje en un hito de la historia teatral. La escena en la que Tartufo exagera su piedad y se acepta culpable para convencer a Orgon de su inocencia es, probablemente, la que mejor sintetiza la riqueza de este personaje, la ceguera de Orgon y los límites de la irracionalidad: Damis, acusando a Tartufo, poseído por su ira, es mucho menos creíble que Tartufo aceptando en paz su culpabilidad.