La amistad
El hilo que conecta todas las aventuras y que forma parte de la superestructura de la trama es la amistad entre los mosqueteros. Una vez que d’Artagnan es admitido en su grupo, nunca más habrá desavenencias serias entre ellos. Por el contrario, todos estarán disponibles para lo que pueda necesitar el otro.
A pesar de la amistad que los une, los mosqueteros no comparten todas sus intimidades con los otros. D’Artagnan en este sentido se convierte en el núcleo de este grupo de amigos porque conoce detalles sobre Athos, Porthos y Aramís que los otros desconocen.
Si bien la novela por momentos idealiza la relación entre estos personajes, también explora los límites de la amistad. Llega un punto en la historia en la que cada uno debe ocuparse de sus asuntos y, en el fondo, las cuestiones más íntimas e importantes cada individuo las tiene que asumir en soledad. Ese es quizá la última lección que recibe d’Artagnan de su amigo Athos antes de que este se convierta en su subordinado el momento en que d’Artagnan recibe el nombramiento de teniente. Dumas cierra la novela con este consejo que le da Athos a d’Artagnan cuando el joven mosquetero se queja de su soledad: “Usted es joven… y sus amargos recuerdos tienen tiempo de convertirse en dulces recuerdos” (p.653). Con estas palabras Athos sugiere que parte de crecer es asumir la soledad y mirar las aventuras compartidas con los amigos como un dulce recuerdo.
Las clases sociales
La novela retrata una sociedad estamental en la que hay claras diferencias entre las personas que vienen de una familia noble y aquellos que pertenecen a la burguesía. La visión de la sociedad de Dumas es extremadamente conservadora, en parte por la inspiración que toma de las novelas de caballería. Los sentimientos más elevados y las virtudes más admirables están reservadas para las personas que tienen nobleza de sangre. En el fondo, lo que los personajes buscan defender en la novela son los valores de la aristocracia. Si bien algunos personajes como los criados demuestran su valentía, inteligencia y lealtad, siempre hay cierta duda sobre la firmeza de esas virtudes. Por ejemplo, cuando los mosqueteros deben elegir cuáles de los criados llevarán los mensajes a Lord Winter y a madame Chevreuse, uno sugiere que además de fijarse en las virtudes de los criados, se aseguren de apartar una suma de dinero repartida entre el inicio del viaje y el retorno. Esta sugerencia implica que no se puede confiar en las virtudes de alguien que no es noble de sangre.
Algo parecido sucede en la caracterización de monsieur Bonacieux cuya pertenencia a la burguesía parece hacerle más propenso a actitudes reprochables como la cobardía, la ambición y la tacañería. Por el contrario, el personaje más admirable de los tres mosqueteros a los ojos del d’Artagnan es precisamente el más aristocrático: Athos. En más de una ocasión, Athos muestra cierta soberbia que hace que se sienta con derecho a ciertos privilegios.
Así y todo, vale aclarar que ninguno de los personajes de la novela desafía este sistema social a lo largo de la historia.
El honor
El honor es central en una novela que explora los valores de los caballeros. Muchas veces la trama avanza porque un personaje se ve forzado a defender su honor. Al principio de la novela, d’Artagnan es especialmente sensible a cualquier deshonra o afrenta. En parte, d’Artagnan necesita reaccionar frente a aquellas cuestiones que le hacen sentir inferior o inadecuado en el nuevo ambiente en el que se mueve cuando sale de Gascuña. La facilidad con la que desenvainan la espada los mosqueteros por momentos aporta a cierto sentido de comicidad en la obra.
Ahora bien, en el mundo estamental que hemos descrito anteriormente, el honor es sumamente importante y puede determinar cómo se posiciona una persona en la sociedad. En ese sentido, la rapidez con la que los mosqueteros están dispuestos a defender su reputación es simplemente un mecanismo de supervivencia en un lugar en el que la estima social determina la suerte.
La cuestión del honor es más compleja cuando se trata del honor de una mujer. Mientras que los hombres pueden simplemente desafiar a otro a un duelo, las mujeres dependen de un hombre que las ayude a desagraviar una infamia. Esto lo vemos con claridad en el caso de la reina Ana cuya reputación está amenazada por el cardenal. Ella sola no puede defenderse, sino que necesita de la ayuda de varios hombres para defender su nombre.
La venganza
La venganza parece ser un motor más poderoso que el patriotismo, la ambición e, incluso, el amor. Este tema está ligado al modo en que Dumas trabaja con la Historia como materia de sus novelas. El autor incluye hechos históricos como telón de fondo, pero modifica la Historia mediante un mecanismo de especulación. No es que Dumas modifique la Historia, sino que escribe sobre aquellos aspectos incomprobables, como las motivaciones psicológicas y personales de los grandes actores de esa Historia.
En este sentido, la venganza es el motor que pone en movimiento a los personajes ficcionales que crea Dumas, pero también cumple la misma función para los personajes históricos como el cardenal.
El cardenal busca humillar a la reina Ana, no porque represente una amenaza para el poder de Francia debido a que mantiene sus alianzas con España e Inglaterra, sino porque ella rechazó su amor. Milady está interesada en cumplir con la misión de evitar que el duque asista a los rocheleses solamente en función de que el cardenal cumpla con su palabra de acabar con d’Artagnan. Incluso podemos especular sobre en qué medida el juicio en contra de Milady que organiza Athos en el clímax de la obra está motivado por la justicia o la venganza.
El amor
El amor retratado en la novela es un amor idealizado y toma muchas de sus particularidades de las convenciones del amor cortés. A menudo solo basta una mirada para que alguien se enamore perdidamente. Asimismo, el amor inicia a partir de algo superficial como el aspecto físico de la persona amada o la admiración que despierta.
Este tipo de amor apasionado e idealizado es, al igual que la venganza, un motor que lleva a los personajes a actuar. Al igual que en las novelas de caballería, el amante debe ganarse el amor de su amada mediante aventuras que prueben las virtudes que lo hacen merecedor de su señora. Este tipo de amor cortés es el que se establece entre d’Artagnan y madame Bonacieux: d’Artagnan arriesga su vida para viajar a Londres con la intención de complacer a Constance. Una vez que ha logrado completar esa aventura, d’Artagnan espera que ella le muestre su aprecio consumando su relación. En el caso de Constance y d’Artagnan, la consumación de su amor no sucede debido a las intrigas que hay en la corte.
De todas maneras, al tratarse de una novela del Romanticismo que se inspira en las novelas de caballería, el amor en Los tres mosqueteros es más complejo de lo que hemos descrito hasta ahora. No todas las relaciones están idealizadas ni son prototípicas. Porthos, por ejemplo, asume el amor con practicidad y no idealiza a su amante. Asimismo, en oposición a las convenciones del amor cortés, Porthos elige una amada que está por debajo de su clase social.
Athos y Milady, en cambio, representan una mirada cínica del amor que se basa en las malas experiencias del pasado. Es decir que Dumas usa como modelo un amor que es ya anacrónico y lo combina con otras miradas. El amor es el origen de una serie de equívocos en la novela. Las personas actúan de manera imprudente e impulsiva cuando están movidas por el amor. En más de una ocasión, los enamorados se ponen en riesgo por las personas que aman y cometen imprudencias por ellas. Esto sucede en personajes con una psicología más sofisticada como en el caso de Milady, pero también sucede en personajes como Ketty, la ingenua criada que elige confiar en d’Artagnan.
El aprendizaje y la madurez
El camino que realiza el protagonista lo lleva desde la imprudencia e impulsividad a la sabiduría y prudencia. D’Artagnan atraviesa un camino de aprendizaje en el que hay una serie de maestros que lo guían. Al principio de la novela parecería que el mejor modelo con el que podría contar d’Artagnan es el señor de Tréville, cuya historia tiene una serie de paralelismos con la del aspirante a mosquetero. No obstante, el clima político distrae a Tréville y lo hace desconfiar de d’Artagnan porque no tiene ninguna garantía de que no sea un esbirro del cardenal.
Como alternativa, d’Artagnan encuentra a tres maestros que van a estar dispuestos a guiarlo en su nueva vida en París. Athos, Porthos y Aramís se convierten en sus guías, pero el aprendiz pronto los supera. El único mosquetero del que d’Artagnan sigue aprendiendo a lo largo de toda la obra es Athos.
D’Artagnan también va a contar con los sabios consejos del señor de Tréville e, incluso, va a aprender de uno de sus enemigos: el cardenal. La lección más importante que aprende d’Artagnan es la prudencia. Casi todas las veces en las que se pone en peligro, d’Artagnan actúa ingenuamente, dejándose llevar por el impulso del momento o subestimando a sus contrincantes. Superar ese defecto es lo que va a tener un mayor impacto en su suerte, pero es algo que deberá aprender durante todo su camino. Por ejemplo, hacia el final de la obra, todavía demuestra su imprudencia cuando están por ir a buscar a Milady y d’Artagnan, desoyendo los consejos de Athos, se apura en desenfundar su pistola. Es decir, que esta lección es tan importante en su camino de aprendizaje que le toma toda la obra aprenderla.
La seducción
Si bien el primer personaje que viene a la mente cuando hablamos de seducción es Milady, d’Artagnan utiliza la seducción como arma casi tanto como ella. Todos los personajes, sin importar su condición social, son vulnerables a la seducción. La reina Ana no puede resistir los encantos del duque mientras que este, por su parte, venera a Ana por encima de cualquier deber, incluso para con su rey. La criada Ketty no puede resistirse ante las palabras engañosas de d’Artagnan a pesar de que sospecha más de una vez que él la está usando.
La seducción en la novela tiene consecuencias serias a nivel político y a nivel moral. La relación entre Ana y el duque influye sobre el destino de los reinos; el difícil arte de la seducción que tiene que diseñar Milady para manipular a Felton tiene graves implicancias morales.
Incluso una persona inteligente como d’Artagnan termina siendo extremadamente vulnerable debido a la seducción de Milady. En el caso particular de Milady, la seducción no se reduce solamente al atractivo físico, aunque definitivamente lo incluye, sino que requiere la capacidad para indagar en la debilidad del otro y el arte de utilizar esa debilidad para su beneficio.