Resumen
Capítulo 17: El matrimonio Bonacieux
Al rey le llama la atención que el cardenal insista en los herretes de diamante. Sabe que el cardenal tiene un sistema de inteligencia que le permite saber más que el propio rey. Por ese motivo, el rey acude a la reina para ver si puede descubrir algo que le dé una ventaja sobre el cardenal.
Cuando el rey le insiste a la reina con el tema de los herretes, la reina no dice nada en especial, pero empalidece; tiene mucho miedo de que su secreto sobre el duque y los herretes se descubra. Luego de que el rey se retira de sus aposentos, la reina se echa a llorar y reza para encontrar una salida. En ese preciso momento, madame Bonacieux se presenta y le ofrece a la reina su servicio para solucionar el asunto de los herretes. Para ello, la reina debe escribir una carta al duque de Buckingham, y madame Bonacieux se asegurará de hacerla llegar a Londres.
Una vez escrita la carta, madame Bonacieux vuelve a su casa y le pide a su marido que haga una gestión que requiere viajar a Londres. No le da más detalles, porque antes se da cuenta de que su marido es partidario del cardenal. El matrimonio discute porque ella es leal a la reina y él, al cardenal. Monsieur Bonacieux se va a reportar lo que sabe ante Rochefort, y su esposa se dispone a regresar al Louvre. Antes de irse de casa, madame Bonacieux lamenta la situación cuando escucha un golpe en el piso de arriba y, luego, la voz de d’Artagnan que le propone bajar a su casa.
Capítulo 18: El amante y el marido
D’Artagnan entra en casa de los Bonacieux. El joven gascón ha escuchado toda la conversación y considera que el esposo de la mujer es un imbécil y que él está dispuesto a llevar a cabo la misión que el señor Bonacieux rechazó. Madame Bonacieux elige confiar en él y encomendarle la carta. Además, toma una bolsa de dinero que el cardenal le ha dado a monsieur Bonacieux.
De pronto, ambos escuchan la voz de monsieur Bonacieux y se esconden en el piso que alquila d’Artagnan. Desde allí escuchan la conversación entre Bonacieux y Rochefort. Este último le reprocha a Bonacieux el haber rechazado el encargo porque, de otra manera, tendrían la carta y sabrían cuál es su contenido. Para enmendar su error, Bonacieux le ofrece a Rochefort ir al Louvre a buscar a su mujer para decirle que se arrepiente de no haber aceptado la misión.
D’Artagnan insiste que él llevará a cabo la misión por la reina y por el amor que siente por madame Bonacieux, a quien llama por su primer nombre: Constance. Ella se siente halagada y se ruboriza; al parecer, ella también siente algo por d’Artagnan.
Capítulo 19: Plan de campaña
D’Artagnan acude al despacho de Tréville para solicitar un permiso ante el señor des Essarts que es a quien d’Artagnan sirve. Para conseguir el permiso, d’Artagnan siente que debe revelar el verdadero motivo, pero Tréville no se lo permite, le pide que guarde el secreto y le da permiso por quince días. Además, les concede el mismo permiso a los tres mosqueteros: Athos, Porthos y Aramís porque sabe por d’Artagnan que la empresa es delicada y que el cardenal se opone a ella.
Los tres mosqueteros reciben las cartas de permiso con sorpresa y se reúnen con d’Artagnan quien les explica cuál es su misión sin dar detalles de más. Entre los cuatro deciden que la mejor estrategia es viajar juntos y armar a sus sirvientes para que puedan hacer frente a cualquiera que se interponga en su camino.
Capítulo 20: El viaje
Los mosqueteros, d’Artagnan y sus criados salen de París a las dos de la mañana y llegan a la hora del desayuno a Chantilly. Allí deciden parar en una posada, pero les piden a sus criados que no desensillen los caballos por cualquier eventualidad.
Luego de comer, los mosqueteros se disponen a seguir su camino cuando uno de los comensales en la posada le pide a Porthos que brinden por el cardenal. Porthos le dice que con gusto brindará por el cardenal si es que el hombre está dispuesto, a su vez, a brindar por el rey. El hombre está borracho y responde que él solo reconoce la autoridad del cardenal. Porthos no puede evitar desenfundar su espada. El resto de los mosqueteros lo dejan solo y siguen su camino. Más adelante paran para esperar que Porthos los alcance, pero no aparece y temen que esté herido.
El siguiente mosquetero que se pierde en el camino es Aramís. Una cuadrilla de hombres está trabajando en el camino y haciendo agujeros que, para esa altura, se han llenado de barro. Aramís les reclama porque no se quiere ensuciar. Los hombres disparan contra los mosqueteros y hieren a Aramís y al criado Mosquetón. Mosquetón se cae del caballo y lo dejan allí; Aramís sigue cabalgando hasta que no puede continuar. Los únicos que quedan en la misión son d’Artagnan, Athos y los criados de cada uno.
Finalmente, llegan a Amiens a la medianoche. Si bien el posadero parece amable, a esta altura d’Artagnan y Athos desconfían de todos. Durante la noche, alguien intenta entrar en su habitación. A la mañana siguiente, cuando Athos paga la cuenta, el posadero lo acusa de querer estafarlo con monedas falsas. Gracias a ello, inicia una nueva pelea que termina de sacar al último mosquetero de la misión. Además, alguien ha sangrado por error o quizá con intención a uno de los caballos de los mosqueteros. Por suerte, Planchet encuentra dos caballos ensillados y listos para partir en el momento justo.
Ahora, d’Artagnan sigue su camino hacia Londres únicamente acompañado por su criado, Planchet. El caballo de d’Artagnan se desploma apenas a la entrada de Calais, el puerto desde el cual tiene que zarpar para Inglaterra. Cuando llegan al puerto, ven que otro gentilhombre con su sirviente se dispone a cruzar también, pero el capitán del barco les informa que solo pueden cruzar quienes tengan un permiso especial del cardenal que debe ser validado por el gobernador del puerto.
D’Artagnan, por supuesto, no tiene el permiso del cardenal, pero el otro gentilhombre, sí. Para sustraérselo, d’Artagnan inicia una pelea con él y le ordena a Planchet reducir al sirviente. Con el permiso en mano, d’Artagnan descubre que el gentilhombre es el duque de Wardes. D’Artagnan asume su identidad y consigue el pase hasta Inglaterra. Cuando presenta su permiso ante el capitán, d’Artagnan le hace creer que el conde de Wardes es, en realidad, d’Artagnan y que está intentando cruzar a Inglaterra sin un permiso.
Una vez en Londres, d’Artagnan intenta dar con el duque de Buckingham quien se encuentra disfrutando de un día de caza con el rey. D’Artagnan logra una entrevista con el duque al hacerle acuerdo de su primer encuentro (junto con madame Bonacieux). D’Artagnan le entrega la carta, y el duque de Buckingham comprende de inmediato la urgencia del asunto.
Capítulo 21: La condesa de Winter
El duque comprende la gravedad del asunto y no puede salir de su asombro ante el éxito de la misión que ha llevado acabo d’Artagnan. Ante un asunto tan delicado, es sorprendente que el cardenal no haya logrado interferir con el arribo de la carta a Inglaterra. El duque le expresa su admiración a d’Artagnan, pero este se asegura de nombrar a sus amigos y su participación en la empresa.
En la casa del duque, d’Artagnan puede ver lo importante que es Ana para él: los herretes están guardados en un cofre cuya llave de oro cuelga del cuello del duque. Además, el cuarto en el que se encuentra el cofre está ampulosamente decorado y tiene un retrato de la reina que sorprende por su realismo.
El duque extrae los herretes del cofre e inmediatamente se da cuenta de que tiene solo diez cuando originalmente había doce. De inmediato, el duque saca la conclusión de que la colaboradora del cardenal, la condesa de Winter, le ha robado los dos herretes.
El duque llama a su joyero de confianza, lo encierra en su casa, le arma un taller y le paga mucho dinero para que haga dos copias exactas de los herretes. Mientras, cierra todos los puertos de Inglaterra para que nadie pueda zarpar desde sus costas hasta Francia. A pesar de que esa decisión es equivalente a una declaración de guerra, el duque no duda ni un minuto en declarar esa restricción con tal de proteger a la reina Ana.
Una vez que los herretes están listos, el duque le proporciona todos los medios a d’Artagnan para que llegue a Francia con ellos. D’Artagnan se rehúsa a recibir dinero del duque porque lo considera una traición y quiere dejar en claro que todo lo que ha hecho ha sido en función de su rey y reina y de madame Bonacieux. El duque aprecia el orgullo de d’Artagnan y, en lugar de dinero, le ofrece cuatro caballos, uno para él y el resto para los tres mosqueteros que lo acompañaron.
D’Artagnan sigue las instrucciones del duque para regresar a París. Allí se presenta ante Tréville que le indica que esa noche los guardias del señor des Essarts, a quien d’Artagnan sirve, deben estar de guardia en el Louvre.
Capítulo 22: La danza de la Merlaison
El día del baile, todos esperan que el rey y la reina bailen la Merlaison, un tipo de baile que es el favorito del rey. La reina se presenta con un disfraz de cazadora y sin los herretes. El rey se enfurece, más aún cuando el cardenal le entrega una caja con dos herretes y le advierte que, si la reina tarde o temprano usa los herretes, seguramente le harán falta dos. El rey le exige a la reina que use los herretes. Después de uno minutos, Ana regresa al baile y se roba la mirada de todos por su belleza. Lleva los herretes de diamante y no falta ninguno. Cuando el rey llama al cardenal para que le dé explicaciones, este simplemente dice que deseaba regalarle a la reina otros dos herretes. Ana agradece el gesto y agrega que sabe que “estos dos herretes le cuestan, ellos solos, tan caros como los otros doce le han costado a su Majestad” (p.235).
D’Artagnan presencia toda la escena y se siente satisfecho con su empresa. Justo antes de que termine su turno de guardia, alguien lo conduce a un cuarto. Allí la reina le agradece y le regala un anillo. D’Artagnan se queda solo en el cuarto, entra madame Bonacieux, le pide que se retire y que lea la nota que lo espera en casa.
Análisis
En estos capítulos, el amor es una fuerza que mueve a los personajes a actuar. Dumas toma parte de su inspiración de los libros de caballería. Si bien estos eran una cosa del pasado tanto en el siglo XVII, época en la que suceden los hechos, como en el siglo XIX, época en la que Dumas escribe la novela, es indudable que el autor toma los aspectos más atractivos del género para construir la aventura y el carácter del protagonista. Uno de los aspectos que toma Dumas de las novelas de caballería es el tipo de relaciones que retrata, regidas por las reglas del amor cortés.
Hemos visto ya que los personajes femeninos cumplen un rol importante en la novela. En estos capítulos, las mujeres no solo tienen iniciativa y participación en las intrigas cortesanas y políticas, sino que también se convierten en el motor que acciona la participación de los hombres. La mujer en el amor cortés se convierte en el motivo por el cual el caballero vive aventuras, puesto que debe probar ser merecedor de su aprecio. Además, las mujeres en el amor cortés son objeto de devoción para los caballeros y cualquier prenda de amor se convierte en una especie de reliquia. De hecho, hay una transposición de las emociones del ámbito religioso al ámbito del amor romántico. Asimismo, en el amor cortés las relaciones son ilegítimas y secretas. Dado que el matrimonio era un asunto de conveniencia, los vínculos de auténtico amor surgían en las relaciones extramaritales.
Estas características que hemos delineado se corresponden con la relación entre el duque de Buckingham y la reina Ana. El momento en que Ana necesita ayuda, el duque está dispuesto a hacer todo por ella. Una de las convenciones del amor cortés es que se transpone la relación de vasallaje al amor. En la siguiente cita vemos que Buckingham sostiene que su lealtad para con la reina es más importante que la que le debe a ningún rey: “Ana de Austria es mi verdadera reina; con una sola palabra de ella yo traicionaría mi país, traicionaría mi rey, traicionaría mi Dios.” (p.225). Tal es su devoción por Ana que mantiene en su casa algo muy parecido a un altar en el que guarda las reliquias de su amor, entre ellas, los herretes. Cuando está por extraer los herretes del cofre en el que los guarda, Dumas utiliza imágenes referidas a lo religioso: “El duque se acercó al altar, se arrodilló como habría podido hacerlo ante Cristo un sacerdote” (p.223).
El amor cortés es ilegítimo y requiere de discreción. Esto es claro el momento en que el peligro que amenaza a la reina Ana es precisamente la humillación de ser expuesta ante la corte por haber entregado una prueba de amor a su amante en la forma de herretes. Los herretes mismos simbolizan la reputación de Ana. Los dos herretes faltantes simbolizan las faltas en la reputación o castidad de la reina. Las joyas son un regalo íntimo y sugieren en grado de cercanía entre el amante y la amada. El regalo que hace la amada simboliza la entrega de una parte de sí misma, de su cuerpo. De hecho, a esto precisamente alude el gesto de Buckingham cuando, justo antes de devolver los herretes, besa cada uno de ellos como si la joya fuera la amada. Los diamantes son algo sumamente sensual que además es un regalo de su marido. El acto de regalar precisamente eso a su amante convierten a esos diamantes en una metáfora de su castidad.
El modo en que los hombres defienden su honor les está vedado a las mujeres. El asunto de proteger el honor de una mujer es mucho más complejo que el de los hombres. A los mosqueteros les basta con desenfundar su espada para resarcir su honor, las mujeres solo tienen como armas la discreción y la privacidad. Por eso es que Ana está tan expuesta el día del baile. Los herretes, que son símbolo de su castidad, tienen que ostentarse y cualquier falta tiene que permanecer oculta.
Esa relación que se da en las esferas más altas de poder se reproduce parcialmente en un estrato social más modesto: la relación entre d’Artagnan y madame Bonacieux. Las convenciones del amor cortés también se cumplen en esa relación, y el servicio de d’Artagnan para con su rey y su reina se confunden con el servicio que quiere brindarle a su amada.
Por el contrario, un hombre como el cardenal no actúa rectamente en parte porque lo hace a partir del resentimiento y el despecho. En más de una ocasión, Dumas alude al origen del odio entre el cardenal y Ana. Al parecer, el cardenal estuvo enamorado de la reina, pero esta rechazó sus pretensiones. Al no estar movido por el amor, sino por el despecho, sus acciones no son solo menos virtuosas, sino que fracasan.