Libro de buen amor

Libro de buen amor Resumen y Análisis Estrofas 910-1042

Resumen

El arcipreste se enamora nuevamente de una mujer. Ella es muy joven, hermosa, virtuosa y rica, y Juan Ruiz busca a una intermediara para que lo ayude conquistarla. Urraca, la mensajera, le lleva a la mujer los cantares que él compone para ella y comienza a hablarle del arcipreste hasta embelesarla.

Un día, el arcipreste se dirige a Urraca llamándola “Picaça parladera” (“urraca habladora”, 920 a) y ella, enormemente airada, le revela inmediatamente todos sus secretos a la dueña. A consecuencia de esto, la madre de la joven limita las salidas de ella, y el arcipreste ya no puede ver a la mujer muy a menudo. Él, entonces, aconseja no criticar a nadie, ni en secreto ni en público, y añade que no hay peor broma que la verdad. Luego, enumera una lista de palabras que deben evitarse al dirigirse a las mediadoras y explica que recurrió nuevamente a Urraca rogándole que deje de lado su ensañamiento. La anciana accede a ayudarlo nuevamente, le pide que no vuelva a injuriarla y que, en adelante, la llame “buen amor” (932 b). Juan Ruiz así lo hace y este mismo nombre da a su libro.

Urraca, haciéndose pasar por buhonera, cumple con lo pactado. El arcipreste desconoce el método por el que la anciana consigue su objetivo, no sabe si utiliza hechicerías o afrodisiacos. Pocos días después de la conquista amorosa, la mujer muere, y el arcipreste cae en cama, quebrantado.

Por experimentar todas las cosas, como, según el arcipreste, aconseja el Apóstol, este decide emprender un viaje hacia las sierras. En el mes de marzo, el día de san Emeterio, toma el camino por el paso de Lozoya. El clima es hostil, a causa de la nieve y del granizo, y el arcipreste se ve obligado a recurrir a una vaqueriza para que le dé alojamiento a cambio de un pago. La mujer, llamada “La Chata” (952 c), al comienzo le arroja su cayada y le lanza una piedra. Luego, apaciguada, lo hospeda, le ofrece comida y, a la fuerza, consigue mantener relaciones sexuales con él.

A continuación, Juan Ruiz reanuda su camino y marcha hacia Segovia. Permanece allá tres días y, luego, regresa por el puerto de Fuenfría. Cerca de un pinar, halla a otra vaqueriza, Gadea, que se muestra amenazante cuando el arcipreste le pide que le indique el camino que debe seguir. La mujer lo derriba de un golpe y, después, diciéndole que no se enfade, lo conduce a su casa y lo instiga a mantener relaciones sexuales con ella.

El lunes siguiente al alba, el arcipreste emprende la marcha y, cerca de Cornejo, halla a una yeguariza necia (993 c, “lerda”), Menga Lloriente, a quien le promete falsamente casamiento. Finalmente, al pie de un puerto, Juan Ruiz encuentra a otra yeguariza, enorme, fea y de constitución monstruosa, a quien se refiere como el “más grande fantasma” (1008 c) que vio en el mundo. La mujer se llama Alda y el arcipreste le pide alojamiento a cambio de dinero.

Análisis

El nuevo episodio del enamoramiento del arcipreste repite abreviadamente el de doña Endrina. Los términos en que retrata a ambas mujeres son semejantes y, también en este caso, el enamorado recurre a los encantamientos de una trotaconventos para lograr la conquista amorosa. Sin embargo, en esta oportunidad, el arcipreste comete una imprudencia y ofende a la mensajera llamándola “Picaça parladera” (920 a), lo que hace peligrar la conquista amorosa. A propósito de esto, el arcipreste extiende una copiosa lista de cuarenta y un nombres con los que debe evitarse dirigirse a las mensajeras. Finalmente, nombra a la mujer con las mismas palabras que dan título a su libro, “buen amor”:

«Nunca digades nonbre malo nin de fealdat;
llamatme «buen amor», e faré yo lealtat,
ca de buena palabra págase la vezindat:
el buen dezir non cuesta más que la nesçedat».

Por amor de la vieja e por dezir razón,
«buen amor» dixe al libro e a ella toda saçón (...) (932-933 ab).

Estos versos dan lugar a la ambigüedad respecto al sentido del título del libro, puesto que vuelve a poner en cuestión a qué se refiere con la expresión “buen amor”: si en el prólogo había afirmado que el buen amor “es el de Dios” (línea 36), ahora sugiere que este nombre alude a una alcahueta, quien, irónicamente, facilita las relaciones sexuales entre personas, lo que constituye un amor mundano.

En el episodio siguiente, el arcipreste emprende un viaje por la sierra de Guadarrama, el cual justifica apelando a una autoridad: “Provar todas las cosas el Apóstol lo manda; / fui a probar la sierra e fiz loca demanda” (950 ab). El pasaje alude a las palabras bíblicas del apóstol San Pablo, en Primera carta a los Tesalonicenses: “Examínenlo todo y quédense con lo bueno.” (1 Tes. 5, 21).

En este episodio, el poeta narra las aventuras con cuatro serranas, acompañando cada uno de los relatos con una cántica de serrana. Estas composiciones líricas están formadas por versos octosílabos en las tres primeras, y por versos hexasílabos en la última. Se trata de un tipo de cantar de caminantes castellano que florece un siglo más tarde con la influencia de la pastorela provenzal. Las serranas que salen al encuentro del viajero, como señala Lida de Malkiel son la “humanización de las divinidades femeninas de antiquísimo linaje con que la imaginación medieval pobló las soledades del bosque y de la montaña” (1973, p. 88). Por otro lado, Sánchez Pérez explica que las “serranas, como personaje literario, aparecen en la literatura española durante al menos cinco siglos, desde el XIII al XVII” (2015, párr. 1). Estos personajes aparecían en la poesía lírica, en la que se relataba el encuentro entre un caballero o viajero con una pastora o serrana. Entre las características de estas composiciones, Sánchez Pérez señala:

Uno de los elementos clave, es el factor sorpresa, las serranas aparecían de pronto, pues estaban escondidas en lugares de difícil acceso y a menudo de clima inhóspito. Y otros aspectos que las caracterizaban son el tener fortaleza física y costumbres rústicas y el estar al margen de la incipiente urbanización de las ciudades y de los códigos de conducta establecidos dentro del feudo. (2015, párr. 1)

Sobre la imagen de estos personajes, agrega que “según lo trasmitido en cancioneros, romances y diferentes versificaciones, era de una naturalidad o naturalización extrema, cercanas al concepto de un ser salvaje” (2015, párr. 1).

Posteriormente, surgió un género de composición lírica típicamente castellana llamada “serranilla”, escrita generalmente en hexasílabos u octosílabos, donde se relataba el encuentro entre el poeta y una pastora a la que este corteja. Sin embargo, el paisaje idílico (generalmente primaveral y placentero) en este tipo de composiciones contrasta fuertemente con el escenario que describe el arcipreste, invernal y atemorizante. Asimismo, vale decir, la belleza de las pastoras de aquellas composiciones contrasta con las características con que Juan Ruiz presenta a las serranas.

Por último, paralelamente a estas composiciones líricas, se desarrolló en la época una lírica mística, de carácter espiritual, en la que los paisajes naturales eran el escenario de un encuentro con Dios. A propósito de esta vertiente iniciada por autores como Gonzalo de Berceo, Sánchez López señala que tradición se encuentra “en la base de la lírica mariana, de la peregrinación a santuarios y ermitas, del elogio a la Virgen y la petición de mercedes” (2015, párr. 9), y traza un paralelismo entre los dos tipos de composiciones poéticas, como distintas formas de peregrinar por el mundo y como dos formas de búsquedas, una carnal y otra espiritual. Estas búsquedas parecen coincidir con las del arcipreste y, notablemente, como veremos a continuación, inmediatamente después del episodio de las serranas, el poeta relata que se dirigió a un lugar “muy santo” (1044 b). Se trata de un lugar cercano a las sierras, donde se dirige a rogar a la Virgen, e incluye tres piezas líricas, una cantiga y dos pasiones, para honrarla.