Resumen
Pascual comienza su relato escribiendo desde la celda en la que está esperando su ejecución. Antes de empezar a contar su vida, se excusa: no es malo, pero el destino lo obligó a actuar como si lo fuera. Hecha esta salvedad, describe minuciosamente su lugar natal, un pueblo pequeño a dos leguas de Almendralejo, con su plaza, con su torre y sus casas. La de don Jesús (a quien ha dedicado sus escritos pero de quien casi nada sabemos, salvo que es noble) es una casa espléndida, de dos pisos, con azulejos, escudos y plantas; la de los Duarte, en cambio, es una casa en las afueras, pobre pero limpia y blanqueada, estrecha, de una sola planta y piso de tierra.
Pascual describe con todo detalle las habitaciones, la cuadra, los olores. Además de la humilde casa, sus padres tienen un corral, cerdos y un burrito; cerca hay un pozo de agua contaminada. Por detrás del corral pasa un arroyo al que va seguido a pescar anguilas. Es su lugar de escape; allí se le pasan las horas sin pensar. Pero más que pescar, prefiere cazar conejos con su escopeta y su perra Chispa. Van juntos al arroyo y Pascual se queda sentado en una piedra que ya conoce. En una de esas salidas nota que su perra se le queda mirando de una manera qué él considera acusadora. Entonces la mata de dos tiros, y observa cómo la sangre se extiende por la tierra.
Análisis
El relato de Pascual es una autobiografía, y comienza con una frase poderosa: “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo” (p. 19). El determinismo será la nota constante del relato. Pascual no cree ser malo, sino estar obligado a serlo; se considera un juguete del destino. Más tarde dirá que es la Providencia la que se ocupa de generarle momentos trágicos a lo largo de toda su vida. Lo que queda claro es que, como él lo ve, no es Pascual el responsable de sus propias acciones.
Los primeros capítulos de la novela son extremadamente descriptivos y estáticos. Cela, que con los años publicaría varios libros de viajes, se revela como un gran observador: sus paisajes, en esta novela, parecen materializarse en la mente del lector. El primer capítulo, por ejemplo, está cargado de imágenes visuales, pero también olfativas. Por ejemplo, cuando describe el regato “cochino y maloliente como una tropa de gitanos” (p. 24) o al aludir a una sensación pasada: “Cuando me fui a acostar, en la posada, olí mi pantalón de pana. La sangre me calentaba todo el cuerpo. Quité a un lado la almohada y apoyé la cabeza para dormir sobre mi pantalón, doblado” (p. 24). Las escenas olfativas se repiten a lo largo de la novela, sobre todo asociadas a los episodios de animalización de los personajes.
Así como se vale de numerosas imágenes para las descripciones, el narrador utiliza también un sinnúmero de comparaciones. Por citar algunas: “una carretera lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días – de una lisura y una largura como usted para su bien no puede figurarse – de un condenado a muerte”; “toda rizada al borde como las conchas de los romeros”; “blanco como una hostia”, “cuadrado como un cajón de tabaco” (p. 19).
La metáfora es otro recurso frecuente. Dice Pascual que “Hay una diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya” (19), lo que constituye un ejemplo que convierte las desgracias en marcas permanentes, tatuajes imborrables de la vida.
Esta detallada descripción del pueblo deja al descubierto la desigualdad social entre sus habitantes. Las casas de Pascual y don Jesús son perfectamente antitéticas. La de Pascual, como un símbolo de él mismo, busca guardar las apariencias por medio del blanqueo y la decoración del piso de tierra con piedritas, mientras que la del conde no necesita hacerlo, y hasta prescinde de la pintura. Esa desigualdad también se da entre quienes viven en centros urbanos mayores y los habitantes de zonas rurales. “¡Los habitantes de las ciudades viven vueltos de espaldas a la verdad y muchas veces ni se dan cuenta siquiera de que a dos leguas, en medio de la llanura, un hombre de campo se distrae pensando en ellos mientras dobla la caña de pescar, mientras recoge del suelo el cestillo de mimbre con seis o siete anguilas dentro!” (p. 25).
También se utiliza el simbolismo para marcar esta diferencia. Las anguilas que pesca en el riacho, o "regato", como él lo llama, simbolizan a los pobladores rurales que, a pesar de vivir en un ambiente poco favorecido, desean lo mismo que los habitantes de las ciudades. De ellas dice Pascual que estaban bien nutridas porque comían lo mismo que don Jesús, solo que un día más tarde. Ese "día más tarde", esa postergación en los beneficios es análoga a la que sufren los más necesitados.
Otro recurso que subraya esta división social es el modo de dirigirse de Pascual a sus interlocutores en las cartas y el relato, con las fórmulas "Señor y Muy señor mío", encabezados de respeto que denotan una asimetría social entre quien escribe y quien recibirá el escrito. En este sentido, cabe también destacar que Cela registra exquisitamente el habla campesina. La palabra "reló" y el laísmo como marcas de oralidad se ven reflejados en este y otros capítulos. Esto, sumado a una serie de refranes, se repetirá en toda la novela, como un modo de reflejar el habla rural.