No son pocos los críticos que han detectado en la novela de Cela un eco más o menos evidente de la narrativa picaresca. Y no es de extrañar, puesto que el propio autor publica, dos años después de La familia de Pascual Duarte, la novela Las nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, una versión paralela a la original, con temas y preocupaciones propias del siglo XX. En esta obra, el conocido personaje se pone el traje de un niño contemporáneo a Cela, dejando en claro que la problemática del pícaro sigue siendo parte de la realidad y del imaginario españoles, sin importar la época.
La vida del Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades es una obra icónica de la literatura. De autor desconocido, se sabe que fue prohibida en su tiempo y rescatada mucho después. Su personaje principal, Lázaro, es un pícaro que relata su vida en primera persona, a modo de carta, contando sus peripecias en orden, y mostrando cómo se ha hecho hombre a fuerza de infortunios.
Lázaro comienza su historia dirigiéndose a un misterioso interlocutor: Vuesa Merced. Se ha especulado acerca del destinatario verdadero de la obra, así como de la conveniencia del autor de mantenerse en el anonimato, sin llegar a ningún dato cierto. Así como la obra de Cela, el Lazarillo también es censurado y reaparece muchos años después de su primera publicación.
Volviendo al destinatario, es innegable la diferencia social que se establece entre narrador y remitente a partir de ese tratamiento de respeto. Esto mismo sucede en el caso de Pascual: las cartas originales se destinan a un “Muy señor mío”, don Joaquín Barrera López, a quien Pascual se dirige respetuosamente, y establece de ese modo una distancia social que es imposible sortear. Y es que fue la vida misma quien los colocó a uno y otro lado.
El objetivo de Lázaro con sus cartas es justificar un estado poco honroso: su esposa es amante del cura, con quien ha tenido varios hijos, pero él decide hacerse el desentendido. Quiere eximirse ante la vista de los demás, porque no ha llegado a esa situación de deshonra por decisión propia, sino por no tener otra posibilidad. La vida de Lázaro es la secuencia de un ascenso social (aun dentro del más bajo estamento), de la miseria a la vida marital y al trabajo digno.
Como un nuevo pícaro, Pascual Duarte narra su autobiografía, o tal vez sea mejor decir su confesión, para que el lector comprenda cómo ha llegado a ser un condenado a muerte casi sin quererlo, movido por un destino inexorable que no le ha dejado otro camino. Su limitación intelectual y un ambiente extremadamente adverso lo transmutan de asesino en víctima.
En ambos casos, el de Lázaro y el de Pascual, cada una de las peripecias los ha ido transformando en quienes son. Sus entornos familiares se parecen: sus padres han ido presos, sus madres han tenido hijos con sus amantes. De niños no han tenido una educación formal. En España, durante los días de Lazarillo de Tormes, no era muy común ir a la escuela. Y más allá de las diferencias temporales, Pascual vive en el campo y carece de motivación para educarse.
El papel del personaje central también se asemeja en ambas obras. Así como con la novela picaresca surge un nuevo héroe, opuesto al caballero andante y virtuoso, Pascual se levanta como el antihéroe romántico, que no viaja por el mundo ni viste bien, ni tiene una amada que lo espere.
Lázaro se mueve por España, tal como Pascual. Ese camino es una excusa para el aprendizaje y una metáfora del camino de la vida. Así como Lázaro, Pascual realiza en La Coruña una serie de trabajos con el solo fin de subsistir un día más sin tener que volverse a su pueblo: es mozo de estación, cargador en un muelle, ayudante de cocina, sereno, guarda.
En el caso de Lázaro, el joven recibe mucha más violencia de la que prodiga. Solo al ciego lastima físicamente, y a los demás les hace algún truco o robo menor. Pascual, por el contrario, devuelve cuanta violencia recibe, y aún más.
Otra de las características que comparten los relatos de Pascual Duarte y Lázaro tiene que ver con el distanciamiento y acercamiento del lector. Esto se logra por medio del corte temporal entre el presente del relato y el de la historia, a través de esas retrospecciones y prospecciones que en ambos textos se encuentran. Ese distanciamiento permite generar la objetividad que pierde el relato autorreferencial.
El motor de Lázaro es el hambre. El contexto de una España empobrecida obliga a este niño a servir a diferentes amos para ganar su sustento. Cada uno de ellos le enseña algo de provecho para él, aunque ese aprendizaje suele ser doloroso. El motor de Pascual, por el contrario, es el odio. Lo mueve más que nada y lo obliga a actuar de maneras que no quiere. Esta diferente motivación los llevará a escribir sus memorias desde lugares muy distintos: Pascual Duarte lo hace desde su celda, condenado a muerte, mientras Lázaro, adulto asentado, tiene un futuro por vivir.