La infancia lejana: el blanco encandilante
Siendo Cela un escritor muy descriptivo, con un vocabulario muy extenso, y autor de varios libros de viajes, no es extraño encontrar en toda la novela muchas imágenes visuales para describir aquello que rodea al personaje.
En el capítulo primero describe su pueblo como un pintor. "Era un pueblo caliente y soleado, bastante rico en olivos y guarros (con perdón), con las casas pintadas tan blancas, que aún me duele la vista al recordarlas, con una plaza toda de losas, con una hermosa fuente de tres caños en medio de la plaza" (p.19). Las imágenes son de tal calidad que el lector puede ir imaginando los ambientes sin dificultad.
La muerte de la madre: rojo sobre blanco
En la escena pintada por Pascual, la violencia roja y animal se despega del blanco esperanza de la vela. La lucha recuerda las pinturas de Goya, tan violentas, en las que destaca la bestialización humana. Pero no solo es una imagen visual: la violencia se percibe en la temperatura de la sangre y en los gritos de la madre:
Entonces sí que ya no había solución. Me abalancé sobre ella y la sujeté. Forcejeó, se escurrió... Momento hubo en que llegó a tenerme cogido por el cuello. Gritaba como una condenada. Luchamos; fue la lucha más tremenda que usted se puede imaginar. Rugíamos como bestias, la baba nos asomaba a la boca... En una de las vueltas vi a mi mujer, blanca como una muerta, parada a la puerta sin atreverse a entrar. Traía un candil en la mano, el candil a cuya luz pude ver la cara de mi madre, morada como un hábito de nazareno... Seguíamos luchando; llegué a tener las vestiduras rasgadas, el pecho al aire. La condenada tenía más fuerzas que un demonio. Tuve que usar de toda mi hombría para tenerla quieta. Quince veces que la sujetara, quince veces que se me había de escurrir. Me arañaba, me daba patadas y puñetazos, me mordía. Hubo un momento en que con la boca me cazó un pezón -el izquierdo- y me lo arrancó de cuajo.
Fue el momento mismo en que pude clavarle la hoja en la garganta... (p. 164)
Los sonidos del dolor
Las imágenes auditivas se utilizan para mostrar especialmente escenas de dolor. Los padres se gritan sin cesar:
[Mi padre] gritaba como si estuviera loco, la llamaba ignorante y bruja y acababa siempre diciendo a grandes voces que si él supiera decir esas cosas de los papeles a buena hora se le hubiera ocurrido casarse con ella. Ya estaba armada. Ella le llamaba desgraciado y peludo, lo tachaba de hambriento y portugués, y él, como si esperara a oír esa palabra para golpearla, se sacaba el cinturón y la corría todo alrededor de la cocina hasta que se hartaba. (p. 30)
Mario solo puede expresarse con un ruidito animal: "el pobre no pasó de arrastrarse por el suelo como si fuese una culebra y de hacer unos ruiditos con la garganta y la nariz como si fuese una rata" (p.48). Las lechuzas anuncian la muerte con su chistido: "En el ciprés una lechuza, un pájaro de mal agüero, dejaba oír su silbo misterioso", (p. 84). La madre, antes de morir, "Gritaba como una condenada" (p.164). Esteban también se hace oír con sus aullidos de pánico cuando está muriendo de rabia: "y tales voces daba y tales patadas arreaba sobre la puerta, que hubimos de apuntalar con unos maderos, que no me extraña que Mario, animado también por los gritos de la madre, viniera al mundo asustado y como lelo" (p.46). De hecho, los nacimientos de los tres Duarte están acompañados de gritos de dolor.
Llama la atención la falta de música en la novela, o de canciones de cuna. Los ruidos que se describen son voces como de animales.
El olfato: el sentido animal
Muchas de las emociones de Pascual son evocadas a través de imágenes olfativas. La mayoría de ellas se relaciona con escenas de animalización del personaje, momentos instintivos en los que actúa de manera irracional. Por ejemplo:
La cuadra era lo peor; era lóbrega y oscura, y en sus paredes estaba empapado el mismo olor a bestia muerta que desprendía el despeñadero cuando allá por el mes de mayo comenzaban los animales a criar la carroña que los cuervos habíanse de comer.
Es extraño pero, de mozo, si me privaban de aquel olor me entraban unas angustias como de muerte; me acuerdo de aquel viaje que hice a la capital por mor de las quintas; anduve todo el día de Dios desazonado, venteando los aires como un perro de caza. Cuando me fui a acostar, en la posada, olí mi pantalón de pana. La sangre me calentaba todo el cuerpo. Quité a un lado la almohada y apoyé la cabeza para dormir sobre mi pantalón, doblado. Dormí como una piedra aquella noche. (p. 24)
La tactilidad y la muerte
Muchas de las imágenes táctiles de la novela están asociadas a la muerte y la sangre. Por ejemplo, esto sucede al final del capítulo primero, cuando Pascual mata a su perra, Chispa:
La perra seguía mirándome fija, como si no me hubiera visto nunca, como si fuese a culparme de algo de un momento a otro, y su mirada me calentaba la sangre de las venas de tal manera que se veía llegar el momento en que tuviese que entregarme; hacía calor, un calor espantoso, y mis ojos se entornaban dominados por el mirar, como un clavo, del animal.
Cogí la escopeta y disparé; volví a cargar y volví a disparar. La perra tenía una sangre oscura y pegajosa que se extendía poco a poco por la tierra.
La tactilidad se percibe en la temperatura y en la viscosidad de la sangre del animal.
Otro momento en que Pascual se vale del sentido del tacto para dar cuenta de una emoción se da con la muerte de la madre, al cierre del capítulo 19: "La sangre corría como desbocada y me golpeó la cara. Estaba caliente como un vientre y sabía lo mismo que la sangre de los corderos".