Kentukis

Kentukis Resumen y Análisis Parte 1

Resumen

En casa de Robin, en South Bend, ella y sus compañeras de curso, Katia y Amy, se desnudan frente al kentuki. No saben quién maneja al oso panda de peluche desde algún otro lado del mundo.

Amy luego pone un balde sobre el kentuki y finge el sonido de un orgasmo. Katia se le une. Robin se siente incómoda, pero quiere hacer todo para que la incluyan. Katia le muestra al kentuki un álbum de fotos de su clase de gimnasia y le señala a Susan, una chica rara a la que el grupo acosa constantemente. Luego, Katia exhibe a cámara un video de Susan haciendo sus necesidades en un baño del colegio. La chica le ofrece al kentuki extorsionar a Susan y repartirse el dinero; le muestra al peluche la dirección y el teléfono de su compañera de clase.

Para poder comunicarse con el muñeco, Robin pone en el suelo una tabla de ouija. Katia hace preguntas y el peluche se va moviendo por el abecedario impreso en el piso, hasta que el muñeco traza sobre la ouija palabras que son insultos y amenazas: si no le mandan dinero, él va a mandar el video de sus pechos por correo a Susan. También tiene grabaciones de la madre de Robin en el baño, de su hermana masturbándose, de su padre siendo lascivo con la chica de la limpieza, de Robin hablando mal de Amy por teléfono, de Robin imaginando que besa a Amy y a Katia.

Amy y Katia abandonan de un portazo la habitación. Robin tiembla. No sabe cómo apagar el aparato, así que le pone un balde y un cofre encima y espera horas, hasta que se agota la batería.

En Lima, Emilia se conecta con dificultad al aparato que le regaló su hijo, quien vive en Hong Kong por trabajo. A través de su computadora, Emilia accede a una cámara en una casa desconocida. En plano aparece una chica que le habla en inglés; el programa subtitula. Emilia contesta, porque cree que es como hablar por Skype, pero la chica no puede oírla. Luego, la chica le muestra la caja del kentuki, para que Emilia entienda cómo se ve: un conejo de peluche.

Alina está en su habitación de hotel en Vista Hermosa, México, donde acompaña a su novio Sven en su residencia artística.

Está intentando encender el kentuki cuervo que compró paseando por un negocio en Oaxaca, tratando de distraerse de su fastidio y sus celos (que siente desde que su novio tiene una ayudante en la galería). Según el manual de instrucciones, el “Amo” debe esperar que los servidores centrales lo conecten con alguien en alguna parte del mundo que quiera “ser” kentuki (p.25). Instantes después, el cuervo empieza a moverse. Tiene los ojos abiertos, es decir, la cámara encendida. Alina lo saluda y le pregunta quién es. Le inquieta saber qué clase de persona prefiere “ser” kentuki a tener uno. Luego, la muchacha entiende que el kentuki no puede hablar. Decide que, si inevitablemente el kentuki va a saber más sobre ella que ella sobre él, directamente no le preguntará nada; lo tratará como a una mascota.

Desde que su padre descubrió sus notas en el colegio, Marvin debe pasar tres horas por día estudiando. Sin embargo, nadie controla qué hace mientras está encerrado en el escritorio.

Marvin instala el programa en su tablet. Lo pagó con la cuenta bancaria de su madre, fallecida recientemente. Quiere que le toque ser dragón.

Cuando el sistema enciende, Marvin intenta dilucidar por la cámara dónde está su kentuki. Se encuentra en la vidriera de un negocio, rodeado de aspiradoras. Del otro lado del vidrio ve nieve. Su madre le había prometido llevarlo a la nieve, pero no llegaron a ir. Se promete lograr salir de esa vidriera y llegar a la nieve.

En Umbertide, Enzo intenta llevarse lo mejor posible con el kentuki topo, ya que su ex-mujer y una psicóloga dijeron que el aparato de peluche ayudaría a su hijo Luca a transitar la separación de sus padres. Sin embargo, Luca no demuestra más que molestia al ser seguido por el topo. El chico suele encerrar al kentuki en el baño o dejarle trabas para que no pueda llegar a su cargador. Enzo debe mantener vivo al topo si no quiere volver a juicio con su ex-mujer.

Análisis

La novela ofrece un abanico de personajes y microuniversos: se narran fragmentos de la vida cotidiana de distintas personas en diversos lugares del mundo. Estas varias vidas tienen en común la presencia reciente del elemento que da título al libro.

Mientras que la mayoría de los componentes de las historias, además de ser realistas, se apoyan en referencias concretas a la realidad (como el espacio en que se desenvuelven las historias, ya que los nombres de las ciudades son reales), el elemento que funciona como hilo conductor de la trama es, a priori, ficticio. Los kentukis son peluches con cámaras en los ojos y ruedas en su base, que se pasean por la casa de una persona (su “Amo”) y cuyos movimientos son controlados por otra persona desde su computadora (su “ser”). El acceso al kentuki es por vía del dinero (se compra fácilmente en muchos negocios del mundo entero, por el precio oficial de 279 dólares) y la decisión de estar delante o detrás de la cámara (es decir, entre tener un kentuki o manejarlo desde la computadora) queda a voluntad del comprador. En la novela, Schweblin ofrece una variedad de historias, algunas protagonizadas por gente “ser” y, otras, por gente que decide ser “amo”.

En la situación del kentuki se instala desde un principio la temática principal de la novela, que tiene que ver con el exhibicionismo y el voyeurismo. Todos los personajes de Kentukis observan la intimidad de otro o bien exhiben la propia frente a la mirada ajena. Esta cuestión abre la puerta a la mayoría de las problemáticas que se reflejan en la novela, ligadas a las consecuencias de la dinámica exhibicionismo-voyeurismo: la pérdida de los límites de lo privado, el exponerse a situaciones peligrosas a causa de exponer la propia intimidad o acceder a la de otro.

Si bien muchas de las historias presentadas en este primer resumen se continuarán a lo largo de la novela, la que abre el libro encuentra su inicio y su desenlace en esas primeras páginas. Así, esta historia resulta significativa por el impacto de su trama y por las temáticas que instala (y que luego veremos también retratadas en otras historias). Robin, una adolescente dueña de un kentuki, expone junto a dos compañeras de colegio una cantidad de elementos del orden de lo íntimo (sus cuerpos desnudos, la dirección de su escuela, el contacto de otra compañera), sin pensar en las consecuencias que este gesto puede acarrear, o creyendo que pueden controlar los efectos de su acción según su parecer. Las chicas saben que hay alguien del otro lado de la cámara, aunque no saben quién, y su carácter anónimo es justamente lo que las motiva a actuar sin recaudos: “No sabemos quién mierda es -dijo Amy-, por eso le mostramos las tetas, ¿no?” (p.12). Aquí vemos que no saber quién mira no solo no detiene a estas adolescentes a la hora de exponerse, sino que funciona como condición de posibilidad de esa exposición.

Con lo anterior, la autora de la novela parecería configurar una mirada crítica a su sociedad contemporánea, particularmente a la relación de las personas con la tecnología: la situación de las adolescentes con el kentuki no dista demasiado de la de millones de menores de edad en todo el mundo mostrando sus cuerpos y sus datos en redes sociales a las que pueden acceder personas completamente anónimas. Robin, Amy y Katia muestran a esos ojos anónimos detrás de la cámara lo que no mostrarían ante, por ejemplo, sus compañeros de colegio. Quizás lo hacen porque creen que una mirada anónima no tiene inferencia alguna o no traerá consecuencias en su vida cotidiana. El final de esta primera historia revela la ingenuidad de ese pensamiento, en tanto lo que se presuponía de orden externo excede sus límites y exhibe sus implicancias en la vida privada. Robin, protagonista de esta primera historia, expuso a la mirada de un desconocido más de lo que creía o hubiera elegido exhibir. Cuando se da cuenta, ya es tarde: lo íntimo se volvió público, lo secreto se divulgó. Un instante de descuido puede devenir en una reproducción viral y ya no hay manera de frenar el desastre.

Por varias razones, podemos afirmar que esta escena protagonizada por las tres adolescentes funciona como una suerte de puesta en abismo de toda la novela. En primer lugar, la situación que inaugura el texto condensa varias de las dinámicas posibles de interacción a través de los kentukis; en segundo lugar, exhibe y augura las posibles consecuencias funestas que acarrea el anonimato del observador y el modo en que el observado se relaciona con eso. Al mismo tiempo, al iniciarse con esta escena, la novela comienza poniendo en escena varios de los temores más comunes en torno al fenómeno de la masividad tecnológica: la pornografía infantil, aquí combinada con un caso de "sextorsión". En pocas páginas, la narración deja expuesto cuán fácil y rápidamente varias fotos y videos de adolescentes desnudas pueden reproducirse y viralizarse en la red sin el consentimiento de estas. Así, se deja en evidencia desde este principio el prácticamente nulo nivel de precaución que toman usuarios más o menos promedio en relación con su privacidad y la tecnología. Las chicas pertenecen a una generación que "maneja" hábilmente la tecnología y a un estrato social acomodado; gozan de buena educación y son, de hecho, bastante ingeniosas. Aun así, brindan a un ser anónimo una cantidad de información y material que las convierte sorpresiva y automáticamente en víctimas de un (muy fácil) engaño, y por el cual deberán pagar consecuencias de alto costo.

En relación a esto último, debemos mencionar algo que también vemos expuesto en esta primera escena y que se repetirá a lo largo del libro. Y es que el efecto "sorpresa" de los engaños o los problemas en que caen la mayoría de los personajes de Kentukis está logrado, en gran medida, porque la voz narrativa se construye de tal manera que el final trágico no resulta predecible. Esta voz es una tercera persona que focaliza en el o la protagonista de cada una de las situaciones o arcos narrativos que se integran en el libro. De esta manera, la narración se construye siempre dentro de la estructura lógica y emocional del personaje que conduce la trama, y en cuyo sistema de razonamiento no parecen resonar alertas relativas a su grado de exposición (o, en caso de que resuenen alarmas, el protagonista cree estar controlando la situación). Así, por ejemplo, la escena de la extorsión a las tres adolescentes la conocemos desde la perspectiva de Robin, quien está demasiado ocupada en intentar ser aceptada por sus dos compañeras de curso como para pensar en los peligros que puede acarrear exponerse ante un ser anónimo.

Otra cuestión que aparece ligada a la temática central de la novela es la de la soledad. Esta aparece como un motivo común a la mayoría de las historias: los personajes son seres solitarios o que están atravesando una situación de aislamiento o reciente pérdida quienes se encuentran de un lado u otro del kentuki. En la historia de Emilia, por ejemplo, tenemos a una mujer madura, jubilada, que vive sola y cuyo hijo reside en el exterior. El tiempo libre y la falta de comunicación física con personas le permitirá desarrollar cariño, fascinación y la voluntad de proteger a esa muchacha que tan solo conoce en pantalla y que vive a miles de kilómetros de distancia. En el caso de Alina, por su parte, encontramos a una persona solitaria, ensimismada, y además suspendida en una ciudad desconocida, cuyo presente parece abocarse enteramente a acompañar a un novio que ni siquiera pasa tiempo con ella. Por otro lado, Marvin se adentra en el universo kentuki quizás para ausentarse por unas horas de la realidad de su hogar, un hogar donde la madre acaba de fallecer y donde el padre no mantiene una relación afectiva con su hijo. El acompañamiento a un niño en un momento difícil es también la justificación de la madre de Luca para hacer que Enzo compre un kentuki: acompañado por el muñeco, al niño le costaría menos atravesar el divorcio de sus padres. Así, en muchas de las historias presentadas, la aparición del elemento común del kentuki en la vida cotidiana de los protagonistas parece venir a suplir una falta de afecto y sensación de soledad preexistentes.

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