El alma
En primer lugar, en Fedro nos encontramos con una de las alegorías platónicas más célebres, la del carro alado con dos caballos y un auriga. Platón (en boca de Sócrates) utiliza esta alegoría para ilustrar el comportamiento del alma. El alma es uno de los temas primordiales del texto. También aquí, como en República, Platón hace una demostración de que el alma es ingénita e inmortal.
La filosofía se vincula, según Sócrates, de forma directa con el alma. Este filósofo compara las almas de los hombres y de los dioses con carros alados conducidos por dos caballos. Los dioses poseen ambos caballos de raza totalmente buena y, por tanto, pueden volar en el cielo eternamente de forma plácida. Las almas de los hombres, sin embargo, están compuestas por la combinación de un caballo bueno y otro malo: e inevitablemente, en algún momento son arrastradas a la tierra por acción de ese caballo indómito.
Una vez en la tierra, todas las almas deben esperar diez mil años antes de que le vuelvan a salir alas. Los filósofos, por su parte, privilegiados por su consagración a la verdad y el autoconocimiento, sólo esperan tres mil. El alma humana desempeña un papel crucial en Fedro, ya que está vinculada tanto al eros como a la retórica; un enfoque correcto del eros y la retórica califica a un alma como filosófica, y a un alma así se le concede, en consecuencia, la gracia de un pronto retorno al cielo.
La locura
La locura es uno de los temas principales en Fedro. Al versar sobre el amor la primera parte del diálogo, la locura por amor tendrá un lugar privilegiado. Aun así, Sócrates hace un repaso por las cuatro formas de locura divinas que transita el hombre y una definición de la locura en sí. A partir de ahí es que recién se dispone a enfocarse en la locura de amor.
Al principio, la locura es criticada en el discurso de Lisias y en el primer discurso de Sócrates por considerarse nociva para la relación pederástica entre amante y amado. Convierte al hombre mayor en un ser celoso, irreflexivo y exagerado. De este modo, priva al joven de la educación que debe dársele en ese intercambio y no se constituye como mentor fiable. En el segundo discurso, Sócrates muestra la locura como de suma importancia en la vida de los hombres. Rastrea su origen divino, hasta los dioses Apolo, Dionisio, las Musas y Afrodita (fuente de la locura amatoria), que proporcionan al alma notables beneficios, sobre todo el eros, otro de los temas principales en Fedro.
La escritura
Al final de la discusión sobre la retórica, Sócrates invoca el mito de Theuth para hacer una crítica a la escritura. Para él, el problema de la escritura, en esencia, es que carece de un hablante o "padre" en el cual apoyarse: dice que la escritura no puede "defenderse por sí misma" (276a) ante las preguntas o críticas de quien lee el discurso. Además, socava la memoria de los hombres y les hace creer que por leer sobre determinado asunto están reflexionando o filosofando.
A diferencia del diálogo oral, la escritura está hecha de marcas permanentes y no puede cambiarse. No puede tampoco distinguir entre audiencias para modificar su argumento. Como tal, afirma Sócrates, la mayor parte de la escritura es inferior a la oralidad, ya que, desde su punto de vista, la filosofía se hace en el contrapunto con un otro, es decir, en la dialéctica.
Se ha discutido mucho esta crítica mordaz de la escritura porque parece socavar, o al menos se contradice con, la propia escritura de Fedro.
El 'eros'
En la mitología griega, Eros es el dios responsable de la atracción sexual. Luego, su nombre se instala en el inconsciente colectivo y comienza a ser utilizado como sinónimo de esta idea, es decir, de la atracción sexual o el amor en términos más generales. En relación con esto, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el eros como concepto constituye uno de los temas principales de Fedro.
En República de Platón, el eros se presenta como una parte peligrosa pero imprescindible del alma. Asimismo, en Fedro, Sócrates también exhibe al eros como una locura divina que el alma del filósofo debe controlar pero a la vez poseer.
En una relación pederástica, el eros surge de aquellos que han logrado vislumbrar, antes de caer a la tierra, en el mundo supraceleste, la Idea o Forma perfecta de la Belleza. En consecuencia, al tener en la belleza de un joven muchacho la reminiscencia de aquella Belleza ideal, se desencadena el anhelo de acercarse al muchacho.
Cuando este anhelo se controla modestamente, el hombre habrá cumplido su parte en la relación y contribuido al bienestar de su alma y, por consiguiente, de la del muchacho al enfocarse en su educación.
Los mitos
La mitología es un tema menor pero recurrente en Fedro. Al principio del diálogo, Sócrates evoca la posibilidad de argumentar en contra de la veracidad del mito de Boreas y Oritía. Afirma que si se dispone de tiempo suficiente se podrían volver a contar los acontecimientos del mito con explicaciones naturales y lógicas. El asunto es que un verdadero filósofo no se pone a desmitificar los relatos tradicionales, ya que está muy ocupado siguiendo uno de los lemas escritos en el templo de Delfos: Conócete a tí mismo.
Además, los mitos, en sus aspectos metafóricos, resultan útiles para Sócrates. A lo largo de Fedro, Sócrates se refiere a varios mitos en favor de sus argumentos. Tal vez el inusual respeto de Sócrates por los mitos y la teología tradicional pueda atribuirse a la influencia del entorno fuera de la polis. Sin embargo, más allá del influjo narrativo de los dioses y las Ninfas, debemos reflexionar sobre el papel que desempeñan los mitos en el diálogo. Sobre todo porque, inclusive, hay mitos que se sospecha Sócrates ha inventado él mismo, como el de las Musas y las cigarras, para iluminar ciertos puntos de su discurso.
El arte de componer discursos (la retórica)
En la segunda parte de Fedro se aborda de lleno el tema del arte de componer discursos. El diálogo vira hacia las características buenas y malas de la retórica, la composición de los discursos, su estructura, la diferencia entre la escritura y el discurso oral. En este sentido, Sócrates y Fedro hacen foco en el arte de componer discursos mediante el análisis de algunos anteriores: en primer lugar, el de Lisias; luego, los dos de Sócrates.
Sócrates dice explícitamente que el arte de componer discursos no es vergonzoso en sí mismo, como algunos pretenden, sino que cabe preguntarse cuándo un discurso está bien escrito y cuando no. Por ende, cuestionarse cuándo la retórica se practica bien y cuándo no es la pregunta pertinente. Sócrates argumenta que para que la retórica sea un arte es preciso que esté comprometida con la enseñanza y el conocimiento de la verdad, y a esto debe agregarse el conocimiento del público al que se dirigirá. Se manifiesta en contra de la preocupación por la forma en detrimento del contenido, y más aún en contra de privilegiar la verosimilitud por sobre la verdad.
Aunque las discusiones sobre la retórica y el eros se relacionan en sus implicancias para la comprensión de la naturaleza de la filosofía, la aparente distancia temática entre las dos partes de Fedro sigue siendo un tema popular de debate entre sus estudiosos.
La ciudad o 'polis' en contraposición con el exterior o 'apolis'
Sócrates es un hombre de la ciudad, de la polis, esté o no de acuerdo con su régimen. Dado que disfruta conversando con los ciudadanos de Atenas, y que cree que así es como se debe pensar y, sobre todo, filosofar, no tiene motivos para salir de los muros de la ciudad. El conocimiento se construye con los otros, adentro.
Sin embargo, en Fedro, el joven Fedro consigue atraer a Sócrates al campo, donde parece estar totalmente fuera de lugar, o como bien dice, apolis. Fuera de los muros de la ciudad, las Ninfas y los dioses poseen a Sócrates y lo inspiran a pronunciar discursos, cosa que en la ciudad no le place hacer. El escenario desempeña, pues, un papel importante en el diálogo, no tanto por el campo en sí sino por su oposición a la polis, tan valorada por Sócrates como para nunca cruzar sus muros. Este tema es uno de los primeros temas de conversación entre ambos al dirigirse a la vera del río.
Sócrates afirma que, desde su punto de vista, donde se encuentran ellos caminando, no es propicio para la enseñanza como sí lo es la ciudad, y esto es así porque están ausentes en los pórticos y fuera de las murallas los hombres nobles y dulces. Estos se encuentran en el ásty, en la polis, y es fundamental el intercambio con hombres nobles y dulces para el aprendizaje.