Resumen
Para una mejor comprensión y trabajo de análisis, agregaremos subtítulos a los diferentes momentos que pueden identificarse en el segundo discurso de Sócrates.
Sócrates comienza negando que haya habido alguna verdad en los discursos anteriores. Dice que la única razón por la que un muchacho debería preferir a quien no ama por sobre quien ama es si la locura fuera "sin distinciones, un mal", pero esto no es así, porque "los mayores de nuestros bienes se originan por la locura, otorgada sin duda por divina donación" (244a).
Tres tipos de locura divina
Hay varios tipos de locura divina. Para una mejor organización de la información las vamos a enumerar:
1. La locura que acompaña el trabajo de las profetisas de Delfos y de las sacerdotisas de Dodona, o de los profetas en general. Esta locura guía tanto a ciudades enteras como a individuos. Se considera a esta locura profética una locura del tipo apolínea, es decir, propia del dios Apolo.
2. La locura que consuela o proporciona alivio a los que están en apuros, en forma de profecías, oraciones, ritos místicos y de purificación.
3. La locura de las Musas, que se apodera del alma "despertándola y haciéndola entrar en un trance báquico" (245a) tanto en el canto como en la poesía. En este caso educa a la posteridad "celebrando las incontables proezas de los antiguos" (245a). Un poeta que llega a puertas de la poesía sin la locura de las Musas siempre será imperfecto.
4. El amor es el cuarto tipo de locura, del que se hablará ampliamente a partir de aquí. La locura erótica se le atribuye a la diosa Afrodita.
La naturaleza del alma. Mito del atelaje alado
Antes de discutir la locura erótica divina, Sócrates primero debe analizar detalladamente la cuestión del alma. "Toda alma es ingénita e inmortal" (246a) dice Sócrates. Es decir, el alma es un auto motor, por lo tanto, es incapaz de ser destruida o puesta en marcha; no tiene ni principio ni perece tampoco. En cuanto a su estructura, describir lo que es en realidad sería una tarea divina, pero es posible describir a qué se asimila. El alma es una "potencia en la que están en natural conjunción un atelaje de caballos y un auriga, sostenidos por alas" (246a). Esta alegoría es una de las más célebres alegorías de Platón en boca de Sócrates. Mientras que los caballos y aurigas de los dioses son todos de buen elemento, los de los hombres son una mezcla. Uno de los caballos es bueno y bello, mientras que el otro está constituido de elementos contrarios. Por ende, resulta complejo conducir el carro.
Mientras el alma es perfecta y alada podrá volar en el lugar supraceleste. El alma que pierde las alas baja a la tierra y adquiere cuerpo terrenal, "se aferra de algo sólido" (246c) y forma así un "ser viviente" (246c): un cuerpo con un alma fijada a él. Recibe este ser la denominación de mortal. Las alas del alma se nutren de la belleza, de la sabiduría, la bondad. Lo feo y lo malo contraen las alas, el alma así "se consume y perece" (246e).
Una gran procesión de carros vuela por el cielo, encabezada por Zeus y seguida por otros dioses. Hay muchas vistas y lugares maravillosos en el cielo. El banquete en el cielo, sin embargo, tiene lugar en una colina empinada. Mientras que algunos carros pueden subir la colina con facilidad, otros luchan con el peso del caballo indómito. Una vez en la cima, los dioses se sitúan en la cresta y contemplan lo que hay más allá del cielo. De este "fuera del cielo" (247c) Sócrates intentará decir algunas cosas:
El lugar supraceleste, visiones del alma divina
Lo que hay "fuera del cielo" (247c) es una realidad incolora, informe e intangible que "es realmente" (247c); es visible sólo para la inteligencia, el piloto del alma, y es el objeto de todo conocimiento verdadero. Más allá del cielo, en otras palabras, se encuentra la realidad de las Ideas o Formas, entidades supremas, como la Justicia, el Autocontrol, el Conocimiento y la Belleza.
Las almas más cercanas a los dioses también tendrán una visión de las Ideas o Formas, aunque será una visión imperfecta por el efecto distractor de la conducción de los caballos, sobre todo de la necesidad de domar al caballo oscuro. Muchas otras almas, sin embargo, nunca llegarán a la cima. Después de grandes dolores, volverán a caer sin haber visto la realidad, "sin haberse iniciado en la contemplación de lo que realmente es" (248b). Alejadas de la realidad de las Ideas, estas almas se sirven de la opinión en lugar de servirse de la verdad.
Todas las almas, aquellas que logran ascender y también las que no, anhelan estar en la llanura de la realidad y la verdad. La hierba que crece allí es la "pastura adecuada para la porción mejor del alma" (248b).
Decreto de Adrastea (orden de las encarnaciones)
Las almas adoptan diferentes formas en sus encarnaciones en la tierra: Las enumeraremos entre paréntesis para una mejor organización de esta jerarquía: (1) filósofos, amantes de la belleza, u hombres cultivados; (2) reyes o comandantes; (3) estadistas, administradores del hogar o financieros; (4) entrenadores o médicos; (5) profetas o sacerdotes; (6) poetas u otros artistas representativos; (7) trabajadores manuales o agricultores; (8) sofistas o demagogos; (9) tiranos.
Llevar una vida con justicia mejorará el destino de uno dentro de esta jerarquía. Pero una vida de injusticia conducirá al castigo. Es por eso que los filósofos se encuentran en primer lugar y, por último, los tiranos. Cada alma debe vivir un ciclo de diez mil años, excepto los que practican la filosofía, cuyo ciclo es de tres mil años nada más, como beneficio por mantenerse cercanos a la justicia, la mesura y la verdad. Además, el alma vive ciclos de mil años en la tierra, al final de los cuales podrá elegir su nuevo tipo de vida basándose en sus experiencias y recuerdos. La razón por la que al alma del filósofo le crecen alas en tres mil años es porque se mantiene, como bien dijimos, más cerca del lugar supraceleste.
La locura amorosa
Si retomamos el cuarto tipo de locura, podemos ahora comprenderla mejor: es la locura que exhibe alguien que ve a la belleza encarnada aquí abajo y recuerda vagamente, es decir, tiene una "reminiscencia", de la Idea o Forma de la Belleza que vio en el mundo supraceleste antes de descender. Esta es, según Sócrates, la mejor de las locuras mencionadas; "por participar de esta locura, el que ama lo bello es llamado amante" (249e).
Por supuesto, sólo unas pocas almas recuerdan la realidad (en este caso la Idea de la Belleza) lo suficientemente bien como para que esa locura sea provocada por algo terrenal. La belleza, a diferencia de otras Ideas del mundo supraceleste, brilla. Es por eso que podemos percibirla por sobre las otras Ideas; la vista es la más aguda de nuestras percepciones según Sócrates. El conocimiento, por ejemplo, al no brillar, no es plausible de ser percibido con los ojos.
La belleza y sus efectos
Sócrates dice que la visión de la belleza de un joven, por ejemplo, inflama las plumas de las alas de alma. Al separarse el amante de la mirada del bello muchacho, los orificios por los que las plumas del alma se abren camino se secan y queda el alma como "aguijoneada" (251d) y doliente. A su vez, se regocija porque tiene "el recuerdo de lo bello" (251b). Se atormenta el alma por la mezcla de esos dos sentimientos, queda perpleja ante lo extraño de su padecimiento.
Esta mezcla de dolor y alegría es el amor. El amor esclaviza al alma y le hace olvidar todo lo demás porque es el "único médico de las más grandes penas" (252b).
Cada alma imita al dios cuyo cortejo ha seguido
La forma en que el alma actúa en la tierra -incluyendo su relación con el joven amado- depende enteramente del dios al que siguió en el cielo. Por ejemplo, un asistente de Ares, el dios de la guerra, podría en su encarnación en la tierra actuar de forma beligerante y maltratar al muchacho de sus amores, así como a otros. Las almas que con mayor probabilidad podrán consumar sus relaciones con los jóvenes son las seguidoras de Zeus, Hera o Apolo, ya que son aquellas que no muestran envidia, ni falta de generosidad mezquina y que hacen todo lo posible por atraer al joven para que sea totalmente como ellas mismas y como el dios al que son devotas.
El atelaje alado del alma, su desequilibrio
Como se ha señalado anteriormente, el alma se compone de tres partes: dos caballos y un auriga. El caballo de la derecha es el mejor, el más noble, el que es "amante del honor con moderación y pudor" (253d). El caballo de la izquierda es más feo y salvaje, "compañero del exceso y la jactancia" (253e). A la vista de la belleza, el caballo de la derecha conserva el sentido de la vergüenza y no se mueve, mientras que el caballo de la izquierda salta hacia adelante en un intento de saltar sobre un joven bello. En cuanto al auriga, tira de las riendas con miedo cuando recuerda la realidad de la Belleza junto al Autocontrol. Surge así una lucha entre los tres elementos, al final de la cual el caballo malo es domado y el alma del amante finalmente sigue a su muchacho "con respeto y reverencial temor" (254e).
En cuanto al muchacho, al principio puede resistirse al amante. Pero, finalmente, permite que el hombre pase tiempo con él, ya que el bien se asocia naturalmente con el bien. Y, a medida que pasa tiempo con el hombre, el muchacho se da cuenta de que la amistad con un hombre inspirado por un dios supera todas las demás amistades de la vida. Con el tiempo, el muchacho también comienza a sentir el efecto del deseo que fluye a través de él. Así, tiene un espejo de amor en él, un "contra-amor" (255e) y actúa también según los deseos de "ver, tocar, besar, yacer juntos" (255e).
A todo esto, el caballo malo no deja de tirar siempre de las riendas del auriga. Si el hombre y el muchacho practican en su relación la modestia y el autocontrol, seguirán el camino de la filosofía y les crecerán alas después de la muerte. Si dejan que el caballo malo se salga de control, sus almas pueden quedar sin alas después de la muerte. Aun así, nada de esto significa que su destino sea de tinieblas: "llevando una vida luminosa" pueden los amantes ser "felices marchando en mutua compañía" (256e) de modo que "no pequeño premio obtienen de la locura amorosa" (256d) dice Sócrates.
De modo tal que la compañía de un amante puede ser buena y otorgar grandes dones, o quizá simplemente placeres no desdeñables. Pero según Sócrates, la familiaridad del que no ama, mezclada con "la cordura propia de un mortal" (256e) hará rodar al alma "nueve mil años alrededor y debajo de la tierra" (257a).
Así concluye Sócrates su discurso y palinodía, pidiendo disculpas a Eros de parte de él mismo y de Fedro, culpando a Lisias por la anterior grosería.
Análisis
El segundo discurso de Sócrates, también conocido como el Gran Discurso, eclipsa al anterior y al de Lisias en estilo, longitud y contenido. Aunque no es característico de Sócrates hablar de modo tan imaginativo, poético y extenso, muchas de las ideas socráticas (o platónicas) más célebres se derivan de este discurso. Como canto a Eros, el discurso puede dividirse en tres partes: una consideración sobre la locura; un cuadro del alma inmortal y su estructura; y una exploración del amor platónico. En la palinodía que Sócrates compone se encargará de tratar el asunto del alma; el alma es, en general, el objeto de toda palinodía, y también un concepto fundamental para la argumentación que desarrollará más adelante Sócrates en base no sólo al eros, sino también a la retórica.
Con respecto a la primera parte, tanto Lisias como Sócrates han planteado en sus discursos hasta ahora el carácter corruptor y maligno de la locura. En este segundo discurso de Sócrates, sin embargo, compone una imagen más compleja de la locura. No cabe duda de que tiene influencias negativas en los hombres la locura maligna; pero, de hecho, las mejores cosas que tenemos proceden de la locura divina, es decir, cuando la locura se da como un don proveniente de los dioses.
Sócrates sugiere, pues, que la lógica y la razón (logos) no son suficientes para las formas más elevadas de la vida humana y hace un elogio de la locura mostrando las cuatro formas en las cuales ésta se manifiesta de modo beneficioso para los hombres. Sócrates dice que la demostración que hará será beneficiosa para los sabios (sophoí) y no tanto para los astutos (deinoí). Los deinoí son aquellos que mantienen un punto de vista mecanicista y materialista del universo, en cambio la comprensión de los sophoí es natural e incorrupta. La esencia de esta diferencia entre la destreza y la sabiduría verdadera se retoma en la segunda parte de Fedro, como veremos, ya que apela a la diferencia entre el oratoria y la filosofía.
Lisias había tenido, al lado del de Sócrates, un discurso plagado de intelectualismo en donde el alma se encuentra subordinada al logos. Por esto mismo, en contraposición a Lisias, inspirado por las Ninfas y los dioses, Sócrates compone un discurso que comienza haciendo una gran consideración sobre el alma inmortal.
Cabe en este análisis hacer una reconstrucción de la argumentación sobre la inmortalidad del alma: En primer lugar, se postula que lo que siempre está en movimiento es inmortal. Luego, se dice que sólo lo que se mueve a sí mismo jamás cesa de moverse, puesto que no deja de ser lo que es. Una fuente que se mueve a sí misma es ingenerada. Es decir, nada genera su movimiento inicial. Además, este movimiento no cesa ni puede ser destruido. Lo que se mueve a sí mismo es, entonces, indestructible. Por ende, es esencialmente un alma y, por lo propuesto anteriormente, es ingenerada (o ingénita) e inmortal.
La importancia de la locura reaparece en la descripción de la estructura del alma inmortal como impulso no racional. Aquí, en lugar de apelar a la lógica directa, Sócrates recurre a una imagen poética y propone una semejanza, que será reconocida como una de las alegorías platónicas más célebres. El alma es entonces como un carro con dos caballos conducido por un auriga, el atelaje alado del alma. Los dioses y los hombres comparten la misma estructura del alma. Pero, mientras que los dioses poseen una perfecta armonía interna, los hombres deben luchar para subordinar a uno de los caballos, que es salvaje y oscuro. Este caballo oscuro representa el lado no racional e impulsivo del hombre, lo malo y feo, que se opone diametralmente a la racionalidad y el autocontrol que representa el caballo bueno y bello. Tanto en el cielo como en la tierra, el hombre debe luchar constantemente para dominar su lado oscuro. Obsérvese que el director del alma, el auriga, debe actuar con racionalidad. Aunque este trabajo es eterno -ya que el alma es inmortal-, la recompensa también es grande. Ya en República, Platón defiende sistemáticamente una visión tripartita del alma (las funciones son la racional, que es la prudencia; la irascible, que es el bien arduo o difícil que lleva trabajo conseguir; y la concupiscible, el bien que provoca placer físico).
En la famosa alegoría de la caverna del Libro VII de República, Platón evoca también un mundo de Ideas perfectas, o Formas, que residen en un reino superior al del hombre. Como vemos, Fedro pinta un cuadro similar en el apartado en que se centra en el espacio supraceleste. Cuando al alma le crecen las alas y viaja por el cielo, su recompensa final es ver lo que hay más allá del cielo: el verdadero Conocimiento, la verdadera Justicia, el verdadero Autocontrol, etc. Estas son las Formas o Ideas perfectas que la vida en la tierra sólo puede intentar imitar. Las almas que tienen la suficiente suerte -o practiquen el necesario control sobre el caballo oscuro- podrán ascender lo suficientemente alto en el cielo como para poder ver tales Ideas. Según Sócrates, este viaje ascendente al lugar supraceleste proporciona al alma humana su mayor recompensa.
Volviendo al asunto del eros, en la tercera parte del discurso, Sócrates dice que éste implica ver la belleza en la tierra y recordar la verdadera Belleza vista en el cielo cuando se era un alma elevada. Cabe aclarar que la Belleza ocupa un lugar privilegiado dentro de las Ideas en el lugar supraceleste. Dice Sócrates sobre el encuentro con lo bello aquí abajo: "Al recibir por los ojos la emanación de la belleza por la cual se reanima la naturaleza del ala, se inflama (...); se alivia el dolor y se regocija. Pero cuando queda separada [el alma de la mirada del bello joven] se seca" (251b-251d). Es decir que, como tal, la locura del eros en sí misma y en la tierra representa una fuerza esencialmente positiva que insufla vida. El verdadero peligro del eros reside en el caballo oscuro, cuando se precipita impulsivamente hacia la visión de la belleza -específicamente, de un muchacho hermoso- sin control alguno. Muchas almas ceden a tales impulsos y consuman sus relaciones sexuales. Pero el alma verdaderamente noble es capaz de dominar tales impulsos con modestia y autocontrol. Tal alma pertenece a un filósofo, que será recompensado con el regreso al cielo mucho antes que otros hombres.
Cuando somos almas tripartitas que circulan en el lugar supraceleste, se nos inicia otorgándonos una visión de los objetos sagrados de culto, las Ideas. Es la llamada epopteía, una experiencia que nos enfrenta a las Formas mismas, entre ellas la Forma de la Belleza. Al reconocimiento de que algo o alguien aquí abajo (un bello joven, por ejemplo) nos retrotrae a la Idea de la Belleza que hemos visto cuando éramos almas que habitaban el mundo supraceleste, lo llamamos "reminiscencia". Sócrates no llama conocimiento a estas percepciones; las percepciones, el contacto con aquello que remite a las Ideas, es el punto de partida para que pueda producirse el recuerdo, no el conocimiento mismo. La aprehensión, para producir conocimiento, requiere de que intervenga el razonamiento.
La expresión popular "amor platónico" deriva de esta discusión en Fedro sobre el control del auriga sobre el caballo oscuro que busca abalanzarse sobre el amado: la frase se utiliza a menudo para indicar una relación romántica desprovista de intimidad sexual. La definición de Sócrates de una buena relación pederástica, sin embargo, no excluye en realidad tal intimidad sexual de forma absoluta. Siempre que el hombre y el joven se traten con respeto y consideración, los placeres sexuales ocasionales y controlados pueden ser aceptables para el alma. Ambas partes simplemente deben conocer sus propios límites y mantener el caballo oscuro del alma bajo un estricto arnés. Una vez más, esta relación es un símbolo de todos esos amores. Cabe recordar las inscripciones en la piedra de Delfos que mencionamos en la primera parte: Conócete a ti mismo y Nada en exceso.