Resumen
Sócrates se encuentra con Fedro mientras camina por las calles de Atenas. Fedro le dice que ha estado sentado desde el alba con Lisias, el hijo de Céfalo, y que ahora desea dar un paseo fuera de las murallas de la ciudad. Sócrates le pregunta a Fedro cómo ha pasado su tiempo con Lisias. Según cuenta el joven, él y otros hombres escucharon a Lisias pronunciar un discurso sobre el amor. En este punto, Fedro dice que "Lisias sostiene que es mejor dar tus favores a quien no te ama que a quien te ama" (227c).
Sócrates expresa interés por escuchar el discurso de Lisias. Fedro, por su parte, afirma que "un mero diletante" (227d) como él nunca podría recitar el discurso de una manera digna de Lisias, y mucho menos de memoria. Sócrates replica que conoce a Fedro lo suficientemente bien como para ver a través de este comentario. Sabe que se ha aprendido las palabras de Lisias de memoria y que se dispone a ir fuera de las murallas a practicarlo. Inclusive manifiesta saber que Fedro se ha alegrado de encontrarlo a él, Sócrates, para ejercitarse, a pesar de que finja tímidamente reticencia.
Sin comentar directamente esta conjetura, Fedro accede a que Sócrates escuche el discurso. Sostiene, sin embargo, que realmente no lo memorizó al pie de la letra. Así, propone resumir el sentido general, enumerando todos los puntos capitales en orden. Una vez más, Sócrates se da cuenta del engaño de Fedro. Al notar un objeto en la mano izquierda del joven, Sócrates dice saber que Fedro tiene una copia del discurso original y que simplemente quería practicar su propia oratoria. Una vez revelada la verdad, en tono amistoso los dos se dirigen a un lugar tranquilo para leer.
Mientras se acercan a un plátano a orillas del río Iliso, Fedro pregunta a Sócrates si cree en la leyenda de Boreas y Oritía, que supuestamente tuvo lugar a orillas de ese río. Sócrates dice que no sería errado descreer del mito, como hacen los intelectuales. Pero, en consecuencia, tendría que encontrar formas ingeniosas de explicar los muchos aspectos fantásticos de la leyenda de una manera racional. Tal desmitificación llevaría mucho tiempo. Sócrates afirma que no tiene tiempo para perder en tales asuntos, ya que todavía no puede conocerse a sí mismo; "me parece ridículo, si todavía desconozco eso, indagar otras cosas que me son ajenas" (230a), le dice.
Cuando llegan al plátano, Sócrates expresa un profundo aprecio por la belleza del entorno natural. Fedro señala que Sócrates "se asemeja a un forastero" (230c) por su sorpresa; en general, Sócrates suele permanecer en la ciudad. Sólo con la perspectiva de escuchar el discurso de Lisias es que el filósofo se ha visto atraído a salir de las murallas.
Análisis
En este prólogo se introduce a los dos personajes principales de Fedro. En primer lugar, está Sócrates, harto conocido filósofo ateniense y protagonista de los homónimos diálogos socráticos de Platón. Como en todos los diálogos platónicos en los que es protagonista, Sócrates guiará la conversación. En este caso, se encuentra con Fedro, un joven miembro del círculo socrático. Fedro ya ha sido personaje en el Protágoras y el Banquete de Platón; su retrato es siempre el de un joven ingenuo pero entusiasta. Lisias, el autor del discurso en cuestión, es un célebre logógrafo, redactor por encargo, que en este caso ha escrito un discurso sobre el amor a pedido de un hombre mayor enamorado de un joven. El hombre desea obtener el favor del joven. Para las relaciones sexuales se utiliza la expresión "favores"; los eufemismos son siempre la regla en una conversación educada como debe ser la filosófica.
Asimismo, cabe recordar siempre que el Sócrates de Fedro, en realidad, el Sócrates de Platón en general, no encarna necesariamente a la persona histórica. Lo mismo sucede con el personaje de Fedro: aunque el Fedro histórico haya tenido una inclinación fuerte hacia la retórica, en este caso Platón se sirve de su persona para inspirar un tipo de personaje arquetípico que le interesa ilustrar. Un tipo de actitud que le sirve para perfilar un contrapunto entre el filósofo (Sócrates) y el retórico (Fedro y el discurso de Lisias).
Para el momento en que se produce el encuentro fortuito entre Sócrates y Fedro con que comienza el texto, Sócrates prospera en el ámbito cultural de la ciudad -la polis-. Como filósofo, se dedica a dialogar con diferentes personas de Atenas y a aprender de ellas. Siempre permanece dentro de los confines de la ciudad y, por lo tanto, se comporta como "un forastero" (230c) en las raras ocasiones en que sale de sus murallas. Es en la polis donde encuentra la actividad pertinente para su labor: a Sócrates le interesa filosofar en tanto esto signifique encontrarse con los otros. Solo en este encuentro pueden pensarse los problemas de la comunidad, de la virtud. El retiro a la naturaleza no tiene nada que ofrecerle en este sentido: Sócrates no sale de la polis, mucho menos para filosofar. Es por esto mismo que Fedro, en relación con el espacio en el que transcurre el diálogo, representa un texto particular.
El encuentro casual se presenta como una gran oportunidad para Fedro de ejercitar su memoria. Sin embargo, el descubrimiento por parte de Sócrates del discurso de Lisias por escrito, escondido en las ropas de Fedro, cambia los términos del intercambio. Se establece una relación erótica con el discurso: en principio Fedro hace que Sócrates desee el discurso, simula no recordarlo bien, se hace "rogar" (228c). Por su parte, al encontrarlo, Sócrates se niega a que Lisias se ejercite con él: estando Lisias "presente" (228e), lo mejor es leer sus propias palabras. Esta situación adelanta un tema que se tratará más adelante en el diálogo, y es la relación entre el logos, es decir, el discurso, y la memoria. La escritura viene a sostener la memoria y es uno de los grandes tópicos de Fedro. Además, se presenta por primera vez en boca de Fedro la distinción entre el contenido de un discurso, diánoia, y las palabras que se emplean para expresarlo, rhémata. Sócrates va a retomar esta distinción varias veces en sus diálogos.
Luego, Sócrates y Fedro deciden recostarse bajo un plátano. Hay una descripción con tintes divinos de este lugar; el aire es perfumado, las cigarras forman un coro, se siente el sabor a verano, el río es límpido y transparente. Este escenario conforma un motivo recurrente en la literatura llamado locus amoenus: se trata de la descripción de un espacio idílico para la conversación íntima y profunda, signado por la belleza del entorno natural. Para más información sobre la composición del espacio como locus amoenus es posible ver la sección "Símbolos, Alegoría y Motivos: La vera del río (Motivo)".
A la sombra del agnocasto en plena floración, al cual se le atribuyen cualidades antiafrodisíacas necesarias para encarar los asuntos filosóficos del eros con mesura, Fedro le pregunta a Sócrates si cree en el mito de Boreas. De alguna manera, lo que le pregunta Fedro en realidad es si cree en la mitología en general. Sócrates no afirma ni niega creer en los mitos, a pesar de que, como es considerado un sabio, se presupone que debe descreer de ellos e intentar explicarlos. Sócrates dice que no tiene sentido complicarse con estos asuntos. En el templo de Delfos hay una inscripción que dice Conócete a tí mismo. Conocerse a sí mismo, aprehender esa frase, es entrar en la concepción socrática. La veracidad de los mitos no es un punto que a Sócrates le interese debatir principalmente porque representa un escape o una desviación de lo que verdaderamente importa: el autoconocimiento.
Igualmente extraño es el hecho de que Sócrates no solo salga de la ciudad, sino que lo haga para escuchar (y luego dar) un discurso. Platón retrata a Sócrates sistemáticamente como alguien que no disfruta ni practica los discursos, mucho menos largos. De hecho, la forma de discurso predilecta de Sócrates implica una serie de preguntas y respuestas cortas conocidas como elenchus o "método socrático". Sin embargo, en Fedro, la perspectiva de escuchar el discurso de Lisias retrata a Sócrates como una especie de "animal hambriento" (230e) que seguirá la copia del discurso de Fedro a cualquier lugar. Sócrates explica que Fedro ha encontrado un pharmakon, es decir, una poción que puede ser tanto cura como veneno, que es el discurso de Lisias por escrito y que despierta el deseo de Sócrates. Inesperadamente, Sócrates dice de sí mismo ser un maniático, un loco, de los discursos.
Hemos visto que Sócrates es un hombre de la ciudad o polis. En la Grecia antigua, la cultura de la polis suele asociarse con la racionalidad y el orden, sobre todo cuando se opone a la locura de fuera de la ciudad (apolis). Esta dicotomía se verá reflejada también en los dos tópicos que tratarán en el diálogo Fedro y Sócrates más adelante. Por un lado el amor, el eros, y, por el otro, la retórica.