Resumen:
Montag pasa el resto de la tarde lluviosa leyendo ansiosamente los libros mientras Millie se queda en casa sin hacer nada. Mientras lee, Montag recuerda varias veces a Clarisse. Mientras tanto, la pareja tensa de por sí es alarmada por unas rascaduras en la puerta. Millie le resta importancia diciendo que es “sólo un perro”, pero Montag sabe bien que es el Sabueso Mecánico. Afortunadamente, el Sabueso se va sin causar alboroto. Millie alega que no hay ninguna razón por la cual leer los libros y que quemarán su casa si los descubren. Montag contesta con un vehemente discurso afirmando que en realidad no tienen ni idea de lo que pasa en el mundo y que a los que buscan saber se les callan rápidamente, como a Clarisse y a la anciana. Habla de la guerra que se está llevando a cabo y de cómo la gente en el resto del mundo trabaja duro y se muere de hambre cuando ellos viven bien y se dedican a entretenerse. El teléfono suena, interrumpiendole a Montag. Millie lo contesta y se deja inmediatamente cautivar por una conversación acerca de un insignificante programa de televisión.
Mientras Millie platica, Montag se pregunta cuál va a ser el siguiente paso. Se acuerda de un encuentro con un anciano en un parque, hace un año. El hombre era un antiguo profesor universitario de literatura (todas las facultades de humanidades habían sido clausuradas hace 40 años) llamado Faber. Para Montag, era obvio que el anciano traía escondido un libro en su chaqueta, pero el bombero no hizo nada al respecto. Las palabras de Faber sonaban en su mente: “No hablo de cosas, señor. [...] Hablo del significado de las cosas. Estoy aquí, y sé que estoy vivo” (p.89). Montag se acuerda de que se quedó con los datos de contacto de Faber y los recupera entre sus archivos. Utiliza un teléfono auxiliar para llamar a Faber, que se queda asombrado al oír hablar a Montag. Éste le pregunta cuántas copias de la Biblia quedan en el país (el libro que se robó de la colección de la anciana). Faber le dice que no queda ninguna hay y le cuelga nerviosamente.
Cuando Millie y Montag acaban sus respectivas conversaciones telefónicas, mientras a ella ya se le olvidó el asunto de los libros ante la expectativa de la visita de sus amigas para mirar la televisión, en él creció su entusiasmo por los libros. Mientras delibera sobre cuál de sus libros le entregará a Beatty, Montag se pregunta si éste sabe exactamente cuántos títulos tiene en su posesión. Millie le ruega deshacerse de todos los libros. Más tarde, a punto de irse para ver a Faber con el fin de obtener una copia de la Biblia antes de entregar la original a Beatty, Montag le cuestiona a Millie acerca de sus amados personajes de televisión y le pregunta si ellos la aman, lo cual obviamente no puede ser. Su pregunta la deja confundida y a él lo entristece ver que ella esté tan desconectada de la realidad.
Montag se sube al metro, rumbo al departamento de Faber. En el camino, se da cuenta de lo insensible que se ha vuelto hacia el mundo y se pregunta si será capaz algún día de recuperar su fuerza de voluntad. Recuerda la frustración que sintió de niño cuando intentó la imposible tarea de llenar un tamiz con arena. Decide leer y memorizar la Biblia que lleva con él antes de tener que devolvérsela a Beatty pero es incapaz de recordar nada de lo que acaba de leer, exactamente como el tamiz es incapaz de retener la arena. Aumenta su frustración cada vez que sus intentos de concentrarse se ven saboteados por la canción publicitaria que se escucha constantemente en los altavoces del metro.
Montag llega a la casa de Faber; el nervioso anciano duda primero, pero después de asegurarse de que está solo, deja entrar a Montag. Mientras Faber lee ansiosa- y detenidamente la Biblia, el bombero le dice que es el único que puede ayudarle. Reflexiona sobre cómo Cristo es ahora “la familia” en la televisión y se acuerda de que “había un montón de libros hermosos en aquel tiempo, antes de permitir que se perdieran.” Faber afirma él mismo ser un cobarde por no haber protestado cuando empezaron a prohibir los libros. Montag le pide a Faber que lo ayude a entender sus libros, lamentando que la sociedad pierda algo fundamental que le permitiría experimentar la verdadera felicidad. Faber explica que la desaparición de los libros no explica del todo la superficialidad de la sociedad. Más bien, los miembros de la sociedad carecen de la calidad de introspección, del misterio y del cuestionamiento que encontramos en los libros. Faber afirma que les temen a los libros porque “revelan los poros de la cara de la vida” y les hacen sentirse incómodos. Lo que el mundo necesita—según Faber—es la calidad de buena información como la que encontramos en los libros, tiempo libre para analizar y entender dicha información, y el derecho de actuar según ese entendimiento.
Montag y Faber elaboran un plan para hundir el sistema opresor, metiendo libros en las casas de los bomberos de todo el país y dando la alarma. De esta manera piensan quebrantar la fe de la gente en los hombres que a la vez temen y veneran por “proteger” la nación del peligro de los libros. Sin embargo, Faber abandona la idea diciendo que la gente está divirtiéndose demasiado como para interesarse en el asunto. En cambio, sugiere que deberían esperar la guerra inminente para implosionar la sociedad y de esta forma poder iniciar una nueva. El anciano está obviamente frustrado, desalentado por el estado de las cosas, y se siente inútil para hacer algo al respecto. Montag, en un intento de sacar la pasión obviamente ardiendo en algún rincón interior de Faber, empieza a arrancar páginas de la Biblia. Faber le implora parar y acepta finalmente invitar a un viejo amigo a que saque copias del libro para ellos. A Montag le preocupa que cuando regrese al cuartel de bomberos, el Capitán Beatty le dé uno de sus poderosos discursos y acabe convencido de que quemar libros es un noble servicio público. Faber le da a Montag una pequeña bola verde que moldeó para ser una radio que manda y recibe señales, similar a la radio-caracol a la que es adicta Millie. Planean comunicarse mediante la radio y así desde la seguridad de su propia casa, Faber podrá oír todo lo que Montag hace y darle sugerencias sobre cómo actuar.
Montag regresa a su casa y está comiendo solo en la cocina cuando las amigas de Mildred, la señora Phelps y la señora Bowles llegan para ver la televisión con Millie. Montag, alterado por sus comentarios tontos y su falta de conciencia del mundo a su alrededor, desenchufa la televisión de tres paredes e intenta iniciar un debate con ellas acerca de la guerra inminente. La señora Phelps no siente ninguna preocupación por su tercer esposo, que fue a luchar en el frente, y rápidamente cambia la conversación para hablar de un nuevo programa de televisión. Montag insiste en preguntarle por sus hijos. La señora Phelps no tiene ninguno y la señora Bowles tiene dos por los cuales no parece tener ninguna afinidad. La conversación vuelve a lo político y Montag se molesta al escuchar que las mujeres votaron por el presidente actual tan sólo porque era más guapo que los otros dos. Montag rescata un libro de poesía, presencia que una Millie confusa justifica diciendo que cada bombero tiene permitido traer a casa un libro al año para ver lo tonto que son. A indicación de Faber, Montag confirma que es cierto y empieza a leer un poema, "La bahía de Dover", a las tres incómodas mujeres. Cuando acaba, la señora Phelps está llorando aunque no pueda explicar el por qué, y la señora Bowles está enfadada con Montag por haber traído alboroto. Mildred intenta tranquilizar el grupo, pero las mujeres están bastante traumadas y se van. Montag las critica al mismo tiempo que se van, diciéndoles que deberían pensar en la calidad de sus vidas. Mildred va al baño para tomar unas píldoras y Montag quita el radio de su oreja mientras Faber le ruega que pare, convencido de que se metió a sí mismo en problemas.
Antes de irse a trabajar, Montag recupera sus libros de detrás del refrigerador y nota que faltan algunos. Cae en la cuenta de que Millie de seguro empezó a meterlos al incinerador. Esconde los libros que quedan en el jardín y se va. Vuelve a colocar la radio en su oreja y cuando entra al cuartel de bomberos, Faber le aconseja actuar normalmente y quedarse relajado. Montag está nervioso cuando llega al trabajo. El Sabueso Mecánico no está, Montag sin decir palabra le devuelve un libro a Beatty y se sienta a jugar a las cartas con él y los otros hombres. Beatty empieza a espolear a Montag, menospreciando los libros y lanzándole citas literarias. Faber le recomienda continuamente quedarse tranquilo, cosa que logra con cierta dificultad. Llega una alerta y se van para atenderla. Cuando llegan al lugar, Montag levanta la vista y descubre que se trata de su propia casa.