La responsabilidad personal
Este es el tema principal de la novela. A lo largo de la obra, hay una gran cantidad de situaciones en las que los diferentes personajes deben tomar decisiones que atañen, por un lado, a la ética y la moral y, por otro lado, al bienestar personal y familiar.
Ante cada una de estas decisiones, el lector es invitado a preguntarse si lo que ha hecho el personaje es correcto, y qué haría en su lugar. Por ejemplo: ¿es correcto lo que hacen los padres al intentar esconder a su hijo mayor tras la violación y asesinato de la chica desaparecida? Sin dudas, no lo es. Pero ¿qué haría el lector ante una situación así? ¿Haría lo correcto moralmente o protegería a su hijo, un chico con discapacidad mental, que no tuvo intención de hacer lo que hizo?
A través de este tipo de cuestionamientos, Pen involucra al lector en un debate moral, y lo impele a empatizar o indignarse con cada uno de los personajes mientras se entretiene con sus peripecias.
El amor familiar
Este tema es fundamental para que la novela termine con un final feliz. Tras cientos de páginas truculentas, El brillo de las luciérnagas llega a un desenlace esperanzador y armónico. En "Quince años después", capítulo que funciona como epílogo de la obra, el narrador, ya convertido en adulto, comparte la dicha de vivir en libertad junto a su pequeño hijo, y mantener una relación excelente con sus familiares (aquellos que lo mantuvieron en cautiverio viviendo en un sótano durante años). No solo los provee, sino que, de vez en cuando, baja a dormir junto a ellos. Ahora que tiene un hijo, el narrador es capaz de comprender perfectamente por qué sus padres y abuelos hicieron lo que hicieron, e incluso afirma que él haría lo mismo si estuviera en su lugar.
Así, colocando en el pedestal de los sentimientos el amor por la familia, Pen tiñe de rosa su oscura novela. El caos que reina durante casi toda la obra se convierte, finalmente, en armonía. Incluso la hermana, en su lecho de muerte, se reconcilia con la madre. Gracias a la pureza del amor familiar, una pureza que había quedado oculta -pero latente- por las circunstancias, todo encuentra su equilibrio.
La religión católica
En El brillo de las luciérnagas, la religión católica es presentada como un consuelo y una amenaza.
La abuela, el personaje más creyente de la obra, lleva siempre un rosario entre sus manos y reza constantemente. Así, procura expiar los horribles pecados de la familia, como el bebé nacido de la relación incestuosa entre hermanos. Para la abuela, la religión es un consuelo metafísico que la ayuda a subsistir en el horror mundano del sótano.
El protagonista también es creyente. Este tiene un profundo respeto y temor por "el de arriba". Su hermana aprovecha ese temor para chantajearlo. Le hace jurar por el de arriba que no contará los secretos que ella le comparte. Así, consigue instar a su pequeño hermano a intentar escapar del sótano.
En relación "al de arriba", cabe destacar que Pen construye un paralelismo entre la figura de Jesucristo y la del abuelo. Entre ambos hay varias coincidencias: los dos "viven" arriba, se encargan de dar el pan de cada día a la familia (uno metafóricamente y el otro, literalmente) y los dos son venerados por la abuela. Este paralelismo confunde al narrador, que, en su ignorancia infantil, cree que quien literalmente le lleva los alimentos a la familia al sótano es el hombre del crucifijo. Esto aumenta su respeto y su temor hacia él.
La mentira y la verdad
¿Es la verdad siempre la mejor opción? ¿O la mentira puede ser útil y provechosa? El narrador y protagonista de la novela vive en un mundo de mentiras. Cree, entre otras cosas, que la puerta que da al mundo exterior está abierta y solo debe girar el picaporte para salir, que existe el hombre grillo y que el mundo exterior está hecho de fuego. Todas estas mentiras lo mantienen bajo el control de sus padres. Cabe preguntarse: ¿ese control es solamente negativo? ¿O no es mejor que ese niño viva en el sótano creyendo que esa es la única vida posible, en lugar de lamentarse por no conocer el afuera?
Además de estas mentiras construidas por la familia, el narrador tiene las suyas propias. Cree, entre otras cosas, que lo que encuentra por ahí (tornillos, dientes, guisantes) son luciérnagas, cree que del huevo que le dio la madre nació un pollito, y que ese pollito lo espera en el mundo exterior. Todas estas mentiras lo mantienen con esperanza y alegría mientras vive encerrado en el sótano. ¿Puede decirse, acaso, que el narrador debería no creer en esas mentiras y mirar la verdad de frente?
A lo largo de la obra, el protagonista va descubriendo el revés de todas sus creencias: la puerta al mundo exterior siempre estuvo cerrada, el hombre grillo no existe, el mundo exterior es hermoso, nunca tuvo luciérnagas entre sus manos, y el pollito nunca existió. Entonces, decide salir del sótano. En El brillo de las luciérnagas, la mentira es un modo de sobrevivir. Una vez que el protagonista conoce toda la verdad, ya no puede seguir sobreviviendo en el sótano: debe salir al mundo exterior y comenzar a vivir.
El sexo
En El brillo de las luciérnagas, el sexo es visto como algo sucio, pecaminoso y enfermo. Aparece íntimamente ligado a la violencia y la perversión. El hermano viola a la chica desaparecida y a su hermana. La hermana, por su parte, le hace creer al protagonista que es violada sistemáticamente por el padre. El padre no tiene pudor alguno en limpiarse las partes privadas frente al pequeño hijo luego de tener sexo con la madre. La madre siente vergüenza al saber que su pequeño hijo pudo haber percibido que tuvo relaciones sexuales con el padre. Además, el hermano está constantemente haciendo gestos obscenos, se pasea por el sótano con el miembro erecto y se masturba frente a otros sin pudor.
Como vemos en esta enumeración, el sexo no aparece nunca ligado al amor y la intimidad. Ni siquiera las relaciones sexuales entre el padre y la madre están libres de vergüenza. El incesto, el abuso y el exhibicionismo son recurrentes. En una familia que ha perdido toda la moral, el sexo se presenta como la manifestación más clara de la inmoralidad.
La libertad
La novela comienza con una puerta cerrada e infranqueable, y termina con un cielo abierto y lleno de estrellas. El deseo de libertad guía al protagonista de la novela desde el primer capítulo hasta el último. En el medio, entre oscuridades, mentiras y verdades, este imagina constantemente el mundo exterior. Sueña con ser libre y conocer los insectos que ve en su libro, el cielo soleado, América.
Ahora bien, la libertad está en conflicto constante con otro valor fundamental de los personajes: el amor familiar. De hecho, el amor familiar es el motivo fundamental por el que la familia pierde la libertad, y la razón por la que los padres, varias veces, le mienten a su hijo acerca de cómo es el mundo exterior (la madre, incluso, llega a decirle que aquellos que viven afuera tienen lo mismo que ellos en el sótano). Al final de la novela, por supuesto, la libertad termina imponiéndose, aunque el narrador, ni siquiera quince años después de haber salido de su cautiverio, deja de extrañar la vida junto a sus familiares en el encierro.
La justicia
En El brillo de las luciérnagas, la única justicia que rige es la justicia por mano propia. En ningún momento la justicia gubernamental o la justicia moral caen sobre la familia, pese a que esta viola las leyes gubernamentales y la moral de diferentes formas.
Ante la posibilidad de caer en manos de la justicia, la familia decide esconderse y vivir para siempre en un sótano. Opta por "ajusticiarse" a sí misma encerrándose en su propia prisión. Ni siquiera pretende avisarles a los padres de la chica desaparecida lo que ha pasado con su hija. La hermana (el personaje más ético de la familia, exceptuando al protagonista) es quien, a hurtadillas, se hace cargo y los llama. Y he aquí otro punto interesante: el padre de la chica desaparecida también apuesta por la justicia por mano propia. En lugar de llamar a la policía, va a la casa de la familia y arroja bombas molotov.
En El brillo de las luciérnagas, todo se resuelve a nivel privado. No hay ley social que valga, ni gubernamental ni moral. Los personajes no creen que el Estado y su justicia pueda comprender los motivos que los llevaron a realizar una u otra acción, ni que sea capaz de castigar a los culpables de sus tragedias. Todo se resuelve, entonces, por mano propia. Los resultados, sin dudas, no son los mejores.