El brillo de las luciérnagas

El brillo de las luciérnagas Resumen y Análisis Presente (29-36), Quince años después (37)

Resumen

Presente

29

El narrador acaricia la cara de su hermana. Le pregunta por qué no está quemada. Ella le responde que, en el momento del incendio, no estaba en el sótano junto a los otros miembros de la familia. Luego le dice que, con su ayuda, él podrá salir de allí. El narrador no confía en ella. ¿Cómo puede confiar en alguien que envenena a un bebé? ¿Cómo sabe que no lo va a engañar? Ella le dice que quienes le han mentido durante toda su vida son los demás. Entre otras cosas, le dijeron que ella tenía la cara quemada y que la puerta de la cocina estaba abierta. La hermana agrega que, si sale, podrá irse con el bebé. El narrador duda. No quiere que su salida genere consecuencias para la familia. La hermana le asegura que a sus padres, al hermano y la abuela no les pasará nada. Podrán seguir viviendo allí. Luego, le cuenta que el sótano tiene otra puerta oculta, que realmente conduce al mundo exterior. Ahora bien: mientras no tenga confianza en él, no le dirá dónde está dicha puerta.

30

A la mañana siguiente, cuando el narrador va a desayunar, encuentra a su madre dándole leche al bebé con un biberón. El narrador siente que está mal que el recién nacido no se alimente con la verdadera leche de su madre. Mira su rostro y le parece que está sufriendo. Piensa en su futuro, allí encerrado. Piensa que debe encontrar la otra puerta del sótano y liberarlo.

Luego del desayuno, el narrador le demuestra a su hermana que está convencido de querer salir y le pregunta dónde está la puerta oculta. Ella le dice que la puerta es el armario que está en el cuarto de los padres. El narrador no le cree: él también leyó Las crónicas de Narnia, y sabe que su hermana tomó la idea de la puerta en el armario de ese libro. La hermana le dice que es un chico muy listo y que parece un engaño, pero es verdad: por el armario se llega a un túnel que conduce a la superficie. El problema es que para salir del túnel hay que pasar por una trampilla que solo puede abrirse desde afuera. Por lo tanto, deben planear el momento exacto del escape.

Entonces, la hermana envía al narrador a la cocina a contar cuántas papas quedan. Este no comprende, pero obedece. Hay un montón de papas. Tras reflexionar misteriosamente, la hermana le dice al narrador que ahora deben esperar a que vaya al sótano el hombre grillo.

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El narrador siente mucho miedo, pero la hermana lo impele a seguir adelante. Le pregunta si él ya vio al hombre grillo. Él dice que sí, pero que luego la madre le dijo que aquel no existía. Entonces, ella le recuerda que la madre es una mentirosa. El hombre grillo existe y entra en el sótano de vez en cuando por la puerta del armario. Para hacerlo, debe abrir la trampilla del túnel. Ese es el único momento en el que el narrador podrá escapar. Él le pregunta a la hermana qué pasa si el hombre grillo no vuelve al sótano. Ella le responde que va a volver, porque él aún guarda su tarro en el cajón. El narrador tiene miedo de que, al intentar escapar, el hombre grillo se lo lleve. La hermana le asegura que eso no sucederá, porque cuando este entre por la trampilla, él ya estará escondido en el armario. Entonces, cuando el hombre grillo pase por su lado y entre en la casa, él deberá salir por la trampilla. Afuera, él correrá hacia las casas. Le dirá a la gente que quiere salvar a su pequeño sobrino y los llevará hasta el sótano. El narrador se ilusiona con volver a ver a su pollito. Su hermana le responde que lo del pollito fue una ilusión, una mentira que le hizo creer la abuela. Él se pone a llorar.

Esa noche, habla con su abuela. Le pregunta si el pollito está vivo, fuera del sótano. Ella le asegura que sí. Él, decepcionado, le da las buenas noches. Luego, se acerca a la cuna del sobrino y le dice que pronto va a sacarlo de ahí. La abuela le pide un beso, pero él repite “buenas noches”.

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Las papas, de a poco, se van agotando. Así también se agotan la leche, los huevos y la pasta de dientes. Eso, según la hermana, es señal de que se acerca el momento de la huida.

En esos días, la madre advierte que algo le sucede al narrador. Le pregunta si ha cambiado de parecer respecto a alguna cuestión, pero él le asegura que todo está bien.

Una noche, el narrador va al salón a buscar su cactus. Escucha una conversación entrecortada entre la madre y la abuela. La madre dice: “… querer irse por sí mismo. Lo que pretende mi marido no funciona. Vamos a tener que contarle todo. Ya no es tan pequeño, sabíamos que…” (pp. 282-283). En ese momento, la abuela se percata de la presencia del narrador y la calla. La madre le pregunta qué está haciendo allí. Él le responde que fue a buscar el cactus. En ese momento, advierte que su padre está saliendo del baño. Si quiere llevarse su cactus al cuarto, debe apresurarse. El narrador corre y agarra la maceta, pero su madre, asustada porque no sabe a dónde va, lo intercepta. La maceta cae al piso y se rompe. El padre sale del baño, se pincha con el cactus y reta al narrador. Este se va a su cuarto, muy triste. Escucha, de fondo, que el padre le dice a la madre: “Empieza a funcionar”, pero ella le responde: “No funciona nada” (p. 284). El narrador quiere salir ya mismo del sótano.

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Cinco noches después, la hermana le dice al narrador que ha llegado el hombre grillo. Es momento de la huida. Él, pese al miedo, se viste, agarra el libro El mago de Oz y sale del cuarto. Atraviesa el pasillo. Mientras, la hermana va a la habitación del bebé, lo saca de la cuna y lo hace llorar. El narrador se esconde al lado de la puerta del cuarto de los padres. Todos se despiertan. La hermana va al salón con el bebé en brazos. Grita. Dice que va a ahogar al bebé. Los padres salen presurosos del cuarto. Antes de que la puerta se cierre, el narrador coloca el libro en el marco y vuelve al salón.

Allí, el padre lucha con su hermana para intentar quitarle el bebé. El narrador se acerca a su madre, le dice que no quiere ver eso y que se va a habitación. La abraza. La hermana grita: “No voy a aguantar mucho más” (p. 292). El narrador comprende que debe apurarse. Con dolor, se separa de su madre, va a su cuarto a buscar el tarro de las luciérnagas y entra en la habitación de sus padres. En ese momento siente un impacto en el techo. La hermana, desde el salón, le grita: “Ya viene” (p. 293). El narrador corre al armario y abre la puerta. Escucha que la hermana le grita a alguien: “¡Y tú ahí durmiendo sin enterarte de nada!” (p. 294). El narrador entra en el armario y cierra la puerta en el momento exacto en que sus padres vuelven a la habitación. Desde adentro del armario, escucha que la madre dice: “Siempre que viene tiene que pasar algo” (p. 294). El narrador advierte, entonces, que ella sabe de la existencia del hombre grillo.

Una luz brilla en el otro extremo del túnel, el suelo tiembla y se escucha el chasquido de unas rodillas: el hombre grillo se acerca.

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El narrador se esconde entre la ropa. El hombre grillo está cada vez más cerca de él. En eso, el narrador escucha que su padre pregunta: “¿Qué hace ese libro ahí?” (p. 296). Advierte que se olvidó de agarrar El mago de Oz: su intento de huida será descubierto. El hombre grillo pasa por su lado y entra en el cuarto de los padres. El narrador corre hacia el otro extremo del túnel, iluminado tan solo con la luz que emanan sus luciérnagas desde el tarro. El hombre grillo vuelve a entrar en el armario y comienza a ir tras él. El narrador llega al otro extremo del túnel y tantea las paredes hasta dar con unos escalones. Cuando comienza a subir, el hombre grillo le dice: “No salgas” (p. 301). Él sigue subiendo, pero entonces escucha la voz de la abuela que también le pide que se quede con ellos, y luego la voz de la madre, y después la del padre. El hombre grillo se acerca al narrador. Este le pide, por favor, que no lo coma. El padre aclara que aquel no es el hombre grillo y este, finalmente, dice: “Prefiero que me llames abuelo a partir de ahora” (p. 302).

35

Entran en la casa y van a la habitación del narrador. La madre le pregunta por qué está escapando. Él le responde que lo hace porque lo quieren tener encerrado y porque le mienten. El padre le cuenta, entonces, que ellos quieren que él salga, y la abuela aclara: “Tu abuelo va a necesitar ayuda” (p. 303). El narrador mira a la cara por primera vez a su abuelo. Advierte que es un hombre muy viejito, pero que nada tiene que ver con un grillo. Se siente confundido: si quieren que salga, ¿por qué impidieron su huida? El padre le explica que ellos quieren que salga, pero no que escape. De hecho, el maltrato que le propinó de un tiempo a esta parte, en realidad, tenía como objetivo hacerle sentir el deseo de irse de allí. Le pide perdón. La madre le recuerda al narrador que ella, varias veces, le preguntó si quería salir y él, una y otra vez, le respondió que no. Él, entonces, aclara que antes no quería salir pero ahora sí, porque se enteró de muchas cosas. La familia vuelve a disculparse. Le dicen que todo lo hicieron por él. El narrador les pregunta por qué ellos no pueden salir del sótano. Ellos evaden la respuesta. Él agrega, así, que en la única persona en la que puede confiar es su hermana.

El padre va a buscar a la hermana al cuarto. Intenta forzarla a que se ponga la máscara, pero ella le aclara que el narrador ya sabe que su rostro está bien. El padre le pregunta si acaso el narrador sabe por qué ella no fue afectada por el fuego. La hermana no responde. En ese momento, el narrador se entera de que su hermana sabía que el plan de la familia era dejar que él saliera al mundo exterior, y que solo lo estaba usando para que delatara la existencia del sótano. La abuela le aclara que nadie puede saber que ellos están ahí. El narrador advierte, así, que la hermana le ha mentido en muchísimas cosas. Ella le dice que las cosas que hace el padre son peores que sus mentiras y lo insta a que corra, a que salga ya mismo del sótano. Él piensa en el bebé y en la noche que encontró a su hermana en el baño. Da un paso hacia el armario, pero la madre lo toma del hombro. Él intenta escapar, ella le da una bofetada. Le dice que así, nervioso, no lo dejará salir. Luego lo agarra de la espalda. Él siente sus uñas afiladas y recuerda los arañazos que tenía el padre en su espalda aquella noche que lo encontró en el baño. Descubre que esos arañazos fueron hechos por la madre y no por la hermana. La madre le pregunta qué le ha dicho la hermana y él responde: “Me dijo que papá le puso el bebé en la tripa” (p. 311). La familia se horroriza. El padre comienza a pelear con la hermana, mientras la madre le cuenta la verdad al narrador: el padre del bebé es el hermano. La hermana grita: “En el fondo piensan que me lo merezco… que mi hermano me lo debía por lo que le hice de pequeño” (p. 312). El padre, fuera de sí, le aprieta el cuello. Ella parece desmayarse, pero está fingiendo: en la mano tiene un cuchillo. Intenta clavárselo al padre, pero entonces la madre le arroja el tarro de las luciérnagas en la cara. Su rostro se desfigura. El narrador ve las luciérnagas salir volando.

36

Los padres se llevan a la hermana a la cocina, envuelta en una sábana. Al regresar, la madre encuentra al narrador intentando inútilmente recomponer su tarro. Descubre que, allí, él guardaba cosas aleatorias: sus dientes de bebé, lápices, un tornillo que era de la caja de herramientas del padre, guisantes. Le pregunta por qué guardaba esas cosas, pero el narrador le hace una seña: el padre está cerca y no pueden hablar de ese asunto. La madre le aclara que, en realidad, su padre no es el hombre estricto de los últimos tiempos, sino que es aquel que años atrás jugaba con él y que, por supuesto, no se va a enojar porque él tiene un tarro lleno de cosas. El narrador aclara que no son cosas, sino sus luciérnagas. La madre y el padre, entonces, le demuestran que las luciérnagas no existen realmente, sino que están en su imaginación. El narrador, al principio, no les cree, pero luego repasa los diferentes momentos en que estos insectos aparecieron y se da cuenta de que es verdad: las luciérnagas fueron solo imaginarias. Se pone a llorar. La abuela intercede. Le dice al narrador que, en realidad, las luciérnagas son como aquel pollito. Ella le concedió el poder mágico de ver aquello que imagina. Agrega: “No existe criatura más fascinante que aquella que es capaz de crear luz por sí misma. Y me parece a mí que tú eres una de ellas. Tú has creado tu propia luz. La luz que necesitabas en esta oscuridad” (p. 317). El narrador corre a apagar la luz del cuarto: las luciérnagas aparecen, a montones. La abuela, entonces, le da un nuevo tarro para que las vuelva a capturar.

Tras esta escena, el padre le pregunta al narrador si quiere salir. Él dice que sí, pero quiere saber si podrá volver. El abuelo le asegura que deberá hacerlo. Sino, la familia no podrá sobrevivir. Le dan el bebé. Salen del sótano.

Afuera, el narrador descubre el pasto, el viento húmedo, las estrellas y el sonido del mar. Además, imagina a su pollito y este aparece; imagina a sus luciérnagas y estas iluminan la noche.

Quince años después

37

Ahora, el narrador tiene una esposa y un hijo. Sigue viviendo encima del sótano; han reconstruido la antigua casa de la familia.

Los abuelos han muerto hace unos años. El abuelo llegó a enseñarle cómo desenvolverse en el mundo exterior. Él, sin embargo, aún no se acostumbra del todo. De vez en cuando, baja a dormir junto a sus padres y su hermano. Su hermana murió ahogada por un coágulo de sangre, producto de las heridas que le causaron los cristales. En el último momento, miró a los ojos a su madre y esta le pidió perdón.

Luego, el narrador cuenta que el abuelo dijo en el pueblo que él era su heredero lejano. Para que nadie ate cabos, han dicho que él tiene dos años más de los que realmente tiene. Sin embargo, hay gente en el pueblo que desconfía y desvía la mirada al cruzarse con él. Otros no entienden cómo puede vivir en una casa en la que han sucedido cosas tan feas, y le preguntan si conoce la historia del lugar en el que vive. Él se hace el desentendido. Cuenta que, al salir y enterarse de lo que había pasado con la chica desaparecida, le costó perdonar a su familia. Sin embargo, ahora, al tener un hijo, entiende perfectamente lo que hicieron sus padres.

Análisis

En el cuarto capítulo vuelve a cambiar la focalización y, desde la voz del protagonista, comienza el desenlace. Aquí se resuelven, finalmente, los conflictos del narrador y los demás personajes. El protagonista sale del sótano; los padres y la abuela consiguen que el abuelo sea reemplazado como proveedor; el abuelo, entonces, puede descansar, y la hermana muere. El hermano, por su particular condición, es el único que se mantiene igual que al principio de la novela, siempre al margen de todo lo que sucede.

En El brillo de las luciérnagas, como en todo thriller, el desenlace es el momento de mayor acción. Desde el comienzo del cuarto capítulo, los lectores ya conocen casi toda la información. Ha pasado el tiempo de descubrir verdades a través de indicios, y lo que queda es ver al protagonista escapando del sótano. De hecho, el plan para escapar y la ejecución (fallida) de escape ocupan casi la totalidad del capítulo.

En el desenlace de los thrillers suele haber solo dos opciones: el protagonista muere o cae en desgracia, o el protagonista triunfa indiscutiblemente. Aquí, Pen combina estas dos premisas. El narrador de la novela, a priori, cae en desgracia al ser atrapado por la familia en medio de su intento de escape, pero, paradójicamente, es esa caída en desgracia la que le termina asegurando su triunfo.

Hasta el final de la novela, Pen sigue colocando giros inesperados para sacudir al lector. Al contrario de lo que se espera, el narrador no recibe una paliza ni un terrible castigo tras ser atrapado, sino afecto y comprensión. Este último giro inesperado encuentra su justificación en una información clave que la novela escondió hasta este momento: el padre, en realidad, no era un hombre cruel, sino que estaba actuando de ese modo para instar a su hijo menor a que saliera del sótano por su propia voluntad, pero no escapando. El lector y el protagonista (nuevamente unidos en su desconocimiento) se preguntan: ¿Cómo puede no ser cruel ese hombre que violaba a su hija e incluso la dejó embarazada? Aquí aparece el último giro de la novela: quien violó a la hermana y la dejó embarazada es el hermano.

En este punto, vale una importante aclaración. A lo largo de toda la novela, Pen le coloca numerosos indicios al lector para que pueda develar por sí mismo estas verdades. En relación con la maldad impostada del padre, cabe destacar, por ejemplo, el diálogo entre él y la madre en el que este le dice, varias veces, que es “necesario” castigar a su hijo haciéndolo dormir en la bañera, dando así a entender que dicho castigo contiene una finalidad que va más allá de dar una lección moral. En relación con la intención de los padres de que el protagonista exprese su deseo de salir del sótano, cabe destacar que la madre le pregunta a este constantemente si tiene interés en conocer el mundo exterior. Y respecto a la paternidad del bebé, como ya hemos visto previamente, el personaje del hermano tiene una fijación sexual que puede alarmar a los lectores. De hecho, al principio de la novela, intenta mirar las partes privadas de su hermana mientras ella da a luz al bebé.

En todo caso, tras las revelaciones que desentrañan la verdad sobre cada personaje, el narrador ya puede salir del sótano. La novela puede concluir. El desenlace ha cumplido con sus tres reglas clásicas. Primero, ha sido lógico, es decir, no ha sido fruto del azar o resultado de la intervención de un deus ex machina. Se denomina "deus ex machina" a un elemento externo que irrumpe en una obra para darle resolución quebrando su lógica interna. El término es una locución latina que significa “el dios que baja de la máquina”, y proviene del teatro clásico en el que era común que, sobre el final de las obras, una grúa introdujera a un actor que interpretaba a una deidad para resolver mágicamente la trama. En segundo lugar, el descenlace es completo, o sea, resuelve la suerte de todos los personajes, y, finalmente, es rápido y simple.

Según Aristóteles, las tragedias deben tener finales oscuros y las comedias, finales felices. Si aplicamos esa lógica aquí, tras cientos de páginas truculentas, El brillo de las luciérnagas debería llegar a un final oscuro. Pues no. El final de esta novela (sin dudas, lo más trillado de la obra) es exageradamente feliz. Tras el escape fallido, los padres y los abuelos del protagonista le explican que todo lo que han hecho, lo han hecho por el bien de la familia. Le demuestran su amor incondicional y su confianza en él de cara al futuro. Luego, en “Quince años después”, capítulo que funciona como epílogo de la obra, el narrador, ya convertido en adulto, comparte la dicha de vivir en libertad, rodeado por la naturaleza, con su pequeño hijo. Además, mantiene una relación excelente con sus familiares. No solo los provee, sino que, de vez en cuando, baja a dormir en el sótano junto a ellos. Ahora que tiene un hijo, el narrador es capaz de comprender perfectamente por qué sus padres y abuelos hicieron lo que hicieron, e incluso afirma que él haría lo mismo si estuviera en lugar de ellos. Haría todo lo necesario por proteger a sus seres queridos.

Así, colocando en el pedestal de los sentimientos el amor por la familia, Pen tiñe de rosa su oscura novela. El caos que reina durante casi toda la obra se convierte, finalmente, en armonía. Incluso la hermana, en su lecho de muerte, se reconcilia con la madre. Gracias a la pureza del amor familiar, una pureza que había quedado oculta pero latente por las circunstancias, todo encuentra su equilibrio. Así como en “Seis años antes” Pen esbozaba en pocas páginas la opresión y la pesadilla que vive la familia en el sótano, en “Quince años después”, el autor le da un cierre parsimonioso, esperanzador y simple a la novela en solo algunos párrafos. El lector, entonces, podrá descansar de tanta truculencia y cerrar el libro con la alegre sensación de que, pase lo que pase (y sí que pueden pasar cosas), todo siempre se puede resolver.

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