La mancha de sol
En el sótano prácticamente no entra la luz del sol. Solamente un rayo se filtra a través del techo. Ese rayo es fundamental para el narrador. Es el contacto más importante que este tiene con el mundo exterior. De hecho, tal como se ve en la siguiente imagen visual, ese rayo de sol es el que le indica cuándo es de día y cuándo de noche: "Sólo la mancha de sol que recorría el suelo del salón de una pared a otra, y que se colaba por alguna rendija en el techo, me permitía saber cuándo era de día y cuándo era de noche" (p. 11).
El sótano
El ambiente opresivo y claustrofóbico del sótano es fundamental en la novela. Dentro de esa casa subterránea se desarrolla casi la totalidad de la obra. El protagonista, quien más sufre el encierro, y quien más sueña con el mundo exterior, describe su carcelario hogar a través de las siguientes imágenes visuales:
Había dos ventanas en el sótano. Una al final del pasillo y otra en la cocina. Tras abrirlas sólo había barrotes, y más allá, otra pared. Cuando cumplí los diez años, si empujaba mucho y aguantaba el dolor en el hombro, podía meter el brazo entre dos de los barrotes y, con el dedo más largo, rozar esa otra pared. Sólo era más cemento. En ambas ventanas ocurría lo mismo. Era como si el sótano no fuera más que una caja dentro de otra caja más grande. Una vez coloqué el espejo del baño en ese espacio que se formaba entre los barrotes y la pared exterior. Sólo reflejó más oscuridad. Otro techo negro. Una caja dentro de otra caja (p. 13).
La verdadera cara de la hermana
El momento en que el narrador descubre que la cara de su hermana no tiene quemadura alguna (e incluso es parecida a la de él) es fundamental en la novela. A partir de entonces, el narrador comienza a prepararse para escapar del sótano y dejar atrás a su familia y sus mentiras. El rostro recién descubierto de su hermana se describe mediante las siguientes imágenes visuales:
Mi hermana parpadeó, tan sobrecogida como yo de poder mirarnos sin la habitual barrera de plástico blanco. No había en su rostro ningún desagradable agujero en el lugar de la nariz. Tampoco había ninguna quemadura. Aparte de las marcas de los recientes bofetones de papá, la cara de mi hermana era tan lisa y rosada como la mía. Incluso pude distinguir debajo de uno de sus ojos un par de lunares idénticos a los míos (p. 165).
El mundo exterior
"Quince años después", el último capítulo de la novela, funciona como una suerte de epílogo de la obra. Allí, el narrador ya es un hombre adulto, que disfruta de la vida en el mundo exterior. La curiosidad y la fascinación que lo caracterizaban cuando era un niño se mantienen intactas quince años después, como puede deducirse de la siguiente descripción del mundo exterior, en el que, una vez más, tiene gran protagonismo la luz:
Una nube de luciérnagas revolotea sobre las briznas de hierba que mece la brisa marina. Son luciérnagas reales, no como las del sótano. La Luna ha respondido a la llamada de los grillos y empieza a teñir de plata la superficie del mar. La guirnalda de verdes destellos acapara toda la atención del niño, absorto en la mágica luz intermitente que flota en la oscuridad que nos envuelve (p. 327).