“Acababan de celebrar las bodas de oro matrimoniales, y no sabían vivir ni un instante el uno sin el otro, o sin pensar el uno en el otro, y lo sabían cada vez menos a medida que se recrudecía la vejez”.
En el primer capítulo se caracteriza por primera vez el matrimonio completamente simbiótico de Juvenal y Fermina. Luego de cincuenta años juntos, los personajes se encuentran fusionados y se necesitan mutuamente. Por ejemplo, Fermina viste a Juvenal todas las mañanas porque él no puede hacerlo solo. La vejez y el paso del tiempo han potenciado esta interdependencia matrimonial.
El narrador aclara que la pareja no sabe si esta dependencia está basada en el amor o en la comodidad, y que ninguno de los dos se atreve a hacerse esa pregunta. En el último capítulo queda claro, en el proceso del duelo que lleva a cabo Fermina, el nivel de interdependencia que habían consolidado y los problemas que atraviesa para vivir sola.
“Tomó conciencia de que la muerte no era sólo una probabilidad permanente, como lo había sentido siempre, sino una realidad inmediata”.
Luego del suicidio de Jeremiah Saint-Amour, Juvenal reflexiona sobre su propia muerte. Se entera cuando habla con la amante de Jeremiah que su amigo tenía decidido quitarse la vida a los 60 años para no vivir la vejez. Juvenal le tiene miedo a la muerte porque teme a lo desconocido y porque sufre por tener que dejar su labor como un médico muy respetado. El envejecimiento, para Juvenal, implica poner en tela de juicio su propia razón y la decisión de su amigo de no vivir el proceso de convertirse en un anciano pone en cuestión su modo de vida. Se da cuenta de su propio envejecimiento y de la proximidad de la muerte.
“El otro fue el matrimonio con una belleza de pueblo, sin nombre ni fortuna, de la cual se burlaban en secreto las señoras de apellidos largos hasta que se convencieron a la fuerza de que les daba siete vueltas a todas por su distinción y carácter”.
La "belleza del pueblo" a la que alude la cita refiere a Fermina Daza y al momento en el que se casa con Juvenal Urbino. Luego de la muerte de Juvenal, narrada en el primer capítulo, el narrador recapitula las razones por las que había sido una personalidad muy reconocida en su comunidad. Destaca dos hechos que no parecían acordes a su imagen: mudarse del palacio familiar en el que vivía y casarse con Fermina Daza, una muchacha de otra clase social. Esta temática reaparece constantemente en los problemas que tienen Juvenal y Fermina. La integración de Fermina a las costumbres culturales y protocolares del ámbito social de Juvenal genera problemas en el vínculo. En un principio, estos problemas tienen que ver con la madre de Juvenal, Doña Blanca, que impone en la vivienda un modo de vida al cual Fermina no está acostumbrada. Por esta razón, y para que el matrimonio consiga más independencia, Fermina y Juvenal dejan el palacio de Casualduero y se instalan en la casa de La Manga.
Varias veces, a lo largo de la novela, se destaca en Fermina su carácter y su distinción, como si tuviese que compensar con su actitud por no tener un apellido de renombre o alcurnia.
“Su dolor se descompuso en una cólera ciega contra el mundo y aun contra ella misma, y eso le infundió el dominio y el valor para enfrentarse sola a su soledad”.
Luego de la muerte de su esposo, Fermina se descompone de dolor y luego de enojo. Es interesante cómo se utiliza la palabra "cólera" en un nuevo sentido, en esta obra en la que este término se vincula con la pandemia o con los síntomas del amor. En este caso, refiere al enojo que siente Fermina por la muerte de su esposo.
Fermina usa el enojo para enfrentarse a la soledad y para construir una vida sola luego de medio siglo de un matrimonio muy dependiente. Esta cita de cuenta del proceso que comienza Fermina en ese instante para consolidar su autonomía e independencia, que luego le permite volver a enamorarse de Florentino.
“Ella volvió su cabeza y vio a dos palmos de sus ojos los otros ojos glaciales, el rostro lívido, los labios petrificados de miedo, tal como los había visto en el tumulto de la misa del gallo la primera vez que él estuvo tan cerca de ella, pero a diferencia de entonces no sintió la conmoción del amor sino el abismo del desencanto”.
Esta cita refiere al momento en el que, luego de años de mantener una relación epistolar, Fermina ve a Florentino en la Plaza de la Catedral y se da cuenta de que toda su historia de amor había sido una ilusión y no quiere estar con él. Hay algo del encanto exagerado por el intercambio epistolar que se desinfla cuando se encuentran cara a cara. Es casi instantánea la realización del engaño. De alguna manera, los rasgos exagerados y pasionales del amor romántico que Florentino expresa en sus cartas crean una relación ficticia que no se sostiene cuando los enamorados se encuentran.
La cita alude al tópico del amor como espejismo, que es fundamental para comprender la novela. Las cartas habrían creado una imagen del amor, de Florentino y de su vínculo un poco alejada de lo real. La confrontación con los ojos de su amado la hace caer en cuenta de esa distorsión.
“Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado”.
Esta cita refiere al retorno de Juvenal Urbino a su ciudad natal luego de una estadía de formación médica en París. Retoma el tema del paso del tiempo que es fundamental en la novela. Lo que Juvenal experimenta es cierta desilusión al llegar a su ciudad: su recuerdo nostálgico había idealizado el Caribe y en el presente se encuentra con una realidad distinta a la que recordaba. Observa, por ejemplo, gallinazos en los tejados, ropas de gente pobre tendida en los balcones y animales muertos flotando en el agua.
Es interesante cómo el narrador describe este tipo de memoria como la “memoria del corazón”. De alguna manera, también incluye el tópico del amor porque relaciona el amor con la idealización y la distancia de lo real.
“Siempre era así: cualquier acontecimiento, bueno o malo, tenía alguna relación con ella”.
Esta cita resume el modo obsesivo y total en el que Florentino se enamora de Fermina. Piensa en ella constantemente aunque está casada con otro hombre hace años. Florentino tiene un solo deseo en la vida y es romántico: recuperar a Fermina cuando su esposo muera. Su obsesión lo lleva a visitar la puerta de su casa para verla de lejos, recordar su olor en cualquier momento, mantenerse soltero por cincuenta años y hacer de su promesa eterna de fidelidad y amor a Fermina el hilo rector de su vida.
“Florentino Ariza descubrió ese parecido muchos años después, mientras se peinaba frente al espejo, y sólo entonces había comprendido que un hombre sabe cuando empieza a envejecer porque empieza a parecerse a su padre”.
El padre de Florentino muere cuando él tiene solo diez años. Aunque se relacionan durante esos años, su padre nunca lo reconoce como su hijo legítimo, y por eso Florentino lleva el apellido de su madre. Esta cita da cuenta del proceso de envejecimiento de Florentino. Significativamente, no es el factor físico lo que preocupa a este personaje sobre el paso del tiempo, sino la posibilidad de quedarse sin la oportunidad de reunirse con Fermina.
“Se había enredado más pronto de lo que ella creía en la maraña de convenciones y prejuicios de su nuevo mundo”.
Esta cita hace referencia al difícil proceso de integración que sufre Fermina para vivir en el palacio de Casualduero, al que se muda luego de la luna de miel con Juvenal. Las convenciones y los prejuicios del nuevo mundo aluden a la clase social alta a la que pertenece Juvenal. Doña Blanca, madre de Juvenal, impone las leyes de ese estrato social sobre Fermina, que proviene de un origen más humilde. Su suegra implanta una dieta en el palacio basada en berenjenas (que Fermina detesta) y la obliga a aprender a tocar el arpa.
“-Voy acumplir cien años, y lo he visto cambiar todo, hasta la posición de los astros en el universo, pero todavía no he visto cambiar nada en este país -decía-. Aquí se hacen nuevas constituciones, nuevas leyes, nuevas guerras cada tres meses, pero seguimos en la colonia.”
Este monólogo pertenece a Don León XII Loayza, tío paterno de Florentino Ariza. Se enmarca en un discurso que da cuando anuncia su retiro como presidente de la Compañía Fluvial del Caribe y el nombramiento de Florentino Ariza como su único heredero y sucesor. Es el único personaje que enuncia algún tipo de crítica social al colonialismo. La novela menciona ciertas guerras, toques de queda y leyes marciales pero no profundiza en el proceso de inestabilidad política de Colombia. Un personaje anciano, con muchos años vividos, es el encargado de denunciar cómo las relaciones entre su país y España siguen manteniendo las rasgos de explotación colonial.