Resumen
Capítulo 36
Rey recibe a Vidal y a Dante. Les cuenta que soltaron a Jimi esa misma mañana, pero que por el momento prefiere no ir a verlo, porque corre sobre él un rumor feo. Dice que al parecer Jimi, para que lo soltaran, dijo que Arévalo se juntaba con una menor y dio datos a los secuestradores, indicando hora y lugar del encuentro, para que los sorprendan. Y que ahora Jimi está en su casa y Arévalo en el hospital. Vidal pregunta qué le pasó a Arévalo y Dante responde: "(...) hace tiempo que andaba con esa menor" (p.154). Rey cuenta que un grupo de muchachos lo esperó a Arévalo a la salida del hotel y se lo llevaron a pesar de los gritos de la muchacha. Dante acusa a la chica de provocadora, los demás están en desacuerdo con eso. Deciden ir al hospital a ver a Arévalo. Dante pide que lo acompañen a su casa.
Capítulo 37
Rey y Vidal caminan hacia la casa de Jimi. Dante intenta detenerlos, pero Rey insiste en que no se puede perdonar a un delator y que deben preguntarle a Jimi por Arévalo. Vidal y Dante razonan que el rumor puede ser parte de una "guerra psicológica" (p.156) sembrada por los jóvenes para que los viejos se peleen entre ellos. Se dirigen al hospital.
Capítulo 38
Los tres amigos entran al hospital y preguntan por Arévalo. Aparece un médico y los conduce a la sala. En el camino, Rey le pregunta al médico por Arévalo, si le ha pasado algo malo, pero el hombre no comprende. En un momento, sonríe y anuncia que el estado es crítico, y luego se entristece y dice que disponen de los medios para hacer frente a la situación.
Dante insiste en que se vayan. Suben al ascensor y el médico les pregunta si todos cumplieron sesenta años, y Vidal responde que él no.
Capítulo 39
Todos pasan a la sala donde yace Arévalo. Éste los saluda y cuenta cómo lo golpearon. El médico dice que se va a dar una vuelta. Arévalo dice que aparentemente los tienen marcados.
Dante y Rey quieren irse. Aparece el médico y dice que los va a retener, al menos al más joven, para quitarle algo de sangre, por si hubiera que hacer una transfusión. Dante y Rey deciden irse y que se quede Vidal.
Capítulo 40
Vidal camina con el médico y éste le cuenta que el servicio de psiquiatría no da abasto para todos los jóvenes que acuden con el mismo problema: repulsión por tocar a los viejos, asco. Dice que los jóvenes entendieron que todo viejo es su propio futuro y que en base a eso elaboraron la fantasía de que matar a un viejo es suicidarse. Luego dice que la guerra actual pasará pronto.
Vidal insiste en que está apurado y luego se queda dormido. Lo despierta el médico para avisarle que ya se puede ir. Vidal regresa a la sala para saludar a Arévalo.
Análisis
"—Todos acabaremos en este u otro hospital —explicó Rey, afectuosamente—. Mejor acostumbrarse" (p.158). En estos capítulos la acción se reúne, nuevamente, en un espacio donde se respira la muerte. Arévalo es la tercera víctima de la "guerra al cerdo" en este grupo de amigos. Esta vez, el viejo es capturado por la "traición" de un par, un amigo. Rey informa:
"—Parece que Jimi, para que lo soltaran, dijo a sus captores que Arévalo se juntaba con una menor, e indicó lugar y hora para sorprenderles. Jimi está en su casa y Arévalo en el Hospital Fernández” (p.154).
—¿Qué le pasó a Arévalo?
—Hace tiempo que andaba con esa menor —acotó Dante.
Vidal lo miró, desconcertado. Comentó: —Siempre soy el último en enterarme" (p.154).
Se presenta una nueva instancia de la temática de la guerra, que tiene que ver con la figura del traidor o el delator, encarnada en este caso por Jimi. Eso da pie a que Dante esboce una teoría acerca de una "guerra psicológica", una suerte de trampa del bando enemigo para disolver el espíritu grupal de las presuntas víctimas. Esta idea del traidor se recuperará luego hacia el desenlace de la novela, pero en el bando opuesto, costándole la vida a uno de los jóvenes, Isidorito. Por otro lado, la idea de la sexualidad en la vejez reaparece, esta vez encarnada en un personaje al que quizás no se le presuponía esa faceta: Arévalo. Para Vidal, este comportamiento en su amigo resulta inesperado, de la misma manera que para el lector, que accede a los hechos desde el punto de vista del protagonista. Vidal ya se había enfrentado a cuestiones de esa índole con Rey y con Jimi, cuyas relaciones con muchachas jóvenes, incluso, presenció. Pero de Arévalo no lo esperaba, quizás porque era el "intelectual" del grupo, y por lo tanto prometía más ser un búho que un cerdo. Recordemos que estas dos figuras animales representan al "viejo" en dos facetas posibles. Por un lado la figura del cerdo se liga a una barbarie voluptuosa, mientras que el búho representa un imaginario de reflexión serena, un predominio de la comprensión intelectual: el búho figura la vejez como sabiduría, lejana a los placeres de la carne, en los que ahora sabemos envuelto, también, a Arévalo.
El dato de la relación con la menor sirve de coartada para los jóvenes: pueden desplegar su violencia justificándose en el hecho de que su "víctima" he estado realizando un acto ilegal. Rey da los detalles: "—Una cáfila de cabrones le aguardaba a la salida del hotel Nilo —contó Rey—. La chiquilla se puso a gritar, desgañitada: ¡Me gustan los viejos! ¡Me gustan los viejos!" (p.154). Inmediatamente, Dante responde: " —Una provocación. A esa yo le pego cuatro balazos (...) Es la única responsable" (p.154). Nuevamente Dante es el exponente mayor del conservadurismo y misoginia en el grupo. Ante un cuadro en el que un señor mayor sale con una menor y un grupo de jóvenes lo buscan para castigarlo, Dante responsabiliza únicamente a la chica: " —Si no fuera por los desplantes de esa muchacha, a lo mejor no te aporrean —opinó Dante—. Ya se sabe: la mujer provoca. Es la eterna culpable. La eterna chispa" (p.163). Arévalo y Rey se limitan a manifestarse en desacuerdo con su amigo en ese punto y siguen conversando. Vidal reflexiona: "La verdad que está viejo" (p.160), y luego: "El proceso de envejecimiento se había acelerado y ya debía de quedar muy poco del amigo de antes; últimamente se había convertido en otra cosa, una cosa más bien ingrata, que uno seguía tratando por fidelidad al pasado" (p.160-161). De todos modos, sabemos que la percepción de Vidal sobre sus amigos, desde el episodio con Nélida, se ha modificado. Por lo tanto, es más probable que Dante no se haya convertido en otra cosa repentinamente, sino que la cercanía de Vidal con Nélida, su amor recíproco con una mujer joven, lo aleje de este tipo de juicio y ensañamiento propios de su viejo amigo. El desprecio por la vejez en sus amigos se acentúa en Vidal en la medida en que Rey y Dante insisten en irse del hospital, lo cual implica dejar solo a Arévalo. Vidal reflexiona: "A uno lo domina el egoísmo y al otro la cobardía. No hay nada peor que la vejez" (p.165).
El tema de la vejez y el ensañamiento de los jóvenes, que había sido disparador de numerosas teorías argumentativas a los largo de la novela, llega a una definición en el episodio del hospital. El médico que atiende a Arévalo explica que la guerra está por terminar:
"—Créame —respondió el médico, sacudiendo tristemente la cabeza—: el servicio de psiquiatría no da abasto para atender a los jóvenes. Todos acuden por el mismo problema: aprehensión de tocar a los viejos. Una verdadera repulsa.
—¿Asco? Me parece natural.
—La mano se niega, señor. Hay un nuevo hecho irrefutable: la identificación de los jóvenes con los viejos. A través de esta guerra entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven ¡De ellos mismos, tal vez! Otro hecho curioso: invariablemente el joven elabora la siguiente fantasía; matar a un viejo equivale a suicidarse" (p.168).
Los jóvenes matan a los viejos por odio a ese futuro que ellos mismos, ineludiblemente, terminarán encarnando. La hipótesis, que había sido ya planteada por Arévalo a poco de iniciada la guerra, ahora adquiere un tinte oficial, es pronunciado por una voz autorizada de la medicina. Además, ahora hay un correlato fáctico: los jóvenes llevan este problema al psiquiatra, porque se han dado cuenta de la paradoja de la situación, en la que matar a los viejos, dado que son su propio futuro, no dista del suicidio. La razón que ha dado causa a la guerra es la misma que, mediante una vuelta reflexiva, argumenta el final de la batalla. De esta manera, la juventud queda, en esta novela, algo ridiculizada. La guerra iniciada por los jóvenes se muestra inútil, bárbara, infantil y poco pensada. Su revolución no termina porque se alcance una meta, ni por una repentina piedad por las víctimas, sino por razones que vuelven a la juventud un grupo únicamente egoísta: deciden terminar de matar cuando se dan cuenta de que se estaban matando a ellos mismos. Esta cualidad ilógica del accionar violento, que colaboraba al aire pesadillesco en la novela, en ningún momento se nutre de lógica, sino que más bien el desenlace de la trama acentúa su carácter violentamente ridículo.
La atmósfera pesadillesca invade el episodio del hospital, en gran medida a causa del doctor Cadelago. El médico a cargo de Arévalo tiene una particularidad perturbadora:
"—Diga usted, doctor, ¿cómo se encuentra?
El médico se detuvo. Pareció absorto en sus pensamientos y, luego, perturbado por la pregunta. Dante inquirió con ansiedad mal reprimida:
—¿No ha pasado nada malo?
La cara del médico se ensombreció.
—¿Nada malo? No entiendo, ¿qué quiere decir con eso?
—Nuestro amigo Arévalo... ¿no falleció? —balbuceó Dante.
El médico declaró con grave pesadumbre:
—No, señor.
En un murmullo preguntó Vidal:
—¿Su estado es crítico?
El médico sonrió. Los amigos esperaron la buena noticia que los confortara.
—Efectivamente —afirmó el médico—. Es delicado.
—Qué desgracia —comentó Vidal.
Volvió a entristecerse el doctor Cadelago y dijo:
—Hoy disponemos de medios para hacer frente a estas situaciones" (p.159).
El personaje de Cadelago reúne en sí mismo la irracionalidad y la paradoja que encierra constantemente la atmósfera de la novela. La confusión se acentúa aún más en Vidal, quien de pronto recuerda "haber encontrado antes al doctor Cadelago, o a otra persona que sonreía porque estaba triste, o tal vez de haber soñado con alguno de esos encuentros" (p.160). Como en otros momentos de la novela, sueño y recuerdo se confunden, como también lo hacen la pesadilla y la realidad. En general esa perturbación es causa de hechos violentos. El narrador expresa, en estos capítulos, la reflexión de Vidal:
"Pensó: 'Uno está seguro en la vida, y aun en medio de la guerra supone que lo malo ha de ocurrir a los otros; pero basta que un amigo muera (o que nos anuncien que tal vez muera) para que todo se vuelva irreal'. El aspecto de las cosas había cambiado, como en el teatro, cuando el iluminador gira un disco de vidrios de colores delante del foco de luz. El mismo doctor Cadelago, con esa discrepancia entre la expresión facial y las palabras, con su cabeza de calabaza hueca, en que se introduce una vela encendida para espantar de noche a los chicos, resultaba fantasmagórico. Vidal sintió que había desembocado en una pesadilla: mejor dicho: que estaba viviendo una pesadilla. 'Existe Nélida', se dijo y, en seguida, se reanimó" (p.160).
Para Vidal, la vida se transforma en una pesadilla. El efecto es el mismo de los sueños: elementos de la realidad llevados a un extrañamiento que puede tornar perturbador incluso aquello que nos resultaba familiar y amable. Desde que se inicia la "guerra al cerdo", Vidal presencia un espectáculo pesadillesco. Tanto sus amigos, como su familia y su ciudad, tienen lugar en esa pesadilla que se da durante la vigilia, a plena luz del día. La realidad toma la forma de un sueño horrible. Desde el episodio que da inicio a la trama, Vidal ha descubierto facetas extrañas, desconocidas, en sus amigos, y la ciudad que tan familiar le resultaba se le tornó una escenografía fúnebre. Lo único que puede despertarlo de esa pesadilla es Nélida, porque junto a ella él ya no es el viejo protagonista de una pesadilla con final fatal, sino el novio de una jovencita.