Lo animal
El reino animal ocupa un lugar simbólico relevante en este relato, en el que diversas imágenes de lo animal funcionan para caracterizar a los personajes. En principio, los diarios informan sobre el ensañamiento que los jóvenes tienen contra los viejos como "guerra al cerdo" o "cacería de búhos". En la dicotomía búhos o cerdos pueden verse dos ideas sobre la vejez: el cerdo corporiza los atributos de la decrepitud adjudicada a los viejos, y el búho los de la sabiduría: "—El búho me parece mejor. Es el símbolo de la filosofía —declaró Arévalo" (p.86). Sin embargo, según explica Arévalo más adelante, no hay modo de simbolizar la vejez de una manera enteramente positiva, desprendida de la decrepitud traída por los años: "El búho es el símbolo de la filosofía. Inteligente, pero repulsivo" (p.120).
"¿Por qué atar a Nélida a un animal moribundo?" (p.171), se pregunta Vidal cuando se siente indigno, por viejo, del amor de una muchacha jóven.
Por otro lado, Dante insiste en nombrar "ratonera" a los espacios cerrados, dando a entender que para ellos las casas se volvieron trampas, donde los viejos se reúnen "para que los maten a todos juntos" (p.110), como dice una de las hijas de Rey. Las imágenes animales que nombran "grupo", cuando aluden a los viejos, tienen siempre este tinte de víctima: son ratones, un animal pequeño que no se puede defender, al cual es fácil atacar y por el cual nadie siente demasiada lástima, porque no produce ternura, sino más bien cierto asco. En cambio la juventud se agrupa en "manadas", lo cual evoca la idea de ferocidad, son claros victimarios, más aún porque no parecen conocer piedad ni empatía por nadie ajeno a su especie.
Arévalo, el intelectual del grupo, reflexiona sobre los ataques desde un enfoque sociopolítico: él lee en esta guerra un fracaso de la juventud, y ve una ironía en que la generación que se libraría de mandatos y pensaría por sí misma, acaba pensando y actuando "como una manada", es decir, como seres animales, que no tienen la facultad de pensamiento y que sólo se guían por un instinto más bien grupal, pero de una especie no humana. "Se pasó de la aldea al enjambre —reflexionó Arévalo" (p.105).
"Hablando nadie se entiende. Nos entendemos a favor en contra, como manadas de perros que atacan o repelen un circunstancial enemigo" (p.7), reflexiona, en un momento, Vidal. El símil postula la imagen del humano en su costado animal. Debido a la ausencia de valores ideológicos o políticos en la base del antagonismo entre la juventud y la vejez, podemos considerar que el conflicto se sostiene en lo puramente físico. Lo humano, en la problemática principal de la novela, se reduce a lo animal. Y en el reino animal la única ley es la de la fuerza: los más fuertes vencen a los débiles. En relación a la idea de "manada", el símil también plantea una equivalencia entre lo animal y lo humano en torno al modo en que se agrupan, en esta novela, los personajes: lo único que los divide es la edad, como a los animales la especie. Porque en Diario de la guerra del cerdo, los años que se tienen determinan la pertenencia a uno de los dos bandos posibles, el que "ataca" o el que "se defiende". De este modo, el símil condensa un presagio significativo de la guerra que se desata en la novela poco después.
En este sentido, cuando aluden a los jóvenes, las imágenes de lo animal suelen evocar la idea de ferocidad, de peligro. Para aludir a los ronquidos del joven Isidorito, Néstor dice a su amigo que cerca de ellos hay un "león". Por su parte, los jóvenes comparan a los viejos con animales para describir el poco respeto que sienten por ellos, el asco que les producen. Se refieren a ellos como "cerdos" o incluso como "perros". Faber anuncia a Vidal que un grupo de jóvenes "se incautaron de los camiones de la División Perrera y recorren las arterias de la ciudad, a la caza de viejos que buscan en sus reductos domiciliarios y se los llevan de paseo, enjaulados, en mi opinión para escarnio y mofa" (p.134). Los viejos ocupan, bajo esta tiranía juvenil, el lugar de un perro, y por lo tanto son obligados a actuar como si lo fueran. No como cualquier perro, además, sino como aquellos que a la sociedad no interesan, que no son queridos por nadie y cuyo destino es ser sacrificados: "Hay quienes pretenden, señorita, que los exterminan en la cámara para perros hidrófobos" (p.134), cuenta Faber a Nélida.
La muerte
En esta novela, cuyos temas principales están ligados a la vejez, a la violencia y a la muerte, muchos de los espacios en los que tiene lugar la acción evocan la imagen de lo mortuorio: cámaras de exterminio, funerales, casas donde se velan a los muertos, cementerios, hospitales. Vidal llega a decir que todas las casas le parecen "bóvedas". En relación con esto, en un momento Vidal se queda dormido en el altillo y sueña que todo se prende fuego y que él aprueba esa "purificación", lo cual funciona como eufemismo de la muerte. En esa escena del altillo, poco antes, Vidal describía a los otros viejos con imágenes propias de la muerte: "A la luz del alba, que penetraba por la claraboya, vio a Faber y al encargado. Pensó: 'Duermen como dos cadáveres que respiran'" (p.140). La imagen del altillo incendiado, volviendo cenizas a esos viejos que parecen cadáveres, evoca la idea de un crematorio.
En otra escena, Arévalo dice: "(...) me pareció ver un pozo, que era el pasado en que iban cayendo personas, animales y cosas (...) Lo imagino como un precipicio al revés. Por el borde asoman gente y cosas nuevas, como si fueran a quedarse, pero también caen y desaparecen en la nada" (p.120). Esa "nada", lo mismo que el "pozo", son imágenes con las que se evoca, también, la idea de la muerte.
La vejez
A lo largo de la novela se hacen presentes diversas imágenes que evocan la idea de la vejez: se describen los amigos del protagonista como hombres que tienen canas, que intentan teñirse el pelo para cubrirlas, otros tienen caspa. Vidal visita a uno de sus amigos y el narrador dice que "lo encontró de tan mal color —una palidez amarillenta y verdosa— que se preguntó si le parecería más viejo por oposición a la juventud de Nélida" (p.151). En la misma escena, luego, observa a la esposa de Dante: "La piel de la mujer, de tono rojizo, estaba recubierta de pelos negros; también negra era la cabellera, salpicada de mechas grises. En cuanto a las facciones, los años las habían sin duda abultado, de modo que se presentaban, como en otros ancianos, toscas y prominentes" (p.151).
También al comienzo del relato, por ejemplo, se describe rápidamente la edad del protagonista mediante una imagen: Vidal se ha hecho un transplante de dentadura: "el dentista le explicó que a cierta edad las encías, como si fueran de barro, se ablandan por dentro y que felizmente ahora la ciencia dispone de un remedio práctico: la extirpación de toda la dentadura por otra más apropiada" (p.6). Por otro lado, una imagen sensorial acompaña constantemente al personaje de Vidal, que sufre de lumbago, padecimiento propio de la vejez.
La enfermedad
En varias ocasiones se alude a la vejez con imágenes propias de la enfermedad. Luego de empezar una relación con Nélida, Vidal prefiere la compañía de la muchacha antes que la de sus amigos, "como si junto a ella estuviera a salvo, no de la amenaza de los jóvenes, que ahora casi no lo asustaba, sino del contagio, probable por una aparente afinidad con el medio, de la insidiosa, de la pavorosa vejez" (p.142). El símil presenta la vejez como una enfermedad contagiosa, de la que Vidal está repentinamente salvado. El amor de Nélida lo inmuniza. Ella aparece entonces, más que como una novia, como una enfermera que salva a un paciente de una enfermedad mortal.
También aparece la imagen de la enfermedad en relación con el vicio: "Es verdad que en ocasiones miraba a sus amigos con aprehensión, o poco menos, como si fueran adictos a un vicio, la vejez, del que lo salvaba el amor de la muchacha" (p.150). La relación con Nélida modifica su percepción y acentúa el juicio que Vidal tiene sobre los hombres mayores. La vejez es una enfermedad contagiosa o un vicio que tiene efectos físicos visibles: al visitar a Dante, el narrador apunta que "Vidal lo encontró de tan mal color —una palidez amarillenta y verdosa— que se preguntó si le parecería más viejo por oposición a la juventud de Nélida" (p.151).