2666 (Primera parte)

2666 (Primera parte) Resumen y Análisis Parte 5 (pp.185-222)

Resumen

Luego de tres días de deambular por Santa Teresa buscando a Archimboldi, emborracharse y dormir, una mañana, luego de una barbacoa de borrego a la que son invitados, Norton no baja a desayunar. Dice sentirse bien, pero quiere quedarse en el hotel y descansar.

Los amigos se marchan con Amalfitano a recorrer el noreste de la ciudad y conocer el circo del Doctor Koenig, que está instalado en esa zona. El hecho de que Koenig sea alemán no parece ser suficiente para vincularlo a Archimboldi, pero no tienen nada mejor que hacer. Sin embargo, cuando se enteran en el viaje de que Koenig fue profesor universitario, el corazón de los críticos da un vuelco. Quizá se trate del disfraz de Archimboldi, como sugiere inicialmente Amalfitano. Las ilusiones de los apóstoles archimboldianos, basadas en conjeturas débiles, se desploman ante la cruda realidad: cuando lo conocen, Koenig no solo no tiene la edad suficiente para ser Archimboldi, sino que les dice que ni siquiera es alemán; “soy norteamericano, me llamo Andy López” (p.188), dice.

Cuando vuelven al hotel, Norton les dice que vuelve a Europa. Su vuelo sale desde Tucson, de forma tal que al día siguiente, en un coche alquilado, los amigos emprenden el viaje a la frontera con Estados Unidos para llevarla. Para volver, Espinoza y Pelletier pasan por Nogales y bordean la frontera por el lado de Arizona hasta volver a entrar a México.

Con la partida de Norton y la falta de pistas, los dos críticos dejan de levantarse temprano, dejan de comer en el hotel y se trasladan a los locales oscuros del centro de la ciudad para desayunar o almorzar. Aprovechando su estadía, dan dos conferencias en la Universidad de Santa Teresa sobre literatura francesa y española, y una final sobre Benno von Archimboldi que los hace encontrarse con tres jóvenes lectores del alemán “que casi los hicieron llorar” (p.192): “Así pues, eran posibles los milagros. Las librerías de internet funcionaban. La cultura, pese a las desapariciones y la culpa, seguía viva, en permanente transformación” (ídem). Salen con los jóvenes, conversan y vagan por la calle, “que nunca dormía” (p.193). Amalfitano, por su parte, se muestra más nervioso y deprimido que nunca.

Al día siguiente, Pelletier dice: “Basta de alcohol y comida que me están destrozando el estómago. Quiero enterarme de qué está pasando en esta ciudad” (p.194). Espinoza recuerda entonces la conversación con los jóvenes la noche anterior, en la que uno de ellos les había contado que más de doscientas mujeres habían sido asesinadas en la zona, desde 1993 o 1994 hasta la fecha. Aunque hubo detenidos, pero las mujeres seguían apareciendo asesinadas: “Alguien, alguno de los muchachos, habló del virus de los asesinos. Alguien dijo copycat. Alguien pronunció el nombre de Albert Kessler”, sin embargo, la cuestión sigue siendo un enigma, “nunca se sabrá” (p.195).

Los días siguientes, Espinoza los pasa junto a una joven a quien conoció en el mercado. Ella vende alfombras, acompañada de su hermano menor. Uno de esos días, Pelletier recibe un correo electrónico de Norton en el que explica los motivos por los que volvió a Europa antes que ellos. Espinoza recibió un correo casi idéntico en su casilla. El contenido les resulta desagradable, y a Espinoza le dan ganas de vomitar. Decide volver al mercado y encontrarse con Rebeca, la vendedora de alfombras. Cada día transcurre de igual modo: Espinoza va al mercado, almuerza con Rebeca y su hermano pequeño, conversa con ella, salen a bailar a una disco y finalmente tienen sexo. Mientras tanto, Pelletier relee varias veces los libros de Archimboldi, pasa los días en el hotel bebiendo y a veces conversando con Amalfitano, quien lo visita.

En el correo electrónico, Norton habla de su infancia, de un niño que le agradaba llamado Jimmy, de lo que hizo al volver de México. Fue a Londres con una sensación extraña, sintiéndose fuera de sí, y lloró todo el día. Cuenta que más tarde intentó llamar a una amiga, pero finalmente se encontró a sí misma parada frente a una galería de arte donde exhibían una retrospectiva de Edwin Johns. El póster indicaba la fecha de nacimiento y muerte del autor. Norton no tenía idea de que Johns había muerto, la información la tomó por sorpresa. Dice que, entonces, volvió a casa y se le ocurrió llamar a Morini. Hablar con él la hizo sentir mejor, así que finalmente ella voló a Turín para estar con él. Norton termina relatando cómo es que Morini y ella se confesaron amor mutuo: “No sé cuánto tiempo vamos a durar juntos (…). Ni a Morini (creo) ni a mí nos importa. Nos queremos y somos felices. Sé que vosotros lo comprenderéis” (p.222).

A Pelletier le resulta extraño que ellos estén “en ese hotel, en esa ciudad, cuando Norton, por fin, se había decidido” (p.199). Pero ninguno de los dos amigos se muestra melancólico por demás. La desolación, sin embargo, viene por el lado de la búsqueda de Archimboldi.

- No vamos a encontrar a Archimboldi.

- Hace días que lo sé -dijo Espinoza.

- Sin embargo -dijo Pelletier-, estoy seguro de que Archimboldi está aquí, en Santa Teresa (p.221).

A Espinoza le recorre un escalofrío cuando se da cuenta de que lo que su amigo dice es verdad. Pelletier enfatiza: “Archimboldi está aquí (…), y nosotros estamos aquí, y esto es lo más cerca que jamás estaremos de él” (p.222).

Análisis

Llegar a Santa Teresa no es, para los críticos, equiparable a viajar a cualquier ciudad europea que ya conocen. Allí, todo es hostil e inquietante desde el primer momento. Es “un medio cuyo lenguaje se negaban a reconocer, un medio que transcurría paralelo a ellos y en el cual solo podían imponerse, ser sujetos únicamente levantando la voz, discutiendo, algo que no tenían intención de hacer” (p.160). El único rol disponible para los académicos europeos es el de colonizadores, el de aquellos que imponen su voz por sobre un medio que les resulta inaprehensible. Ellos no desean levantar la voz, por lo cual, sencillamente, se encuentran desorientados. Santa Teresa les parece un gran “campo de refugiados” (p.158), debido a que es la única imagen que pueden traer a colación para intentar comprender la ciudad fronteriza. El narrador enfatiza, con sarcasmo, como su racionalismo europeo empieza a deslucirse al verse expuesto al desierto latinoamericano y su lógica diferente. Los jóvenes se comportan como “astronautas recién llegados a un planeta donde todo era incierto” (p.184), exploradores que buscan absorber algo del mito que persiguen para dar cierto espesor a sus deslucidas vidas.

Esta extrañeza inicial va tornándose cada vez más siniestra con el correr de los días. En la barbacoa, una imagen poética del humo instala la idea de crimen y muerte: “Un olor a carne y a tierra caliente se extendió por el patio bajo la forma de una delgada cortina de humo que los envolvió a todos como la niebla que precede a los asesinatos” (p.185). ¿A qué asesinatos precede esta niebla? Ciertamente, no a un crimen que podamos leer en “La parte de los críticos”. Sin embargo, algo se anticipa al respecto:

Espinoza recordó entonces que durante la noche pasada uno de los muchachos les había contado la historia de las mujeres asesinadas (…). Tal vez doscientas cincuenta o trescientas. El muchacho había dicho, en francés, que nunca se sabrá.

—¿Y culpables? —preguntó Pelletier.

—Hay gente detenida desde hace mucho, pero siguen muriendo mujeres —dijo uno de los muchachos.

Amalfitano, recordó Espinoza, estaba callado, como ausente, probablemente borracho como una cuba. En una mesa cercana había un grupo de tres tipos que de vez en cuando los miraban como si estuvieran muy interesados en lo que hablaban. ¿Qué más recuerdo?, pensó Espinoza. Alguien, uno de los muchachos, habló del virus de los asesinos. Alguien dijo copycat. Alguien pronunció el nombre de Albert Kessler. En determinado momento se levantó y fue al baño a vomitar (p.194).

Esta mención a los femicidios, así como el hecho de saber que la cuarta parte de 2666 se titula “La parte de los crímenes”, abre la puerta a la sospecha de que hay algo más en los crímenes de las mujeres, además de una imagen poética perturbadora en la barbacoa. Santa Teresa es siniestra, en ese lugar reside algo, inexplicable para los críticos, que genera temor.

“La parte de los crímenes”, que se basa en el relato real de los cientos de femicidios ocurridos en Ciudad Juárez y contabilizados desde 1993, es la más célebre de las cinco partes que componen la novela, así como uno de sus núcleos semánticos más grandes. Fate, en “La parte de fate”, se encargará de investigar los crímenes; Amalfitano, en “La parte de Amalfitano”, ayudará a su hija a huir del peligro de los asesinatos de mujeres en la ciudad; y Archimboldi estará finalmente vinculado a los crímenes en la quinta parte de la novela. La mención de las palabras ‘asesinato’, ‘crimen’ o ‘desaparición’ a lo largo de “La parte de los críticos”, aunque solo se trate de imágenes poéticas, no es casual, sino que es uno de los vínculos principales que esta parte tiene con la novela en su conjunto.

Los críticos, sin embargo, no dan suficiente importancia al comentario del estudiante sobre los crímenes en Santa Teresa, y, a su vez, carecen de herramientas interpretativas para explicar sus propias sensaciones de extrañeza y miedo en la ciudad. Pareciera ser que el crimen organizado, el tráfico de personas a través de la frontera, el desempleo, el machismo y el narcotráfico son actores que los académicos desconocen o desestiman y, en lugar de eso, hablan, de modo ingenuo, de la luz del desierto de Sonora (para más información, ver la imagen “La luz del desierto de Sonora”), de la disposición de los espejos en la habitación de Norton, del perturbador inodoro roto en la habitación de Pelletier y del inquietante libro colgado en el patio de Amalfitano. Lo que parecía ser un racionalismo lógico, propio del europeo civilizado y cientificista, resulta, en Santa Teresa, ser un anteojo que altera la percepción.

Por un momento, Pelletier parece estar a punto de revertir el desinterés que sienten los amigos por la violencia de Santa Teresa. Luego de la partida de Norton, Espinoza encuentra a su colega con los diarios de la ciudad en mano y un diccionario francés-español: “Quiero enterarme de qué está pasando en esta ciudad” (p.194) dice Pelletier, en referencia a lo que el joven estudiante mexicano les había contado la noche anterior. Sin embargo, luego estar de todo el día inmerso en las noticias, decide que lo mejor es, al mejor estilo de Poncio Pilatos, darse un baño: “Tuvo ganas de ducharse y sacarse de encima toda la mugre que se le había adherido a la piel” (p.196). De esta manera oblicua se refiere a los sentimientos que genera el haberse zambullido en un gran caudal de relatos de femicidios y violencia. Luego de esta ducha, nada más dice o comenta Pelletier al respecto. A partir de esa mañana, pasa el resto de sus días en el hotel releyendo una y otra vez la obra de Archimboldi.

Un poco antes de que Pelletier se encierre en el hotel, Amalfitano lleva a los académicos a un circo que es organizado por un alemán. El simple hecho de que el hombre sea alemán, como Archimboldi, parece ser suficiente para que valga la pena la entrevista. Como vimos, todo deviene en un delirio absurdo que queda en evidencia cuando el dueño del circo, finalmente, dice que su nombre es en realidad un seudónimo: “Soy norteamericano, me llamo Andy López” (p.188). El narrador parece invitar al lector a reírse de la ineficiencia de los letrados como detectives y de su desilusión.

La escena contiene una humorada más: cuando Andy López les habla de su número de ilusionismo, hace desaparecer pulgas. “Empiezo haciendo desaparecer pulgas” (p.188), dice, ante la risa de todos. Pero inmediatamente, la escena va tomando poco a poco un color más siniestro: “Luego hago desaparecer palomas, luego hago desaparecer un gato, luego un perro, y finalizo mi acto haciendo desaparecer a un niño” (ídem). Con esas palabras cierra la escena el narrador; no sabemos cómo vuelven los niños, cómo desaparecen o, inclusive, si efectivamente lo hacen. En una entrevista que Bolaño da, en el año 2000, para el programa televisivo “Off the record” (ver sección “Vínculos Relacionados”), hace una reflexión con respecto al humor en su literatura, y en la escritura en general, que puede echar luz sobre esta transición de la risa hacia lo siniestro. Para él, el humor funciona como una “rajadura”, sobre todo el humor negro que puede ser, inclusive, finalmente doloroso.

Respecto al hecho de que Pelletier sentencie que jamás van a poder acercarse a Archimboldi realmente, cabe revisitar la escena en la que ambos amigos acuden a lo de la señora Bubis. En esta escena, la señora Bubis se explaya hablando sobre la distancia intrínseca entre la obra de un artista y quien la aprecia. Nunca conocemos realmente, según ella, una obra:

Me apasiona la obra de Grosz (…), ¿pero conozco realmente su obra? Sus historias me hacen reír, por momentos creo que las dibujó para que yo me riera (…), pero una vez conocí a un crítico de arte a quien le gustaba Grosz, por supuesto, y que sin embargo se deprimía muchísimo cuando asistía a una retrospectiva de su obra (…). Este crítico de arte era amigo mío, aunque nunca habíamos tocado el tema Grosz. Una vez, sin embargo, le dije lo que me pasaba. Al principio no se lo podía creer. Luego se puso a mover la cabeza de un lado a otro. Luego me miró de arriba abajo como si no me conociera. Yo pensé que se había vuelto loco. Él rompió su amistad conmigo para siempre. Hace poco me contaron que aún dice que yo no sé nada sobre Grosz y que mi gusto estético es similar al de una vaca (p.45).

Además de esto, la señora Bubis no tiene mucho qué decirles: ha visto personalmente a Archimboldi, pero no tiene manera de contactarlos con él. Sin embargo, la conversación es reveladora. ¿Hasta qué punto tiene sentido perseguir a un autor, a la biografía de un autor, sobre todo, en función de acceder más profundamente a su obra?

Bolaño construye la figura de Archimboldi de forma tal que podemos encontrar ciertas relaciones entre él y nombres célebres de la literatura mundial que han mantenido su vida personal lo más oculta posible del ojo crítico. Entre ellos, Salinger, Castaneda y Pynchon, es posible que sean los escritores más famosos que han esquivado la vida pública y han celado su intimidad e, inclusive, su identidad en muchas ocasiones. Nunca lo asume en sus declaraciones y entrevistas, pero es posible que Bolaño se haya inspirado para el personaje de Archimboldi en la figura de B. Traven, seudónimo más conocido de Otto Feige. Se trata de un actor y escritor alemán, autor de El tesoro de sierra madre, que viajó a México y, seducido por la cultura y la revolución de aquellos años, se quedó a vivir allí para siempre. Otto Feige escribió bajo un sinfín de seudónimos, divulgó él mismo un gran caudal de información contradictoria sobre su biografía y su identidad, y publicaba, como Archimboldi, enviando sus libros a la editorial en Alemania sin presentarse personalmente.

De este modo, la novela pone énfasis sobre aquello que Morini comprende antes de que sus amigos emprendan el viaje a México; algo que Pelletier y Espinoza aceptan recién al final de esta primera parte: el hecho de que nunca accederán a la persona Archimboldi, que su identidad no es relevante. Estar con él significa, como lo hace Pelletier, sumergirse en su obra. Sin embargo, curiosamente, sin saberlo, Pelletier tiene un sueño que está estrechamente vinculado con Archimboldi. Esto solo lo comprenderemos al leer la quinta parte de 2666, “La parte de Archimboldi”, cuando se cuenta la infancia del escritor antes de la Segunda Guerra Mundial y cómo le gustaba el agua, bucear, las algas y el mar. Esto nos remite a un sueño que tiene Pelletier, en el hotel, en medio de su periodo de lectura obsesiva de la obra de Archimboldi. En el sueño se abre una puerta, como la que quizás se abrió en secciones anteriores con los espejos del hotel, que comunica una parte de la novela con otra, un espacio y un tiempo con otro: “Estaba soñando que me iba de vacaciones a las islas griegas y que allí alquilaba un bote y conocía a un niño que todo el día se lo pasaba buceando (…). Lo más curioso del sueño (…) es que el agua estaba viva” (pp. 216-217). Esta cercanía con Archimboldi, para quien el buceo forma parte estructurante de su identidad en la infancia, se le escapa a Pelletier. Los sueños, como los espejos, funcionan en toda la obra como pequeños portales comunicantes de información que no siempre es comprensible por los personajes, pero sí por el lector, en quien confluyen todos estos guiños.

Por último, cabe hacer una pequeña reflexión sobre el narrador omnisciente en tercera persona, tan en desuso en los siglos XX y XXI, que predomina en esta obra. Este narrador decimonónico proporciona una confianza y seguridad, a pesar de todas las miserias y circunstancias adversas en las que pueda zambullirnos, que limita la posibilidad de que los discursos del delirio, la locura, el mal, tomen el texto por completo. Luego del predominio de este tipo de narradores, el siglo XX presenta una gran oleada de relatos en primera persona, narradores protagonistas o testigos ya no tan confiables. Al día de hoy, los relatos en primera persona de narradores psicológicamente fuera de sí son moneda corriente.

Decimos que Bolaño escoge, entonces, un narrador omnisciente, pero este narrador se encuentra descolocado: no es más que un fetiche de sí, no es confiable. No miente, pero tampoco brinda información fidedigna y, sobre todo, dispersa constantemente al lector, plantando pistas falsas y ocultando arbitrariamente otras. Utiliza su poder de control del relato, de acceso a todos los puntos de vista, de forma errática. En lugar de un bastón de seguridad para el lector, es una fuente inagotable de saltos, giros inesperados, pequeñas tramas inconducentes y finales abruptos inconclusos. Quizá, lo más certero sea pensar a este narrador como a un fantasma caprichoso de lo que el narrador omnisciente decimonónico supo ser.

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