La figura del intelectual recorre por completo la literatura de Bolaño. Los hay europeos, elitistas y xenófobos, como es el caso de los críticos en 2666; los hay parasitarios del Estado, vulgares y proselitistas, como es el caso del Cerdo, también, en “La parte de los críticos”. Su interés por la figura del crítico y el intelectual se entrecruza en más de una vez con la noción de compromiso. La pregunta por el nivel de compromiso con su época, el arte, su proyecto y la política es algo que podemos hacer en torno a cada personaje que nos encontramos en la obra de Bolaño.
La noción de intelectual latinoamericano en la literatura de Bolaño difiere sustancialmente de la construcción que realizó, en contraposición, de la noción de intelectual europeo. En el caso de los críticos latinoamericanos, históricamente se han relacionado de forma intrínseca con la figura de escritor literario, y Bolaño se apoya en esta construcción para caracterizar a sus personajes. La poesía no les es ajena a estos pensadores; el filósofo latinoamericano, el ensayista, no se aparta de la lírica. Podemos pensar en Carlos Mariátegui o Salazar Bondy como ejemplos de este vínculo estrecho entre el intelectual y el escritor creativo latinoamericano.
Sin embargo, en la historia intelectual latinoamericana, algo se rompe en los años 70 durante las dictaduras militares que azotaron el continente, momento en el que el camino del pensador regional se bifurca. A partir de entonces, comienzan a aparecer intelectuales que podemos identificar con la figura de El Cerdo, Almendro, que más que un intelectual parece un político, o, inclusive, un comisario o un sicario, acompañado de su arma a donde quiera que va. A Bolaño le han interesado a lo largo de toda su obra estos personajes de un modo casi permanente. El Cerdo representa a un tipo de actor cultural mexicano que se autoproclama la crema de la academia, pero no es más que un parásito del Estado. Por ejemplo, el profesor Amalfitano dirá sobre este tipo de personajes, en “La parte de los críticos”:
El intelectual, por su parte, puede ser un fervoroso defensor del Estado o un crítico del Estado. Al Estado no le importa. El Estado lo alimenta y lo observa en silencio (…). Un intelectual puede trabajar en la universidad o, mejor, irse a trabajar a una universidad norteamericana, (…) pero esto no lo pone a salvo de recibir una llamada telefónica a altas horas de la noche y que alguien que habla en nombre del Estado le ofrezca un trabajo mejor, un empleo mejor remunerado, algo que el intelectual cree que se merece, y los intelectuales siempre creen que se merecen algo más (p.172).
En Toulouse, los críticos conocen a Rodolfo Alatorre. Alatorre es un joven mexicano que se encuentra en Europa, no tanto gracias a sus méritos académicos, que bien puede tenerlos, sino a su contacto con Almendro, El Cerdo, burócrata de la administración cultural mexicana que le consigue una beca. Sin embargo, la admiración máxima de este tipo de intelectuales siempre está puesta en los europeos: la llegada de Norton, Pelletier y Espinoza a México suscita todo tipo de reacciones en el abanico de la adulación o la sobre atención. Les organizan cenas, barbacoas, ágapes y paseos por la ciudad. Guerra, decano de la Universidad de Santa Teresa, les garantiza la presencia de un profesor como guía, Amalfitano, que conoce bien la obra de Archimboldi y los ayuda a buscarlo. El desvío de recursos en función del capricho de tres catedráticos europeos que buscan a su idolatrado escritor alemán hace que, por momentos, el lector pueda llegar a sentir vergüenza ajena.
Por otra parte, cabe mencionar la construcción de los personajes de los críticos y la academia europea. Estos tres jóvenes que llegan a México no tienen interés en las barbacoas de borrego tradicionales, los artistas plásticos que se instalan en Sonora por la belleza de su luz o la violencia que azota la ciudad de Santa Teresa. Ellos solo quieren encontrar a Archimboldi. Todo aquello que huela a color local les pasa desapercibido o, inclusive, les genera rechazo. De hecho, el simple hecho de que el decano Guerra los llame “colegas” los perturba: “El ridículo de un «colega», a su manera, tendía puentes de cemento armado entre Europa y aquel rincón trashumante” (p.160). Los europeos no quieren que, bajo ningún concepto, se tienda un puente entre aquella barbarie y ellos. No resulta casual que en ningún momento de su estadía en Santa Teresa se mencione a poeta, ensayista o novelista mexicano alguno; la Universidad de Santa Teresa y Amalfitano son, para ellos, una “universidad inexistente” (p.162) y un “profesor inexistente” (ídem).
Sin embargo, nada de esto implica que la mirada de Bolaño sobre la figura del intelectual sea meramente negativa. Su construcción es, al igual que su idea sobre el mal, la amistad o el arte, ante todo compleja y dinámica. Él mismo, sin ir más lejos, no concibió jamás su labor de literato sin inmiscuirse en asuntos propios de la crítica intelectual. En sus ensayos y reseñas recogidos en Entre paréntesis, en libros de cuentos como El gaucho insufrible, y, sobre todo, en el entre líneas de toda su narrativa, siempre dejó deslizar análisis críticos y ensayísticos sobre diversos aspectos de la poesía, la narratología, la estética, la historia y la política.