El tiempo libre que les quedó, que fue mucho, lo dedicaron a pasear por los, en opinión de Pelletier, parvos lugares interesantes de Augsburg, ciudad que a Espinoza también le pareció parva, y que a Morini sólo le pareció un poco parva, pero parva al fin y al cabo, empujando, ora Espinoza, ora Pelletier, la silla de ruedas del italiano, cuya salud en aquella ocasión no era muy buena, sino más bien parva, por lo que sus dos compañeros y colegas estimaron que un poco de aire fresco no le iba a sentar mal, más bien todo lo contrario.
Los cuatro críticos “no sólo se leían mutuamente en las revistas especializadas, sino que también se hicieron amigos o que creció entre ellos algo similar a una relación de amistad” (p.23), dice el narrador en las primeras páginas de la novela. A partir del interés común por la figura de Archimboldi, se forja entre los académicos una amistad, que es uno de los tópicos principales de esta primera parte de 2666.
Este tema asume distintas manifestaciones: por momentos, toma protagonismo la dimensión curativa de la amistad. El confort que brinda la fraternidad funciona como contraparte del mal, el horror y la violencia, temas centrales en la novela. Pero además, la amistad muchas veces también trae sufrimiento y dolor, forja las identidades de los personajes desde el conflicto. En su complejidad descansa el interés que despierta este tipo de vínculo en la novela.
Por otro lado, esta cita da la pauta de la cuota de humor que atraviesa la prosa de Bolaño a la hora de retratar el vínculo entre los críticos, muchas veces signado por el esnobismo. En esta línea cabe atender al juego con el lenguaje, en este caso con la repetición del poco frecuente adjetivo ‘parvo’, explotada hasta el absurdo en función de ridiculizar al grupo.
Un cabrón puede no tener imaginación y luego realizar un único acto de imaginación, en el momento más inesperado.
Es muy común en la prosa de Bolaño encontrarnos con personajes pedestres, terrenales, que luego cometen una gran hazaña que rompe con las expectativas depositadas sobre ellos. En la cita, se llama “acto de imaginación” a esta hazaña y cabe aclarar que bien puede tratarse del acto más heroico como de la máxima expresión del mal absoluto. Espinoza habla, en este caso puntual, de Alex Pritchard, amigo o, quizá, pareja eventual de Norton. Pritchard es un hombre prosaico, sin mucha creatividad ni ambiciones. Sin embargo, su presencia resulta inquietante y violenta. Para Espinoza, su falta de imaginación no quita que pueda tratarse de una potencial amenaza para su amiga. Ese único acto de imaginación de Pritchard, en este caso, podría ser un acto de violencia.
Y luego se fueron a cenar, felices como niños, y los tres bebieron más de la cuenta, hablando de los celos y de las funestas consecuencias de estos (…), de la inevitabilidad de los celos (…), de la necesidad de los celos, como si los celos fueran necesarios en medio de la noche. Para no mencionar la dulzura y las heridas abiertas que en ocasiones, y bajo ciertas miradas, son golosinas.
Evidentemente celosos de Alex Pritchard (aunque digan no estarlo), Pelletier y Espinoza inician con Norton una conversación, en tono académico, sobre la realidad de los celos. La relación de amistad entre los críticos está plagada de charlas pseudo-teóricas sobre sus propios sentimientos. Bolaño es irónico con respecto a esto en su literatura en general: satiriza la pose intelectual, la racionalización y la teorización extrema de las emociones en estos ambientes letrados y academicistas.
Morini, adoptando un tono de voz casual, le dijo que creía saber por qué Johns se había cercenado la mano derecha (…). Lo hizo por dinero (…). Porque creía en las inversiones, en el flujo de capital, quien no invierte no gana, esa clase de cosas.
Edwin Johns es un retratista británico sobre el cual conversan mucho los críticos. En particular, les interesa el hecho de que el artista, en un delirio creativo, se haya cortado la mano con la que pintaba, haciéndola embalsamar y luego exhibir.
En una primera lectura, podría pensarse que el hecho de que Morini descubra que la motivación que llevó a Johns a mutilarse no fue heroica, sino económica, tiene como objetivo desilusionar al lector (y a Norton) y desmitificar la figura de Johns. Sin embargo, lo cierto es que Bolaño suele tematizar en su obra la dimensión económica de la escritura, del oficio de escribir. En su concepción de la literatura y el arte en general conviven aquello que eleva al arte por sobre la vida prosaica apegada al sistema, junto con el costado que lo inserta en este sistema y esta vida terrenal: el valor de cambio del arte.
Vale, en este punto, dar cuenta de las condiciones de publicación de 2666, cuando Bolaño, debido a su precario estado de salud, ordenó publicar la novela en cinco libros distintos para ayudar económicamente a su familia en caso de que muriera. Evidentemente, en ese momento estaba poniendo las necesidades económicas de su familia por delante de su voluntad artística, bajo la cual concebía a 2666 como una unidad. Así, mercantilismo y la esfera irreductible del arte se mantienen en constante tensión en su obra.
Cuando [Marcel Schwob] llegó, al cabo de muchas penalidades, a Samoa, no visitó la tumba de Stevenson. Por un lado, se encontraba demasiado enfermo y, por otro lado, ¿para qué visitar la tumba de alguien que no ha muerto? Stevenson, y esta revelación simple se la debía al viaje, vivía en él.
Por su salud deteriorada, Morini no puede viajar a Sonora con sus amigos en busca de Archimboldi. Mientras reflexiona al respecto, piensa en el escritor Marcel Schwob, que también tenía una salud deteriorada y tuvo que suspender su visita a la tumba de Stevenson, el afamado escritor.
Al resignar el viaje, Morini se da cuenta de algo muy importante: Stevenson no está en su tumba, sino en su obra y en lo esta que representa para sus lectores. De este modo, encontrar a Archimboldi en persona pierde sentido para él.
Al salir del aeropuerto los tres percibieron la luminosidad del estado de Sonora. Era como si la luz se sumergiera en el océano Pacífico produciendo una enorme curvatura en el espacio. Daba hambre desplazarse bajo aquella luz, aunque también, pensó Norton, y tal vez de forma más perentoria, daba ganas de aguantar el hambre hasta el final.
A pesar de su esnobismo academicista, los críticos son personas sensibles al arte y a la belleza estética. El rector de la universidad señala la particular luz del desierto que los europeos seguramente pudieron advertir en su llegada a México:
Cuando Pelletier, por cambiar de tema, habló de la luz de Sonora, el rector se explayó hablando de las puestas de sol en el desierto y mencionó a algunos pintores, cuyos nombres ellos desconocían, que se habían instalado a vivir en Sonora o en la vecina Arizona (p.159).
Sin embargo, esta luminosidad inicial, que encandila a los letrados y artistas por igual, va a contrastar con la realidad de Santa Teresa, espacio mexicano privilegiado en esta primera parte. Se trata de una realidad mucho más lúgubre, violenta y, varias veces, incomprensible, sobre todo para los desorientados turistas europeos.
La primera impresión que los críticos tuvieron de Amalfitano fue más bien mala, perfectamente acorde con la mediocridad del lugar. (…) Amalfitano solo podía ser visto como un náufrago, un tipo descuidadamente vestido, un profesor inexistente de una universidad inexistente, el soldado raso de una batalla perdida de antemano contra la barbarie.
La impresión que los críticos tienen de Amalfitano habla mucho más de ellos mismos que del profesor. Para empezar, el lugar donde el profesor desempeña sus tareas les resulta mediocre, aunque con cierto “color local” (p.162). Amalfitano, sin embargo, les parece doblemente mediocre, “fracasado, fracasado sobre todo porque había vivido y enseñado en Europa” (p.163) y ahora enseñaba en esta universidad “inexistente” (p.162). Se refieren, en este caso, a la Universidad de Santa Teresa.
Lógicamente, esta cita denota la conducta xenófoba y europeísta de los amigos, a quienes el entorno les resulta hostil y vulgar. Como europeo, Amalfitano les parece un soldado raso en plena lucha contra la barbarie que, para ellos, es el desierto mexicano.
Más adelante, se sorprenderán al descubrir que Amalfitano no solo sabe alemán, sino que, además, ha traducido él mismo un libro de Archimboldi; su sorpresa tiene la medida de sus prejuicios, que son muchos.
De pronto Norton se dio cuenta de que la mujer reflejada en el espejo no era ella. Sintió miedo y curiosidad y permaneció quieta, observando si cabe con mayor detenimiento a la figura en el espejo.
En el hotel México, Norton se aloja en una habitación en la cual hay dos espejos enfrentados de tal modo que “si uno adoptaba una cierta postura, ambos espejos se reflejaban” (p.159). Por la noche, sueña con una mujer reflejada en el espejo y no termina de determinar si se trata de ella misma o no.
Este hecho, aparentemente aislado se vincula con otra escena de 2666, presente en “La parte de los crímenes”: una mujer llamada Azucena Esquivel Plata, que ha perdido a su mejor amiga en Santa Teresa, en medio de la ola de femicidios que azotan la ciudad, la busca con desesperación. Mientras investiga por su cuenta, Azucena se aloja en el mismo hotel México:
Me fijé en que había dos espejos. Uno en un extremo y el otro junto a la puerta y que no se reflejaban. Pero si uno adoptaba cierta postura, entonces sí que un espejo aparecía en el azogue de otro (p. 843).
Por este comentario, los lectores podemos advertir que se trata de la misma habitación utilizada por Liz Norton. Además, sabemos, por varios indicios a lo largo de la novela, que el paso de Azucena por el hotel México es anterior al de los críticos.
A partir de la lectura de este tipo de eventos, escenas como el sueño de Norton en el hotel México cobran implicancias nuevas. Quizá, sea la presencia fantasmática de Azucena lo que Liz Norton ve en su sueño; algo que dispara, entre otras cosas, la inquietud creciente que la llevará a dejar la ciudad antes que sus amigos.
Espinoza recordó entonces que durante la noche pasada uno de los muchachos les había contado la historia de las mujeres asesinadas (…). Tal vez doscientas cincuenta o trescientas. El muchacho había dicho, en francés, nunca se sabrá (…). —¿Y culpables? —preguntó Pelletier.—Hay gente detenida desde hace mucho, pero siguen muriendo mujeres —dijo uno de los muchachos. Amalfitano, recordó Espinoza, estaba callado, como ausente, probablemente borracho como una cuba. En una mesa cercana había un grupo de tres tipos que de vez en cuando los miraban como si estuvieran muy interesados en lo que hablaban. ¿Qué más recuerdo?, pensó Espinoza. Alguien, uno de los muchachos, habló del virus de los asesinos. Alguien dijo copycat. Alguien pronunció el nombre de Albert Kessler. En determinado momento se levantó y fue al baño a vomitar.
Esta es una de las escasas menciones a la ola de femicidios que azota la ciudad de Santa Teresa, que empiezan a contabilizarse desde 1993, y que será el tema central de “La parte de los crímenes”, la más voluminosa junto con “La parte de Archimboldi” y, por lejos, la más célebre de 2666.
Aquí, los nervios de Amalfitano y su borrachera ausente se explican por la huida de su hija y el miedo que siente por ella en el contexto de los femicidios que azotan al país. Esto se desarrollará con más detalle en “La parte de Amalfitano” a partir de la huida de su hija, que tiene estrecha relación con los femicidios de la ciudad y que, posiblemente, sucedió poco antes de su encuentro con los críticos.
Los críticos se sorprenden por esta información que les da el joven estudiante, pero no por eso abandonan cierta actitud frívola en torno a lo que se les está contando. Sin embargo, como vemos, los cita nos sitúa en espacio y tiempo en relación con las otras partes de 2666. Más adelante sabremos sobre la visita a la ciudad del detective norteamericano Albert Kessler, así como el vínculo estrecho entre el viaje de Archimboldi y los irresolubles crímenes de Santa Teresa.
Archimboldi está aquí —dijo Pelletier—, y nosotros estamos aquí, y esto es lo más cerca que jamás estaremos de él.
Pelletier parece tomar conciencia de algo que Morini ya había comprendido anteriormente, aunque desde otro punto de vista: acercarse a Archimboldi es imposible. Esto sucede tanto porque es un ser misterioso y escurridizo que no quiere ser hallado como, sobre todo, por el hecho de que el acercamiento físico es posiblemente inútil.
La presencia de Archimboldi en Santa Teresa es, más bien, un presentimiento. Hasta el momento, los críticos lo han perseguido por intuiciones y basados en datos vagos e imprecisos. ¿Qué imposibilita el hecho de que Archimboldi ya se haya ido de la ciudad? ¿Cómo sabe Pelletier que el alemán está en Sonora? Esta intuición se asemeja mucho al presentimiento que guía, al mismo desierto, a Arturo Belano y Ulises Lima, en otra novela de Bolaño, Los detectives salvajes. En este caso, en busca de la poetisa Cesárea Tinajero.
Como podemos comprobar, la búsqueda, la pesquisa, opera como una pulsión vital que empuja a los personajes de Bolaño a través del mundo; se trata de un oasis en un “desierto de aburrimiento” (p.9), como bien dice el epígrafe de 2666.