Los espejos
Los espejos y las imágenes que se reflejan en su interior se describen en múltiples oportunidades dentro de novela. En “La parte de los críticos”, Norton se aloja en una habitación y el narrador se detiene en una caracterización minuciosa de la disposición de los espejos: “Si uno adoptaba una cierta postura, ambos espejos se reflejaban” (p.159). Por la noche, Liz Norton sueña con los espejos y sus reflejos:
De pronto Norton se dio cuenta de que la mujer reflejada en el espejo no era ella. Sintió miedo y curiosidad y permaneció quieta, observando si cabe con mayor detenimiento a la figura en el espejo (…). Su imagen en los espejos aparecía vestida como para salir, con un traje sastre gris y, cosa curiosa, pues Norton rara vez usaba esta prenda, con un sombrerito gris que evocaba páginas de moda de los años cincuenta. Probablemente, llevaba zapatos de tacón, de color negro, aunque no se los podía ver (p.164).
Esta imagen, que parece no tener una motivación directa en relación con la trama principal de “La parte de los críticos”, se comunica directamente con “La parte de los crímenes”. Allí, una mujer llamada Azucena, que busca desesperadamente a su mejor amiga desaparecida, se aloja en la misma habitación del Hotel México que Norton, donde también se detiene en los mismos juegos de reflejos que ella: “Me fijé en que había dos espejos. Uno en un extremo y el otro junto a la puerta y que no se reflejaban. Pero si uno adoptaba cierta postura, entonces sí que un espejo aparecía en el azogue de otro” (p. 843).
En “La parte de los críticos” nos encontramos con otra descripción de los espejos, cuando los jóvenes toman unos cócteles en una galería de arte, y el hombre que los atiende afirma que percibe en el espejo, cada noche, al fantasma de su abuela:
Una noche, antes de cerrar la galería, la vio reflejada en el único espejo que había, en un rincón, un viejo espejo victoriano de cuerpo entero que estaba allí para que las clientas se probaran los vestidos. Su abuela miraba uno de los cuadros colgados en la pared y luego trasladaba la vista a la ropa que colgaba de los percheros y también miraba, como si aquello ya fuera el colmo, las dos únicas mesas del establecimiento (p.142).
La mirada de la abuela sobre lo que ocupa espacio en la galería le da a entender al nieto que el negocio va mal y que ella no aprueba su idea.
De este modo, los espejos se vinculan en la novela con presencias fantasmáticas. En cierto modo, los espejos funcionan como portales comunicantes o modos de acceder a algo que está más allá de la realidad, desdoblando el espacio y revelando lo que de otro modo permanece oculto.
El desnudo de Morini
Luego de ir al teatro, Morini se desviste en su silla de ruedas frente al televisor. En esta imagen se condensan su reciente experiencia en la sala con sus acciones:
De vuelta en su hotel, mientras se desnudaba parcialmente, sin bajar aún de la silla de ruedas, delante del televisor apagado que lo reflejaba a él y la habitación como figuras espectrales de una obra de teatro que la prudencia y el miedo aconsejaban no montar jamás, concluyó que tampoco la comedia era tan mala, que había estado bien, él también se había reído, los actores eran buenos, las butacas cómodas, el precio de las entradas no excesivamente caro (p.139).
En esta imagen, Morini se transforma en un actor en el reflejo del televisor que representa, de alguna manera, un tabú. El narrador habla de una obra de teatro que jamás se monta debido al miedo y la prudencia. Mediante esta imagen, transmite la idea de que hay algo de la vida privada de un discapacitado motriz y sus actividades cotidianas que el temor no permite escenificar. Además, da cuenta de cómo, luego de asistir a una obra de arte dramática, Morini se encuentra afectado, atravesado por la misma, al puto de convertirse él en una figura espectral dramática.
La percepción alucinada de Norton tras leer a Archimboldi
La lectura de Archimboldi provoca un gran abanico de posibles reacciones. Solo a partir de estas reacciones conocemos algo sobre sus textos, porque en ningún momento, como bien mencionamos en el análisis, se nos refiere algo de las tramas o personajes que componen los relatos.
En el caso de Norton, los efectos de la lectura en ella se describen a través de ricas imágenes sensoriales:
La lectura (…) sí que la hizo salir corriendo. En el patio cuadriculado llovía, el cielo cuadriculado parecía el rictus de un robot o de un dios hecho a nuestra semejanza, en el pasto del parque las oblicuas gotas de lluvia se deslizaban hacia abajo, pero lo mismo hubiera significado que se deslizaran hacia arriba, después las oblicuas (gotas) se convertían en circulares (gotas) que eran tragadas por la tierra que sostenía el pasto, el pasto y la tierra parecían hablar, no, hablar no, discutir, y sus palabras ininteligibles eran como telarañas cristalizadas o brevísimos vómitos cristalizados, un crujido apenas audible, como si Norton en lugar de té aquella tarde hubiera bebido una infusión de peyote (p.21).
La lectura de Archimboldi tiene un efecto lisérgico en Norton. A partir de allí, su percepción se altera como si hubiera ingerido una droga alucinógena. Las comparaciones se encadenan armando un cuadro muy complejo: la tierra traga las gotas de lluvia, el cielo parece un robot, el pasto parece dialogar con la tierra. Las palabras son telarañas, vómitos cristalizados. El acceso a la obra de Archimboldi parece transportar a sus lectores a un estado de trance en el que las imágenes muchas veces componen figuras difíciles de interpretar más que pensándolas como cuadros surrealistas.
La luz en el desierto de Sonora
Lo primero que perciben los críticos del desierto de Sonora es su particular luz:
Al salir del aeropuerto los tres percibieron la luminosidad del estado de Sonora. Era como si la luz se sumergiera en el océano Pacífico produciendo una enorme curvatura en el espacio. Daba hambre desplazarse bajo aquella luz, aunque también, pensó Norton, y tal vez de forma más perentoria, daba ganas de aguantar el hambre hasta el final (p.158).
Resulta cuanto menos críptico desentrañar qué puede significar el hecho de que la luz del estado de Sonora produzca hambre y, a su vez, ganas de aguantarse esa hambre. Pero sí es llamativo que Sonora sea luminoso: en la novela, en Sonora reside el corazón del mal absoluto, el horror que se narrará en “La parte de los crímenes” a través de la compilación hiperbólica de un relato de asesinato macabro tras otro. En Sonora, además, toman contacto los críticos con diferentes tipos de oscuridad psicológica: la obsesión, la resignación e, inclusive, el roce con el delirio en el caso de Norton.
Sin embargo, esta apreciación de la luz no parece ser privativa de los críticos europeos. Mientras viajan junto al rector de la Universidad de Santa Teresa, conversan al respecto:
Cuando Pelletier, por cambiar de tema, habló de la luz de Sonora, el rector se explayó hablando de las puestas de sol en el desierto y mencionó a algunos pintores, cuyos nombres ellos desconocían, que se habían instalado a vivir en Sonora o en la vecina Arizona (p.159).
La imagen de la luz extraña y protagónica en la que se ven inmersos, una y otra vez durante su viaje, los académicos contrasta con una oscuridad que no es material, sino conceptual, debido a los horrores que en Santa Teresa suceden, y que son uno de los focos principales de la novela.