Sostiene Pereira

Sostiene Pereira Resumen y Análisis Capítulos 16-20

Resumen

Capítulo 16

El doctor Cardoso recibe a Pereira en el comedor. Le pregunta por sus proyectos para la página cultural del Lisboa y le dice haber disfrutado la lectura de la efemérides sobre Pessoa y del cuento de Maupassant. Pereira le cuenta sobre "Honorine", el cuento de Balzac que saldrá traducido en los números siguientes, que es sobre el arrepentimiento, y que ha leído en clave autobiográfica. Luego pregunta a Cardoso sobre su formación en Francia. El doctor responde que estudió Medicina y luego se especializó en dietética y psicología. Luego pregunta por lo autobiográfico en el relato de Balzac, y Pereira confiesa que en realidad él lo leyó en clave autobiográfica respecto de sí mismo, puesto que se identifica, “de manera limítrofe” (p.101), con el arrepentimiento. El hecho de que Cardoso haya estudiado psicología, dice Pereira, le anima a hablar con él. Su amigo sacerdote António probablemente no lo entendería; a él tendría que confesarle culpas y no se siente culpable de nada en especial, aunque sí siente deseos de arrepentirse; siente “nostalgia del arrepentimiento” (p.101). Explica que, por una parte, está contento de haber estudiado en Coimbra, de haberse casado con una mujer enferma, de haber sido cronista en un gran periódico durante muchos años y ahora dirigir la página cultural de uno muy pequeño, pero, al mismo tiempo, siente deseos de arrepentirse de su vida.

Cardoso piensa que quizá, en los últimos años de la vida de Pereira, hubo algún “evento” que, según el psicoanálisis freudiano, es “un acontecimiento concreto que se verifica en nuestra vida y que trastoca o perturba nuestras convicciones o nuestro equilibrio” (p.102). Pereira entonces le cuenta sobre Monteiro Rossi y su novia Marta. Cardoso opina que no hay nada de malo en que Pereira le pague al muchacho aunque sus artículos sean impublicables: en última instancia, solo está arriesgando su dinero. Pero Pereira interrumpe: “no es eso (...), sino que me ha surgido una duda: ¿y si esos dos chicos tuvieran razón?” (p.103). Cardoso dice que no habría problema en eso, pero Pereira continúa: si ellos tuvieran razón, su vida no tendría sentido. Por eso siente deseo de arrepentirse, dice Pereira; se siente como si fuera otra persona y debiera renegar de algo.

Cardoso le habla a Pereira sobre los “médecins-philosophes” (p.103), que son médicos, psicólogos y filósofos que enarbolaron una teoría sobre la confederación de las almas. Dicha teoría plantea que es una ilusión (establecida por la tradición cristiana del alma única) creer que somos “uno” y no una pluralidad de “yoes”. Según esta teoría, la personalidad es en realidad una confederación de varias almas que se ponen bajo el control de un yo hegemónico. Esa situación se establece como “normalidad” hasta que surge otro yo, más fuerte, y destrona al hegemónico, pasando a dirigir el cohorte de las almas, y así sucesivamente. El proceso se puede dar por “ataque directo” o por una “paciente erosión”. Quizás, dice Cardoso, por una paciente erosión un yo hegemónico esté ocupando el liderazgo de la confederación de las almas en Pereira, y él no puede sino apoyarlo, dejarlo salir a la superficie. Si actuara de otra manera, entraría en conflicto consigo mismo. Así que, si quiere arrepentirse de su vida, le dice Cardoso a Pereira, pues que lo haga: dejando salir a superficie su nuevo yo hegemónico, su vida ya no le parecerá inútil. Le recomienda que se deje llevar en lugar de compensar su sufrimiento con comida y limonadas llenas de azúcar.

Quedan en verse a la mañana siguiente.

Capítulo 17

A la mañana siguiente, Pereira encuentra a Cardoso en las piscinas para el baño de algas. Se sumerge y hace los ejercicios que Cardoso le indica, masajeándose el cuerpo con las algas. Mientras, Pereira le dice al doctor que planea traducir para el Lisboa un cuento de Daudet, "La última clase", y el doctor le pide que le cuente el relato. Pereira lo hace: se trata de un maestro de un pueblo francés cuyos alumnos son hijos de campesinos pobres y deben trabajar en el campo, lo que provoca que falten a clase. El último día de escuela la guerra franco-prusiana ha terminado y el maestro aguarda casi sin esperanza que llegue algún alumno, pero, en cambio, se presenta el pueblo entero para rendir homenaje al gran maestro francés, que debe partir, porque al día siguiente su tierra será ocupada por los alemanes. Entonces, el maestro escribe en el pizarrón “Viva Francia” y se marcha con lágrimas en los ojos, en medio de una gran conmoción.

Cardoso encuentra hermoso el relato, pero le advierte a Pereira que, en la actualidad de Portugal, ese “Viva Francia” pueda no ser bien recibido, y sugiere que quizás Pereira esté dejando lugar a su nuevo yo hegemónico. Pereira se sorprende. Replica que es un cuento decimonónico, que habla del pasado. Pero es un cuento contra Alemania, argumenta Cardoso, y Alemania es intocable en Portugal, donde se ha impuesto el saludo nazi en las celebraciones oficiales. Pereira dice que, de todos modos, el Lisboa es un periódico independiente y no está vinculado a ningún movimiento político. Pero Cardoso responde que el director del Lisboa es un personaje del régimen, presente en todos los actos oficiales, con el brazo en alto como los nazis. Pereira agrega que, si bien eso es cierto, en el fondo es una buena persona, y le confirió plenos poderes en lo que respecta a la página cultural. Cardoso le recuerda que, de todos modos, los periódicos deben pasar por el imprimátur de la censura preventiva antes de salir, y que si algo no funciona puede quedarse tranquilo que no será publicado. Cardoso habla entonces de los espacios en blanco que aparecen en los diarios, producto de la censura de algunas notas, lo que le produce rabia y melancolía. Pereira dice que en el Lisboa nunca ha sucedido. Cardoso responde que podría suceder; dependerá del yo hegemónico que gobierne a Pereira. Luego, el doctor le dice a Pereira que, si quiere ayudar a ese yo hegemónico a salir a la superficie, quizás debería marcharse a otro país, como Francia: él habla francés, es viudo y no tiene hijos; nada debería atarlo a Portugal. Pereira responde que lo ata una vida pasada, la nostalgia, y le pregunta al doctor por qué no se va él. Cardoso replica que posiblemente lo haga. Pereira, que sin darse cuenta, hizo quince minutos de ejercicios más que lo necesario. Sale de la piscina. Él y el doctor comen juntos y hablan de literatura y de Francia.

Luego, Pereira descansa en su habitación. Le habla al retrato de su esposa sobre Cardoso y su teoría de la confederación de las almas, y la posibilidad de que él esté mudando de yo hegemónico.

Pereira pasa toda la semana haciendo ejercicios, conversando con Cardoso y traduciendo el cuento de Daudet. Al abandonar la clínica se siente descansado, en forma, y pesa varios kilos menos.

Capítulo 18

El mes siguiente transcurre para Pereira con normalidad. Se alimenta según lo consignado por el doctor Cardoso y casi no piensa en Monteiro Rossi, hasta que recibe una carta dirigida a este desde España, pero con la dirección y el nombre de Pereira debajo. Pereira siente deseo de abrirla pero la guarda, cerrada, en la carpeta de necrológicas.

Su traducción del cuento de Balzac termina de publicarse y Pereira recibe por él varias felicitaciones, incluso cartas de agradecimiento. El director del Lisboa también lo llama para felicitarlo, y Pereira siente que este no entendió el mensaje.

Cuando el director del periódico le pregunta a Pereira qué está preparando, este le cuenta que está traduciendo "La última clase". El director no lo conoce y Pereira le dice que es un cuento patriótico. Esto satisface al director y se despiden. De pronto, suena el teléfono y es Marta. Pereira se sorprende, pregunta cómo están ella y Monteiro Rossi, y Marta dice que necesita reunirse con él. Quedan en verse en el Café Orquídea. Marta advierte que ahora tiene el pelo corto y rubio.

Pereira, nervioso, sale de la redacción y toma un taxi hasta su casa. Allí se baña con los movimientos de masaje indicados por el doctor Cardoso. Vestido, le cuenta a su esposa sobre el llamado.

Al entrar al Café Orquídea Pereira casi no reconoce a Marta, ahora rubia, con flequillo y bucles y diez kilos menos. Marta dice haber decidido cambiar de aspecto porque ciertas circunstancias la obligaban a convertirse en otra persona. Ahora tiene un pasaporte francés según el cual se llama Lise Delauney, es pintora y visita Portugal por turismo.

Pereira no logra contener su deseo de romper la dieta y ordena omelette y limonada. También bebe oporto junto a Marta. Le pregunta si está metida en algún lío y ella responde que sí, pero en los líos que a ella le gustan, por la vida que ha elegido. Luego, ante las preguntas de Pereira, Marta le informa que Monteiro Rossi sigue fuera de Lisboa, que tiene algunos problemas y necesita dinero; le envía a través de ella una efemérides y agradecería si le pagara a Marta para que ella pueda hacérselo llegar. Pereira, resignado, le da el dinero, recibe el artículo y le dice a la muchacha que pueden contar con él para algunas cosas, pero que prefiere mantenerse al margen de sus problemas, puesto que no le interesa la política. Agrega que, de todos modos, agradecería que Monteiro Rossi le dé señales de vida; quizás él pueda ayudarlo de alguna manera. Marta le dice a Pereira que es de gran ayuda, y que la causa republicana no lo olvidará.

Terminan de comer y Marta se retira. Hablando con Manuel, Pereira se entera que Bernanos, escritor católico y francés, denunció la represión franquista en España. Pereira siente alegría y se le ocurre publicar en el Lisboa su traducción de algunos textos del escritor.

Capítulo 19

A la mañana siguiente Pereira va a la iglesia. Le cuenta a António sobre la clínica en la que estuvo en Parede y acaba informándole sobre la teoría de la confederación de las almas que le compartió Cardoso. António se opone: el alma humana es única, indivisible y nos fue dada por Dios. Pereira le propone cambiar “alma” por “personalidad”, pero al sacerdote le sigue pareciendo un pensamiento peligroso y hereje. Entonces Pereira le cuenta sobre pensamientos nuevos que antes no tenía, quizás influenciados por el muchacho que escribe las necrológicas y su novia, y acaba preguntándole al padre si piensa que debería confesarse. António le pregunta si cometió pecados contra la carne, y como Pereira dice que no, Antonio responde que no le haga perder el tiempo, puesto que para recibir una confesión debe concentrarse, y propone que en cambio hablen como amigos.

Pereira dice entonces que él se siente un buen católico, pero que no entiende bien qué está sucediendo con algunos escritores católicos y su posición ante la Guerra Civil española. Le pide a António que lo ponga al corriente para así saber cómo comportarse no heréticamente. Antonio se sorprende por el hecho de que Pereira desconozca lo que está sucediendo en el mundo, y luego le dice que él debe responder a la jerarquía porque es sacerdote, pero que Pereira es libre de tomar sus propias decisiones, aunque sea católico. Pereira entonces le implora que le explique lo que está sucediendo. António le cuenta que, tras el bombardeo de Guernica, el clero vasco (considerado el más cristiano de España) se puso del lado de la República, y luego dos ilustres escritores franceses, Mauriac y Maritain, publicaron un manifiesto a favor de ellos. Pereira se conmueve al oír el nombre de Mauriac y le cuenta al padre su voluntad de escribir su necrológica. António se asombra al oír lo de la necrológica, alegando que a Mauriac le quedan años de vida. Luego continúa lo que estaba narrando: el Vaticano declaró que miles de religiosos españoles habían sido asesinados por los republicanos, que los católicos vascos eran “cristianos rojos” y había que excomulgarlos, y esta postura fue apoyada por Paul Claudel, otro escritor católico. Pereira titubea algo sobre respetar todas las decisiones, pero António lo interrumpe y asegura que Claudel es “un hijo de puta” (p.123).

El sacerdote acaba diciendo que la República es constitucional y que Franco es un bandido que dio un golpe de Estado. Pereira le pregunta por Bernanos y António le explica que Bernanos vivió mucho en España y escribió sobre las masacres franquistas, y por eso el Vaticano no lo soporta. Pereira le pregunta entonces qué opina acerca de que publique en el Lisboa unos capítulos de un libro de Bernanos. A António le parece una idea maravillosa, pero le advierte que probablemente no se lo dejen publicar, ya que Bernanos no es muy querido en Portugal desde que escribió sobre el contingente militar portugués que combatió junto a Franco.

Pereira sale de la iglesia y se sienta en un banco de plaza a reflexionar. Luego llega al edificio de la redacción y la portera le informa que esa mañana se presentaron unos empleados de teléfonos y un comisario y conectaron el teléfono de Pereira con el de la portería. Cada llamado que quiera hacer ahora pasará por la centralita, que es Celeste, la portera.

Ya en su oficina, Pereira abre el artículo de Monteiro Rossi que le entregó Marta. Es sobre Maiakovski y resalta su carácter revolucionario y antizarista. Pereira lo encuentra estúpido, pero lo guarda en la carpeta de necrológicas. Luego sale y se dirige a su casa.

Análisis

El tema del alma ya había aparecido en la novela como una preocupación presente en la interioridad de Pereira, pero esta se limitaba a una suerte de reflexión acerca de lo que sucede después de la muerte. El protagonista, obsesionado al inicio del relato con la muerte y atascado en una abulia diaria cuya principal característica era la pasividad, la memoria y la repetición, no parecía dedicar ni un instante de pensamiento a algo que tuviera que ver con la vida. Si se tiene en cuenta esto, la estadía de Pereira en la clínica talasoterápica produce un importante cambio en el personaje, en tanto este no solo logra realizar actividades físicas que colaboran con su salud (y, por lo tanto, lo distancian de la muerte), sino que además, de la mano del doctor Cardoso, adquiere una nueva perspectiva sobre el tema del alma que le permite entender el cambio como una parte de la vida. La experiencia, en su conjunto, abre en la mente de Pereira un nuevo horizonte de posibilidades: de pronto, pareciera que la vida no solo no está terminada para el personaje, sino que podría, incluso, tener sentido.

Si Monteiro Rossi funciona como un primer motor para la transformación de Pereira, el doctor Cardoso es quien, con fundamentos teóricos, le permite al protagonista dejarse llevar por dicho proceso. Pereira, que hasta entonces padece una soledad que lo condena a dialogar casi únicamente con el retrato de su esposa fallecida, encuentra en Cardoso un confidente y una suerte de consejero espiritual. Con él comparte intereses culturales y literarios, y esto establece entre ambos personajes una especie de lenguaje común que vuelve cualquier concepto aprehensible para Pereira, incluso aquellos que escaparían a su saber, como nociones de psicología y medicina. Esto le permite a Pereira no solo oír y adoptar los consejos del doctor, sino también confiarle sus más íntimos pensamientos.

La principal preocupación que el protagonista admite tener se relaciona con lo que produjo en él la vinculación con Monteiro Rossi y Marta. Esta preocupación no radica en las consecuencias políticas que el protagonista podría enfrentar al relacionarse con subversivos, sino en el modo en que su pensamiento se está viendo afectado a partir de dicha vinculación. Esta particularización que hace Pereira al develar el objeto de su perturbación es por demás interesante para conocer la psicología del personaje: en su interior, el miedo a ser encarcelado o incluso asesinado (como consecuencia de vincularse con la subversión) parece claramente inferior a su miedo a lo desconocido, a lo plausible de romper con las convenciones en que basa su vida. Esto es de absoluta relevancia para comprender la esencia de la transformación que el personaje ofrecerá hacia el final de la novela, ya que el eje de dicha transformación no se ancla únicamente en su posicionamiento político, sino -y quizás esto es más importante- en su capacidad para abandonar el estilo y pensamiento con el cual vivió toda su vida y renovar su identidad proyectándose hacia un futuro incierto.

Si bien se había vislumbrado ya en escenas anteriores el modo en que Pereira estaba cambiando su modo de pensar la realidad (como, por ejemplo, en la escena con Silva o con la señora Delgado), es recién frente al doctor Cardoso que el protagonista se confiesa consciente de estos cambios en su interior. “Quizá sería mejor hablar con mi amigo el padre António, que es sacerdote, pero a lo mejor él no me entendería, porque a los sacerdotes hay que confesarles las propias culpas y yo no me siento culpable de nada en especial, pero sin embargo siento el deseo de arrepentirme” (p.101), dice el personaje ante el doctor. El hecho de que Pereira mencione a António en su conversación con Cardoso es por demás significativa, en tanto en estos capítulos la novela instaura una disyuntiva teórica en torno a la temática del alma, en la que se ofrece una oposición entre una perspectiva psicológica y una religiosa. El doctor Cardoso funciona como portavoz de la primera, según la cual el alma es de carácter múltiple, variante y modificable por vía de la propia voluntad, y António encarna la segunda perspectiva, que concibe al alma como única, indivisible, dada por Dios.

La disyuntiva es interesante en tanto plantea una oposición, en términos sensibles, en cuanto a cómo posicionarse frente a la aparición de los pensamientos o sentimientos "nuevos" que hacen trastabillar los cimientos de la personalidad o la identidad. Por lo que expone Pereira, a cuya religión católica se aferra, el cristianismo no le permitiría otro sentimiento más que la culpa. Esto resulta en una limitación o impedimento para la acción: sintiendo culpa o arrepentimiento, el protagonista no puede salir de un círculo que lo condena a la inacción, lo cual, en su caso, le lleva a refugiarse en el ostracismo y en hábitos inútiles o incluso insalubres, como el azúcar.

Esto se opone diametralmente a lo que propone el médico-psicólogo, cuya teoría se basa en el permitirse transitar los cambios sin sentir por ello culpa. La teoría de la confederación de las almas establece que un cambio en la conciencia y el modo de percibir el mundo no implica necesariamente ir en contra del propio ser, sino más bien evolucionar modificando el carácter de ese “yo” que a partir de entonces guiará la totalidad: “tal vez (...), tras una paciente erosión haya un yo hegemónico que esté ocupando el liderazgo de la confederación de sus almas, señor Pereira, y usted no puede hacer nada, tan sólo puede, eventualmente, apoyarlo” (p.104).

En cuanto a la resolución de esta disyuntiva, Pereira acabará inclinándose por la propuesta de Cardoso. En efecto, a partir de esta instancia, Cardoso leerá en cada accionar de Pereira la posibilidad de que su paciente esté dejando lugar a la emergencia de ese nuevo yo hegemónico. La primera de estas situaciones se presenta cuando Pereira le cuenta al doctor el relato de Daudet que piensa traducir para el periódico. “Hermoso, respondió el doctor Cardoso, pero no sé si hoy en Portugal será bien recibido leer ‘Viva Francia’, vistos los tiempos que corren, quién sabe si no estará dándole espacio a su nuevo yo hegemónico, señor Pereira” (p.108). De esta manera, Cardoso es quien advierte en los comportamientos de su paciente el surgimiento de una nueva voluntad, aunque esta aparezca aún inconsciente para el protagonista.

Es también interesante lo que representan el doctor Cardoso y el sacerdote António, además de lo que estos promulgan. En primera instancia, es preciso relevar que los oficios de ambos personajes se definen en gran parte por el ejercicio de la pregunta y de la escucha. El terapeuta-psicólogo pregunta y escucha a su paciente, que acude a él para desahogarse y confesar sus pensamientos, acción muy similar a la que se da entre un sacerdote y un fiel que acude a él para confesar sus pecados. En una novela cuyo protagonista se define por su soledad y ostracismo, el hecho de que este comparta determinado tiempo con un terapeuta y con un sacerdote pareciera funcionar, de modo adrede, para que el lector pueda "acceder" a la interioridad del mismo.

Por otro lado, en relación a los mismos personajes, es preciso también atender a aquello que los diferencia, además de sus posicionamientos teóricos, y que tiene que ver con los modelos de vida que encarnan. El doctor Cardoso encarna en la novela la posibilidad del movimiento, el cambio, el progreso, el futuro: estudió varias carreras distintas, tiene una formación de vanguardia, se encuentra con Pereira en varios espacios -no solo en la clínica- y luego se muda a Francia. António, por su parte, está recluido en una iglesia desde hace años y probablemente lo seguirá estando, además de que la esencia de su vocación es más bien constante, y sus valores están muy ligados a la tradición religiosa. De alguna manera, estos modelos de vida -la movilidad, el cambio, el progreso en oposición a la inmovilidad, el pasado, la tradición- representan las dos tendencias entre las cuales se dirime Pereira en la novela.

Sin embargo, el modo en que la novela trata al tema religioso no es enteramente negativo, ni mucho menos. En la conversación entre Pereira y António en el Capítulo 19, el sacerdote revela su juicio acerca de los crímenes del fascismo apoyados por el Vaticano, y en su discurso aparecen también varios casos en los cuales otros cristianos actuaron contra las fuerzas totalitarias. Todos los hechos que relata este personaje refieren a eventos de la realidad histórica europea en la época. António alude a bombardeo de Guernica, un suceso importante de la historia del siglo XX, en tanto quedó como símbolo de la criminalidad y locura de la época, a la vez que dio inicio a una sucesión de ataques similares: la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana, que combatían en favor del bando sublevado contra el gobierno de la Segunda República Española, bombardearon la localidad vasca, produciendo cientos de víctimas y fuertes destrozos en la ciudad. En ese momento, en Guernica, cientos de soldados habían huido del avance de las tropas franquistas y preparaban para combatir en Bilbao, por lo que la ciudad era un símbolo de los fueros vascos. Este incidente trajo como consecuencia el posicionamiento del clero vasco en contra del fascismo español, italiano y alemán. Esto último es importante en tanto los gobiernos fascistas de estas naciones se enarbolaban en valores católicos conservadores, y, sin embargo, muchos otros católicos europeos se posicionaron en su contra. Por este posicionamiento político en oposición a los regímenes conservadores totalitarios es que el Vaticano los tildó de "cristianos rojos", es decir, comunistas.

Al final de ese mismo capítulo, Pereira lee la necrológica que escribió Monteiro Rossi. Esta es sobre Maiacovsky, poeta futurista ruso conocido por su compromiso político: fue un expreso defensor de la Revolución Rusa y, por lo tanto, un ferviente antizarista. Es claro que Monteiro Rossi busca, así como lo hacía con otras necrológicas, establecer una analogía entre las ideas que aquellos escritores defendían y la causa republicana que él ahora apoya. Pereira, sin embargo, aún siente que el tono de denuncia de esos artículos es, más que nada, estúpido.

El conocimiento que Pereira adquiere acerca del comportamiento de otros católicos frente a la realidad política sí será definitorio para su posterior transformación. En la conversación con el padre António, el protagonista se entera del manifiesto compromiso contra las autoridades dictatoriales que empiezan a protagonizar algunos escritores católicos, entre ellos Bernanos, quien ya contaba con su admiración. Esta clase de sucesos habilitará en Pereira una forma de pensar mucho más ligada a una personalidad comprometida. Así es que pasará de censurar los artículos de Monteiro Rossi por su contenido político y de concebir la cultura como algo separado de la política a convertirse él mismo en un intelectual comprometido con la realidad, hasta el punto de arriesgar su vida por sus convicciones.

Con el avanzar de la trama se evidenciará que la lectura de Cardoso sobre los cambios en la personalidad de Pereira funciona como una suerte de premonición. “Si quiere usted ayudar a ese yo hegemónico que está asomando la cabeza, tal vez debería marcharse a otro sitio, abandonar este país, creo que tendrá menos conflictos consigo mismo” (p.109), sugiere el doctor, adelantando lo que acabará sucediendo en el último capítulo. “Al fin y al cabo usted puede hacerlo, es un profesional serio, habla bien el francés, está viudo, no tiene hijos" (p.109), agrega, y acaba preguntando: “¿qué le ata a este país?” (p.109). En la respuesta de Pereira se evidencia la escisión en la que se dirime el protagonista: “Una vida pasada, respondió Pereira, la nostalgia” (p.109). Efectivamente, la completa emergencia del nuevo yo hegemónico en el protagonista dependerá de su capacidad de sobreponerse al que viene dominando a Pereira hace años, cuya principal característica es la de estar atado fuertemente al pasado.