Resumen
Capítulo 6
Pereira decide ir con Monteiro Rossi al restaurante del Rossio, famoso por la concurrencia de literatos, aunque no encuentra allí a ninguno. Rossi le confiesa a Pereira que podría haber escrito la necrológica siguiendo las razones de la inteligencia, pero no pudo evitar seguir las del corazón. Además, dice, está enamorado de Marta. Pereira responde que no ve en eso un problema, sino en que se meta en problemas más grandes que él. Luego se contiene (en realidad hubiera debido despedir al joven) y dice que las razones del corazón son las más importantes, pero hay que tener los ojos muy abiertos. Le sugiere, luego, que reflexione unos días y lo llame el sábado.
Capítulo 7
El viernes siguiente Pereira llega a la redacción y la portera le anuncia que llegó una carta para él y que, como no estaba, firmó ella la entrega: espera que no le traiga problemas porque no tiene remitente. Pereira toma la carta y le pide que la próxima vez no la reciba ni la mire, y le pida al cartero que vuelva en otra ocasión. La portera, ofendida, le dice que ella tiene amistades “en lo más alto” (p.42), que no le hable así.
Pereira entra a su oficina y fuma, aunque el cardiólogo le aconsejó no hacerlo. Luego revisa su propia traducción de un cuento de Maupassant y configura una mínima biografía del autor. Recién después abre la carta, que tiene adentro un artículo titulado “Ha muerto Filippo Tommaso Marinetti” (p.43). Pereira se pone nervioso: el artículo de Monteiro Rossi es nuevamente impublicable, habla del fascismo del autor, y él hubiera querido una necrológica sobre Bernanos o Mauriac. Pereira lee luego la carta adosada, donde Monteiro Rossi se disculpa por haber seguido las razones del corazón, y le dice que le agradecería si le enviara dinero a una dirección que adjunta en la carta, puesto que no puede pasar por la redacción. Pereira guarda la carta y la necrológica en una carpeta.
Capítulo 8
El sábado al mediodía Pereira recibe un llamado de Monteiro Rossi, quien anuncia que está fuera de la ciudad, aunque no puede decir dónde. Pereira le informa que le envió dinero y le pregunta cuándo podrán verse en persona. Monteiro Rossi le dice que pronto, aunque no en la redacción. Pereira le pregunta si tiene algún problema. Monteiro Rossi responde que sí, pero no puede hablar de ello por teléfono; le enviará una carta pronto.
Pereira se siente inquieto y decide ir a almorzar al Café Orquídea. Por la tarde, piensa, irá hacia las termas de Buçaco. Allí será inevitable encontrarse con su director, pero podrá excusarse de su compañía puesto que en el mismo lugar estará vacacionando Silva, su amigo y antiguo compañero de estudios que ahora es profesor de literatura en la universidad.
De camino al café encuentra una aglomeración de gente frente a la carnicería judía: el escaparate está destrozado y la pared, cubierta de pintadas que el carnicero intenta borrar. Se acerca entonces a David, el carnicero, a quien conoce, como también conoció a su padre ya fallecido, y le pregunta si llamó a la policía. “¡Menuda ocurrencia!” (p.48), exclama David, y sigue borrando las pintadas.
En el Café Pereira pide una limonada y piensa que el Lisboa difícilmente referirá lo ocurrido. Él siente deseos de pasar días de tranquilidad en las termas, disfrutar de la compañía de su amigo Silva y no pensar en los males del mundo. Pide la cuenta y se dirige al Correo, donde envía un telegrama a las termas para reservar habitación y otro a Silva pidiéndole que lo recoja en la estación.
Capítulo 9
Pereira llega a la estación y lo recibe su amigo Silva con un lujoso auto. Durante el viaje en auto, Silva le recomienda que se busque una nueva mujer que lo haga feliz, pero Pereira responde que está demasiado viejo y gordo para eso. Su amigo le dice que no es viejo y que debería mejorar su salud.
En el hotel, Pereira se viste y baja al vestíbulo, donde Silva lo espera con un aperitivo. En el restaurante ve al director del Lisboa cenando con una señora rubia. Lo saluda y le informa que decidió contratar a un ayudante para las necrológicas. El director lo interrumpe, pidiéndole que no hable de la muerte en esa situación, y le dice que con la página cultural puede hacer lo que quiera.
Silva y Pereira ordenan la comida. El protagonista le pregunta a su amigo qué piensa acerca de lo que está sucediendo en Europa. Silva no cree que haya que preocuparse estando en Portugal. Pereira insiste: España está cerca y lo que está sucediendo es una carnicería. Agrega que en Portugal también la policía mata gente y hay censuras y registros; es un estado autoritario donde no importa la opinión pública. Silva responde que la opinión pública es un invento de los anglosajones y americanos, que tienen otro sistema político, y que los portugueses obedecen a quien manda. Habla luego de literatura, de las canciones de los trovadores, de la tradición portuguesa. Pereira dice que él, como periodista, tiene que ser libre e informar a la gente. Silva replica que él no escribe artículos políticos sino culturales. Pereira le habla entonces de Marinetti, que es un terrorista, y que si se muere es necesario que el periódico diga quién fue. Silva le recomienda que entonces se vaya a Inglaterra, donde podrá decir lo que quiera. Pereira termina de comer y se despide, retirándose a su habitación.
Capítulo 10
A la mañana siguiente Pereira camina por las instalaciones, se sumerge en las termas, se viste y vuelve al hotel. Encuentra a Silva desayunando y le pide que lo acerque a la estación al mediodía. A Silva le extraña que se vaya tan pronto. Pereira se excusa diciendo que debe trabajar.
Durante el trayecto no hablan. En el tren, Pereira se sienta en un compartimiento donde hay una señora leyendo un libro. Es bella, rubia, elegante y tiene una pierna de madera. Lee un libro de Thomas Mann en alemán. Pereira se anima a invitarla a que coman juntos en el vagón restaurante. La mujer acepta y se presenta: es Ingeborg Delgado, alemana de origen portugués, y volvió al país para reencontrar sus raíces. Le cuenta a Pereira que si bien le gusta Portugal, no es el país para ella, y que espera el visado de la embajada americana para partir hacia los Estados Unidos. Pereira le pregunta si es judía, y la mujer dice que sí, y que Europa no es el lugar adecuado en ese momento para la gente de su pueblo; ni siquiera Portugal, según le pareció por los periódicos. Pereira comenta que el país es católico y que él también lo es, aunque no cree en la resurrección de la carne. Luego hablan sobre Thomas Mann. La señora Delgado comenta que el escritor no estaría contento por lo que está sucediendo en Europa. Pereira dice que él tampoco lo está, y entonces la señora Delgado le dice que haga algo, ya que es un intelectual. Pereira piensa que no puede hacer nada, pero le promete a la mujer que hará lo posible, aunque le parece difícil. La mujer responde que, quizás, todo puede hacerse si se tiene voluntad. Siguen conversando hasta que llegan a destino y se despiden. Pereira se siente entre turbado y orgulloso.
Análisis
Estos capítulos muestran el recrudecimiento de la situación política en que se enmarca la historia, así como el inicio de la transformación del protagonista en cuanto a su interés y compromiso con la realidad. En lo que respecta al contexto histórico y político de la trama, la novela dispone indicios del avance del fascismo en Lisboa. Por un lado, la carnicería judía es atacada con destrozos y pintadas antisemitas, y cuando Pereira le pregunta al carnicero si llamó a la policía, este le devuelve una respuesta que coloca al protagonista frente a la realidad de la complicidad policial con el accionar nazi. Por el otro, también se observan las consecuencias del totalitarismo del Estado: los periódicos nada publican acerca de los actos de violencia que tienen lugar en el país. Revela el narrador los pensamientos del protagonista:
(...) dudaba que los periódicos portugueses hablaran de los acontecimientos a los que se refería el camarero. Simplemente, las voces corrían, iban de boca en boca, para estar informados había que preguntar en los cafés, escuchar las charlas, era la única manera para estar al corriente, o bien comprar algún periódico extranjero (p.49).
Otra situación que evidencia las consecuencias del totalitarismo se presenta cuando Pereira va a un restaurante donde supuestamente se reúnen literatos, pero no hay ninguno. Lo que sugiere la imagen es que probablemente los artistas se ven obligados, en ese contexto, a recluirse o a abandonar el país. Esta situación se ve replicada, además, en la historia de la mujer a la que Pereira conoce en el tren, una europea judía que no ve más opción que exiliarse en los Estados Unidos para resguardarse del avance antisemita en Europa.
Las palabras de Pereira a la mujer en el tren dejan ver el germen de transformación en el protagonista, quien admite no estar contento con la situación política en Europa y se ve interpelado cuando ella sugiere que, en su condición de intelectual, debería actuar al respecto.
El inicio de transformación de Pereira también se pone en evidencia en la escena de las termas, cuando el protagonista no solo no logra conectar con quien fuera su amigo durante años, sino que además se ve disgustado hasta el punto de tener que abandonar su compañía. Pereira, que se agita por lo “impublicable” de la necrológica de Marinetti escrita por Monteiro Rossi y que ansía encontrarse con Silva para relajarse y “no pensar en los males del mundo” (p.49), no demora ni un segundo en preguntar, apenas se encuentra con su amigo, qué piensa sobre la situación política en Europa. Evidentemente, el protagonista ya no puede hacer caso omiso, como hacía hasta el momento, de la realidad que lo rodea. En el restaurante lujoso de un hotel de termas, Pereira necesita poner sobre la mesa su naciente opinión: “sabes bien lo que está pasando en Alemania y en Italia, son unos fanáticos, quieren ahogar al mundo a sangre y fuego” (p.54), le dice a su amigo, y denuncia también que “lo que está pasando en España es una carnicería” (p.55).
Al mismo tiempo, esta escena revela también en el protagonista un cambio de otra naturaleza, relativa a lo que Pereira quiere para su propia vida, al modo en que desea pasar sus días. Desde el inicio de la novela presenciamos el día a día de un hombre más bien inactivo, limitado a sus propios hábitos instaurados, como el de cierto plato de comida y ciertas limonadas, que contribuyen a crear la abulia del personaje. Además, hasta esta instancia Pereira se muestra como aturdido ante la menor demostración de fervor político a su alrededor, y honestamente desinteresado de cualquier noticia, por más alarmante que esta sea. Y cuando reflexiona acerca de la censura y la incapacidad de acceder a los sucesos de la realidad, estos hechos parecen no interpelarlo del todo, no interesarlo, como si él no fuese del todo un hombre vivo que forma parte de su contemporaneidad. Su desinterés no se reduce simplemente al contenido político de esos hechos que llegan a él de manera lateral; su indiferencia parece expandirse a todas las esferas de la vida, en tanto puedan irrumpir en su cotidianidad solitaria. Pereira "quería sencillamente marcharse a las termas, disfrutar de unos días de tranquilidad" (p.49), y cuando su amigo Silva le sugiere que conozca mujeres, el protagonista se muestra rotundamente negado: "Soy viejo, respondió Pereira, estoy demasiado gordo y sufro del corazón" (p.52).
Frente a todo esto, el comportamiento de Pereira cuando efectivamente llega a esas termas, donde esperaba "disfrutar de la tranquilidad", es llamativo, en tanto pareciera que esa calma ya no logra satisfacerlo. Al interpelar a Silva trayendo a la mesa el tema de la situación política, Pereira evidencia una voluntad de interrumpir el conformismo generalizado de los huéspedes del hotel (y, hasta el momento, de sí mismo) introduciendo una polémica, una referencia al caos que habita en la realidad, afuera de esas termas.
Por otra parte, esta actitud de Pereira choca con la de Silva, quien le aconseja a su amigo que no se preocupe por esos conflictos, que están lejos, y quien enarbola una suerte de discurso patriótico y nacionalista en el que sugiere la necesidad de retornar a valores tradicionales portugueses, así como a la literatura de trovadores de siglos atrás. La oposición entre los antiguos amigos queda establecida entonces, y Pereira decide irse, alegando que debe trabajar, lo cual es mentira: lo que lo lleva a irse es la necesidad de salirse del conformismo que invade el lugar, a la vez que lo impulsa la conciencia política que está emergiendo en él. Es notoria también, en relación a lo anterior, la escena de Pereira con Ingeborg Delgado en el tren: después de muchos años, el protagonista parece animarse no solo a pronunciar su desacuerdo con la situación política de Europa, sino también a invitar a cenar a una mujer.