Resumen
Capítulo 19
Las dos mujeres se dirigen hacia el lago para buscar a Flora. La institutriz asegura que la niña está allí porque es el lugar donde vio por primera vez a Jessel, y también porque notó, en sus caminatas con la pequeña, que ella siempre buscaba dirigirse hacia allí. Mientras habla con la señora Grose, la institutriz le comenta que ambos niños confabularon para que Flora pudiera escaparse esa tarde.
Al llegar al lugar, las amigas no encuentran a la niña, pero se dan cuenta de que el bote no se encuentra amarrado en el lugar de siempre. La señora Grose dice que es imposible que una niña como Flora pueda mover el bote sola, pero la institutriz le responde que en esos momentos Flora no es una niña, sino una vieja mujer, y que el fantasma de Jessel la domina.
La institutriz decide rodear el lago para alcanzar una parte oculta en el sector del bosque. Luego de caminar un tiempo, llegan a un tramo de la orilla donde encuentra el bote oculto y, cerca de allí, se enfrentan con la imagen de Flora, que las observa, sonriente, mientras arranca un helecho marchito, como si nada hubiera pasado. La señora Grose abraza a la niña, quien le devuelve el gesto mientras observa seriamente a la institutriz sin que el ama de llaves lo note.
Pasado un momento, la pequeña le llama la atención a las mujeres por el hecho de que no lleven ropa de exterior, y luego les pregunta dónde se encuentra Miles. Aunque la pregunta le produce temor, la institutriz se recompone y le dice que responderá sus preguntas siempre y cuando ella le diga dónde está la señorita Jessel.
Capítulo 20
Al oír el nombre de la antigua institutriz, Flora le dirige una mirada conmocionada y la señora Grose emite un alarido. En ese preciso instante, el fantasma de la señorita Jessel se hace presente observándolas del otro lado del lago. La institutriz se alegra de que aparezca mientras la acompaña Grose, porque lo considera una prueba de que lo que dice es cierto. Aunque está segura de que la niña puede verla, Flora no da señales de haber notado al espectro y, en su lugar, le dirige una mirada reprobatoria. En ese momento, la esperanza recae sobre la señora Grose, pero el ama de llaves afirma no ver nada y la acusa de estar haciendo una broma.
La institutriz se siente devastada. Observa a la niña y piensa que toda su “belleza infantil” (150) se desvanece: por primera vez la ve fea. La niña se enoja y le dice a la institutriz que es cruel, al tiempo que implora a la señora Grose que la saque de al lado de ella. La mujer siente que las palabras que ha dicho la pequeña no son propias, sino que alguien habla a través de ella. Luego dice que si alguna vez tuvo dudas, ya no las tiene, y que ahora sabe que ha perdido a la pequeña. En ese momento, se dirige a la señora Grose y le pide que se la lleve. Reconoce en la cara de su amiga que ella le cree a pesar de no haber visto nada.
Una vez que se marchan, la institutriz se deja caer al piso, donde permanece un largo tiempo llorando. Cuando vuelve a la mansión, verifica que sacaron todas las pertenencias de la pequeña de su habitación, señal de que ya no dormirán juntas.
Luego, mientras recupera el calor junto a la chimenea del salón de estudios, Miles se aparece en la habitación para hacerle compañía. Aunque ambos se quedan en silencio, la mujer siente que el niño tiene deseos de estar a su lado.
Capítulo 21
La institutriz despierta a la mañana siguiente con la señora Grose en su habitación. La mujer se presenta para comunicarle que Flora está afiebrada y pasó una noche de mucha inquietud, en la que no paró de quejarse de ella. Finalmente, dice que la situación transformó a Flora en una anciana. Ella le responde que lo imagina, que metió el dedo en la llaga en el lago y sabe que la niña no volverá a dirigirle la palabra. Además, está segura de que la pequeña es inteligente debido a la influencia de Jessel, y le molesta saber que ahora tendrá un motivo para hablar mal de ella ante su tío.
Ambas mujeres coinciden en que lo más seguro para Flora, por ahora, es separarla de la institutriz. Resuelven que Grose se vaya con la niña a lo de su tío en Londres, mientras ella se toma unos días para ver si puede salvar a Miles. La mujer le pide a Grose que los niños no vuelvan a verse hasta su retirada. Ella también piensa que el niño quiere confesar algo.
La señora Grose le pregunta si tiene confianza en el pequeño y la institutriz le responde que la única persona en la que confía es en ella, su amiga. Luego le dice que entiende si no quiere irse de Bly, pero el ama de llaves la abraza y le contesta que no puede quedarse, y que partirá a la mañana siguiente. La institutriz le pregunta si vio algo que la haya hecho tomar esa decisión, y la señora Grose le responde que es el lugar el que está mal. Luego, le explica que si bien ella nunca ve nada, por la noche escuchó a Flora decir cosas horribles, cosas que solo pudo haberlas sacado de la señorita Jessel. La institutriz se alegra de saber que Grose aún le cree y piensa que puede enfrentar a los espectros.
Luego, la institutriz recuerda la carta que dejó escrita en el hall de entrada y se preocupa ante el hecho de que el amo la reciba antes de que Grose llegue. Frente a ello, el ama de llaves responde que esa carta nunca salió: al volver la tarde anterior del lago notó que ya no estaba en su sitio y, cuando le preguntó a Luke, el criado él negó haberla visto o enviado. Las amigas coinciden en que lo más probable es que Miles la haya tomado, leído y luego destruido. Sin embargo, el hecho no preocupa a la institutriz, ya que la carta era solo una solicitud de reunión con el tío. Luego piensa que seguramente era eso lo que Miles quería confesar la noche anterior.
Finalmente, las mujeres se despiden. En ese momento, la institutriz expresa su deseo de hacer confesar al pequeño Miles para así salvarlo de las garras de Quint, a lo que Grose responde a su amiga que la salvaría a ella aunque fuera sin los niños.
Capítulo 22
Una vez que la señora Grose y Flora se van de Bly, la institutriz entra en conciencia de lo sola que se encuentra. Los sirvientes sospechan que algo anda mal debido al inesperado viaje de Flora y al cambio en el control que ella tiene sobre Miles. Esa tarde, por ejemplo, se entera por las mucamas que el pequeño salió a dar un paseo sin su permiso y que por la mañana desayunó junto a su hermana, pese a que ella no lo quería. Estas cuestiones hacen que la institutriz deba esforzarse en parecer lo más firme posible para no tener un “naufragio total” (161) frente a los criados.
La mujer se da cuenta de que Miles tiene ahora una libertad absoluta y que no hay nada que pueda hacer frente a eso. Aunque le preocupa, también la alivia saber que ya no tiene que fingir más. Esa noche, la mujer y el niño cenan en el salón donde la institutriz vio al fantasma de Quint por segunda vez. A ella le cuesta sostener la apariencia de normalidad, pero sabe que tiene que darle “otra vuelta de tuerca” (163) a su virtud para que las cosas salgan como quiere.
Durante la cena, Miles le pregunta la causa del viaje de su hermana y ella le indica que tuvo que irse porque en Bly recibía una influencia que le hacía daño. El pequeño insiste y pregunta por qué no se fue antes si es que estaba tan enferma, pero ella le responde que no estaba tan enferma como para viajar, sino que se fue en el momento justo. La cena termina en silencio y con tranquilidad, aunque la institutriz se siente incómoda, como si fueran una pareja de recién casados en la luna de miel, mientras los atiende un mozo. Finalmente, Miles se pone de pie y exclama que a partir de ahora se encuentran solos.
Capítulo 23
La institutriz le responde a Miles que, en realidad, no están tan solos y que eso no les gustaría. Entonces, el dúo continúa conversando acerca de si la compañía que tienen es suficiente, pero la charla es ambigua ya que no se sabe si hablan de los criados o de los espectros. En un momento, el pequeño se acerca a la ventana y mira hacia el exterior y la institutriz piensa con regocijo que Miles ya no puede ver a los espectros. Finalmente, el pequeño se da vuelta y exclama que disfruta Bly, que se siente libre allí.
La institutriz afirma su comentario al decir que últimamente lo ve paseando mucho. Ante ese comentario, Miles le pregunta si a ella la alegra pasar tiempo sin él. La mujer le responde que siempre disfrutó de su compañía y que solo por eso se queda en Bly, luego le recuerda que haría cualquier cosa por él. El pequeño le pregunta si dice eso porque quiere saber algo de él. Entonces, ella se sincera y le dice que sí, que desea saber lo que fue lo sucedió en su escuela, y que le parece un buen momento para que lo diga. Sin embargo, al ver que la pregunta le provoca miedo a Miles, se retracta y lo invita a salir a pasear.
El niño accede y, mientras se prepara para salir, la institutriz se arrepiente de hacerlo sufrir. En ese momento, Miles le promete que le contará todo y volverán a estar bien, pero prefiere que sea en otro momento. La institutriz le dice que lo esperará, pero antes necesita hacerle una pregunta menos importante: si tomó su carta del hall de entrada.
Capítulo 24
En ese momento, el fantasma de Quint aparece en el ventanal de la habitación y la institutriz se apura a abrazar a Miles para taparle con el cuerpo la visión del espectro. La mujer está segura de que es su deber enfrentar al fantasma y de que la batalla que libra ahora es por el alma del niño, quien se ve pálido y sudoroso. Mientras tanto, Miles confiesa haber sido él quien tomó la carta. La institutriz está alegre por su sinceridad, pero también siente que el corazón del niño se aecelera y su cuerpo levanta fiebre.
El fantasma de Quint los observa desde el ventanal mientras Miles explica que tomó la carta para saber qué decía sobre él, pero que no pudo encontrar nada. La institutriz, segura de que el niño no puede percatarse de Quint, le pregunta si ese tipo de acciones fueron las que provocaron que lo echen del colegio. Miles se sorprende de que ella esté al tanto de su expulsión y le luego le informa que el nunca había robado nada hasta ahora.
La institutriz insiste con saber la causa y Miles, que se ve débil y le cuesta respirar, le dice que lo expulsaron por decir “cosas” (174). La institutriz le pregunta qué cosas y a quiénes, pero él no puede recordarlo. En ese momento, la mujer se convence de que Miles es inocente y se culpa a sí misma por martirizarlo.
De pronto, vuelve a aparecerse el fantasma de Quint en el ventanal, lo que impulsa a la mujer a tomar al niño mientras le grita al espectro que pare. En ese momento, la presencia del espectro invade el cuarto como un “veneno” (177) y Miles se da cuenta de que es Peter Quint quien está en la habitación. La institutriz, triunfal, le dice que ya no importa, que ahora ella lo protege y Quint lo ha perdido para siempre. En ese preciso instante, Miles grita y se desvanece. La institutriz llega a tomarlo antes de que caiga al piso, sin embargo, nota que ya no hay nadie más en la habitación, y que el corazón de Miles ha dejado de latir.
Análisis
En estos últimos capítulos se evidencia una vez más el modo en que el orden moral victoriano del Bien y el Mal se materializa en una serie de imágenes comunes: la maldad que ejerce la señorita Jessel sobre Flora, por ejemplo, produce transformaciones en la propia belleza de la niña. En los capítulos 18 y 19 -que representan otro de los momentos de clímax en la historia- la institutriz acusa a Flora de ver el fantasma de la señorita Jessel y la niña lo niega delante de la señora Grose. En ese momento, la protagonista siente que la “belleza infantil” (150) de Flora se desvanece, contracara material del desvanecimiento de su pureza interior. Al mentir, Flora pierde su aspecto angelical y su frescura: ”se había vuelto común, casi fea” (ídem). Luego del suceso en el lago, la institutriz no verá nunca más a la pequeña.
Pese a ello, en estos capítulos también accedemos al momento más representativo de la amistad y fidelidad de la señora Grose, tal cual se verifica en la escena en que el fantasma de Jessel se aparece en el lago. Allí, la institutriz se alegra de que su amiga esté presente, porque constituye una prueba de que ella “no era cruel ni estaba loca” (147). Aún así, el ama de llaves no consigue ver al espectro, lo que deja al tema de la ambigüedad intacto para el lector. Sin embargo, esto no es así para Grose, quien, pese a no compartir la visión de su amiga, sigue confiando plenamente en ella. En el capítulo 21, el cariño ante la institutriz encuentra su punto más alto cuando Grose le dice que la salvaría a ella así fuera sin los niños.
En el capítulo 22, la institutriz realiza una comparación que será considerada por la crítica como una de las pruebas de que ella proyecta sus deseos sexuales frustrados en el pequeño Miles: mientras la mujer y el niño cenan en silencio, la primera manifiesta una incomodidad similar a la de “una pareja joven que, durante su viaje de bodas, siente timidez en presencia del mozo de una taberna” (165).
En el mismo capítulo se realiza la segunda mención al título de la nouvelle, cuando la institutriz dice tener que darle “otra vuelta de tuerca a su virtud” (163) para tener la voluntad de hacer confesar a Miles. A diferencia del Prólogo, cuando Douglas formula esta expresión en relación a una historia de fantasmas que involucra a un niño, acá la frase refiere al acto de forzar al pequeño Miles a decir la verdad. En este sentido, vale la pena mencionar que las dos veces en las que aparece esta expresión en el texto es en relación a niños que son martirizados.
Los últimos dos capítulos presentan una diferencia respecto al tema de la incomunicación presente en toda la nouvelle. La institutriz y Miles acaban de terminar de cenar cuando se ponen a conversar en el comedor. En ese momento, la institutriz se siente cercana al pequeño nuevamente y cree que él ya no puede comunicarse con los espectros, por lo que aprovecha esa intimidad para decirle que está al tanto de su expulsión del colegio. Como respuesta, Miles confirma haber robado la carta de la institutriz del hall de entrada, al tiempo que confiesa que lo echaron debido a que decía cosas inapropiadas a sus compañeros de clase.
Esta escena representa la última conversación entre el pequeño y su educadora y constituye un esclarecimiento parcial en torno a uno de los principales puntos oscuros de la trama: la expulsión del pequeño Miles del colegio. La cuestión de la incomunicación entre el alumno y la institutriz se encuentra, por lo tanto, en parte superada en este momento de reconciliación y sinceridad. En este sentido, el conflicto que separaba a los personajes termina por disolverse pese a que Miles muera antes de terminar su confesión.
Ahora bien, el capitulo final permite varias interpretaciones, en línea con la ambigüedad esencial de la historia. Si optamos por aceptar la existencia de los fantasmas, la muerte de Miles en el último párrafo se explicaría a partir de la presencia de Quint en la habitación. Sin embargo, no por eso podemos considerar su fallecimiento como un triunfo absoluto del Mal sobre el Bien. Sobre esto, la institutriz ya había mencionado que la lucha contra Quint era una batalla por el alma del niño. En esta batalla, es la confesión de Miles lo que permite que la muerte lo encuentre puro y libre de la corrupción de los fantasmas. Tenemos que considerar, sobre este punto, que la confesión era una práctica purificadora para la tradición cristiana imperante en la época victoriana, momento histórico en el que se inscribe el relato.
Si aceptamos, por otro lado, que los fantasmas son producto de la imaginación de la institutriz, la muerte de Miles en el último capítulo -al igual que la fiebre de Flora en el capítulo 21- sería consecuencia del cuidado obsesivo y neurótico de su educadora. Otra opción posible es que la mujer no vea a los fantasmas sino que los invente para atraer la atención de su empleador -de quien está enamorada-, o bien para que no la consideren la única responsable por la muerte de Miles. En este último caso, la historia podría clasificarse como un relato policial.
Para concluir, podemos sostener que quien verdaderamente da una vuelta de tuerca al procedimiento de la ambigüedad narrativa es Henry James. Con el correr del tiempo, tanto la crítica como los lectores supieron apreciar la vacilación insuperable del texto, en la que en ningún momento se proporcionan elementos suficientes para aceptar del todo ninguna de las interpretaciones posibles en la historia: las sobrenaturales o las naturales. Es debido a esta característica que, tal como menciona Tzvetan Todorov, Otra vuelta de tuerca se ofrece como un ejemplo paradigmático de la literatura fantástica.