Mal de amores

Mal de amores Citas y Análisis

Ella no conocía nada más puntual que su agónica menstruación: faltaban tres cuartos para las once de la mañana cuando por primera vez la sintió correr entre sus piernas, un sábado cinco de mayo en que la ciudad toda temblaba de olor a pólvora y orgullo, poco antes de iniciarse un simulacro de guerra con el que se festejaba el triunfo sobre el ejército invasor francés, varios años atrás. Cuando la campana mayor de catedral sonó ronca para anunciar que había llegado la hora del combate, ella y su hermana Milagros estaban en el balcón, saludando con pañuelos a los grupos de tropa y pueblo armado que atravesaban las calles para cubrir las trincheras y las alturas de los templos. El mundo de entonces tenía el hábito de la guerra, y celebraba los grandes peligros como un vértigo de la costumbre. Como parte de ese mundo, Josefa sintió correr la sangre por sus muslos y en lugar de aterrarse giró en redondo gritando: «¡Estoy herida, pero no me pienso rendir!».

Narrador, Capítulo II, p.12

El comienzo de la novela presenta primero a Diego Sauri y luego a Josefa Veytia, padres de Emilia. De ese modo, narra la historia de vida de la protagonista incluso antes de su propio nacimiento, ya que se remonta a sus orígenes. En el primer capítulo se cuenta rápidamente la historia de su padre y, en el segundo, se aportan más detalles sobre su madre. Entre ellos, se destaca el fragmento citado, dado que narra la primera menstruación de Josefa. Esto es muy significativo, porque se trata de un momento central en la vida reproductiva de la mujer que más tarde engendrará a la protagonista y, sobre todo, porque ya se manifiesta el enlace entre la ficción y la historia, la intimidad y la política, que será característico de toda la novela: Josefa menstrúa por primera vez el cinco de mayo de 1862, es decir, el día de la Batalla de Puebla, cuando el ejército mexicano les gana a las tropas francesas que pretenden invadir el territorio. De este modo, la vida personal, e incluso el desarrollo sexual de los personajes de la ficción, evoluciona en sintonía con eventos históricos fundamentales de la política mexicana. Y, en particular, como ya exhibe este episodio inicial, esas referencias históricas están marcadas por la guerra y la violencia.

—Según la hora y el día en que ha nacido, tu niña es Acuario con ascendente Virgo —dijo Milagros—. Un cruce de pasiones y dulzuras que le dará tanta dicha como penas.
—Yo sólo quiero que sea feliz —ambicionó Josefa.
—Lo será muchas veces —dijo Milagros—. Alumbrará su vida la luna en cuarto creciente que aún se veía en el cielo cuando nació. Rigen este mes la Osa Mayor, la Cabellera de Berenice, Procyon, Canopo, Sirio, Aldebarán, el Pez Austral de Eridano, el Triángulo Boreal, Andrómeda, Perseo, Algol y Casiopea.
—¿La luz de tantas estrellas le hará ser una mujer dueña de sí misma, con un cerebro sensato y un corazón devoto de la vida? —preguntó Josefa.
—Eso y más —dijo Milagros detenida bajo el tul de la cuna.

Josefa, Milagros y narrador, Capítulo II, p. 16

Cuando Emilia acaba de nacer, su madre y su tía la contemplan, adivinan su futuro y le desean felicidad. Así, Milagros anticipa que la vida de la protagonista estará atravesada por intensas pasiones que le provocarán alegría y también tristeza. Esto constituye un presagio fundamental de la narración, ya que, en efecto, la protagonista se encontrará enamorada de dos hombres al mismo tiempo, lo cual es fuente de complejas emociones, positivas y negativas al mismo tiempo. Por su parte, Josefa ansía que la hija sea feliz, independiente, inteligente y vital. De este modo, no solo se presagia su futuro en cuanto a las relaciones amorosas que desarrollará con Daniel y Zavalza, sino que también se proyecta que sea una mujer fuerte y libre. Así, Emilia es criada, desde el primer momento de su vida, por figuras femeninas que la acompañan para que crezca de manera plena, sin limitarse por ser mujer.

Ambos sabían, aunque lo hablaban poco, que Josefa tenía razón. Hacía más de tres años que en la botica habían empezado a reunirse todos aquellos que por motivos justificados, viejos anhelos democráticos o pura vocación conspirativa, tenían algo en contra del gobierno. Primero los acercó el azar, luego el acuerdo, después la necesidad. Y para ese momento, un día sí y otro también, había en la botica algún parroquiano dispuesto a insultar al gobernador delante de cuanto cliente la pisaba. Así las cosas, Diego no tardaría en pasar de antirreleccionista a temerario, y como andaba el mundo, pasar de temerario a loco y de loco a preso sería asunto de un rato.
—Vamos a mudar la tertulia política a la casa del doctor Cuenca —dijo Diego.

Narrador y Diego, Capítulo III, p. 18

Diego Sauri es un hombre muy comprometido con la política de su país, y es de los primeros mexicanos en cuestionar la figura de Porfirio Díaz. Ya desde fines del siglo XIX, él se identifica como antirreeleccionista y, de hecho, auspicia reuniones de debate político en su botica, ubicada en la parte baja de la Casa de la Estrella, donde vive junto a su esposa y su hija. A medida que la situación del país se intensifica, estos encuentros se vuelven cada vez más peligrosos porque están prohibidos y sus participantes pueden ir presos. Esto deja a Josefa muy preocupada, por lo que le pide a su marido que tenga más cautela. Si bien al comienzo Diego parece no preocuparse demasiado, en este punto acuerda realizar la tertulia en la casa de su amigo, el doctor Cuenca. Allí pueden encontrarse y conversar de manera menos riesgosa, porque es un punto de reunión de artistas y literatos, y pueden disimular los temas políticos entre música, recitados de poesía y otras expresiones creativas.

Enseñaban catecismo en su colegio, pero los Sauri contrarrestaban esa información diciéndole a Emilia que era una teoría como cualquier otra, tan importante aunque tal vez menos certera que la teoría sobre los dioses múltiples que predicaba la cabeza de Milagros.

Por eso Emilia creció escuchando que la madre de Jesús era una virgen que se multiplicaba en muchas vírgenes con muchos nombres, y que Eva fue la primera mujer, salida del costado de un hombre, culpable de cuantos males aquejan a la humanidad, al mismo tiempo en que sabía de la paciente diosa Ixchel, la feroz Coatlicue, la hermosa Venus, la bravía Diana y Lilith, la otra primera mujer, rebelde y sin castigos.

En las tardes, Josefa le enseñaba piano y pasión por las novelas, mientras Diego le hablaba sin juicio ni tregua de política, viajes y medicina. A los once años, el doctor Cuenca empezó a enseñarle cómo tocar el chelo.

Narrador, Capítulo VI, p. 40

Esta cita ejemplifica la tematización de la mezcla cultural y el sincretismo religioso que elabora esta novela. Emilia, de pequeña, estudia en un colegio donde enseñan catecismo, es decir, la educación básica de la doctrina cristiana. Sin embargo, sus padres están convencidos de que esa es solo una de las religiones existentes y válidas, por lo que, en casa, le hablan de otras divinidades y otras creencias, provenientes de las culturas maya, azteca, romana y hebrea. Así, la protagonista crece en un ámbito marcado por el sincretismo religioso, es decir, la combinación de diversas líneas religiosas. Como puede verse en la cita, a su vez, las divinidades que su madre le presenta con especial énfasis son todas diosas que sirven como referencias de figuras femeninas fuertes y poderosas. Es fundamental resaltar, por último, que la combinación de tradiciones europeas e indígenas originarias ha sido uno de los tópicos más explorados por la literatura latinoamericana del siglo XX.

Una tarde a finales de mayo, Milagros entró con la noticia revoloteándole en la lengua.

Porfirio Díaz había renunciado al gobierno. No se cansaba de repetirlo, como si repitiéndolo quisiera hacérselo creíble por fin.

Al día siguiente, el viejo dictador se embarcó en Veracruz rumbo a Europa.

—Han soltado un tigre —sentenció en público antes de subir al barco que lo levaría al exilio.

—Sólo va a faltar que yo acabe coincidiendo con él —se dijo Diego Sauri mientras trajinaba entre los frascos y los goteros de su trastienda.

Unas semanas después, Emilia encontró a su padre abrazado a los periódicos del desayuno con más fervor que de costumbre. Habría tregua. La revolución había triunfado y se firmarían unos acuerdos de paz que preveían la formación de un gobierno provisional.

Narrador, Milagros y Diego, Capítulo XV, pp. 138-139

Este fragmento ejemplifica uno de los recursos principales de la narración para entrelazar la ficción con la realidad histórica que le sirve de contexto: los personajes van comentando los sucesos políticos de la época a modo de noticias. En este caso, se trata de uno de los acontecimientos más importantes del período: la renuncia de Porfirio Díaz a la presidencia tras gobernar el país de manera autoritaria por más de dos décadas. Los personajes principales de Mal de amores son antirreeleccionistas, es decir, se oponen al gobierno, y esta novedad les trae grandes esperanzas. La renuncia de Díaz evidencia el triunfo de las fuerzas revolucionarias que vienen produciendo revueltas y levantamientos obreros y campesinos en todo el país y, además, si bien luego se demostrará lo contrario, parece indicar la llegada de tiempos de paz. El efecto realista de la cita se ve potenciado al considerar que la frase "Han soltado un tigre" se corresponde con las palabras que, efectivamente, dice Porfirio Díaz al partir hacia Europa desde Veracruz el 31 de mayo de 1911.

La llegada de Madero estaba anunciada para las diez, pero salieron de la casa desde las siete. Compraron los periódicos y se instalaron a leerlos en un café de chinos cercano a la avenida Reforma. Frente a sus tazones de leche y una canasta con panes dulces, leyeron y platicaron más de dos horas. Luego trataron de acercarse a la estación, pero unos hombres a caballo, mezcla de rebeldes recientes y peones eternos, les impidieron el paso. Fueron a la Alameda Central y caminaron por sus alrededores hasta que cerca de las once, les llegó a la banca en que descansaban la noticia de que el tren del señor Madero ya estaba cerca de los andenes. Total, por ahí de las doce y media lograron acomodarse sobre Reforma cerca de la estatua de Colón.

La gente se había encaramado a los monumentos y ya no se sabía bien cuál héroe yacía bajo los cuerpos amontonados sobre sus hombros o sus rodillas, colgados de sus brazos o pisándole los pies. Los vivas a Madero corrían como un jolgorio y todo era un bullicio sin orden y sin tregua.

Dos horas después de estar ahí bajo un sol de escándalo, Rivadeneira tuvo la peregrina idea de que volvieran a la casa. En lugar de escucharlo Emilia trepó a la estatua de Colón.

Narrador, Capítulo XV, p. 140

En este fragmento, es la voz narradora la que comenta con detenimiento un suceso histórico para usarlo como escenario de la ficción. El día siete de junio de 1911, Francisco I. Madero entra junto a las fuerzas rebeldes a la ciudad de México festejando el éxito de la Revolución. Milagros y Rivadeneira llevan a Emilia a la capital para ser testigos presenciales del hecho, que consideran un espectáculo único que no olvidarán en sus vidas. Como puede leerse en la cita, se trata de un hecho protagonizado por las multitudes populares que ocupan el espacio público para recibir a los revolucionarios y festejar el fin del gobierno de Porfirio Díaz. Emilia se suma al fervor de la muchedumbre y se sube al monumento que homenajea a Cristóbal Colón. El episodio también es importante porque ofrece un momento de encuentro entre la protagonista y Daniel, que desfila por la ciudad como soldado revolucionario.

Estaba segura de que Daniel se iría de todos modos, pero que no contara con arrastrarla de regreso. Le había prometido subir con ella hasta Chicago para conocer al doctor Arnold Hogan, famoso boticario y médico, con quien Diego Sauri llevaba una meticulosa y larga amistad por correspondencia.

—Yo no voy a cambiar de planes. Estoy cansada de ir y venir según el vaivén de tus antojos y los de la república —dijo.

Narrador y Emilia, Capítulo XIX, p. 177

Tras años de relación, Emilia acepta que Daniel tiene un espíritu aventurero que lo llevará a viajar constantemente en lugar de quedarse en Puebla con ella. De todos modos, el sufrimiento de verlo partir comienza a cansarla y, a pesar de que nunca se propone terminar la relación, ella comienza a priorizar sus propios planes y decisiones. Así, como se lee en la cita, se organiza para viajar a Chicago. En la ciudad estadounidense, la protagonista estudia medicina como oyente en la universidad y trabaja como asistente en el laboratorio del doctor Hogan. De ese modo, ella prioriza su carrera profesional por sobre su vínculo de pareja, lo cual resulta muy disruptivo para una mujer de la época. Es oportuno resaltar que el cansancio de Emilia ante la inestabilidad de su vida es tanto emocional e íntimo (en relación con Daniel) como político (en relación con los conflictos históricos de aquel período en México), y el viaje a Chicago la distancia, por un breve lapso de tiempo, de ambas cuestiones: se aparta de Daniel y se aleja de su país.

No iría con él. Ni siquiera tuvo ánimos para vestirse y acompañarlo.

—Traidora —dijo Daniel desde la puerta de la recámara.

[...]

Antes que seguirlo sin más hasta convertirse en una sombra, había elegido perderlo. Y tras elegir se sentía sola, ruin, soberbia y cretina.

Narrador y Daniel, Capítulo XXVI, pp. 224-225

Una vez más, cuando Daniel debe partir hacia Europa porque se encuentra en peligro por su actividad política, Emilia decide priorizar sus propios planes en lugar de seguirlo, como hacía cuando era más joven. Si bien estas decisiones muestran que es una mujer libre, fuerte e independiente, Daniel no acepta su autonomía y la acusa de traidora. A su vez, ella elige mantener sus planes, quedarse cerca de sus seres queridos y dar continuidad a su profesión, dándole más importancia a su proyecto personal que a su relación de pareja, pero no deja de sentirse culpable al hacerlo. Esto revela que, a pesar de ser una figura disruptiva para su época, la protagonista se mueve en un universo literario realista, donde el machismo está muy extendido y se espera que las mujeres sean sumisas ante las exigencias de los hombres. La relación entre Emilia y Daniel es desigual en la medida en que ella sufre cada vez que él parte, y él espera que ella lo acompañe a todos lados sin importar las consecuencias. En determinado momento, incluso, él siente celos porque ella le dedica tiempo a su profesión como médica y boticaria.

La luz contra sus párpados le avisó a Emilia Sauri que debían ser más de las siete. Los abrió porque el hábito era mayor que su cansancio. Lo primero que encontró en el horizonte de sus ojos fue una bandeja con el desayuno y, tras ella, las manos de Zavalza recordándole todo lo que sabían hacer. Sintió un rubor en las mejillas y pensó, mirándolo ahí, como una contundencia contra la que nada quería hacer, que lo quería tanto como a Daniel y que no sabría cómo lidiar con eso.

Narrador, Capítulo XXVI, pp. 229-230

Al tiempo que Emilia entiende que Daniel no dejará de ser intempestivo ni se quedará con ella en una misma ciudad, conoce a Zavalza, y con él construye un vínculo radicalmente opuesto. Por un lado, Antonio es médico, por lo que comparten aprendizajes y actividades profesionales. Por el otro, él es una persona calma que busca estabilidad, y que tiene muchas ganas de establecerse en Puebla, junto a ella como esposa. Si bien al principio Emilia solo quiere ser su amiga, luego decide casarse con él. A medida que avanza esta relación, ella percibe, como puede leerse en las frases citadas, que ama a ambos, y eso le resulta problemático al principio, ya que socialmente no es aceptable que una mujer tenga dos parejas.

En 1963 la llave de la casa de Milagros seguía siendo la misma. Daniel había vuelto a usarla colgando de su cuello. Se ponía el sol contra los volcanes hospitalarios e impredecibles, cuando Emilia entró a la sala con sus deseos intactos, pese al montón de años que llevaba cargándolos. Daniel había abierto el balcón y miraba hacia la calle.

—¿Es mi nieta la niña que te trajo hasta la puerta?

—Ya sabes —contestó Emilia—. Aquí todos los hijos y todos los nietos son del doctor Zavalza.

—Pero ésta se quita el pelo de la cara con un gesto mío —dijo Daniel.

—¿A qué horas llegaste? —le preguntó Emilia besándolo como cuando todo era terso en sus bocas. Un hueco invariable latió bajo su pecho.

—Nunca me voy —dijo Daniel acariciando su cabeza con olor a misterios.

Narrador, Emilia y Daniel Capítulo XXIX, pp. 246-247

Estas líneas corresponden al fragmento final de la novela, donde se produce un salto directo al año 1963, es decir, cuando Emilia es una anciana, y se revela que durante toda su vida la protagonista ha sido bígama, manteniendo sus dos amores en simultáneo. Sigue casada con Zavalza, y con él ha tenido hijos y nietos, y también continúa encontrándose ocasionalmente con Daniel quien asegura que de, alguna manera, nunca se va de su lado. Para estos encuentros, siguen usando la antigua casa de soltera de Milagros, que abren con la llave que Daniel siempre guarda como símbolo de su refugio y del amor y la complicidad que comparte con Emilia desde que son niños.

Cabe destacar que, hacia el final, la novela intensifica su foco en las historias de amor, dado que los años de la ebullición revolucionaria han quedado atrás, y la política ya no resulta tan conflictiva. Esto vuelve a resaltar la sintonía establecida en Mal de amores entre lo íntimo y lo político, lo privado y lo público: los personajes logran encontrar una estabilidad al mismo tiempo que el país parece aquietarse y organizarse.

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