La muerte
Dos de las secciones del poema, “El entierro de los muertos” y “Muerte por agua”, se refieren específicamente a la muerte. Muchas veces, la noción de la muerte se resignifica al asociarse a la idea de generación, ya que la muerte de una generación es la condición de posibilidad para la emergencia de una nueva: “Aquel cadáver que plantaste en tu jardín el año último, / ¿Ha empezado a brotar? ¿Florecerá este año?” (vv.71-71).
Del mismo modo que Cristo, al morir, redimió a la humanidad y dio así una nueva vida a los hombres, la muerte no es en La tierra baldía un signo negativo ni positivo en sí mismo, sino parte de una rueda. Aquí es donde entra, en confluencia con el cristianismo predominante en las primeras partes, el budismo. El poema cierra con citas de las Upanishads budistas, los textos filosófico-religiosos del hinduismo que desarrollan y explican los preceptos de esta religión. Además, cierra con la repetición de la bendición “shanti” (v.433), que quiere decir, según las notas del propio Eliot al final del poema, "la paz que sobrepasa todo entendimiento" (v.102).
Además, cabe resaltar que no es tampoco la muerte un estado absoluto: el paso entre la vida y la defunción encuentra su eco en las frecuentes alusiones a la Divina comedia de Dante, en la que se ofrece una visión fluida entre ambos modos de la existencia. Por ejemplo, esto hacen las multitudes en el puente de Londres: se trata de personas que no están ni vivas ni muertas y que atraviesan la ciudad moderna para ir a trabajar: "Nosotros que vivíamos ahora estamos muriendo / con un poco de paciencia" (vv.329-330).
La infertilidad
El tema de la infertilidad es transversal a todo el poemario y opera en un sentido tan literal, la reproducción humana, como metafórico, la capacidad de la tierra, las naciones y una era -en suma, la humanidad- de producir riqueza, prosperar o engendrar.
Sin embargo, la obra no es optimista en cuanto al tratamiento de este tópico. Tal como lo expresa su título, la tierra se configura como un territorio baldío, estéril, yermo. Tampoco encontramos héroes capaces de engendrar, y la mujer, a pesar de estéticamente agradable, es incapaz de procrear. Sea a causa de abortos, a la carencia de deseo o camas donde realizar el acto sexual, sea por vínculos estériles o relaciones adúlteras, lo cierto es que amor no funciona como una fuerza capaz de hacer nacer algo de la tierra. En la primera parte, de hecho, la voz poética le pregunta a un amigo si el cadáver que plantó el año anterior ha brotado ya, pero se nos oculta la respuesta.
También el baldío es el territorio del Rey Pescador, mencionado a partir de la segunda parte, “El sermón del fuego”. El Rey Pescador no es un personaje propio del poema, sino que Eliot lo toma de las leyendas artúricas, modo en el que se conoce a la Materia de Bretaña, una colección de escritos de la Edad Media que se enfocan en las tradiciones celtas y la historia legendaria de las islas británicas y de Bretaña. Estos relatos se centran principalmente en el rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. En el caso del Rey Pescador, se trata de un rey que, tras ser herido en la zona inguinal, no solo queda estéril, sino también toda la tierra que gobierna. Wasteland ("tierra baldía", en inglés) es el nombre de su reino en el que las plantas no crecen, y el hombre y los animales no engendran. De aquí toma Eliot el título para el poema.
Por otro lado, resulta paradójico que la fertilidad de abril, el mes de la primavera en el hemisferio norte, sea “cruel” (v.1) en el poema. Abril sí “engendra” (v.1). Lo hace partiendo de la devastación y hace crecer “lilas desde la tierra muerta” (v.2). A partir de este inicio del poema, todo es, por el contrario, desierto y desidia, la primavera parece no alcanzar a los personajes que circulan por el poema. Con el correr de los versos, veremos que así como se desdibuja la frontera entre la vida y la muerte, se replantean también las relaciones entre fertilidad/vitalidad e infertilidad/muerte; una de las imágenes que cierra la primera sección y es ejemplo de esto es el cadáver que brota en un jardín con la primavera.
La decadencia del mundo moderno
La decadencia del mundo moderno es un tema central en la obra, muchas veces como consecuencia de la guerra, aunque no se agota en ello. En “Una partida de ajedrez”, dos mujeres conversan en el pub sobre Lil, una amiga que ha abortado con pastillas y que no se rehizo los dientes para recibir a su marido, un veterano que vuelve del frente de batalla. Una mecanógrafa espera a su amante con desgano, sin una cama siquiera en la que recibirlo. El río Támesis, por su parte, ha perdido a las ninfas que lo habitaban, como lo fue en un citado poema de Spenser. Ahora es puro despojo. Más adelante, la voz poética repara en una “multitud por el puente de Londres” (v.62) que camina abatida hacia el trabajo: “No pensé que la muerte había deshecho a tantos” (v.63), reflexiona al verlos.
Lo que retrata La tierra baldía es, entonces, cierta desilusión, aburrimiento y desgano, una suerte de disgusto por el mundo tal cual es. Esto, junto a la profusión de referencias literarias del pasado, no debe ser leído como una nostalgia de un mundo que fue y ya no es más. El espíritu de principio de siglo para Eliot no se construye en relación con el pasado, sino que es una entidad en sí misma. No hay, tampoco, una salida clara al final del túnel. La tierra baldía es una peregrinación desde el infierno del mundo moderno hacia una plegaria final, pasando por amores decadentes, vínculos desgastados por el trabajo y el entorno, comunicaciones frustradas y el desapego absoluto de las pasiones.
La resurrección
Eliot acude a distintas imágenes de Cristo en el poema que, junto con otras muchas metáforas religiosas, plantean la cuestión de la resurrección uno de sus temas centrales.
Tal como señalamos en temas anteriores, el mundo construido la voz poética es infértil: las relaciones amorosas no dan fruto, el Rey Pescador es impotente, el agua escasea o encarna su potencial más destructivo. Sin embargo, la posibilidad de una resurrección o renacimiento se vislumbra a lo largo de los versos. El vínculo entre vida, muerte y resurrección es complejo en el poema, y en él intervienen y se superponen distintas formas de concebir la espiritualidad. La idea de la existencia como una eterna rueda de reencarnaciones consecutivas, por ejemplo, proviene de distintas doctrinas orientales, entre las que destaca el budismo. El cristianismo también se hace presente, sobre todo mediante la imaginería del Santo Grial en el poema: ese cáliz sagrado que utilizó Cristo en la última cena, y que se asocia a la liturgia de la resurrección. En “Lo que dijo el trueno”, la asociación entre la resurrección y la providencia se presenta a través de la figura del misterioso "tercero encapuchado ". Por último, la encontramos en la referencia a un estudio antropológico del cual Eliot era muy devoto, From ritual to romance, de la folclorista J. L. Weston, el cual vinculaba los textos sobre la leyenda del Santo Grial con los rituales de fertilidad.
En suma, la visión de la voz poética es la de un mundo que no muere ni vive. Para romper con su inercia se requiere un cambio profundo, quizá inefable, ligado a la idea de un renacer constante.
La incomunicación
El problema de la incomunicación, los desencuentros y la imposibilidad de aprehender un sentido común, absoluto y universalmente válido es de gran importancia en la obra de Eliot. En este poema, las voces son múltiples y discordantes: las perspectivas y expectativas de los personajes muchas veces chocan entre sí. Es por esto que, tal como se evidencia en temas anteriores, resulta complejo intentar dar con una idea unívoca sobre un asunto particular del poema. Más bien, la voz poética se encarga de esbozar posibles significados en torno a los conceptos y problemas, con el objetivo de establecer lazos entre diferentes campos semánticos desplegados verso a verso.
Por ejemplo, la mujer se presenta en La tierra baldía, como una entidad inaprehensible, carente de sentido para la voz poética. La dificultad de comunicación entre los amantes refleja la alienación y la desconexión en la sociedad moderna, donde la incapacidad para entenderse mutuamente contribuye a una sensación de desesperanza y vacío. Este tema se evidencia en los diálogos fragmentados que se presentan a lo largo del poema. Conversaciones como la que se da entre la mujer acaudalada y su pareja carecen de continuidad y coherencia, y reflejan la dificultad de mantener comunicaciones significativas y, por ende, lazos significativos.
Erróneamente se le ha dado a Eliot el mote de ser quien encarnó la voz del hombre de posguerra a principio del siglo XX, como si se tratara de una opinión sencilla y unívoca con respecto a lo que a la modernidad trae consigo. Sin embargo, resulta imposible dar con un discurso común en el poema de Eliot, una opinión o una idea en términos absolutos. Esto se evidencia en los diálogos entre los personajes. Allí están las voces populares, las mujeres incomprensibles, los homosexuales esquivos, los trabajadores, ni muertos ni vivos que cruzan el puente de Londres, los acompañantes encapuchados de identidad indescifrable. A lo largo del poema, estos personajes parecen incapaces de comunicar sus emociones o expresar sus deseos de manera efectiva. Esto refuerza la sensación de aislamiento emocional, la dificultad de compartir verdaderamente sus experiencias internas con otros.
Más aún, las referencias religiosas, mitológicas, literarias e históricas en el poema están muchas veces veladas, disfrazadas o apenas mencionadas. De este modo, pierden su sentido unívoco y ganan, por su forma críptica, la posibilidad de interpretaciones múltiples.
La relación entre el hombre y su entorno
A través de la leyenda del Rey Pescador, quien perdió su fertilidad y, con ello, condenó la fertilidad de las tierras que gobernaba, accedemos a una idea que recorre todo el poema: el paisaje es inseparable del hombre que lo percibe y afecta. Esto no tiene que ver tanto con el hecho de que el ser humano sea parte de la naturaleza en el sentido más orgánico de este “formar parte”, sino más bien con el vínculo que hay entre la percepción del entorno y la interioridad del hombre.
Los personajes y el yo lírico, sobre todo, se funden con el entorno y lo moldean en las representaciones que hacen de él. Por ejemplo, en "El sermón del fuego", el yo lírico compara las imágenes de un poema de Spenser en el que el Támesis es un río fértil plagado de vegetación, animales y ninfas hermosas, con el Támesis putrefacto y lleno de basura que tiene ante sí. Este Támesis hediondo se cuela en su interioridad: la rata que camina por el río, en sus divagues pisa con las patas los huesos de su cuerpo.
Cabe señalar que, a pesar de que la ciudad es el escenario privilegiado de muchos de los acontecimientos que ocurren en La tierra baldía, la naturaleza tiene también un rol privilegiado a la hora de hablar del entorno de los personajes. La concepción sagrada de la naturaleza no es un hecho superado ni recuperado por Eliot como fenómeno aislado, sino como una idea que perdura a lo largo del tiempo de diferentes maneras. Una de ellas es la religiosa: a través del budismo y el cristianismo, la voz poética incorpora al poema la idea de naturaleza sagrada.
Pero no es sólo en el ámbito de la religión que la naturaleza mantiene su carácter sacro, también en el arte y la literatura esta idea prevalece. Por ejemplo, otro de los libros que Eliot señala en sus notas, como influencia de La tierra baldía, es From Ritual to Romance (1920), de J. L. Weston. Mucho del entusiasmo de Eliot con este libro se encuentra volcado en el poema. En él, la folclorista y antropóloga trabaja sobre la permanencia de los rituales de vegetación y la fertilidad en la historia del Grial y sus variantes.
La historia
La historia, como sugiere Eliot en el poema, es un ciclo que se repite. Cuando la voz poética llama a su amigo Stetson en “El entierro de los muertos”, la referencia a la Guerra Púnica sustituye a la Primera Guerra Mundial. Esta sustitución no es arbitraria. En los años en que Eliot escribe La tierra baldía, la Primera Guerra Mundial era definitivamente el tema dominante en todo el globo. La sensibilidad predominante era la de un cambio profundo para el que la guerra era solo el puntapié. El mundo se había puesto patas arriba y ahora, con el rápido progreso de la tecnología, los movimientos de las sociedades y las convulsiones radicales en las artes, las ciencias y la filosofía, la historia de la humanidad había llegado a un punto de inflexión. Sin embargo, Eliot se ocupa de hacer una referencia a la Guerra Púnica para recordar que la Primera Guerra Mundial no es, efectivamente, la primera guerra.
Eliot revisa esta tesis sobre los cambios radicales que se esperaban o se percibían a principio de siglo y argumenta que cuanto más cambian las cosas, más permanecen iguales. En el poema, compone como en un collage las más eclécticas referencias históricas: asistimos a un sórdido romance entre una mecanógrafa y un joven visto a través de la figura de Tiresias, adivino ciego de Tebas presente en la mitología griega; el yo lírico invoca a Dante Alighieri sobre el actual puente de Londres y describe las columnas de estilo jónico, griego, de un bar popular repleto de pescadores. La leyenda del Rey Pescador, propia del ya mencionado ciclo artúrico, se mezcla con las Upanishads hindúes; la figura mitológica de Filomela se codea con la figura de Shakespeare. En suma, en el poema la Antigüedad convive con el Medievo, el Renacimiento, el presente y los siglos venideros. Así, a la linealidad, aparentemente evolutiva, postulada por el discurso histórico de su época, le antepone otra temporalidad más difusa y, ante todo, circular.
La mujer
En La tierra baldía, la mujer, su lugar en la sociedad y su sexualidad ocupan un lugar privilegiado. La mujer se retrata mediante una ambigüedad bastante clara que se repite en varios personajes. Se trata de una víctima de la violencia (machista, agregaríamos hoy) a la vez que una figura amenazante y temeraria. A través de la mención a muchas mujeres de la historia de occidente que representan la convivencia de estas dos cualidades, la voz poética compone una imagen que deja de ser de algunas mujeres en particular y pasa a ser una suerte de marca de género.
A su vez, se establece una distinción entre las mujeres de la historia (Cleopatra, Procne, Filomela) y de la historia de la literatura (Lavinia, Ofelia, Isolda) con las mujeres modernas de posguerra, como Lil, la mujer acaudalada y la mecanógrafa. Estas tres mujeres, a diferencia de sus congéneres, se encuentran sumidas en un sopor muy particular, propio del clima de posguerra. El aburrimiento atrapa a la mujer acaudalada, la desidia, a Lil, la apatía erótica, a la mecanógrafa.
Es posible unificar las voces de todas las mujeres del poema y ver en ellas a una sola mujer, cuyas características son una expresión de la abulia y la esterilidad que abunda en el poema. Pero, además, quizá sea posible pensar a esta feminidad como algo de lo cual el yo poético busca alejarse o desprenderse en pos de buscar la salvación. Esto último explicaría la ausencia de mujeres en el último tramo del poema, en el cual la única que aparece se peina tranquila rodeada de murciélagos con cabeza de bebé y torres invertidas, en un infierno digno de El jardín de las delicias de El Bosco.