Resumen
Un joven Estudiante llora porque no tiene ninguna rosa roja en su jardín, y su amada solo bailará con él en la fiesta del Príncipe de la noche siguiente si él le lleva una rosa roja. El Ruiseñor escucha sus lamentos y queda impresionado, pues siente que ese joven, ante quien él canta cada día, es un verdadero enamorado. El Ruiseñor piensa que el amor es, seguramente, algo maravilloso, mucho más que todas las joyas que el dinero puede comprar.
Otras criaturas presentes en el jardín se preguntan por qué llora el Estudiante, y se ríen cuando el Ruiseñor les responde que el joven llora por una rosa roja. El Ruiseñor es el único que no piensa que llorar por una rosa roja sea ridículo, y en cambio siente comprender el doloroso secreto del Estudiante. Entonces emprende vuelo y, al ver un Rosal, se detiene a pedirle que le dé una rosa roja, ofreciéndole a cambio cantarle la canción más dulce. Pero el Rosal dice que no puede ayudarlo, puesto que sus rosas son blancas. El Ruiseñor busca otro Rosal y le hace la misma pregunta, pero el segundo Rosal indica que sus flores son amarillas.
El Ruiseñor vuela hasta otro árbol, y este tercer Rosal dice que sus flores son rojas, pero que el invierno congeló sus venas y ya no dará flores ese año. Luego, el Rosal le dice que si quiere conseguir una rosa roja hay algo que puede hacer para conseguirla, pero es demasiado terrible. El Ruiseñor responde que no tiene miedo. Entonces el Rosal le explica que deberá fabricarla con música a la luz de la luna y teñirla con la sangre de su corazón, hundiendo una espina en su pecho hasta que esta lo atraviese.
El Ruiseñor reflexiona: la muerte es un precio alto por una rosa roja, pero el amor es mejor que la vida y nada es el corazón de un pájaro comparado con el corazón de un hombre. Así es que vuelve a volar y se detiene al lado del Estudiante, cuyos ojos siguen cubiertos de lágrimas. Le dice entonces que se alegre, puesto que tendrá su rosa roja. Promete cantar toda la noche y teñir la rosa con la sangre de su corazón, y solo le pide a cambio que sea un enamorado sincero, puesto que el amor es más sabio que la filosofía y más poderoso que el poder. El Estudiante alza la vista y escucha al Ruiseñor, pero no puede entenderlo, porque solo domina lo que está escrito en los libros. Quien sí comprende es el Roble, que se pone triste por el Ruiseñor, que hizo nido en sus ramas. El Roble le pide al Ruiseñor que cante una canción por última vez y este lo hace.
Al oírlo cantar, el Estudiante toma un lápiz y un anotador y escribe una crítica sobre la música del Ruiseñor. Piensa que tiene estilo pero no sinceridad, como sucede siempre con los artistas: solo se interesan por su propio arte y nunca se sacrificarían por los demás. Piensa que las notas musicales son bellas pero no significan nada ni hacen ningún bien práctico.
Al caer la noche, el Ruiseñor vuela hasta el Rosal y apoya su pecho sobre la espina. Así canta toda la noche, mientras la sangre escapa de su cuerpo y, con ella, su vida. En la rama más alta florece una rosa, pétalo por pétalo, a medida en que se suceden las canciones. Al principio es pálida, y entonces el Rosal le indica al Ruiseñor que apriete su pecho aún más contra la espina: si no lo hace, se hará de día antes de que la rosa esté terminada. El Ruiseñor así lo hace y su canto se hace también más fuerte. De a poco, la flor adquiere color rosado. Pero el corazón de la flor sigue blanco, porque solo puede enrojecerse con la sangre del corazón de un Ruiseñor. El Rosal le ordena nuevamente que apriete más su pecho contra la espina. Este obedece y, así, la espina atraviesa el corazón del Ruiseñor en una punzada de dolor. La rosa entonces se vuelve carmesí. Cuando el Rosal grita de alegría que la rosa está terminada, el Ruiseñor no lo escucha porque yace muerto.
Al mediodía, el Estudiante abre su ventana y se sorprende de su suerte: hay una rosa roja en su jardín. La arranca y corre hasta la casa de su amada. Al llegar le anuncia que ahora bailarán juntos y se amarán, puesto que ha conseguido la rosa roja. La muchacha, sin embargo, lo rechaza. Dice que la rosa no combinará con su vestido, y que, además, el sobrino del Chambelán le envió joyas preciosas, que claramente cuestan mucho más que las flores. El Estudiante la acusa de ingrata, sale enojado y arroja la rosa a la calle, donde es pisada por la rueda de un carro. La muchacha le grita que él es tan solo un Estudiante sin hebillas en los zapatos, como sí tiene el sobrino del Chambelán.
El estudiante se marcha pensando en lo estúpido, ilógico, inútil y poco práctico que es el amor. Decide que es mucho más conveniente dedicarse a la filosofía, a la metafísica. Entra a su casa, toma un polvoriento libro y se pone a leer.
Análisis
De toda la colección, este es el único cuento que estructura toda su trama en relación al tema del amor. Lo que motiva toda la acción del Ruiseñor es la profunda compasión que siente el personaje al oír los lamentos amorosos del Estudiante. Mientras que el resto de las criaturas del jardín consideran ridículo que la causa de la tristeza del joven sea una rosa roja, el Ruiseñor se siente hondamente movilizado y encuentra en el sufrimiento del Estudiante una revelación: “He aquí, por cierto, al verdadero enamorado” (p.193), declara sin rastros de incertidumbre. Lo que el Ruiseñor cree ver revelado ante sus ojos es un misterio desconocido hasta el momento: “Seguramente el amor es algo maravilloso. Es más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Las perlas y los granados no pueden comprarlo, ni lo exhiben en el mercado. Tampoco puede traficárselo con los mercaderes ni pesarlo en la balanza donde pesan el oro” (p.194). A raíz de la tristeza del Estudiante por no contar con el elemento necesario para bailar esa noche con su amada, el Ruiseñor entiende al amor como un tesoro infinitamente más valioso que todas las joyas o el oro del mundo, puesto que el dinero no puede comprarlo. Este descubrimiento empuja al Ruiseñor a sobrevolar cada rosal del jardín para conseguir la rosa roja, aparentemente el único obstáculo que se interpone entre el enamorado y la muchacha a la que ama, el único impedimento para la concreción de su amor. Pero lo que definirá al protagonista del relato en su nivel de entrega a esta nueva fe que se presentó ante sus ojos es el precio que deberá pagar para conseguir el elemento anhelado: “Si quieres una rosa roja -dijo el Rosal- debes fabricarla con música a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón” (p.195). El Ruiseñor consideraba el amor un tesoro más valioso que las riquezas, justamente, porque el dinero no podía conseguirlo. Lo que el Rosal ofrece es la respuesta a cuál es el precio del amor: la vida misma.
-La Muerte es un precio muy alto por una rosa roja -exclamó el Ruiseñor- y la Vida es muy cara para todos. Es muy placentero sentarse en el verde bosque y contemplar el Sol en su carro de oro, y la Luna en su carro de perlas. Dulce es el perfume del espino, y dulces son las campanillas que se esconden en el valle, y el brezo que florece en los montes. Sin embargo, el Amor es mejor que la Vida, y ¿qué es el corazón de un pájaro comparado con el corazón de un hombre? (p.195)
El parlamento evidencia la nobleza de pensamiento del Ruiseñor, quien, contando con una sensibilidad que le permite apreciar la belleza inherente a la vida puede, sin embargo, renunciar a ella por algo que considera superior: el amor. La pregunta final que plantea el Ruiseñor lo muestra como a un ser de extrema humildad, sin un ápice de egoísmo. Tanto es así que no tarda en concebir su propio sacrificio como un gesto sin dudas necesario cuando se trata de realizar una ofrenda en nombre del amor.
Lo más interesante de la decisión del Ruiseñor de sacrificarse por amor, y aquello que constituye al personaje en su nobleza sensible, es que el gesto no tiene el fin de la conquista. Es este punto, quizás, el que evidencia la grandeza y la originalidad del autor. Porque incontables veces la literatura ha representado al sacrificio en ligazón con el asunto amoroso, pero en la gran mayoría de los casos se trata de un personaje que realiza una acción perjudicial para sí mismo que tiene como finalidad conquistar el corazón de su amado o amada. Lo particular de “El ruiseñor y la rosa” es, justamente, que el Ruiseñor no obtendrá más beneficio, con su sacrificio, que el saber que con su gesto ayudará a un enamorado a concretar su amor. El protagonista del relato es, por lo tanto, un enamorado del amor, un personaje perfectamente romántico y que bien puede asimilarse a la condición de artista en tanto era pensada por Oscar Wilde: así como la corriente a la que él pertenecía defendía la idea del “arte por el arte”, es decir, el único fin para el artista residía en el arte mismo y su inherente belleza, el gesto amoroso del Ruiseñor tiene como único fin el amor mismo, y en eso reside su grandeza. Este carácter del protagonista del relato aparece traslucido en las palabras que dedica al Estudiante cuando intenta calmar su dolor, anunciándole que pronto obtendrá aquello que ahora lo hace sufrir por su falta:
-Alégrate -gritó el Ruiseñor-. Alégrate, pues tendrás tu rosa roja. La fabricaré con música a la luz de la luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Cuanto te pido a cambio es que seas un enamorado sincero, pues el Amor es más sabio que la Filosofía, aunque ésta es sabia, y más poderoso que el Poder, aunque éste sea poderoso. Del color de las llamas son sus alas y del color de las llamas es su cuerpo. Sus labios son dulces como la miel, y su aliento es como incienso.
Desde el césped, el Estudiante alzó la vista y escuchó, pero no pudo entender lo que el Ruiseñor decía, porque sólo dominaba las cosas que están escritas en los libros. (p.196)
El contraste ofrecido por las palabras del Ruiseñor y la incomprensión del Estudiante constituye una leve ironía: el pájaro está anunciando la supremacía del amor por sobre la sabiduría filosófica, pero el joven está demasiado obnubilado por los conceptos enarbolados en los libros de filosofía como para comprender un mensaje tan sincero, desinteresado y sensible. Este mismo contraste aparece agudizado instantes después, cuando el Estudiante toma lápiz y papel y realiza una crítica al canto del Ruiseñor:
“Tiene forma” -se dijo, mientras salía a través de la arboleda-. “Eso no puede negársele, pero… ¿tiene sentimientos? Me temo que no. En realidad, es como la mayoría de los artistas; puro estilo sin ninguna sinceridad. No se sacrificaría por los demás. Sólo piensa en la música, y todo el mundo sabe que el arte es egoísta. No obstante, debe admitirse que su voz tiene algunas notas bellísimas. ¡Lástima que estas nada signifiquen, o en la práctica no hagan ningún bien!” (p.196)
La situación evidencia un abismo en términos sensibles en lo que respecta a la interioridad del joven en relación con la del Ruiseñor. El Estudiante pareciera conocer una sola manera de pensar el arte, ligada al análisis meramente intelectual, lo que obstaculiza su capacidad sensible. Por otra parte, la ironía es clara: el Estudiante critica al Ruiseñor atribuyéndole egoísmo, ignorando que justamente el Ruiseñor decidió realizar el gesto más generoso de todos, sacrificando su propia vida por el deseo amoroso del joven.
El Ruiseñor canta entonces durante toda la noche, empujando su pecho contra la espina, y así produce el progresivo florecimiento de la rosa. El relato va describiendo las etapas por medio de las cuales la vida del Ruiseñor se disipa para dar nacimiento a la flor. Hacia el final del proceso, el narrador vuelve a situar el foco en el arduo sacrificio al que debe enfrentarse el Ruiseñor: “Pero la espina aún no había llegado hasta su corazón, por eso el corazón de la rosa seguía siendo blanco, porque sólo la sangre del corazón de un Ruiseñor puede enrojecer el corazón de una rosa” (p.197). La noción que el cuento propone sobre el amor se condensa metafóricamente en esta frase del narrador. Como la rosa roja, el amor aparece como aquello a lo que solo se llega por vía de un sacrificio absoluto, del que solo son capaces los corazones más nobles, como el del Ruiseñor.
Si el gesto sacrificial del Ruiseñor no tenía más fin que el del amor mismo, el final del relato acaba por determinar el carácter dolorosamente vano de ese sacrificio. Ya florecida la rosa gracias a la muerte del Ruiseñor, el joven la lleva pleno de alegría hacia la casa de su amada, solo para enfrentarse a un desconcertante rechazo por parte de la muchacha: “Me temo que no combinará con mi vestido -respondió-; y, además, el sobrino del Chambelán me ha enviado unas alhajas auténticas, y todo el mundo sabe que las alhajas cuestan mucho más que las flores” (p.198). La esperanza romántica se desvanece apenas hace su aparición la voz de la muchacha. Los argumentos para su rechazo no solo resultan perturbadores por el carácter extremadamente banal que presentan, sino que además constituyen una ironía por la jerarquía de valores en que se asientan. La jovencita sitúa las joyas por sobre la rosa roja, ese elemento que simbolizaba para el Ruiseñor el carácter de tesoro invaluable del amor, aquello que el oro no podía comprar. Pero el carácter más trágico de la ironía radica en que la muchacha sentencie que las alhajas “cuestan mucho más que las flores”, ignorando que la flor que el joven le ofrece ha costado la vida del Ruiseñor.
El carácter vano del sacrificio del Ruiseñor acaba por concretarse en una imagen simbólica: la rosa roja no solo es despreciada por la muchacha, sino que además es arrojada al suelo y pisada por la rueda de un carro. El sacrificio del Ruiseñor se da en las sombras, en tanto el Estudiante y la muchacha ignoran lo sucedido, y ahora, además, la flor nacida del dolor del pájaro es reducida a condición de desecho. El final trágico se agudiza en tanto el muchacho, después de ser rechazado por su amada, decide dejar de creer en el amor: “-¡Qué cosa tan estúpida es el Amor! -dijo el Estudiante al marcharse-. No es ni la mitad de útil que la Lógica, pues no demuestra nada, siempre nos dice cosas que jamás sucederán y nos hace creer otras que no son ciertas. De hecho, es bastante poco práctico y, como en esta época ser práctico lo es todo, volveré a la Filosofía para estudiar Metafísica” (p.198).
Si el Ruiseñor se sacrificó por el único fin del amor mismo, el Estudiante realiza el gesto contrario al despreciar al amor por su inutilidad. Y estas últimas palabras del Estudiante parecen evocar aquellos fundamentos propios del siglo XIX a los que Wilde se contraponía. El esteticismo, movimiento artístico del que el autor del cuento era uno de los máximos exponentes, nacía como oposición a las concepciones utilitaristas que planteaban la practicidad como condición básica para todo lo que quisiera considerarse digno de apreciación. “El ruiseñor y la rosa”, entonces, parece contraponer ambas perspectivas, encarnadas en los personajes del Ruiseñor, por un lado, y el Estudiante, por el otro. En este sentido, podemos leer el carácter finalmente vano del sacrificio amoroso del Ruiseñor como una reafirmación de la inutilidad del amor, cuyo único fin se eleva como el del amor mismo. Es esa inmanencia la que distingue el amor (y el arte) de la lógica utilitarista y materialista por la que se guía la mayoría de las cuestiones del mundo. Justamente es en el carácter inútil y vano del sacrificio amoroso donde se define lo absoluto de su belleza.