El príncipe feliz
Sobre la ciudad se eleva la estatua del Príncipe Feliz, cubierta de oro y piedras preciosas. Cuando estaba vivo, en el palacio, el Príncipe nunca lloraba porque no conocía el dolor. Ahora, muerto y elevado como monumento sobre su ciudad, puede ver las miserias que azotan a su pueblo y eso lo hace llorar. Un día, una Golondrina se detiene a los pies de la estatua para descansar en medio de su viaje hacia Egipto. El Príncipe le cuenta su historia y le pide que arranque las joyas de su cuerpo y las lleve a los desposeídos. La Golondrina así lo hace, repetidas veces, postergando su viaje, hasta que el Príncipe queda ciego -puesto que le pidió que le quitara también sus ojos de zafiro y se los lleve a los pobres- y la Golondrina se queda con él para siempre. A partir de entonces es ella quien le cuenta las tristes miserias que ve en la ciudad, y el Príncipe le pide que desprenda las láminas de oro de su cuerpo y se las lleve a los pobres. Un día, la Golondrina muere de frío, y de inmediato el corazón de plomo al interior de la estatua se quiebra también. El Alcalde de la ciudad, horrorizado por el aspecto de la estatua, ordena demolerla, fundir el metal y elevar otra, pero de sí mismo. El corazón de plomo no se funde y es tirado a la basura, junto a la Golondrina muerta. Entonces un Ángel recoge el corazón de plomo y el cuerpo de la Golondrina y se los lleva para que vivan unidos junto a Dios.
El ruiseñor y la rosa
Un Estudiante llora porque su amada se negará a bailar con él a menos que le lleve una rosa roja, y no hay rosas rojas en su jardín. El Ruiseñor lo escucha y se compadece por el joven, puesto que lo considera un verdadero enamorado, y supone que el amor es lo más maravilloso del mundo. Entonces vuela de un rosal a otro pidiendo una rosa roja, pero es invierno y ningún árbol produce esa flor. Un Rosal le explica al Ruiseñor que solo conseguirá una rosa roja si la fabrica él mismo, cantando durante toda la noche con una espina atravesándole el pecho, tiñendo así la rosa con su propia sangre. El Ruiseñor decide sacrificar su vida por el amor, y así lo hace, produciendo con su muerte una rosa roja. Al verla, el Estudiante la arranca y la lleva alegremente a su amada, pero la muchacha lo rechaza, diciendo que la flor no combinará con su vestido y que otro joven ya le regaló joyas, que son mucho más costosas. El Estudiante se marcha, enfurecido, arrojando la rosa a la calle, donde esta es pisada por un carro, y vuelve a su casa decidido a no creer nunca más en algo tan inútil y estúpido como el amor.
El gigante egoísta
Cuando el Gigante Egoísta regresa después de muchos años a su casa, se enfurece al encontrar que varios niños juegan en su hermoso jardín. Entonces los echa, construye un muro y coloca un cartel anunciando que los intrusos serán castigados. Cuando la Primavera llega a todo el país, en el jardín del Gigante sigue siendo invierno: no hay flores, ni pájaros, porque lamentan la ausencia de niños. Solo la Nieve y la Escarcha se divierten en el jardín y deciden quedarse allí todo el año. Un día, el canto de un pájaro despierta al Gigante. Asomado a la ventana, ve que los niños lograron escabullirse por un agujero y están trepados a los árboles, que ahora están florecidos y rodeados por pájaros. Solo en un rincón del jardín sigue siendo invierno: un niño demasiado pequeño gira llorando alrededor de un árbol sin poder subirse. Al ver todo esto, el Gigante se da cuenta de lo egoísta que fue y decide derribar el muro, pero al verlo los niños se asustan y salen corriendo, llevándose también a la Primavera. Solo el pequeño niño, cuyas lágrimas en los ojos le impiden ver al Gigante, se queda en el jardín. El Gigante entonces se acerca y lo sube al árbol. El niño lo besa, el resto de los chicos vuelven al jardín y, con ellos, vuelve la Primavera. Los años pasan y el Gigante disfruta de jugar con los niños en el jardín, aunque lamenta que el pequeño nunca haya regresado. Una mañana de invierno, cuando el Gigante ya es viejo y débil, vuelve a verlo en un rincón. Cuando se acerca, ve que el niño tiene huellas de clavos en las manos y en los pies. El Gigante se arrodilla ante él y el niño le anuncia que vino a buscarlo para llevarlo a su jardín, el del Paraíso. Esa tarde, cuando los niños llegan al jardín, ven al Gigante muerto debajo del árbol, cubierto por flores blancas.
El amigo fiel
El Pardillo, al oír que la Rata de agua dice que nada hay más importante que una amistad fiel, decide contar una historia llamada “El amigo fiel”, acerca de un buen hombrecillo llamado Hans que vive de vender las flores de su jardín, y su mejor amigo, el Molinero. El Molinero es rico pero nunca le da nada a Hans: en cambio, siempre se lleva canastas enteras con flores de su jardín. El único momento en que no se ven es en invierno, porque Hans sufre el frío y el hambre ya que no puede trabajar con sus flores. Durante ese período, el Molinero no lo visita, alegando que cuando la gente tiene problemas es mejor no fastidiarla. Cuando vuelve la primavera, el Molinero visita a Hans para llevarse flores y Hans le cuenta que en el invierno padeció tanto que tuvo que vender su carretilla, pero si vende flores la puede volver a comprar. El Molinero le dice que él le dará su carretilla, porque es muy generoso, y a cambio se lleva canastos de flores y otros objetos. Día a día, el Molinero se presenta ante Hans para pedirle que trabaje por él, ya que él le dará la carretilla, hasta que una noche de tormenta le pide que busque a un médico para su hijo. Después de horas de caminar en la oscuridad, Hans muere ahogado. El Molinero es quien más llora en el funeral de Hans, mientras habla de lo doloroso que es ser generoso. Al terminar la historia, el Pardillo le pregunta a la Rata si entendió la moraleja. Al enterarse de que el cuento tenía moraleja, la Rata de agua, ofendida, vuelve a meterse en su madriguera.
El admirable cohete
Una gran ceremonia con un espectáculo de fuegos artificiales se prepara para la boda del Príncipe y la Princesa. Mientras los elementos de pirotecnia hablan entre sí, un pretencioso Cohete monologa constantemente sobre su superioridad y sobre la suerte que tiene el Príncipe de casarse el mismo día en que a él lo harán estallar. El Cohete llega también a llorar para demostrar su naturaleza emotiva y empática, a pesar de que los demás le recomiendan mantenerse seco. Efectivamente, cuando el Rey ordena que comience el espectáculo de fuegos, todos los demás estallan fabulosamente en el aire menos el Cohete, que está demasiado mojado para encenderse. Él se convence de que lo están guardando para un momento más especial, y al día siguiente, cuando lo tiran a una zanja, cree que lo enviaron a un hotel a descansar. Allí, trata con desdén a una Rana y una Pata que intentan darle la bienvenida y avisa que él volverá pronto a la Corte. Poco después, unos niños encuentran el Cohete y, confundiéndolo con una varilla dañada, lo apilan entre otras para hacer fuego y hervir así una tetera. Mientras esperan, se echan a dormir. El Cohete sale entonces disparado en medio del día. En el aire, él está convencido de estar dando un espectáculo fascinante. Sin embargo, nadie lo ve.