Resumen
“Toomai de los elefantes”
Kala Nag es un viejo elefante que sirve al gobierno indio desde hace cuarenta y siete años. Su nombre significa "serpiente negra". Tiene muchísima experiencia y ha participado en muchas campañas militares. Desde chico, gracias a su madre, aprendió que los elefantes que tienen miedo son los más peligrosos para sí mismos y terminan lastimándose. Por eso, Kala Nag no le tiene miedo a nada.
Los elefantes son tan importantes para el gobierno en la India que existe un departamento dedicado a cazar, capturar y entrenar elefantes salvajes para que puedan estar al servicio de los hombres. Cuando Kala Nag fue relevado del servicio militar, lo destinaron a participar de las campañas para atrapar y luego entrenar elefantes salvajes. Su conductor es Toomai Grande, quien se siente sumamente orgulloso de su elefante, y además se jacta de ser al único al que Kala Nag teme. Toomai Pequeño, de solo diez años, discute lo que dice su padre, porque considera que Kala Nag también le teme a él. Lo cierto es que, tarde o temprano, Toomai Pequeño será el conductor de Kala Nag, y el elefante lo sabe y siente cariño por el chico. Toomai Pequeño sueña con el día en que va a poder montar el cuello de Kala Nag y llevar el ankus, una herramienta para entrenar elefantes.
A Toomai Grande no le gusta trabajar capturando elefantes salvajes y la vida de campamento. Prefiere la vida del servicio militar, con todo ordenado y donde todos los elefantes están entrenados. Toomai Pequeño, en cambio, prefiere la vida en la selva, y no le gustan los caminos anchos preparados para andar. Prefiere adentrarse a los lugares a los que solo los elefantes pueden subir.
Lo que más le gusta a Toomai Pequeño es ver desde la empalizada los elefantes entrenados y los salvajes, que se enzarzan en combate para que así los hombres puedan atar las patas de los elefantes salvajes. Una noche, Toomai Pequeño no se limita solo a ver lo que sucede, sino que baja para alcanzarle a uno de los hombres el extremo de una soga que se había caído mientras este intentaba atar las patas de un elefante joven. Cuando Kala Nag ve al pequeño en esta situación, lo levanta con su trompa para depositarlo cerca de Toomai Grande, quien le da un par de bofetones a su hijo. Le dice, además, que no debe meterse en esos asuntos. Seguramente, los cazadores de elefante han corrido con el cuento del niño y la soga a Peterson Sahib, jefe de las operaciones de la captura de elefantes para el gobierno indio. Toomai no sabe demasiado acerca de las personas blancas, pero considera que Peterson Sahib es “el mayor hombre blanco del mundo” (p.197). No le gusta la idea de que hayan ido a él con el cuento. Toomai Grande le dice que se siente aliviado de que la campaña de caza esté por terminar. Podrán volver a mejores caminos y a una vida más tranquila. Toomai Pequeño se aleja de su padre y va a ver a Kala Nag para sacarle las espinas que tiene clavadas en las patas. Mientras hace eso piensa en las consecuencias que puede tener que Peterson Sahib sepa su nombre.
Los hombres que participan de la empresa de cazar elefantes se preparan para partir hacia las llanuras, donde los elefantes capturados recibirán el entrenamiento debido. Deben dejar todo listo para el regreso. En uno de esos días, Petersen Sahib se presenta en el campamento montado en Pudmini, un elefante hembra muy inteligente. Lo primero que hace es pagarles a los hombres por su trabajo. Mientras esperan en la fila para recibir su pago, algunos de ellos hablan sobre el potencial de Toomai Pequeño, que se atrevió a entrar a la keddah, la empalizada donde se encontraban los elefantes salvajes capturados. Peterson Sahib se interesa por el chico, y uno de los cazadores lo señala. Peterson le pregunta su nombre, pero Toomai permanece en silencio. Toomai Grande le hace una señal a Kala Nag, que levanta al niño con su trompa para que quede cara a cara con Peterson. Al jefe le parece simpático el truco y bromea con el chico, que responde de una manera que avergüenza a Toomai Grande. Peterson Sahib le da unas monedas al niño y dice que puede que en algún momento llegue a ser un gran cazador. Esa idea le desagrada a Toomai Grande.
Antes de irse, Peterson le recuerda a Toomai Pequeño que las keddahs no son un lugar adecuado para los niños, y que solo le dará permiso para estar allí cuando el niño le diga a Peterson que ha visto a los elefantes danzar. Los hombres se ríen, porque esa es solo otra manera de decir “nunca”: nadie ha visto tal cosa.
Los hombres emprenden el camino hacia la llanura. Cada tanto el viaje se vuelve difícil, porque los elefantes recién capturados se inquietan. Uno de los hombres conjetura que el mal comportamiento de los nuevos elefantes que él arrea puede deberse a que olfatean a sus compañeros en la jungla, o porque están poseídos. A Toomai Grande todo esto le parece una tontería; cree que el hombre que no puede arrear a los elefantes salvajes un incompetente. Pero el hombre piensa que Toomai Grande no comprende la selva porque viene de la llanura, y le dice a Toomai Pequeño que no sea tan cabeza dura como su padre, que los elefantes van a danzar esa noche y que deberían atar a Kala Nag con doble cadena.
Toomai Pequeño le da de cenar a Kala Nag y celebra lo contento que se siente de haber interactuado con Peterson Sahib tocando un pequeño tambor. Luego se queda dormido a los pies de Kala Nag. Pasa poco tiempo antes de que los elefantes se acuesten también para dormir. Solo queda en pie Kala Nag, que se mece y tiene las orejas levantas. Toomai se despierta y la ve en ese estado. A lo lejos se escucha el berrido de un elefante salvaje. De repente, todos los elefantes se ponen en fila y empiezan a gruñir. Los conductores se despiertan, disciplinan a los elefantes y los atan con mayor fuerza. Toomai Grande hace lo mismo: ata las patas de Kala Nag de tal forma que no pueda moverse. En lugar de reaccionar, Kala Nag sigue concentrada en un lugar a lo lejos, en la dirección de donde provino el sonido que despertó a todos al principio.
Toomai Pequeño debía cuidar de Kala Nag, pero cuando oye las amarras partirse, el elefante ya está en movimiento y el niño lo sigue, pidiéndole que lo lleve con él. Kala Nag lo toma con su trompa y lo deposita en su cuello. Desde allí, Toomai Pequeño admira la selva y siente que “la jungla despertaba a sus pies, que despertaba y cobraba vida” (p.206). Kala Nag se abre paso por la selva, vadea un río, pasa por un camino que parece que otros elefantes han abierto. Llega a la cima de una colina donde hay un espacio irregular con toda la superficie pisoteada. Otros elefantes empiezan a llegar al lugar; hacen mucho ruido cuando llegan, pero luego permanecen en silencio. Uno de los elefantes que llega es Pudmini, el elefante hembra de Peterson.
Hay veintenas de elefantes alrededor de Kala Nag. Sueltan berridos y pisotean la tierra al punto que el rocío cae de los árboles. Durante casi dos horas los elefantes hacen esto, y Toomai Pequeño permanece en el cuello de Kala Nag.
En la madrugada, el claro al que llegaron en la noche se ha agrandado. Toomai le dice a Kala Nag que siga a Pudmini al campamento. Están muy cansados. Cuando llegan al campamento, ve a Peterson Sahib desayunando. Se acercan hasta él y Kala Nag se arrodilla, porque tiene las patas cansadas de tanto bailar. Mientras lo hace, Toomai le dice a Peterson que presenció la Danza de los elefantes y, al instante, se desmaya.
Los hombres del campamento y Peterson Sahib rodean a Toomai Pequeño cuando se despierta. Toomai Pequeño les dice lo que vio la noche anterior, y les indica el lugar en el que sucedió. Luego se queda dormido nuevamente. Peterson Sahib y Machua Appua, el jefe de los conductores de la montaña, van a explorar el lugar que el niño indicó. No caben dudas de que allí han estado al menos sesenta elefantes y han compactado el piso de la pista de baile. Regresan al campamento.
Una vez allí, Peterson ordena que maten corderos y gallinas y aumenten las porciones para festejar algo tan prodigioso como que un niño haya podido presenciar la Danza de los elefantes. Machua Appua anuncia a todos lo sucedido con Toomai Pequeño y declara que el niño será el mejor rastreador de elefantes salvajes, y que ningún elefante le hará daño, porque lo reconocerá como el único que ha presenciado su danza. Luego, Machua Appua lanza un grito de guerra que los elefantes responden levantando sus trompas para el saludo que le estaba reservado únicamente al virrey de India, esta vez en honor a Toomai Pequeño.
“Los sirvientes de su majestad”
La acción sucede en un campamento donde están reunidos treinta mil hombres y los miles de animales a su servicio. El lugar es Rawalpindi, ubicada en la actual capital de Pakistán. Allí está por tener lugar una reunión oficial entre el virrey de la India y el emir de Afganistán, quien en el cuento es descrito como “rey salvaje de un país muy salvaje” (p.217). El emir ha traído ochocientos hombres, camellos y caballos que no estaban acostumbrados a un campamento como el del virrey, que es tan avanzado que incluso tiene una locomotora. Por este motivo, todas las noches los caballos o los camellos se descontrolan y corren por el campamento causando destrozos.
El cuento está narrado por uno de los oficiales ingleses al servicio del rey que relata que, una noche, un hombre se acerca a su tienda para advertirle que los camellos están causando destrozos en el campamento y se aproximan. El narrador se viste y sale de su tienda con su perro foxterrier, llamado Vixen. Apenas logra salir de la tienda, un camello se enreda en la tela de esta. Desde afuera, la escena es ridícula, porque el camello atrapado en la tela de la tienda parece “un fantasma enloquecido” (p.218).
Para pasar la noche, el narrador encuentra un lugar cerca de las líneas de artillería, donde se guardan los cañones durante la noche. Dado que ha aprendido de los nativos un poco del lenguaje de las bestias, escucha la conversación entre un mulo y un camello. El mulo le pregunta al camello si él y los demás camellos son los culpables de tanto barullo. Efectivamente han sido ellos, así que el mulo le propina uno coces en las costillas al camello. Un caballo se acerca a ellos quejándose de que ya van tres noches que no lo dejan dormir. El mulo se presenta y le dice que es el encargado de transportar la culata de un cañón. El caballo le contesta que él es parte de la compañía de lanceros y que su jinete es Dick Cunliffe. El mulo comenta lo inservibles que son los camellos, a lo que el camello, que había permanecido en silencio hasta entonces, ofrece una explicación: una pesadilla los asustó y por eso salieron despavoridos por todo el campamento: “Soy solamente un camello de carga del treinta y nueve de la infantería nativa y no soy tan bravo como ustedes” (p.220). El mulo repara en lo extraño que es que hasta los bueyes de la artillería se hayan despertado.
Otro mulo de artillería camina por el campamento buscando a Billy. El mulo viejo que se encontraba con el caballo y el camello les dice que él es Billy, y que quien lo busca es un nuevo recluta. Llama al mulo joven para que deje de gritar. El mulo joven está agitado y teme que los camellos los maten. A Billy le enoja la debilidad del recluta y le dice que le debería dar vergüenza expresar ese miedo frente a un caballo. Los dos bueyes se presentan ante los otros animales. Parecen no percibir o no molestarse por los comentarios condescendientes del mulo viejo.
Billy y el caballo empiezan a hablar sobre lo que implica estar atento a la brida. Obedecer al jinete es la única manera de evitar una situación peligrosa. Los caballos están en medio del campo de batalla y deben estar atentos a las indicaciones de su jinete cuando hay cuchillos a la vista. En cambio, el mulo dice que a ellos les enseñan a retirarse cuando ven algo así, porque deben llegar al punto más alto de la montaña trepando con el peso de los cañones, y luego posicionarse de tal manera que su silueta no sea reconocible contra el cielo.
El camello interviene para decir que él también ha luchado un poco, aunque nunca escaló como el mulo ni cargó contra el enemigo como el caballo. Los animales quieren saber en qué consiste el servicio que brindan los camellos. Su función es sentarse formando un cuadrado entre todos los camellos y esperar a que los hombres los cubran con forraje y fardos y luego disparen por encima de ellos. Los camellos son parte de una especie de muralla que protege a los hombres para que puedan disparar contra el enemigo. El camello asegura que nunca siente miedo y permanece quieto mientras esto sucede. A Billy le sorprende que pueda mantener la calma en esas circunstancias y, sin embargo, sea capaz de despertar a todo el campamento por una pesadilla.
De pronto, uno de los bueyes se une a la conversación para decir que hay una sola manera de luchar: apoyar veinte yuntas para empujar el cañón grande cuando el elefante Dos Colas brama para dar la señal de guerra. Para ellos no es necesario escalar ni correr, solamente moverse y luego pastar hasta que los vuelva a llamar el bramido de Dos Colas. A veces alguno de los bueyes muere, pero ese es el destino. Al caballo le parece absurdo que los bueyes tengan tiempo de pastar en medio de la batalla. Ante eso, Billy contesta que a ellos pastar les parece más natural que sentarse a esperar o trepar una montaña o dejar que un jinete los monte y cargar a gente armada.
El caballo entiende lo que quiere decir Billy: “No todo el mundo está hecho de la misma manera” (p.227). No obstante, al parecer al caballo no le gustó demasiado que Billy lo hiciera quedar como un tonto explicándole algo tan evidente, y por eso menciona al padre de Billy. El mulo se enoja porque no le gusta que le recuerden que su padre es un burro. Billy entonces utiliza el insulto “Brumby” (p.227), que significa caballo salvaje y sin ninguna educación, para referirse al caballo de Duncliffe. La discusión se torna cada vez más acalorada hasta que Dos Colas interviene. Está atado, pero ha escuchado toda la conversación. Ni Billy ni el caballo tienen simpatía por Dos Colas. Asimismo, los bueyes piensan que los elefantes son cobardes, porque se asustan de los disparos de cañón.
Dos Colas intenta explicarles a los animales lo que le pasa. El problema de los elefantes es que son más inteligentes que otros animales, entonces son capaces de ver lo que está por venir, pero no son tan inteligentes como los hombres, y no huyen a pesar del peligro. Sabe que para él no es tan fácil escapar de un tiro por su tamaño y, además, si llegan a herirlo, los hombres no saben curar sus heridas. No le gusta la sangre, al igual que al resto de los animales. Para demostrar que los otros animales no son más valientes que él, empieza a bramar. Los mulos y el caballo se inquietan con ese sonido. De repente, aparece Vixen y empieza a ladrar al elefante, que está visiblemente nervioso y quiere que el foxterrier se aleje de él.
Los bueyes deciden irse a descansar, porque el día siguiente van a pasar revista a todos los servidores del virrey. Antes de irse se jactan de ser los únicos que no se han asustado. Justo en ese momento caen en cuenta de que, si hay un perro entre ellos, un hombre blanco debe estar muy cerca. Vixen revela el lugar en el que se encuentra el narrador. Los bueyes temen a los hombres blancos porque comen carne, mientras que los nativos no lo hacen.
Billy y el mulo joven se retiran también. El caballo, en cambio, disfruta de unas galletas que el narrador le ofrece. El caballo se despide de Vixen porque debe prepararse para la revista del día siguiente. El narrador pretende no entender el idioma de las bestias para que no abusen de ello.
En la tarde del día siguiente se celebra la revista de los treinta mil hombres y sus bestias ante el emir y el virrey. El narrador y Vixen también asisten al evento. El espectáculo de los hombres y los animales es impactante y el peligro de un enfrentamiento parece inminente. Luego de la revista, los regimientos vuelven a sus tiendas. El narrador escucha a un jefe que vino con el emir de Afganistán decir que desearía que las cosas funcionaran así de bien en su reino: cada persona o animal obedece a la persona que ocupa un rango superior y así sucesivamente hasta llegar a la emperatriz. En Afganistán, dice el jefe, nadie obedece; todos hacen lo que desean. El oficial que está conversando con el jefe afgano le explica que por ese mismo motivo el emir tuvo que visitar al virrey: para recibir órdenes, ya que él carece de autoridad.
Análisis
Ambos cuentos tienen en común que los personajes humanos acceden a una parte del mundo animal que, por lo general, les suele estar vedado a las personas. En “Toomai de los elefantes” el protagonista tiene el privilegio de presenciar la Danza de los elefantes, que ningún otro ser humano vio. De hecho, el baile de los elefantes es tan misterioso que algunos no creen que sea más que un rumor o una superstición. En “Los sirvientes de su majestad”, el narrador presencia la conversación entre los animales de servicio y es capaz de comprender lo que dicen porque aprendió el lenguaje de las bestias de uno de los nativos.
Toomai tiene en común con los protagonistas de otros cuentos de la colección que posee una característica que lo distingue y lo hace excepcional. Cuando el chico se atreve a entrar en la keddah para alcanzarle el cabo de una soga a uno de los hombres, demuestra que es valiente y que tiene una conexión especial con los elefantes. Kala Nag, el elefante del que Toomai será conductor en unos años, se asegura de que nada le suceda cuando lo toma con su trompa y lo deposita en un lugar seguro. La relación entre Kala Nag y Toomai es especial. El niño interpreta que el elefante le tiene miedo, pero en realidad lo que siente es cariño y confianza. Kipling retoma acá un símbolo de la relación de cuidado entre los hombres y los animales que ya aparece en el ciclo de Mowgli: Toomai limpia las espinas que se han incrustado en las patas de Kala Nag. Lo mismo hace Mowgli con sus hermanos lobos.
A pesar de que el arco de la historia ubica a Toomai como el protagonista porque es él quien vive la aventura en el cuento, Kala Nag también tiene un papel protagónico. Esto es así, sobre todo, si hacemos una lectura alegórica del cuento. “Toomai de los elefantes” muestra una empresa colonizadora. Peterson Sahib coordina un proyecto que busca subyugar a los elefantes nativos, y para ello se vale de otros que ya han sido integrados al servicio del colonizador. Kala Nag sin duda tiene la fuerza suficiente para liberarse de las cadenas que lo atan, como lo hace la noche de la Danza. Sin embargo, elige hacerlo para asistir al ritual, pero regresa al campamento y acepta la vida de servicio. Hace cuarenta y siete años que pone el cuerpo para la empresa colonizadora. Este elefante representa a la población local que está dispuesta a colaborar con el colonizador.
Peterson Sahib, el único hombre blanco en el cuento, aparece ante la mirada de Toomai como “el mayor hombre blanco del mundo” (p.197). Toomai también piensa que Peterson es “el que sabía de elefantes más que cualquier otro hombre del mundo” (p.197). Si bien la historia está narrada en tercera persona, en algunas ocasiones, como en esta, se enfoca lo narrado desde la perspectiva de Toomai Pequeño. Acá vemos la figura del oficial del gobierno de India desde la perspectiva del chico. Esto es claro en el uso reiterado de la hipérbole o exageración al insistir en que el hombre es el mejor de mundo. La ironía situacional que observamos en el cuento es que, si bien no es probable que la imagen que Toomai tiene de Peterson haya cambiado, hacia el final del cuento no hay nadie allí que conozca mejor a los elefantes que el niño, que ha tenido el privilegio de presenciar una costumbre “secreta” de los elefantes.
En efecto, como lectores vemos a lo largo del cuento una visión menos idealizada de Peterson. El trabajo con los elefantes lo hacen en su totalidad los hombres nativos. Peterson efectivamente conduce un elefante hembra llamado Pudmini, pero ella no incluye a Peterson cuando asiste a la Danza. Además, su participación se reduce en el cuento a pagarles el sueldo a quienes hacen el trabajo duro. Cuando deciden explorar el lugar que Toomai indica como salón de baile de los elefantes, Peterson se lleva a un mejor experto que él: Machua Appa, jede de los conductores de montaña.
Como en todos los cuentos de la colección, la jerarquía en este cuento es estanca y no se pone en duda. Cuando Peterson y Machua Appa descubren que lo que el chico contó es cierto, Peterson ordena que se haga un festín, pero él come solo y se mantiene al margen, y el discurso en honor a Toomai lo pronuncia Machua Appa y no el oficial blanco. Esto conduce al tema más importante del siguiente cuento.
En “Los sirvientes de su majestad” la jerarquía y el orden es el tema principal. El cuento es una alegoría de las relaciones sociales dentro del aparato colonial. A pesar de que el cuento parece expresar que todos los individuos que cumplen una función en la escalera social son valiosos, el trasfondo de esa visión es que algunos pueblos están destinados a gobernar, otros a ser gobernados y unos pocos son ingobernables. Este cuento es quizá uno de los que reflejan la hegemonía cultural y el racismo que hacen a Kipling un escritor controvertido desde una perspectiva contemporánea.
Los animales en el campamento están estrechamente asociados a distintos pueblos. El caballo está bajo el mando de su jinete: un oficial inglés. La foxterrier es la mascota del narrador, otro hombre blanco. Los mulos, bueyes y elefantes responden a las órdenes de los nativos, que, a su vez, responden a los oficiales blancos. Del mismo modos subimos la escalera jerárquica hasta llegar a la emperatriz. Los camellos y los caballos salvajes pertenecen al emir de Afganistán: un “rey salvaje de un país muy salvaje” (p.217).
Hemos visto que en el cuento los animales están clasificados en tres grupos: los que gobiernan, los que son gobernados y los ingobernables. Los ingobernables son los que han venido con el emir. Todas las noches causan estragos en el campamento, porque se asustan con facilidad y no tienen control sobre sus impulsos. La caracterización de estos animales los hace ver como simplones y débiles. Lo que más los asusta son aquellos elementos que simbolizan la organización y el progreso: “nunca en su vida habían visto un campamento o una locomotora: hombres salvajes y caballos salvajes procedentes de algún remoto lugar del Asia Central” (p.217).
Los bueyes son, por ejemplo, animales que pueden ser gobernados. No son particularmente inteligentes, ni es necesario que así sea, porque lo único que deben hacer es seguir instrucciones de otro animal: el elefante. Representan a los nativos con los que la empresa colonizadora puede contar, porque no van a rebelarse ni cuestionar las órdenes que reciban mientras tengan un mínimo bienestar. Su docilidad y la aceptación de su condición aparece con claridad en la siguiente cita: “Comemos hasta que nos vuelven a poner el yugo y entonces arrastramos el cañón grande hasta el sitio donde nos espera Dos Colas. A veces en la ciudad hay cañones grandes que contestan a los otros y algunos de nosotros resultamos muertos y entonces somos menos a repartir el pasto. Eso es el Destino…, nada más que el Destino” (p.226). Otros animales, como el elefante o los mulos, tienen mayores responsabilidades y destrezas que los bueyes, pero también responden a lo que se espera de ellos.
Entre los animales destinados a ser gobernados hay uno que se destaca por encima de los demás: el caballo. Si bien también es un colonizado, ya que sabemos que fue capturado en Australia y entrenado para servir a los oficiales ingleses, responde directamente a los que gobiernan. El caballo es el más civilizado de los animales que se encuentran allí junto con Vixen, la foxterrier. El caballo es noble y obediente, pero también tiene iniciativa y valor. Es el mejor de los nativos, porque comprende que lo único que importa es confiar en su jinete y en la brida, es decir, en las órdenes que el hombre le da.
La jerarquía es algo que los animales aceptan, pero también algo que evidentemente los hombres imponen. El narrador, por ejemplo, aclara que no quiere que ni su propio perro, Vixen, sepa que entiende a los animales: “En ningún momento dejé entrever que entendía el lenguaje de los animales, pues se habría tomado toda clase de libertades” (p.231). Esto nos muestra que busca deliberadamente imponer una sana distancia, donde la jerarquía no se confunda.
El cuento termina reforzando el tema de la jerarquía, ya no a través de la alegoría, sino directamente refiriéndose al mundo de los hombres. Luego de la revista de los treinta mil hombres y sus bestias, uno de los jefes que acompaña al emir de Afganistán expresa su asombro ante la obediencia de los animales y habla con uno de los oficiales del virrey. Este le explica que tanto los animales como los hombres respetan la línea de comando. El jefe contesta: “—¡Ojalá se hiciera así en el Afganistán! (...). Allí obedecemos solo a nuestra propia voluntad” (p.236). El oficial nativo le responde que es por eso que el emir está allí para recibir órdenes del virrey. En esta conversación vemos reflejado ese sentimiento que guía el proyecto colonizador británico: hay pueblos destinados a gobernar y otros destinados a ser gobernados.