“El otro lo miró como recelando una burla o una amenaza, pero Quiroga prosiguió: —Rosas, usted no me entendió nunca. ¿Y cómo iba a entenderme, si fueron tan diversos nuestros destinos? A usted le tocó mandar en una ciudad, que mira a Europa y que será de las más famosas del mundo; a mí, guerrear por las soledades de América, en una tierra pobre, de gauchos pobres”.
Este fragmento forma parte del texto en que Borges imagina un diálogo entre Juan Manuel de Rosas —político argentino y oficial de la Armada— y Facundo Quiroga —caudillo que apoyó al federalismo en Argentina—. Ambos militares se enfrentaron con frecuencia a principios del siglo XIX en Argentina, país del escritor, debido fundamentalmente a sus posturas opuestas en cuanto al régimen que debía dirigir al país. Rosas era unitario y Quiroga era federal. En el fragmento que aquí citamos Quiroga pone de manifiesto esta diferencia, cuando le dice a Rosas que nunca se han entendido, debido a que él ha mandado en la ciudad, mientras que a Facundo le ha tocado guiar a los gauchos del interior del país.
“¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo? ¿La voz de Macedonio Fernández, la imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas, una barra de azufre en el cajón de un escritorio de caoba?”.
En este breve relato, el narrador reflexiona acerca de la muerte y de todos los hechos que quedan olvidados, o bien enterrados, con la memoria de una persona que muere. Hacia el final, luego de pensar en la muerte de otros, se refiere a la propia y se pregunta qué será aquello que ya nadie recordará en el mundo, pues solo él lo mantenía con vida al pensarlo, disfrutarlo o poseerlo.
“Tal vez un rasgo de la cara crucificada acecha en cada espejo; tal vez la cara se murió, se borró, para que Dios sea todos. Quién sabe si esta noche no la veremos en los laberintos del sueño y no lo sabremos mañana”.
En este relato, que remite, desde su título, a la Divina Comedia de Dante, Borges se pregunta sobre el verdadero rostro de Jesucristo. Supone que, si lo recordáramos o identificáramos, quizás podríamos develar si realmente fue el hijo de Dios. Concluye el relato conjeturando que quizás todos nosotros llevamos algún rasgo suyo y podríamos vislumbrarlo al mirarnos en un espejo, o bien -propone como alternativa- podríamos verlo en nuestros sueños, sin recordarlo al día siguiente.
“La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: ‘Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo’. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: ‘Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie’”.
En este fragmento encontramos el final del relato titulado "Everything and nothing", cuya traducción literal podría ser "Todo y nada", y en él nos percatamos de que el personaje principal es nada menos que el escritor anglosajón William Shakespeare. Borges imagina aquí cómo habrá sido el momento en que este autor murió y se encontró con Dios, y presupone que le podría haber solicitado ser, finalmente, una sola persona, luego de haber escrito desde el punto de vista de tantos personajes a lo largo de su obra literaria. Dios le contesta que él no es nadie, y que así mismo es como soñó a Shakespeare, que es "muchos y nadie" como él. Por tanto, no puede realmente concederle ese supuesto deseo que habría tenido al morir.
“Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica”.
En este relato asistimos al desdoblamiento del escritor. Pareciera que presenta la posibilidad de ser dos personajes a la vez: quien escribe y quien vive su vida. De manera algo resignada, el narrador afirma que él se ‘deja vivir’ para que el Borges escritor pueda llevar a cabo su escritura literaria a partir de sus experiencias.
“Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías”
Esta estrofa que hemos extraído del final del poema “Ajedrez” suele ser citada con frecuencia cuando se recupera algún fragmento poético de Borges. Coloca en escena un motivo típico de la literatura borgeana: la posibilidad de pensarnos a los seres humanos y a la vida en general como resultado de un sueño dentro de un sueño, de un juego dentro de un juego. Es decir, plantea la idea de la recursividad: algo que se puede incluir dentro de otra cosa más grande sin saberse del todo si es un procedimiento infinito o que en algún momento termina.
“De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones. Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra”.
En este último texto del libro, Borges utiliza un tono de confesión para aclarar a sus lectores que el libro que ha terminado de leer es uno de los más personales que él ha publicado. Si bien acepta que se trata de un conjunto diverso de textos, al mismo tiempo afirma que estos son resultado de todo lo que ha leído en su vida, pues esto ha sido mucho más importante, según él, que lo que le ha acontecido a nivel personal.