El avaro

El avaro Resumen y Análisis Acto II

Resumen

Escena 1

Cleanto se reúne con La Flèche, quien le trae noticias sobre el préstamo de quince mil francos que el joven pidió. La Flèche informa que no conoce al usurero: según Maese Simón (el mediador), el prestamista quiere resguardar su identidad hasta esa tarde, cuando ambos se encuentren para que Cleanto explique detalles sobre su hacienda y su familia. Según La Flèche, en cuanto se mencione quién es el padre de Cleanto no habrá ningún problema, sobre todo estando la madre fallecida y siendo él el primer heredero.

La Flèche procede entonces a relatarle a Cleanto cuáles son las cláusulas que el usurero dictó al mediador. Entre otras cuestiones, el prestador exige un interés de uno por dieciocho, pero también pide que se le pague al interés de uno por cinco para cubrir lo que costó a él mismo pedir prestado el dinero anteriormente. Cleanto protesta, pero precisa el dinero y no puede negarse al trato. La Flèche continúa: en otra cláusula, el prestador dice que del monto de quince mil francos, sólo podrá dar en dinero doce mil libras, y los mil escudos restantes serán entregados en prendas y objetos, como frazadas, colgaduras de tapicería, un laúd, un juego de damas, y otros elementos que configuran una larga y caótica lista. Cleanto se queja y despotrica contra el usurero que no sólo le exige un interés exorbitante, sino que además le pide que acepte como pago un conjunto de basuras sin valor. Lamentablemente, debe aceptar, condenado por la avaricia de su propio padre.

Escena 2

Maese Simón informa a Harpagon acerca de la persona que pide el préstamo: es un joven, de familia muy rica, huérfano de madre y que se encargará, si el prestador lo pide, de que su padre muera en pocos meses. Harpagon valora la caridad de la propuesta.

En ese momento, Maese Simón ve pasar a La Flèche y Cleanto y los presenta a Harpagon: el joven es quien quiere tomar el préstamo. Padre e hijo se escandalizan y se acusan el uno al otro de criminales: Harpagon critica que Cleanto dilapide la hacienda familiar de esa manera; Cleanto pregunta a su padre si no le da vergüenza exigir cláusulas e intereses tan infames. Finalmente Harpagon echa al joven.

Escena 3

Frosina llama la atención de Harpagon, pero este se excusa para salir un momento. En un aparte al público, confiesa que irá al jardín a controlar su dinero.

Escena 4

Frosina se encuentra a La Flèche y le cuenta que viene a prestar servicios. Se trata, dice, de un trabajo que está realizando para Harpagon y por el cual espera cierta recompensa. La Flèche le desea suerte con sus objetivos, pero ve a esa recompensa imposible: le advierte a Frosina que Harpagon es implacablemente avaro, que ama el dinero más que a cualquier otra cosa y que pedírselo es herirle el corazón. Al verlo venir, La Flèche se retira.

Escena 5

Frosina halaga en extremo a Harpagon: su aspecto, el modo en que lleva sus sesenta años de edad. Luego le cuenta que estuvo trabajando en lo que le pidió: habló con la madre de Mariana y la señora aceptó que su hija tomara como esposo a Harpagon. El hombre le agradece, pero le pregunta a Frosina si le ha explicado a la señora que es necesario que se esfuerce por darle una hacienda a modo de dote por su hija. Frosina responde que la muchacha aportará doce mil libras, y ante la sorpresa de Harpagon, la mujer explica: Mariana come poco y no precisa nada demasiado elaborado, por lo que eso equivale a tres mil francos por año; tampoco gusta de ropa muy elegante, ni joyas, ni muebles lujosos: todo eso equivaldría a cuatro mil francos por año; tampoco es adicta al juego, vicio en que otras mujeres gastan por lo menos cinco mil francos al año. Sumado todo esto, la cuenta da un dote de doce mil francos.

Harpagon exige de todos modos una dote, obtener bienes. Frosina le promete que recibirá, puesto que al parecer Mariana tiene algún pariente en otro país con muchos bienes. Harpagon se muestra inquieto, luego, por el hecho de que las mujeres jóvenes suelen desear a hombres jóvenes, y eso puede causarle problemas en la casa. Frosina asegura que Mariana siente aversión por los jóvenes y amor por los viejos, sobre todo a partir de los sesenta años. Frosina habla luego de lo ridículos que resultan los hombres jóvenes y le dice a Harpagon que no se puede hallar hombre mejor parecido que él. Harpagon se muestra encantado por los halagos y se los agradece, despidiéndose. Entonces Frosina le comenta que tiene algo que pedirle, pues se encuentra en un conflicto que se resolvería si él le procurara algo de dinero por sus servicios. El rostro de Harpagon se agrava tanto que la mujer debe cambiar de tema, exclamando cuánto complacerá a Mariana conocerlo, y entonces el hombre recompone su humor. Luego retoma el intento de reclamarle el pago, pero Harpagon se vuelve a mostrar severo y ella debe retornar al tema de Mariana. Harpagon le agradece y se retira, mientras Frosina pide dinero por sus servicios sin ser oída. Cuando el hombre se va, la mujer despotrica contra el avaro.

Análisis

Si en el primer acto ya se observaba una intromisión de los elementos propios del ámbito económico en la esfera de lo amoroso, en esta serie de escenas los límites entre las esferas se desdibujan hasta desaparecer. En este segundo acto, el modo en que asuntos como el amor paterno o la conquista amorosa aparecen estrechamente ligados al interés económico resulta grotesco. Nos referimos, en primer lugar, al encuentro inesperado entre Cleanto y Harpagon en una relación de usura; y en segundo lugar, al servicio que Frosina ofrece como casamentera.

La relación entre Cleanto y Harpagon ya aparecía atravesada por el dinero en tanto el padre, aun siendo rico, condenaba a su hijo a pasar carencias. El muchacho debe entonces hallar maneras de conseguir dinero y decide pedir un préstamo. Le dice La Flèche, su mediador: “muy infelices son quienes han de tomar prestado, y con muy singulares cosas han de cargar aquellos que, como vos, vense reducidos a apelar a los usureros” (Acto II, Escena 1, p.14). El usurero es presentado, desde antes de revelada su identidad, como un cruel aprovechador: el hombre exige un interés impagable y unas cláusulas ridículas en las que se permite ofrecer cualquier variedad de objetos en lugar de una parte del dinero a prestar. Cleanto advierte la estafa, pero sin embargo no tiene otra opción: “¿Qué quieres que haga? A esto se ven reducidos los jóvenes por la maldita avaricia de los padres. Y aun hay quien extraña que los hijos deseen que los padres mueran” (Acto II, Escena 1, p.15). Hasta este momento, la rispidez en el vínculo padre e hijo en relación a lo económico se limita a la avaricia del progenitor. Lo que revela la escena siguiente es de orden extremo, en tanto Harpagon no solo condena a vivir sin dinero a su hijo, sino que además resulta ser el usurero que se aprovecha de carencias ajenas para ganar un interés altísimo. El comienzo de la segunda escena funciona como una ironía, en tanto presenciamos un diálogo entre Harpagon y Maese Simón, su mediador, donde este le describe al joven a quien prestará dineros diciendo “Cuando puedo deciros es que su familia es muy rica, que él es huérfano de madre, y que se obligará, si lo queréis, a que su padre muera antes de ocho meses” (Acto II, Escena 2, p.16). Harpagon se satisface con la descripción, calificando al joven a quien prestará dinero como caritativo, en una situación que el público reconoce irónica: ese joven es Cleanto, y el padre al que promete muerto pronto es el mismo Harpagon.

El momento en que padre e hijo se reconocen como prestador y prestatario estalla rápidamente en un enfrentamiento:

HARPAGON: ¿Conque quieres arruinarte con tan censurables préstamos?

CLEANTO: ¿Conque queréis enriqueceros con tan criminales usuras?

(Acto II, Escena 2, p.17)

El diálogo mantiene, en boca de uno y otro personaje, la misma estructura sintáctica: esto se repetirá hasta el final de la escena y se debe, probablemente, a que ambos personajes sienten que tienen razón y que han sido traicionados por el otro. Pero quizás la característica más importante de este diálogo es el tipo de lenguaje utilizado: a pesar de que son padre e hijo, la discusión se da plenamente en términos económicos:

HARPAGON: ¿No te da vergüenza caer en estos desenfrenos? ¿Precipitarte en dilapidaciones tan terribles? ¿Disipar vergonzosamente la hacienda que tus padres acumularon con tantos sudores?

CLEANTO: ¿No es sonrojáis de deshonrar vuestra condición con los tratos que hacéis? ¿De sacrificar honra y reputación al insaciable deseo de amontonar escudo sobre escudo? ¿De recurrir, en materia de interés, a las más infames sutilezas que jamás hayan inventado los más célebres usureros?

(Acto II, Escena 2, p.17)

Por un lado, se observa en el parlamento de Harpagon una fuerte hipocresía: al hombre le resulta insólito que su hijo esté dispuesto a aceptar términos de usura extremos, términos que él mismo dispuso y con los que iba a estafar a un joven desconocido. Harpagon evidencia así tener una suerte de doble vara para medir lo que considera correcto o incorrecto, según si se trata de desconocidos o de sus propios hijos (y, por lo tanto, su propia herencia, su fortuna). Cleanto, a su vez, no deja de señalar a su padre que no es lo mismo aceptar, movido por la necesidad, un préstamo algo inconveniente, que ser quien presta bajo cláusulas indignas: “¿Quién, ha vuestro juicio, es el más criminal? ¿El que compra un dinero que necesita, o el que roba un dinero del que no sabe qué hacer?” (Acto II, Escena 2, p.17). Por otra parte, el carácter algo trágico de la escena recae también en que Harpagon hable a su propio hijo desde un registro vinculado al ámbito de lo económico, como si olvidara su rol de padre y fuera tomado completamente por el del prestamista. Esto sucederá en varios momentos de la obra, en tanto Harpagon suele prestar toda su atención al dinero y descuidar así un tipo de registro más acorde a la situación o vínculo en que se encuentra.

Así como Harpagon puede ser tomado por completo por su preocupación por el dinero, también puede desentenderse de lo económico cuando le es conveniente. Su avaricia se vislumbra en la situación con Frosina, cuando la mujer le pide una retribución económica por los servicios prestados: Harpagon no solo no le paga, sino que ni siquiera responde a sus ruegos; se limita, en cambio, a hacer un gesto de ofuscación hasta que a Frosina no le queda más remedio que cambiar de tema.

El rol de Frosina en la pieza es el de casamentera. Ella utiliza sus habilidades en cuanto al habla y la argumentación, y se las ingenia para organizar un matrimonio, con el objetivo de obtener una retribución económica por sus servicios. De por sí, esto pone en escena nuevamente la dinámica del interés en relación con matrimonio: no hay vínculo amoroso entre Harpagon y Mariana, sino una negociación, mediada por Frosina de la misma manera que La Flèche mediaba entre el usurero y el prestatario en la primera escena. La tarea de Frosina consiste en convencer a una joven de casarse con un viejo por dinero, por un lado, y en convencer a Harpagon de que esa joven no se casará con él por dinero, sino porque le gustan los viejos. A Harpagon, por su parte, no le basta con conseguir que una muchacha joven, buena y bella se case con él, sino que además osa en exigir que la pobre chica ofrezca una dote: “Mas dime, Frosina: ¿no has platicado con la madre sobre la hacienda que puede dar a su hija? ¿No le has dicho que era menester ayudarse un poco, hacer algún esfuerzo, sangrarse la bolsa para una ocasión como ésta? Porque, al fin y a la postre, no es usual casarse con una doncella si ella no aporta alguna cosa” (Acto II, Escena 5, p.19). Frosina, cuyo objetivo es concretar ese matrimonio para obtener algún beneficio económico, no se resigna ante la exigencia de Harpagon, sino que se las ingenia para hacerle creer que la muchacha ofrece lo que él pide: “Sí. En primer lugar ha sido criada con gran parsimonia de boca, y está hecha a no comer sino lechuga, leche, queso y patatas, por lo cual no necesitará mesa bien servida, ni caldos exquisitos, ni cremas de cebada continuas, ni los demás refinamentos que habría menester otra mujer; y esto no vale tan poco que no monte, todos los años, a tres mil francos por lo menos.” (Acto II, Escena 5, p.19). El carácter cómico de la escena reside primordialmente en la habilidad de Frosina para forzar la realidad, por medio del lenguaje, para que todo parezca ser como lo quiere Harpagon. Esto aparece en este ingenioso mecanismo de Frosina de presentar a Mariana como una suerte de esposa ahorrativa, haciendo así parecer como ganancia lo que la joven no gastará en el futuro. Pero Frosina también utiliza sus talentos para la fabulación para hacer creer a Harpagon que su edad no es un problema sino que, por el contrario, lo convierte en el candidato perfecto para la muchacha:

Creed que no puede sufrir la vista de un joven ni se siente seducida, a lo que dice, sino por la presencia de un hermoso viejo, de majestuosa barba. Los más viejos son para ella los más encantadores, al punto que os aconsejo no procurar fingir con ella más juventud de la que tenéis, pues quiere que su esposo sea, cuando menos, sexagenario. Aún no hace cuatro meses que, hallándose en vísperas de casar, rompió bonitamente el compromiso sólo porque su galán le hizo ver que únicamente tenía cincuenta y seis años y porque no se puso lentes para firmar el contrato de esponsales.

(Acto II, Escena 5, p.20)

Harpagon se siente inmediatamente satisfecho con el discurso de Frosina, tanto que comienza él mismo a manifestar incomprensión por las mujeres a quienes gustan los hombres jóvenes. Frosina continúa entonces alabando hasta la tos de Harpagon, y sus elogios recuerdan a los discursos aduladores de Valerio en el acto anterior: nuevamente se pone en escena, con el personaje de Frosina, esta noción de fabulación puesta al servicio de un objetivo a conseguir. A la manera de Valerio, Frosina también parecería creer que la sinceridad no es la vía adecuada para ganarse los favores de un ser egoísta y déspota como Harpagon.

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