Resumen
Segunda parte
Capítulo 1
Raskólnikov permanece en su sofá durante horas hasta que recuerda todo lo sucedido. Observa su ropa en busca de sangre y encuentra manchas en las hilachas de su pantalón y en sus medias. Recuerda que los objetos robados siguen en sus bolsillos y los esconde en un agujero oculto por el empapelado. Luego se queda dormido.
Lo despierta Nastasia que toca la puerta. Escucha al dvornik, el portero, con ella y se alarma. El hombre está allí para entregarle a Raskólnikov una citación de la comisaría. De pronto, Raskólnikov cae en la cuenta de que ha estado sosteniendo las hilachas y la tela manchadas de sangre, aunque parece que ninguno de los dos visitantes lo ha notado. En cuanto se marchan, Raskólnikov se arrodilla para rezar, pero se levanta riéndose de sí mismo: no hay para qué rezar si en la comisaría ya lo descubrieron.
Mientras espera que lo atiendan en la comisaría, empieza a relajarse porque nadie parece especialmente excitado por su presencia. El secretario Ilyá Petróvich le explica el motivo por el cual fue citado: sus deudas con la patrona. Raskólnikov, repentinamente embargado por el deseo de ser muy sociable y agradable, comienza a hablar de su pobreza y su deuda con la patrona. Sorprendentemente, entra en detalles muy personales y emotivos, revelando que la patrona había permitido que su pagaré se mantuviera indefinidamente y que le había concedido un buen crédito porque estuvo comprometido con su hija, cuya muerte por tifus impidió el matrimonio.
Los funcionarios interrumpen el relato y lo obligan a firmar un pagaré. Debido a ello, a Raskólnikov lo invade una sensación de completo aislamiento: siente que no puede hablar con nadie nunca más. Considera confesarlo todo, pero entonces oye al jefe de policía hablando con Ilyá Petróvich, el secretario, sobre el caso de Aliona. Están discutiendo sobre los sospechosos: Koch y el estudiante, aunque no es probable que sean los culpables. La conversación altera a tal punto a Raskólnikov que se desmaya. Cuando se recupera, los dos funcionarios notan que está enfermo e Ilyá Petróvich comienza a interrogarle sobre su paradero el día anterior.
Capítulo 2
Raskólnikov saca todos los objetos robados de su escondite. Había planeado tirarlo todo al canal, pero, en su lugar, descarta las pruebas en un patio abandonado bajo una piedra.
Al deshacerse de los objetos de valor, se pregunta sobre el propósito de sus actos: ¿qué ha ganado con el crimen? Repara en que no lo hizo por el dinero y deduce que debe estar muy enfermo como para haber hecho lo que hizo. Luego sigue caminando, lleno de odio.
Se dirige a la casa de Razumijin como un autómata, pero esta vez decide subir. Razumijin se sorprende al ver a su amigo, e inmediatamente repara en su extrema pobreza y su aspecto enfermo. Raskólnikov se levanta para marcharse casi tan pronto como llega, explica que estaba allí porque lo considera inteligente y amable, pero se ha dado cuenta de que no necesita nada de él. Razumijin intenta ayudar a su amigo ofreciéndole parte de un trabajo de traducción. Al principio, Raskólnikov acepta los tres rublos y el trabajo, aunque súbitamente se da vuelta, deja los papeles y el dinero sobre la mesa, y se va sin mediar palabra.
En su camino de regreso, Raskólnikov cruza la calle sin mirar y recibe el latigazo de un cochero: en esa época, es común que las personas se tiren a las patas del caballo y luego demanden una compensación económica. Para sumar agravios, una mujer le da como limosna veinte kopeks, luego de presenciar el azote. Lleno de odio, Raskólnikov tira la moneda al río.
En medio de la noche, en su casa, oye una horrible pelea frente a su puerta. Reconoce la voz de Ilyá Petróvich, el secretario policial, quien parece estar golpeando sin piedad a la patrona. También percibe que otros inquilinos salen. Raskólnikov, en cambio, se queda paralizado por el miedo. La conmoción finalmente se calma.
Más tarde, Nastasia le trae algo de comida. Raskólnikov le pregunta por qué Ilyá Petróvich había golpeado a la patrona, y Nastasia lo mira con extrañeza: eso nunca sucedió.
Capítulo 3
Raskólnikov oscila entre la conciencia y el delirio. Siente la presencia de otras personas en su habitación, incluyendo a Nastasia y a alguien que le resulta familiar, pero no reconoce. Ya no recuerda el asesinato, pero tiene la noción de que ha olvidado algo importante.
Cuando se recupera, encuentra a Nastasia y a un hombre extraño junto a su cama. Luego entra Razumijiin y se hace cargo de la situación. El desconocido es el amanuense de un comerciante enviado para entregar a Raskólnikov treinta y cinco rublos por parte de su madre. A regañadientes, Raskólnikov acepta el dinero.
En su parloteo burlón, Razumijin explica que se había enfadado tanto después de la extraña visita de Raskólnikov, que resolvió averiguar dónde vivía. Luego procedió a averiguar todo lo que pudo sobre los asuntos de su amigo y conoció a los oficiales de la comisaria: Ilyá Petróvich, Nikodim y Zamiótov. Contento consigo mismo, Razumijin cuenta que se dirigió al consejero que había reclamado el pagaré de la patrona y consiguió que se lo devolvieran. Sin una palabra de agradecimiento, Raskólnikov vuelve la cara hacia la pared.
Raskólnikov pregunta qué es lo que ha dicho mientras deliraba y Razumijin responde que se enojó cuando llevó a Zamiótov, el oficial de la comisaría. Entre sueños, reclamaba por un calcetín y las hilachas de un pantalón.
Razumijin se despide y Raskólnikov se apresura a salir de la cama. Se acerca a la estufa, abre y encuentra allí las hilachas del pantalón y los pedazos del bolsillo con sangre. El calcetín está sobre la cama, pero tan sucio que no se notan las manchas de sangre. En ese momento piensa en que debe huir y empieza a elucubrar los pormenores de un escape a América. Tras ello, bebe el resto de la cerveza que ha traído Nastasia y el alcohol hace que vuelva a dormir.
Se despierta al oír entrar a Razumijin; trae consigo un ajuar completo de segunda mano. Nastasia revisa todo con mucho humor: ha traído una gorra, un pantalón y chaleco, unas botas y ropa blanca. Raskólnikov escucha con disgusto todo este discurso y protesta con desgano cuando Razumijin y Nastasia le cambian la camisa. Desea que lo dejen en paz.
Capítulo 4
Se presenta el doctor Zosímov, un hombre bien vestido y pretensioso. Revisa a Raskólnikov y le hace algunas preguntas. Pronto la conversación toma un desvío y ya no trata de Raskólnikov, sino de una reunión social que organiza Razumijin para festejar su mudanza. A propósito de la lista de invitados, Razumijin habla de Zamiótov, el oficial de la comisaría del barrio y, de ahí en más, la conversación gira en torno a la investigación sobre la muerte de Aliona.
En una primera instancia, la policía había considerado culpables a Koch y al estudiante que se acercaron a la casa de Aliona y avisaron de las circunstancias sospechosas que vieron. Esa teoría fue descartada rápidamente porque era evidente que no eran los culpables. Ahora el sospechoso era uno de los pintores que estaba trabajando en un apartamento vacío del edificio. Razumijin considera que esa teoría carece de validez y procede a detallar la historia de Nikolái Dementiev (Mikolái), uno de los pintores. Este declaró que había tenido una pelea con Mitrei, el otro pintor, y luego regresó al apartamento, donde descubrió una caja de pendientes en el suelo, detrás de la puerta.
En el momento exacto en que Razumijin relata esto, Raskólnikov, que se había quedado dormido, despierta y grita alarmado.
La discusión se renueva y Razumijin afirma que Mikolái no podía estar en el estado mental de quien acaba de cometer un sangriento asesinato. Zosímov está de acuerdo, pero señala que los pendientes son una prueba contundente en contra del hombre. Razumijin explica que es obvio cómo llegaron los pendientes a manos de Mikolái: el verdadero asesino se escondió en el apartamento vacío y, sin percatarse, dejó caer una de las cajas robadas.
En ese momento, la conversación se interrumpe porque un desconocido entra a la habitación de Raskólnikov.
Análisis
En estos capítulos vemos cómo Raskólnikov se deteriora en cuanto a su estado psicológico. A partir del primer capítulo de esta segunda parte, se ve cada vez más desorientado y errático. La escisión en su personalidad, presente desde un principio, se acentúa al borde de lo irremediable. Por momentos, parece satisfecho consigo mismo, siente que ha conseguido llevar a cabo su plan y engañar a todos. Sin embargo, luego tiene la sensación de que es él el engañado y de que todos saben que es el culpable. La paranoia y el complejo de persecución son cada vez más marcados, lo que pronuncia aún más su aislamiento respecto a las demás personas.
En este punto, es Razumijin quien no le permite el aislamiento que tanto desea y se convierte, muy a su pesar, en su incondicional cuidador. Si bien Razumijin busca ayudar y ser el cable a tierra de Raskólnikov, en un giro irónico termina siendo el que lo rodea de personas educadas, pensantes y analíticas que acaban poniéndolo en peligro con la ley. El caso más notable es el de Zamiótov, el oficial de policía a quien Razumijin quiere ayudar a resolver el caso, sin saber que está condenando a su amigo.
Por otra parte, estos capítulos exploran más en detalle el móvil del crimen. Hasta que comete el asesinato, Raskólnikov es capaz de evaluar sus planes racionalmente. Si bien por momentos se pregunta si no estará loco por pensar en hacer algo así, sus planes son tan minuciosos que difícilmente puedan ser atribuidos simplemente a un brote psicótico: el asesinato se revela como el resultado de los pensamientos recurrentes y sistemáticos de un criminal, no los de un loco. En este punto, el detonante que lo lleva del pensamiento a la acción parece ser el momento en que recibe la noticia del compromiso de su hermana. A partir de entonces, Raskólnikov siente que tiene que hacer algo y, por un momento, matar a la prestamista y robar sus pertenencias se insinúa como una salida posible a la apremiante situación de su familia.
Sin embargo, las motivaciones económicas de su crimen comienzan a ponerse en duda a lo largo de estos capítulos, algo que se revela en el momento en que Raskólnikov no se interesa siquiera por ver qué sacó del apartamento de Aliona. Cuando reflexiona sobre esto, dice:
Sí, en efecto, todo eso lo he hecho de un modo consciente y no por una ventolera; si, en efecto, tenía una meta firme y determinada, ¿cómo se explica que no haya abierto hasta ahora la bolsa ni sepa lo que me ha reportado algo que me ha atormentado tanto y me ha llevado a cometer deliberadamente una acción tan vil odiosa y miserable? (p.191).
A pesar de que decide descartar los objetos, agobiado por la posibilidad de ser descubierto, lo cierto es que la acción de enterrarlos -e incluso pensar en tirarlos al agua- asume una significación más compleja en la obra: evidencia no solo que su crimen no estaba motivado únicamente por el dinero, sino también que la lógica del coste-beneficio, importada del pensamiento utilitarista europeo, es insuficiente a la hora de explicar la dimensión moral del crimen. En este sentido, así se adoptara como cierta la premisa de que la muerte de la prestamista es ‘útil’ en la medida en que beneficia a más gente de la que perjudica, resulta evidente que sus pertenencias, escondidas en un predio abandonado, no mejoran la vida de nadie. De este modo, la conciencia plena de que el crimen no estuvo motivado por el dinero genera más dudas y angustia en Raskólnikov, al tiempo en que no aliviana su situación económica en lo absoluto. Está más que claro, en este punto, que el planteo del estudiante, sobre la moralidad de un crimen en contra de Aliona, es tan útil como las pertenencias de la vieja escondidas bajo una piedra (para más información sobre las críticas a la tradición intelectual europea ver “Las corrientes intelectuales rusas del siglo XIX”).
El desdén de Raskólnikov por el dinero o la riqueza en general se evidencia también en el gesto de tirar al agua la moneda de veinte kopeks que recibe como limosna. Raskólnikov gasta con bastante libertad la poca plata que tiene y, a veces, lo hace con fines aparentemente altruistas, como en el caso de las monedas que deja en casa de Marmeládov o las que le da al policía para que cuide de la joven borracha. El caso de la moneda que recibe como limosna es, sin embargo, más ambiguo: por una parte, demuestra el poco valor que deposita Raskólnikov en el dinero; por el otro, evidencia la humillación que le provoca reconocerse dentro del amplio grupo social que necesita de la ayuda ajena; finalmente, expone su quiebre con el resto de la humanidad. Al tirar la moneda al agua, Raskólnikov rechaza todo gesto de compasión humana: “Le parecía como si, en ese minuto, hubiera cortado con unas tijeras el hilo que le unía a todos y a todo” (p.196).
En estos cuatro capítulos, nuestro protagonista desprecia toda muestra de cariño, caridad y servicio; quizá se trate de una señal de que no se siente merecedor de tales gestos luego de haber cometido un crimen tan terrible. Raskólnikov no tolera la presencia de otros e incluso declara que, para sus amigos, no encuentra “ni una sola palabra humana, de tan vacío como se sentía el corazón” (p.183). Al reflexionar sobre ello, “Una tétrica sensación de aislamiento y enajenación, angustiosos e infinitos, embargaron su alma de modo perceptible” (ídem). Resulta significativo, en este punto, el hecho de que deje los papeles y las monedas del trabajo de traducción que le ofrece Razumijin, personaje que lo cuida y protege, e incluso lo llama “hermano” (p.201). Para los lectores, no queda claro si desea que lo dejen solo por soberbia o por culpa.
Así como se exploran los móviles del crimen, en estos capítulos vemos las consecuencias sociales y psicológicas que este tiene en Raskólnikov. La construcción de su paranoia está hábilmente representada a través de los pequeños acontecimientos que colaboran con su terror a ser descubierto. Poco a poco se suman las pruebas y peligros como las hilachas ensangrentadas que quedan en el suelo: esas alucinaciones en las que Ilyá Petróvich se presenta en su casa y ataca a la patrona, la citación de la comisaría, el hecho de que lo encuentren con los trapos ensangrentados en su mano y las sofisticadas conversaciones de sus visitantes, quienes se acercan peligrosamente a la resolución del enigma. A todo ello se le suma que Raskólnikov desconfía constantemente de su propia capacidad de medir las circunstancias y teme delatarse.
A este dilema psicológico se une su ambigua relación con la religión. Antes de ir a la estación de policía intenta rezar, pero no lo consigue y, de hecho, se levanta de un salto casi inmediatamente y comienza a reírse de sí mismo: no ve el sentido racional de rezar cuando ya está condenado. De camino a la estación, piensa nuevamente en la confesión, algo que también considera después de terminar su negocio con el pagaré. Sin embargo, la necesidad de contar sus pecados tienen menos que ver con un deseo genuino de arrepentimiento que con la simple necesidad de quitarse el peso del miedo de encima.
El comportamiento de Raskólnikov, como siempre, está marcado por su cisma interior, su contradicción característica; esto es, con la perpetua escisión entre sus emociones y su raciocinio. A lo largo de las primeras secciones, hemos visto como este contraste temático entre emoción y racionalización es un rasgo definitorio de la personalidad de Raskólnikov. En este punto, hay un juicio implícito -propio de la obra de Dostoyevski- acerca de que demasiado pensamiento y racionalización -y poca atención al instinto y a la emoción- crea personas frías, sin corazón e inhumanas.
En estos capítulos, Raskólnikov comparte protagonismo con Razumijin, un personaje que opera como contrapunto suyo. Frente a toda la misantropía y el aislamiento de nuestro protagonista, Razumijin está lleno de amor por la humanidad y es -incluso por demás- servicial. Esto se revela no solo en su relación con Raskólnikov, sino también con el resto de los personajes; de hecho, desea encarecidamente ayudar a la policía a resolver el caso. El nombre ‘Razumijin’ contiene al vocablo ‘razum’, que quiere decir ‘razonar’. Él mismo bromea en un momento acerca de que su verdadero nombre es Vrazumijin, que significa ‘el que trae la razón’. En efecto, es este personaje quien consigue que Raskólnikov vuelva, aunque sea parcialmente, a un estado de conciencia. Pero además, también es él quien lleva la razón a la comisaría cuando intenta demostrar que las sospechas sobre el pintor Nikolái son absurdas. Razumijin es un personaje que confía plenamente en el poder de la razón y llega al punto de declarar: “Solamente con guiarse por los datos psicológicos se puede demostrar el modo de dar con la pista acertada… los datos no bastan. La mitad de la cuestión, por lo menos, consiste en el modo de interpretar esos datos” (p.221).
Frente a tantas diferencias, cabe mencionar que tanto Raskólnikov como Razumijin buscan la grandeza. La diferencia reside en el hecho de que Raskólnikov lo hace situándose por encima de la ley, mientras que Razumijin lo hace a través del amor, la extrema generosidad y el intelecto.