Crimen y castigo

Crimen y castigo Las corrientes intelectuales rusas del siglo XIX

A principios del siglo XIX, el contacto entre Rusia y el resto de Occidente se intensifica, consecuencia, en parte, de las guerras napoleónicas. Surge en esta época un grupo de intelectuales que deciden que deben incidir en el camino que tome Rusia: a este grupo se lo conoce con el nombre de ‘intelligentsia’. Estos intelectuales se caracterizan por un fuerte compromiso con el deber moral y político de su país, y tienen como objetivo ser la conciencia social de Rusia.

Una de las influencias europeas más notables que alcanza a los intelectuales rusos del periodo es la noción de ‘alma del pueblo’; noción que surge de un nacionalismo romántico que explora las características esenciales de un determinado país. A partir de esta influencia, la intelectualidad rusa se divide en dos corrientes de pensamiento político y filosófico: los occidentalistas, receptivos de las ideas y el arte europeo, y los eslavófilos, que los rechazan y pretenden un retorno hacia la cultura nacional.

Los occidentalistas empiezan a empaparse de las ideas románticas que circulan en Alemania: leen a Schelling, Hegel, Goethe, Schiller, y escuchan a Beethoven y Schubert. Algunos de los representantes más famosos de esta corriente son Visarión Bielinski, Mijail Aleksándrinovich Bakunin y Lérmontov. Si bien estos nombres se corresponden con un primer grupo que se sumerge en estas ideas, no todos permanecen siempre firmes en una misma postura, ni asumen por cuenta propia la etiqueta de ‘occidentalistas’.

Hasta ese momento, la formación de los jóvenes occidentalistas no se parece a la que reciben los jóvenes en Europa, por lo que se vuelve difícil para ellos aplicar de manera sistemática el pensamiento extranjero a las problemáticas contemporáneas nacionales. En estos primeros occidentalistas se encuentra el germen del liberalismo político ruso del siglo XIX, pensamiento influenciado por Francia y la historia europea reciente. Después de la experiencia con Pedro el Grande y Catalina -quienes llevaron adelante reformas occidentalistas que transformaron las instituciones rusas en el siglo XVIII-, los que adhieren al occidentalismo en el siglo XIX tienen como objetivo integrar su patria definitivamente al curso de la historia de Europa.

En el extremo opuesto, los eslavófilos del periodo desean un regreso a las raíces rusas para llevar adelante una reforma moral y religiosa alejada de los programas políticos que discuten los occidentalistas. Los eslavófilos idealizan al campesinado rural, el muzhik, como la fuente de la esencia rusa. Irónicamente -y en lo que se refiere al deseo por recuperar una esencia nacional-, los eslavófilos encarnan mucho mejor la búsqueda del romanticismo alemán que los propios occidentalistas.

Dostoyevski, como muchos otros, estuvo asociado a ambas corrientes a lo largo de su vida. En un principio, durante su inmersión en los círculos intelectuales rusos, entra en contacto con los occidentalistas y se siente afín a las ideas del socialismo utópico. En definitiva, eso lo lleva a que lo acusen, junto con otros, de ‘conspiración ideológica’ y lo condenen a diez años en Siberia. Luego de sus experiencias en la cárcel y gracias a la influencia de amigos, como el escritor Apolón Maijov, Dostoyevski se acerca a los círculos eslavófilos. A este periodo se corresponde su etapa reivindicatoria de las tradiciones y costumbres rusas que, hemos visto, es central tanto en Crimen y castigo, como en otras obras maestras del escritor.

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