Resumen
Quinta parte
Capítulo 1
Luzhin está cada vez está más molesto por la situación con Dunia y se arrepiente de no haberles dado más regalos a ella y a su madre para que se sientan en deuda con él. Para empeorar las cosas, ha sido invitado a la comida de exequias de Marmeládov y Raskólnikov también asistirá.
Un día se encuentra con Lebeziátnikov, un antiguo pupilo suyo que es un joven progresista. Inicialmente, Luzhin pensaba que estaba bien conectado y podía allanarle el camino a la sociedad petersburguesa. No obstante, no tarda en darse cuenta de que es solo un joven ingenuo, simplón y sin ninguna conexión que le pueda servir.
A pesar de no soportarse mutuamente, intentan tener una conversación. Lebeziátnikov insiste con las virtudes de la vida en comuna, las uniones libres, el valor de la mujer; mientras Luzhin cuenta una cantidad de dinero considerable que ha retirado ese día y hace comentarios irónicos sobre las ideas de su compañero. Eventualmente, la charla pasa al tema de la comida de exequias que organiza Katerina. Luzhin es el invitado más distinguido, pero ha decidido que no asistirá. Lebeziátnikov tampoco quiere ir y Luzhin se burla de él, trayendo a colación la historia de que golpeó a Katerina. El joven se defiende vehementemente: él solamente se defendió de los ataques de Katerina. Incisivo y con ganas de pelear, Luzhin le cuestiona su interés por Sonia, una prostituta. Frente a ello, Lebeziátnikov no puede leer la realidad sin los lentes de su ideología y asegura que Sonia está ejerciendo su derecho a usar su sexualidad libremente.
Luzhin termina de contar su dinero y le pide a Lebeziátnikov que vaya a buscar a Sonia para hablar con ella. Cuando llega la joven, Luzhin la trata con amabilidad y le pide que transmita su pésame a Katerina. También expresa su preocupación por la situación de indigencia de la familia, pero prefiere entregarle algo de dinero a Sonia antes que darle a Katerina, porque seguramente lo vaya a malgastar. En ese momento, le entrega a Sonia un billete de diez rublos. Ella agradece tímidamente y se apura para salir de la habitación. Lebeziátnikov, que ha estado presente durante todo este tiempo, lo felicita por su generosidad.
Capítulo 2
No es claro por qué Katerina ha decidido gastar tanto dinero en una comida de exequias; lo más probable es que quiera ostentar ante los inquilinos y, sobre todo, ante la patrona. Sus desvaríos por la enfermedad también han mermado su juicio. Mientras organiza el evento, la ayuda Amalia, su patrona. Sin embargo, casi nadie acude al funeral y solo se presentan los invitados menos respetables. Como Raskólnikov es el más respetable y educado de todos, Katerina lo sienta a su lado.
Sonia aparece después de su encuentro con Luzhin y transmite sus disculpas a su madre en voz lo suficientemente alta como para que todos la oigan. Sabe que el hecho de que un hombre respetable se excuse por no asistir le agradará a Katerina.
Los ánimos generales están bastante tensos y es claro que el evento va a acabar mal. Los invitados no se comportan con cortesía y Katerina constantemente provoca a la patrona porque siente que se está dando demasiada importancia. Luego, Katerina empieza a desvariar, compartiendo sus fantasías sobre la pensión que recibirá por ser viuda de un funcionario. Mientras cuenta que pondrá una escuela para niñas, alguien insinúa algo sobre Sonia y ella salta a la defensiva, resaltando las virtudes de su hijastra. Aunque intentan calmar los ánimos y volver a la normalidad, un comentario de Amalia, la patrona, vuelve a enojarla y la pelea se reanuda. Finalmente, Luzhin entra en la sala.
Capítulo 3
Katerina se lanza sobre Luzhin pidiendo que la defienda de Amalia, la patrona, pero él la aparta y exige hablar con Sonia. Katerina se queda atónita: ahora es Luzhin el hombre más distinguido de la sala. El hombre afirma que ha perdido un billete de cien rublos y acusa a Sonia de habérselo robado. La sala se queda en silencio; la joven parece conmocionada y apenas se defiende. Luzhin insiste en que recapacite y recrea la reunión que tuvo con ella, mencionando que Lebeziátnikov estuvo como testigo.
Aterrorizada, Sonia saca los diez rublos del bolsillo y se los tiende. Luzhin le pide a Amalia que llame a la policía, mientras Katerina defiende a Sonia y le registra los bolsillos para probar que todo fue un disparate. Sin embargo, encuentra allí un billete de cien rublos y los presentes comienzan a acusar a la joven de ladrona. En medio del alboroto, Sonia grita que es inocente. Ante ello, Luzhin pretende sentirse conmovido, afirma que la perdona y, como si fuera algo magnánimo de su parte, anuncia que no presentará cargos.
De pronto, se oye una voz desde la puerta: “¡Qué villanía!” (p.524). Se trata de Lebeziátnikov, que acusa a Luzhin de calumnia y describe lo que él presenció: él observó atentamente a Luzhin durante su entrevista con Sonia y lo vio introducir el billete en el bolsillo de la joven mientras se despedían. Aunque pensó que Luzhin estaba haciendo algo bueno y quería ser discreto para no hacerlo públicamente, ahora ve sus verdaderas intenciones. Ante la perplejidad de Lebeziátnikov sobre el motivo de tanta crueldad, Raskólnikov interviene para explicar el comportamiento de Luzhin: transmite lo sucedido con su hermana y asegura que intenta hacer queda a Sonia como una ladrona para recuperar así las gracias de Dunia y, al mismo tiempo, desacreditarlo a él.
En ese momento, Luzhin se abre paso entre los invitados, que lo empiezan a rodear. Uno de ellos le lanza un vaso, pero este golpea a Amalia y Luzhin escapa. Conmocionada, Sonia empieza a llorar y huye, y Amalia termina echando a los Marmeládov. Por su parte, Katerina sale corriendo en busca de justicia, dejando a los niños asustados mientras Amalia rompe todas sus pertenencias.
Capítulo 4
Raskólnikov se dirige a casa de Sonia: está preocupado porque el día anterior le había prometido revelar la identidad del asesino de Lizaveta.
Sonia, que lo estaba esperando, le agradece que la haya defendido. Al igual que en el encuentro anterior, Raskólnikov le hace preguntas desafiantes. Esta vez, le pregunta si ahora que sabe el plan de Luzhin y las terribles consecuencias que este habría tenido para ella y su familia, consideraría mejor que Luzhin muriera. Sonia se niega a responder algo tan descabellado y exclama: “¿Y quién me ha puesto aquí de juez para decidir qué personas deben vivir y cuáles no deben vivir?” (p.537).
Cuando Raskólnikov vuelve a hablar, su voz cambia. Sabe que ha llegado el momento de confesarse ante Sonia, quien se sienta a su lado porque percibe cuánto sufre. Raskólnikov le cuenta los detalles de su crimen y luego se miran fijamente a los ojos. Sonia está aterrorizada, pero le parece que lo había previsto desde antes. De pronto, la joven cae de rodillas y abraza a Raskólnikov, quien no puede entender que lo consuele luego de tan terrible confesión. Sin embargo, Sonia le promete acompañarlo a donde sea, aunque sea a Siberia. Sonia intenta encontrarle un sentido al asesinato y le dice que seguramente lo hizo porque tenía hambre y por ayudar a su familia. Pero Raskólnikov responde que ese no es el caso porque ni siquiera se benefició del robo: en verdad, quería comprobar que era alguien extraordinario, alguien por encima de la ley.
Desesperado, Raskólnikov le pregunta a Sonia qué debe hacer y ella contesta: “Prostérnate ante el mundo, a los cuatro puntos cardinales, y diles a todos en voz alta: «¡He matado!» Entonces Dios te enviará de nuevo la vida” (p.550). No obstante, Raskólnikov no está listo para entregarse, se resiste a sus ruegos e insiste en que luchará por la impunidad. Sabe, sin embargo, que terminará preso, y le pide que le visite en la cárcel, cosa que ella promete hacer. Al cabo de un rato, ella le pregunta si lleva una cruz. Como él no tiene una, la joven le ofrece la suya. Raskólnikov considera aceptar, pero luego rechaza el regalo.
En ese momento, alguien los interrumpe llamando a la puerta: es Lebeziátnikov.
Capítulo 5
Lebeziátnikov trae la noticia de que Katerina se ha vuelto loca. Sonia sale corriendo y Raskólnikov vuelve a su habitación. Se siente solo y cree que acabará odiando a Sonia.
De repente, Dunia aparece en el umbral de su habitación. Se sienta y le dice que Razumijin le ha contado que es sospechoso de los asesinatos. Se disculpa por haberle reprochado sus actitudes ahora que está bajo tanta presión, y le ofrece su ayuda y amor incondicional. Cuando Dunia se levanta para irse, Raskólnikov le dice que Razumijin es un hombre muy bueno. Ella siente que dice eso como si se tratara de una despedida y Raskólnikov considera decirle la verdad, pero piensa que ella no sería capaz de soportarlo.
Raskólnikov sale y se encuentra con Lebeziátnikov, quien le informa que Katerina está en la calle con sus hijos. Van juntos a buscarlos y los encuentran rodeados por una multitud de curiosos. Katerina intenta que sus hijos bailen y canten para ganarse la simpatía de los espectadores. Los pobres niños van disfrazados y están aterrorizados.
En ese momento, se acerca un policía para pedirle que pare debido a que no tiene permiso para tocar instrumentos y cantar en la calle. Kolia y Lenia, los dos niños más pequeños, echan a correr por miedo al policía. Katerina intenta correr tras ellos, pero se desploma. La gente se precipita a su alrededor mientras ella sangra en el suelo: la tisis está acabando con su vida. En ese momento la llevan al apartamento de Sonia, donde la mujer se disculpa con ella, le encomienda a los niños y muere.
Svidrigáilov, que acompañó toda la situación, se acerca a Raskólnikov y le dice que pagará los gastos del funeral, colocará a los niños en orfanatos respetables, pagará mil quinientos rublos a cada uno de ellos y ayudará a Sonia. Raskólnikov no entiende el motivo y Svidrigáilov responde citando partes de lo que Raskólnikov había dicho en sus conversaciones privadas con Sonia. Horrorizado, Raskólnikov le pregunta cómo lo sabe, y él responde, entre risas, que vive justo al lado.
Análisis
La sección se abre con las reflexiones de Luzhin sobre su ruptura con Dunia. Como Luzhin no tiene ningún sentido de honor, considera que Dunia y Puljeria se habrían quedado con él si hubieran estado lo suficientemente en deuda. Para Luzhin, las relaciones humanas son de carácter transaccional; es decir, suponen un coste y un beneficio, como si se trataran de un acuerdo comercial. Algo similar sucede con Lebeziátnikov: la relación se basa en el interés, porque Luzhin quiere que le ayude a entender cómo funcionan esos grupos de “progresistas, nihilistas, acusadores y otros” (p.484) y ver si puede sacar algún rédito de ellos: “Le interesaba tantear si sería posible valerse de ellos de algún modo… y burlarlos a renglón seguido” (p.485).
En el modo en que trata los tipos sociales en su novela, Dostoyevski crea una serie de personajes caricaturescos, exacerbando las características más particulares de los distintos ejemplares de la sociedad a la que pertenecía. En este caso, Lebeziátnikov representa a los progresistas de la segunda mitad del siglo XIX, aunque encarna la versión más radical de este tipo de intelectuales que existían en su época. Lebeziátnikov cree en la utopía de una sociedad socialista o incluso anarquista, y constantemente habla de la vida en comuna y las convenciones que se volverían obsoletas en ese contexto. De hecho, cuando Luzhin lo increpa por su pelea con Katerina, Lebeziátnikov le responde recreando un futuro utópico: “En esencia, ya no deben existir peleas, porque las peleas son inconcebibles en la sociedad futura (…), porque resulta extraño, naturalmente aplicar la igualdad a las peleas” (p.488). Resulta evidente que Dostoyevski plantea este razonamiento como ridículo.
Lebeziátnikov habla extensamente sobre sus ideas progresistas, pero en casi todas las ocasiones en las que se lanza a dar largos discursos, sus interlocutores dejan de escucharlo antes de que termine de hablar. En varias ocasiones se contradice o sostiene ideas francamente ridículas. En el caso de su percepción respecto a la vida de Sonia, incluso cuando parece tener buenas intenciones, sus interpretaciones acerca de los motivos que la llevaron a la prostitución resultan crueles. En lugar de centrarse en el orden social injusto que conduce a Sonia a esa forma de vida, Lebeziátnikov concibe a la prostitución en general como un ejercicio de la propia autonomía y de empoderamiento femenino, ya que le permite a la joven hacer uso de “un capital propio” (p.490). Evidentemente, Sonia no tiene una elección en este caso, pero, en función de sus ideas progresistas, Lebeziátnikov prefiere hablar de la prostitución como “una protesta enérgica contra la organización social” (p.490). Su lectura del caso de Sonia es a la vez cruel y risible.
Un momento particularmente caricaturesco se produce cuando Lebeziátnikov debe autocensurar sus propias nociones de lo que es la caridad al ver lo que hace Luzhin por Sonia. Al principio, considera que sus acciones son nobles, pero luego descarta esa mirada como incongruente con su doctrina:
Esto que acaba de hacer es noble. ¡Humano, quisiera decir! (…) mis principios no me permiten ver con simpatía las manifestaciones de benevolencia particular, pues lejos de arrancar el mal de raíz lo fomenta todavía más, no puedo por lo menos de reconocer que he visto con agrado este gesto suyo (p.498).
En el Capítulo 2 de esta sección, Dostoyevski se encarga de exponer hasta qué punto pueden llegar las miserias humanas. A la cena de exequias hay muchos que no asisten por considerar indigno compartir la mesa con alguien como Sonia. Asimismo, los que sí asisten lo hacen solo por la comida y no van al funeral. Además, se presentan solamente por interés, lo hacen mal vestidos y sin una verdadera intención de acompañar a la familia.
Para Katerina, la concurrencia variopinta a la comida de exequias es una confirmación de cuán bajo ha caído. De todas maneras, ella es implacable en sus intentos de preservar su orgullo y dignidad. Por ejemplo, exige a sus hijos, que apenas tienen para comer y vestir, que se comporten con modales durante la cena. Sus fantasías de abrir un colegio para niñas también es un mecanismo que usa para sentir que todavía está a la altura de lo que la vida le anunciaba a alguien de su clase social. Piensa que conseguirá una pensión porque nadie se atrevería a permitir que una mujer de su estatura cayera en la indigencia. Quizás, el gesto más desesperado para demostrar su valor es mostrar el certificado que confirma quién fue su padre y de qué privilegios gozó antes de casarse. Otro recurso que utiliza constantemente para sentirse superior es oprimir al resto. No obstante, no consigue medir la situación adecuadamente y la patrona, una de las personas que se lleva la mayor parte de las burlas de Katerina, termina echándolos a ella y a sus hijos a la calle.
En el Capítulo 3, las terribles acusaciones contra Sonia muestran la peor cara de Luzhin. En su intento por recuperar a Dunia, no tiene ningún problema con arruinarle la vida a la ya bastante sufrida joven. Lo hace sin miramientos, en un claro desprecio hacia una persona que considera inferior. En una técnica utilizada con frecuencia a lo largo de la novela, Katerina repite las palabras de Raskólnikov acerca de que el dedo meñique de Sonia vale más que la gente que la rodea. Como podemos recordar, Raskólnikov había dicho esto en la reunión con Luzhin, Puljeria y Dunia. Cabe mencionar que Dostoyevski utiliza esta repetición una y otra vez a lo largo de la novela, poniendo específicamente palabras y frases en boca de personajes distintos, y trazando complejos paralelismos entre las vidas de sus personajes.
La pretensión de magnanimidad de Luzhin, cuando se encuentran los cien rublos en el bolsillo de Sonia, es un mecanismo típico en él. Sintiéndose seguro y por encima de ella, es capaz de quedar bien fingiendo ser misericordioso y compasivo con su situación. Algo parecido había sucedido anteriormente, cuando declaró que su compromiso con Dunia debía ser aplaudido, considerando la mala reputación que tenía ella en el pueblo a causa de los Svidrigáilov.
Dostoyevski mezcla magistralmente la comedia con la tragedia dando como resultado un cuadro patético: personajes como Lebeziátnikov aportan comicidad por lo caricaturesco, los asistentes a la comida de exequias están por completo descontrolados e, incluso, encontramos casos de comedia física cuando, en medio del caos, un vaso impacta en Amalia, la patrona. De un modo similar, Amalia se dedica a recorrer el cuarto rompiendo todas las pertenencias de Katerina en un arrebato de furia, y las discusiones entre las dos mujeres también aportan su cuota de comicidad a la trágica escena. Paradójicamente, toda la situación pinta un retrato sumamente cruel sobre las circunstancias de Katerina, Sonia y sus pequeños hermanos.
El Capítulo 4 de esta sección es un punto de inflexión en la novela porque es el momento en que Raskólnikov por fin reconoce que no es más que un hombre ordinario. A partir de su confesión ante Sonia, vuelve a generar un vínculo con otros seres humanos: ahora se reconoce uno más, no un ser extraordinario ni por encima de las leyes que rigen al resto. Además, en este capítulo está en una posición de inferioridad con respecto a Sonia, porque ella tiene más fuerza y mayor capacidad para sobrellevar las dificultades debido a su fe inquebrantable.
Aunque de manera velada, en este segundo encuentro en casa de Sonia, la historia de Lázaro está presente. Recordemos que Lázaro es un personaje del Nuevo Testamento a quien Jesús le concede el milagro de la resurrección. En la tradición ortodoxa, Lázaro representa el pecado del que uno puede redimirse mediante Cristo; el pecado es la muerte espiritual, pero es posible volver a la vida mediante el perdón. En primer lugar, Raskólnikov asocia la muerte de Aliona con su propia muerte, es decir, el pecado de Raskólnikov supone su muerte espiritual. Asimismo, cuando Raskólnikov le pregunta a Sonia qué debe hacer ahora que le ha confesado a ella su crimen, Sonia contesta: “Diles a todo en voz alta: ‘¡He matado!’ Entonces Dios te enviará de nuevo la vida” (p.550); es decir, Raskólnikov puede resucitar como Lázaro. Al ser Sonia quien lo está conduciendo a la salvación o redención, en este punto de la novela encarna perfectamente la figura de Cristo.
Como decimos, Sonia se revela en estos capítulos como un personaje de gran fortaleza, algo que contrasta con el resto de la novela cuando vemos en ella a un ser desamparado. Ella es tan compasiva, como a la vez severa e inexorablemente justa en cuanto a la necesidad de aceptar el pecado y pedir perdón. Sonia es la guía de Raskólnikov, pero también es su espejo. De hecho, aunque en un momento Raskólnikov cree que la odia, pronto se da cuente de que en realidad ha llegado el momento de confesar su crimen. De este modo, su odio se revela como la contracara del hecho ineludible de tener que aceptar sus acciones, sin subterfugios, excusas, ni falsas justificaciones que aminoren su culpa.
Como es típico en su carácter contradictorio, Raskólnikov pasa de la confesión a buscar la impunidad cuando dice: “Es que quizá no quiera yo ir a Siberia” (p.541). Como respuesta, Sonia también cambia de actitud y pasa, de la compasión y las lágrimas compartidas, a ver en Raskólnikov al asesino: “En el tono distinto de sus palabras le pareció escuchar la voz del asesino” (ídem). Luego, comienza a buscar excusas para dar sentido al crimen: “¡Tenías hambre! Fue… para ayudar a tu madre” (ídem). Sin embargo, para este punto Raskólnikov ya está listo para deponer cualquier excusa y le explica su teoría acerca de las personas ‘ordinarias’ y las ‘extraordinarias’.
El Capítulo 5 vuelve sobre la figura ridícula de Lebeziátnikov, quien entabla una discusión teórica con Raskólnikov sobre la posibilidad de curar la locura a través de un recto razonamiento. Este personaje llega a citar estudios realizados en París que avalan esa teoría. Esto le sirve a Dostoyevski para remarcar los vicios del racionalismo imperante de su época. Lebeziátnikov profesa que la lógica y la razón están por encima de la emoción. Con cierta insensibilidad dice: “Si se persuade a una persona, por medio de la lógica, de que en esencia no tiene razones para llorar, pues dejará de llorar” (p.555). Ante ello, Raskólnikov contesta con mucha lucidez: “De esa manera, el vivir resultaría demasiado fácil” (ídem). Lebeziátnikov no es malo, es inofensivo, pero su estupidez pone de manifiesto lo absurdo de hacer demasiado hincapié en la lógica y descartar la compasión. Finalmente, hasta Raskólnikov lo deja hablando solo.
Cuando Raskólnikov regresa a su habitación, se siente más solo que nunca en su vida y su siguiente pensamiento es que podría llegar a odiar a Sonia, al tiempo en que desconfía que ella lo deje solo. Nuevamente, su misantropía vuelve a asentarse con fuerza. Aunque es probable que se sienta abandonado por ella, debido a que ha huido con su familia, lo más seguro es que intuya que la reacción de ella a su confesión se debe a una fe profunda que él no puede entender ni compartir. Sin embargo, cuando Dunia le ofrece a Raskólnikov su vida entera si la necesita -lo que vuelve a evidenciar la presencia del sacrificio femenino en la novela-, él no confía en ella. Más aún, en ese momento duda que “las que son así” (p.558) puedan soportarlo. Quizás esa expresión se refiera a que considera a Dunia una persona ordinaria, incapaz de entender las acciones de alguien extraordinario.
Resulta significativo que, justo en el momento en que está comparando a Dunia con Sonia y considera que esta última sí es capaz de entender sus acciones, entre “una bocanada de aire fresco” (p.558) a su habitación. No cabe duda de que Sonia es, ahora, su bálsamo y su alivio.
La muerte de Katerina, tras incesantes penurias y tensiones, resulta terriblemente prolongada. Justo antes de morir, exclama: “Han reventado a esta vieja yegua” (p.568). Con ello, la novela remite al sueño que tuvo Raskólnikov en capítulos anteriores. En el sueño, se espera que la yegua sea capaz de cargar con todos en un carro a pesar de que es claro que no puede. Asimismo, la vida de Katerina ha estado llena de penurias que, se asume, debería poder superar. No obstante, enferma y en la indigencia, lo que se ha pedido de ella se revela excesivo y muere. Katerina ha soportado enviudar, la miseria de casarse con un marido alcohólico, ver a sus hijos pasar hambre y a su hijastra prostituirse. Más aún, su carga no ha hecho sino aumentar con la muerte Marmeládov y su propia enfermedad. Ni siquiera conoce la paz en el funeral de su marido, cuando los ingratos invitados comienzan a provocarla. Como la yegua del sueño, Katerina patalea y lucha con todas sus fuerzas. Sin embargo, ella también muere bajo una presión excesiva.