Crimen y castigo

Crimen y castigo Resumen y Análisis Cuarta parte, Capítulos 4-6

Resumen

Cuarta parte

Capítulo 4

En cuanto deja a su madre y hermana, Raskólnikov va a la casa de Sonia y le dice que quizá sea la última vez que la vea. La mira y su actitud hacia ella cambia: la chica le produce ternura. Luego la toma de la mano y le pregunta por su vida. Mientras hablan, Raskólnikov da a entender que Katerina no la trata bien, pero la muchacha la defiende con vehemencia. Sonia comprende que las actitudes de su madrastra son el resultado de una vida sacrificada y enferma. Raskólnikov quiere saber qué va a hacer cuando deba ocuparse de todos y Sonia evade una respuesta concreta. En medio de esta conversación surge el nombre de Lizaveta, a quien Sonia conocía. Raskólnikov no insiste con el tema.

Implacable, Raskólnikov insiste en tocar los temas más dolorosos para Sonia y la presiona para que conteste qué hará cuando Katerina muera. Sugiere incluso que la prostitución puede llegar a ser la única salida para Pólenka. Sonia exclama que Dios no permitirá que eso suceda y Raskólnikov contesta: “Es posible que ni siquiera exista Dios” (p.437). Luego, intenta besarle los pies, pero ella se aparta, escandalizada y avergonzada. Como respuesta, él dice: “No me he arrodillado delante de ti, sino delante de todo el sufrimiento humano” (p.437).

Según Raskólnikov, las alternativas para Sonia son tres: “El canal, el manicomio… o… sumirse finalmente en la depravación” (p.439). Cuando menciona el canal, se refiere al suicidio y piensa en la otra prostituta a la que vio lanzarse al río. Lo que más entristece a Raskólnikov sobre la historia de Sonia es que es una pecadora, pero no por la prostitución, sino por haber cometido un crimen contra sí misma; por haberse “aniquilado y traicionado” (p.437) a sí misma. Intenta comprender qué es lo que ha mantenido el alma de Sonia pura e intacta, puesto que la prostitución apenas la ha mancillado superficialmente. Le pregunta entonces si reza mucho y su respuesta demuestra que es devota.

Tras ello, toma una copia del Nuevo Testamento que Lizaveta le había regalado a Sonia. Raskólnikov le pide que le lea la historia de Lázaro y ella accede. Al terminar, Raskólnikov anuncia que ha roto con su madre y su hermana, y que Sonia es la única persona que le queda: “Vamos juntos. He acudido a ti. Los dos estamos malditos, conque iremos los dos” (p.445). Finalmente, le dice que al día siguiente le dirá quién mató a Lizaveta.

Al otro lado de una de las puertas, en un apartamento deshabitado, Svidrigáilov ha estado de pie escuchando la conversación.

Capítulo 5

A la mañana siguiente, Raskólnikov se presenta en el despacho de Porfiri Petróvich. No comprende del todo la situación, a causa de su paranoia, y decide mantener una actitud de frío silencio. Cuando lo llaman, encuentra a Porfiri solo. Tras algunos intentos fallidos de entablar una conversación, Raskólnikov se da cuenta de que ha caído en una trampa y de que Porfiri tiene el control de la situación. Entonces pide que le hagan preguntas de carácter oficial o se le permita marcharse.

Porfiri comienza un monólogo revelador sobre sus propios métodos interrogatorios; en concreto, afirma que a veces es beneficioso esperar un poco antes de detener a un delincuente porque, al sentirse cada vez más vigilado, este probablemente cometa un acto incriminatorio. Compara al criminal con una polilla y a él mismo con una vela: el criminal dará vueltas y vueltas hasta que, por fin, “¡Zas!, se me meta en la boca y yo me la trague” (p.458).

Raskólnikov percibe lo inteligente que es este hombre, e intenta averiguar por qué está siendo tan transparente sobre sus sospechas. Porfiri sigue y, hábilmente, incluye una referencia a Napoleón, un guiño al artículo que escribió Raskólnikov sobre las personas ‘extraordinarias’. Asimismo, hace referencia a muchas de las actitudes que tuvo Raskólnikov desde los asesinatos. Porfiri utiliza varios otros ejemplos poco velados del comportamiento de Raskólnikov para argumentar que la balanza está del lado del investigador, que tarde o temprano atrapa al asesino.

Raskólnikov se levanta indignado y acusa a Porfiri de sospechar de él. Porfiri revela que sabe de la visita de Raskólnikov al apartamento de la prestamista, sabe que preguntó por la sangre y dijo que deseaba alquilar el lugar. Porifi cree que Raskólnikov tiene una morbosa fascinación por el caso a causa de saber que sospechan de él. Le aconseja que cuide su salud para no actuar tan torpemente bajo la influencia de sus delirios persecutorios.

Raskólnikov insiste en que Porfiri está intentando hacerle tropezar y decide marcharse. Mientras se dirige a la puerta, Porfiri le pregunta si quiere ver la sorpresa que hay tras una puerta del despacho que ha permanecido cerrada durante la entrevista. Raskólnikov, nervioso al extremo, estalla en acusaciones. En ese momento, se oye un ruido detrás de la puerta y Raskólnikov asume que lo van a detener, pero ocurre algo que ninguno de los dos esperaba.

Capítulo 6

Se produce un alboroto al otro lado de la puerta del despacho. Un hombre irrumpe en la habitación, cae de rodillas y confiesa que es el asesino de Aliona y Lizaveta. Se trata de Nikolái, uno de los pintores del edificio de Aliona. En medio de la conmoción, Porfiri se despide de Raskólnikov y comienza a interrogar al hombre visiblemente irritado.

Raskólnikov se siente satisfecho y le parece una tontería haber perdido los estribos en la entrevista con Porfiri. Sabe que la confesión de Nikolái le ha hecho ganar tiempo, pero también que ha demostrado debilidad durante la conversación. Sintiéndose seguro por ahora, quiere correr a casa de Katerina para asistir al funeral de Marmeládov y ver a Sonia.

A punto de salir, se encuentra con el hombre que le había llamado asesino el día anterior. El hombre se disculpa por haber sospechado de él y le cuenta que fue a contarle a Porfiri acerca del día en que, luego del asesinato, entró al apartamento de Aliona mientras este estaba siendo pintado. Él era la sorpresa que tenía preparada Porfiri detrás de la puerta cerrada de su despacho. Con una actitud especialmente cínica, Raskólnikov contesta a las disculpas del hombre con un “Que Dios le perdone”(p.478) y se marcha.

Análisis

El foco del Capítulo 4 está puesto en Sonia. Raskólnikov, quien lleva días rechazando todo contacto humano, busca un vínculo con Sonia aunque no se termine de definir las causas que lo motivan a hacerlo. En cierta medida, es posible afirmar que se siente en paz junto a ella porque en su lógica, deformada por su estado psicológico, los dos son iguales en cuanto a que ambos han caído en la inmoralidad. En el caso de Sonia, ella vive en un mundo sórdido, consecuencia la pobreza constitutiva de su familia y sus propias tendencias a sacrificarse por los otros con generosidad y caridad. Por el contrario, Raskólnikov cae en la inmoralidad tras una serie de preceptos distorsionados que lo atormentan y lo llevan a sentirse superior al resto. Para este punto de la novela, no cabe duda de que la motivación de Raskólnikov no tiene que ver con la pobreza o la desesperación por proveer por su familia. Sin embargo, él ignora las motivaciones y se centra únicamente en las consecuencias que, para él, son equiparables: “Tú también has delinquido…, has sido capaz de delinquir. Has atentado contra ti misma, has destruido una vida… la tuya (¡es lo mismo!) (…) Por eso debemos seguir juntos el mismo camino” (p.445).

Resulta evidente que Raskólnikov es incapaz de ver cuánto los separa moralmente hablando. En la novela, los hombres suelen entregarse a la inmoralidad por debilidad, como en el caso de Marmeládov; o por soberbia, como en el caso de Svidrigáilov. Las mujeres, en cambio, lo hacen para salvar a los hombres, movidas por el amor y el bienestar ajeno. No son equiparables ni el compromiso por conveniencia de Dunia, ni la prostitución de Sonia, al doble asesinato cometido por Raskólnikov. Sin embargo, él ignora esas diferencias abismales porque necesita sentirse en comunión con alguien. De hecho, desde el momento en que Dunia elige la dignidad y rompe su compromiso con Luzhin, Raskólnikov deja de considerarla su igual, parte del universo inmoral al que él mismo se ha entregado. Sonia, por su parte, no puede optar por la dignidad como Dunia. No obstante, incluso Raskólnikov observa como “toda aquella infamia no llegaba a rozarla sino de un modo superficial. De la auténtica depravación no había penetrado ni una gota en su corazón” (p.439).

En línea con su personalidad inestable, Raskólnikov se comporta con Sonia con ánimo cambiante. Por momentos, la considera “diáfana como el cristal” (p.439) y tan valiosa que merece que le besen los pies. Sin embargo, luego se empeña en atormentarla con reflexiones crueles sobre lo que el futuro le depara a ella y a sus hermanastros. Firme aún en su vulnerabilidad, Sonia no se deja abatir y se aferra a su fe con la convicción de que la divina Providencia será justa con ellos en el futuro. Tal es la convicción de Sonia que Raskólnikov ve en ella a una beata, pero también a una “desdichada demente” (p.442). Cabe mencionar que en el cristianismo ortodoxo existe la figura del ‘beato loco’; tal como se conoce a aquellas personas que parecen haber perdido la razón, cuando en realidad han sido tocados por la divinidad. En suma, la inquebrantable fe de la muchacha lleva a que el propio Raskólnikov oscile entre su desinterés religioso y la admiración que siente por ella. Su falta de fe, propia de la era moderna, ha creado en él un vacío que todo su racionalismo no puede llenar, y Sonia se revela, en este punto, como el único personaje capaz de llenar esas carencias con su fe inconmensurable.

En este capítulo aparece una segunda mención a Lázaro, un personaje de Nuevo Testamento a quien Jesús le concede el milagro de la resurrección. En la tradición judeocristiana ortodoxa, la muerte y el pecado están estrechamente relacionados, y la resurrección de Lázaro representa un triunfo sobre ambos. El principio central del relato es la fe, como le dice Jesús a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá” (p.443). En este punto, aunque Raskólnikov todavía no esté listo para arrepentirse y empezar su camino de redención, parece ansiarlo internamente, lo que se revela en el hecho de que sea él quien le pide esa lectura.

La llegada a la comisaría resulta tan afortunada como frustrante para Raskólnikov. Debido a su paranoia, él siempre espera que lo lleven detenido y, aunque no es el destino que desea, lo cierto es que parece ser la forma más adecuada para acabar con los pensamientos persecutorios que lo acosan constantemente. En parte, desea ese resultado por dos motivos: primero, como decimos, para dejar de torturarse; luego, para sentirse parte de ese grupo de hombres ‘extraordinarios’ a los que tanto desea pertenecer. Sin embargo, termina sucediendo todo lo contrario: nadie le presta atención y pasa por un hombre ‘ordinario’. De este modo, si su grandeza no está en el crimen, quizá pueda encontrarse en la revelación de que él es el culpable.

El intercambio con Porfiri solo acentúa la sensación de que no es más que un hombre corriente porque el investigador evidentemente le gana la mano. La conversación entre los dos hombres es como un juego de ajedrez en el que cada palabra y acción está pensada para acorralar al otro. En esta partida es claro: Porfiri es el mejor jugador. Todas sus palabras están diseñadas para un fin: conseguir desestabilizar a Raskólnikov. Incluso el apelativo ‘batiushka’ (‘padrecito’, palabra que también utilizó Aliona para tratar a Raskólnikov) le ayuda a exasperar a Raskólnikov, precisamente, porque le genera un complejo de inferioridad. Evidentemente, Porfiri tiene un muy buen manejo de la psicología criminal, ese aspecto que Razumijin consideraba esencial al momento de mirar la evidencia en un caso. Él sabe exactamente qué decir para incitar reacciones extrañas y sospechosas en Raskólnikov.

Esta escena se plantea, en parte, como un espejo de lo sucedido en el bar entre Raskólnikov y Zamiótov. Porfiri utiliza con Raskólnikov la misma técnica que este utilizó con Zamiótov; es decir, hablar ‘teóricamente’ sobre lo que podría hacer en un caso determinado, al tiempo que detalla exactamente sus métodos y alude a lo que sucedió en verdad. Porfiri confunde completamente a Raskólnikov mezclando sus mentiras con la realidad y, para mayor confusión del segundo, lo trata por momentos con franca amabilidad y simpatía, antes de cambiar inesperadamente a una actitud engañosa y calculadora. Lo que Raskólnikov no ve es que él mismo ha estado mezclando mentiras con verdades y comportándose también de forma errática.

Porfiri utiliza una analogía para describir lo que él cree que sucede con un sospechoso al que, en lugar de detener, le deja saber que se sospecha de él. Su estrategia es hacer que el sospechoso se sienta que “está retenido psicológicamente” (p.458). La analogía consiste en que el investigador y el criminal son, respectivamente, como luz de la llama y la mariposa que siente atraída hacia ella. Este ha sido el caso de Raskólnikov, quien se acerca peligrosamente a la investigación porque oscila entre el deseo de salir impune y de ser descubierto.

El Capítulo 6 presenta un giro inesperado para lo que venía sucediendo en el Capítulo 5 y permite que la trama de la enfermedad psicológica y la crisis espiritual de Raskólnikov pueda desarrollarse todavía más. En el Capítulo 5, Raskólnikov parecía acorralado, como si ya no tuviera salida debido a la astucia de Porfiri. Sin embargo, la confesión de Nikolái y las disculpas del hombre que le había llamado asesino revierten esa situación. Ahora, Raskólnikov vuelve a sentirse seguro de sí mismo y de sus chances de salir impune. En este punto, puede resultar cínica la respuesta que Raskólnikov le da al hombre que se disculpa con él: “Que Dios le perdone” (p.478). Es de un gran descaro que un hombre que ha perdido toda fe y sabe que sus disculpas no corresponden crea realmente en esas palabras.