Algo le arrastraba ahora, de pronto, hacia las personas. Era como si algo nuevo se produjera dentro de él y, al mismo tiempo, se manifestara cierta ansia de compañía humana.
Esta cita aparece en el Capítulo 2. En el capítulo anterior, vemos a un Raskólnikov atormentado por pensamientos que lo empujan al aislamiento y la introversión, al punto en que se evidencia que no desea tener ningún intercambio social. Ahora las cosas cambian y Raskólnikov se siente atraído por las personas, anhela algún tipo de contacto. Esta nueva sensación coincide con el momento en que decide rechazar los planes criminales que está gestando. De esta forma, está claro que, mientras más huraño se torna, más propenso a llevar a cabo sus planes criminales se vuelve. En este capítulo, el fracaso en su intento de conectar afectivamente con su entorno precede a su decisión de que las leyes que gobiernan al resto de las personas no son aplicables a él: el crimen está en marcha.
Pero es que el señor Lebeziátnikov, que está al corriente de las ideas nuevas, explicaba hace poco que, en nuestros días, la compasión ha sido incluso prohibida por la ley y que así ocurre ya en Inglaterra, donde se practica la economía política.
Después de sus diez años preso en Siberia, Dostoyevski se vuelve más conservador en temas sociales y políticos. Rechaza las ideas importadas directamente de Europa porque las considera inútiles al momento de dar solución o traer alivio a los problemas que aquejan a Rusia. Dostoyevski desea mayor armonía social, pero considera que Rusia debe encontrar una convivencia social a través de aquellas características idiosincráticas de su pueblo. Una elevada moral es una de esas características del espíritu nacional, lo que lleva a las personas a compadecerse por la miseria de los demás.
Lebeziátnikov, tal y como aparece en esta cita, representa a aquellas personas que se entusiasman con ideas importadas que no conducen a una mejor convivencia. En esta cita, por ejemplo, vemos que lo que plantea Lebeziátnikov es que la compasión ya no tiene lugar en una sociedad moderna.
¿No será porque, en el fondo, a ella le remuerde la conciencia por haber consentido sacrificar a la hija en aras del hijo varón?
A pesar de que parece ser esta la norma social retratada en la novela, Raskólnikov cuestiona el sistema patriarcal que privilegia a los hombres en detrimento de las mujeres. No quiere aceptar el orden de las cosas que supone que, ante la ausencia de una figura paternal, las mujeres hagan sacrificios personales para que los varones puedan prosperar y así, luego, depender de ellos. De hecho, uno de los aspectos que le desagradan de Luzhin es su postura sobre las mujeres. Luzhin considera que es conveniente que una mujer no tenga una dote para que se someta al marido y vea en él “a su bienhechor” (p.105). De este modo, Raskólnikov no parece adscribir a los preceptos de la época en cuanto a las relaciones de poder entre hombres y mujeres.
Dicen que así debe ser. Que cierto porcentaje debe marcharse cada año… Marcharse, ¿a dónde? Al infierno, supongo, para no ser un estorbo y que los demás conserven su pureza. ¡Cierto porcentaje! Buenas palabrejas han encontrado, palabras calmantes, científicas. Con decir ‘cierto porcentaje’ no hay que preocuparse ya. Si se empleara otra palabra, si se precisara, entonces quizá hubiera razones para inquietarse.
Esto piensa Raskólnikov luego de encontrarse con una joven borracha en apuros. Aunque en un principio tiene la intención de ayudarla, luego lo encuentra inútil, ya que imagina cuál será su destino de todas maneras. Él razona cínicamente que siempre hay un porcentaje de la población condenado por el sistema. Al justificarse desde las ciencias sociales y hablar en términos de porcentajes, el sufrimiento de las personas se despersonaliza y, por lo tanto, relativiza en su mente.
Esta concepción crítica sobre la ciencia aplicada a cuestiones sociales coincide con otro comentario que aparece más temprano en la novela, cuando Marmeládov le dice a Lebeziátnikov que en otros países la compasión está prohibida por ley. Al haber una explicación racional sobre el equilibrio entre los que viven bien y los que sufren, la compasión asume desde las ciencias deshumanizantes la forma de un acto caprichoso e irracional.
Este modo de ver las cosas termina horrorizando a Raskólnikov, quien piensa en que su hermana Dunia puede ser una víctima más, sacrificada en esa ecuación que explica el bienestar de unos pocos privilegiados en la agonía de otros.
¿No crees tú que millares de buenas acciones pueden borrar un crimen insignificante? Por una vida, miles de vidas salvadas de la podredumbre y la corrupción. Una muerte a cambio de cien vidas, ¿qué me dices de esa aritmética?
Dostoyevski pone en boca de este personaje, poco relevante, una pregunta central en la novela: ¿se puede justificar un crimen? ¿Existe una mirada única sobre la moralidad y la inmoralidad de los actos? Resulta significativo que esta pregunta la exprese un estudiante, dado que en varias ocasiones la obra es crítica respecto las nuevas ideas a las que están expuestos los jóvenes en la universidad. De hecho, una de las críticas que ha recibido la novela tras su publicación fue que trataba de “denigrar a la generación joven” (2009), tal como recoge Isabel Vicente en la introducción a la edición aquí utilizada.
En este caso, el estudiante se alinea con el tipo de razonamiento que arrastra a Raskólnikov hacia el crimen, al justificar un asunto moral mediante las herramientas propias de las ciencias exactas. De este modo, Dostoyevski esboza una crítica hacia los que conciben los dilemas morales como si fueran un asunto de aritmética: aquí, al hecho de pensar que una muerte es capaz de cambiarse por cien vidas.
¿Por qué exiges de mí un heroísmo del que quizá no seas tú capaz? ¡Eso es despotismo, eso es imposición! Si a alguien perjudico, es a mí misma. Yo no he degollado a nadie… ¿Por qué me miras de ese modo? ¿Por qué estás demudado? Rodia, ¿qué te ocurre?
Dunia es una mujer fuerte y decidida, que no tiene miedo a expresar sus opiniones y piensa con lucidez, a la vez que exhibe una moral elevada. Estas palabras las pronuncia mientras discute con Raskólnikov en torno a su compromiso, una discusión que alcanza su mayor tensión cuando Dunia lo acusa de ser inconsistente. En realidad, ella no sabe que ha dado en el clavo: uno de los tantos argumentos con los que juega Raskólnikov en su mente, al momento de cometer el crimen, es que lo está haciendo para proteger a su familia. Aun si fuera cierto que es esta es su motivación -más adelante sabremos que no es la única-, de todos modos es evidente que su sentido de la moral es mucho más cuestionable que el de Dunia. Ella se sacrifica a sí misma por el bien de sus seres queridos, no necesita asesinar a otros para ayudarlos.
Las reacciones de Raskólnikov ante sus palabras -su mirada sugerente y su silencio- resultan difíciles de interpretar para Dunia, pero fácilmente codificables para nosotros los lectores. Se trata de un caso de ironía dramática, puesto que sabemos que su reacción surge como consecuencia de oír la palabra ‘degollar’.
Lo que ocurre es que, en el artículo de este señor, todas las personas están en cierto modo divididas entre ‘ordinarias’ y ‘extraordinarias’. Las ordinarias deben vivir en la obediencia y no tienen derecho a transgredir la ley porque, ya ven ustedes, son ordinarias. Pero las extraordinarias sí tienen el derecho de cometer todo género de delitos y transgresiones de la ley, solo por el hecho de ser extraordinarias.
Esta cita explica la particular teoría de Raskólnikov en torno al crimen. Él postula una división social basada en las características individuales: aquellos que son originales deben poder crear sus propias reglas, privilegio obtenido por ser quienes conducen al cambio, algo que solo puede suceder en la medida en que no se aferren a las leyes establecidas. Por el contrario, las personas que no son capaces de pensar con originalidad cumplen la única función de reproducirse y someterse al orden de otros.
No es del todo normal en la sociedad presente, puesto que es una condición obligada; pero, en la sociedad futura, será perfectamente normal, ya que será condición libre. Además, también ahora tenía derecho de hacer lo que ha hecho: ese era un fondo, un capital propio digámoslo así, del que tenía pleno derecho a disponer como quisiera. Por supuesto, en la sociedad futura no se precisarán fondos de esa índole; pero su papel tendrá una significación distinta, estará definida de manera lógica y racional. En lo que se refiere a Sonia Semiónovna personalmente, hoy por hoy estimo su conducta como una protesta enérgica contra la organización social y, por ello, me inspira un profundo respeto.
Lebeziátnikov se expresa de este modo al hablar sobre Sonia, quien debe prostituirse para ayudar a su familia. Las palabras que pronuncia son a la vez cómicas y crueles, algo que sucede a menudo en Dostoyevski. Sin duda, Lebeziátnikov es un personaje que se erige como una caricatura de los progresistas de la época, exagerando sus rasgos y llevando al extremo sus posicionamientos.
En este caso, los argumentos que utiliza Lebeziátnikov para opinar sobre Sonia son absurdos al extremo. Por un lado, en lugar de ponerse en la situación de la joven, reconoce que la prostitución es problemática en ese contexto, pero contempla la posibilidad de que en un futuro utópico no lo sea. En segundo lugar, habla en términos modernos y económicos para referirse a la sexualidad femenina, llamándola ‘capital propio’ o ‘fondo’ a disponer. De este modo, Dostoyevski se burla de la aplicación de principios económicos a situaciones de la realidad que deberían comprenderse en términos morales. Lo mismo sucede en otros momentos de la novela, como cuando Lebeziátnikov le dice a Marmeládov que la compasión estaba prohibida en algunos países de Europa.
Su palabrería llega a extremos impensados cuando interpreta la situación de Sonia como si se tratara de una postura ideológica. En la novela, los jóvenes progresistas ignoran, en su entusiasmo por ideas novedosas, la realidad tal cual se les presenta. En este sentido, el hecho de que Lebeziátnikov conciba a la prostitución de Sonia en términos de ‘una protesta enérgica contra la organización social’ resulta en un error interpretativo colosal.
A despecho de la natural aversión que Avdotia Románovna sintiera por mí y a despecho de mi aire siempre adusto y repelente, acabó de tenerme lástima. Sintió lástima de un hombre caído. Y cuando el corazón de una muchacha empieza a sentir lástima de un hombre es cuando más peligro corre. Surge el imperioso deseo de salvarle, de hacerle entrar en razón, de regenerarle, de conducirle hacia metas más nobles, de resucitarle a una existencia y unas actividades nuevas.
A lo largo de toda la novela, las mujeres ocupan el rol de ser las salvadoras de los hombres. Ellas operan como un puente para que los personajes masculinos vuelvan a reconectar con su humanidad. Aquí, el cínico de Svidrigáilov observa que, cuanto más compasivas son las mujeres, más vulnerables se encuentran ante los peligros del mundo. Sin embargo, su vulnerabilidad es paradójica, en la medida en que nace de una forma de valentía: el valor de sacrificarse a sí mismas por el bien del otro.
Sin duda este es el caso de Dunia que, con tal de alejar a Svidrigáilov del pecado, pone en riesgo su propia reputación cuando acepta mantener una relación familiar con él. Pero además, lo que dice Svidrigáilov sobre Dunia podría decirse al respecto de Sonia, quien siente lástima por Raskólnikov, incluso ante la terrible revelación de que es un asesino. Con todo, en lugar de escandalizarse y condenarlo, ella se acerca e intenta incondicionalmente conducirlo hacia el bien. Al igual que Dunia, el carácter compasivo de Sonia la hace ‘correr peligro’, porque no duda en exponerse a una situación complicada cuando ello supone la supervivencia y la salvación del otro.
Si a mí, pongamos por ejemplo, me decían hasta ahora “ama a tu prójimo” y yo así lo hacía, ¿qué resultaba? Pues resultaba que yo partía mi levita en dos para darle la mitad al prójimo, con lo cual nos quedábamos ambos a medio vestir, haciendo honor al dicho ruso de que quien persigue varias liebres a la vez no caza ninguna. La ciencia, en cambio, dice: ámate a tu mismo antes que a nadie porque, en este mundo, todo se basa en el interés personal. Si te amas solo a ti mismo, sacarás a flote tus asuntos y conservarás entera la levita. La verdad económica, por su parte, agrega que cuanto más a flote marchen los asuntos personales dentro de la sociedad, o sea cuantas más levitas enteras haya, mayor número de puntales firmes tendrá esa sociedad y, por ende, mejor organizada estará la causa común.
Luzhin es un entusiasta de las ideas progresistas y liberales, aunque, más adelante en la novela, descubrimos que lo hace solo para poder encajar en la sociedad y no por convicción. En todo caso, poco después de celebrar el hecho de que Rusia haya dejado atrás el pasado, se dedica a explicar largamente sus teorías en contra de la caridad y a favor del individualismo. Con estas teorías, Luzhin se erige como la contracara de Sonia o Dunia, personajes que jamás plantearían estos argumentos. Por el contrario, ellas están dispuestas a sacrificarse a sí mismas con tal de ayudar al prójimo.
Cabe mencionar, en este punto, que el posicionamiento de Luzhin se alza como un desprecio deliberado hacia los principios cristianos de la caridad y la compasión. Principios a los que reemplaza por una visión individualista de la vida en sociedad que se sostiene, en forma endeble, en los preceptos de la nueva ‘ciencia’.