Resumen
El narrador refiere que entre la gente se difunde la noticia de que él conoce una nueva versión de la fábula “El parto de los montes”, y todos comienzan a pedirle que la narre. El narrador se muestra reacio durante buen tiempo, pero en un momento es asaltado en plena calle por un grupo que se lo exige, por lo que cede. Entonces, se trepa al taburete de un agente de tránsito y comienza a narrar oralmente la fábula.
Sin embargo, todo lo que dice pertenece a la fábula original, y la vergüenza por lo que está haciendo lo invade. Las personas, mientras tanto, comienzan a conmoverse por su fracaso; para acompañarlo, los simuladores simulan ansiedad, aunque ya han comprendido que se trata de la fábula del ratón.
El narrador, al darse cuenta de su situación y para no defraudar a la audiencia, se olvida de la fábula y comienza una pantomima: se pone a perseguir al ratón; revuelve sus bolsillos y su ropa, abre su camisa y sus manos bajan hasta los botones de su pantalón. Allí se detiene ante el rostro de una mujer que se enciende con rubor, y pronto siente las sirenas de la ambulancia que vienen a buscarlo, ya que alguien parece haber avisado de la locura que estaba cometiendo.
Entonces, desde el hueco de la axila hasta su mano, el narrador siente una corriente de vitalidad, y hace aparecer, de la nada, un pequeño ratón. La gente queda pasmada y se acerca a observar al animal nacido de la fantasía. Luego, el público se dispersa y solo queda la mujer que se había ruborizado, quien le pide el ratón y se lo guarda entre los senos. Cuando el narrador le pregunta para qué lo quiere, ella le contesta que en su casa tiene un marido y un gato y pretende darles una pequeña sorpresa, porque ninguno de los dos sabe lo que es un ratón.
Análisis
“Parturient montes”, en español “El parto de los montes” es una fábula de Esopo, el más conocido fabulista de la Antigua Grecia, narrada luego también por Horacio, el poeta latino. Tanto el título como el epígrafe hacen referencia a esta versión de la fábula, en la que se basa Arreola para construir su propio texto.
En el epígrafe que precede al cuerpo del texto, Arreola cita en latín el fragmento más famoso de la obra de Horacio: “Parturient montes, nascetur ridiculus mus” (p.15), cuya traducción es: “parirán los montes; nacerá un ridículo ratón”. Sin embargo, Arreola no incluye ninguna traducción para esta cita y, como manifiesta el narrador de su texto, da por sentado que todo el mundo conoce la fábula a la que hace referencia.
La fábula greco-latina relata cómo los montes dan signos de estar a punto de parir y generan pánico en las poblaciones que los escuchan. Sin embargo, después de tan tremendas señales, los montes paren tan solo a un pequeño ratón. Tanto la fábula como su nombre son una metáfora de aquellos acontecimientos que se anuncian de una forma mucho más grandilocuente o importante de lo que realmente son. Horacio utilizó esta fábula para referirse particularmente a los escritores que escriben con estilos demasiado floreados, pero cuyo contenido en verdad es mediocre.
El cuento de Arreola es un interesante ejercicio de la intertextualidad: el autor parte de las referencias a una fábula popular y establece un diálogo entre dicho texto y el suyo propio. La intertextualidad, como procedimiento literario, implica el diálogo entre textos que se construyen a partir de otros textos y que, a su vez, son germen para la generación de nuevos textos, y es un recurso muy utilizado por los escritores del siglo XX. En este sentido, pueden encontrarse en Confabulario algunas marcas de estilo que caracterizaron a grandes escritores de la época de Arreola, como Jorge Luis Borges, quien utilizaba la intertextualidad de una forma muy similar.
A su vez, la obra de Arreola se caracteriza por su humor, y este cuento no es una excepción. Mediante la pantomima y una representación grotesca del escritor como un charlatán, Arreola realiza una crítica mordaz a la creación artística y, especialmente, a la literaria. La burla y la parodización de la figura del escritor se sostienen de forma ambigua, puesto que el narrador se presenta a sí mismo como un escritor reconocido, pero a su vez menciona su “aspecto de charlatán comprometido” (p. 15) e indica que al narrar públicamente va a acabar con su “prestigio de narrador” (p. 15). Así, el narrador se propone como un escritor cuyo talento creativo es puesto automáticamente en duda, tanto por sí mismo como por el público.
A su vez, la figura del escritor se equipara a la de un mago o un prestidigitador callejero: frente al fracaso de un relato que en verdad es pura copia de la fábula conocida, el narrador se entrega a la teatralidad de una representación en la que pone a jugar todo su cuerpo, aunque dice que no le “gusta defraudar a nadie con una salida de prestidigitador” (p. 16). Este cambio en la figura del narrador dota al cuento de un tono irónico en el que se fundamenta la crítica de Arreola: en un inicio, se presenta la figura del narrador como una autoridad a quien todo el mundo respeta y escucha con atención, pero luego deriva hacia la pantomima y se transforma en el artista callejero. El narrador detiene su relato y comienza una suerte de puesta en escena: “Recorro mis bolsillos uno por uno y los dejo volteados, a la vista del público. Me quito el sombrero y lo arrojo inmediatamente, desechando la idea de sacar un conejo” (p. 16). La ironía se sustenta en la idea —compartida tanto por la audiencia del narrador como por los lectores de Arreola— de que existe una “alta cultura” a la que pertenecen las grandes obras de la literatura y una “cultura baja”: el arte callejero, de poco valor cultural. El proceso irónico surge, entonces, de esa transformación del gran escritor en una figura desesperada y de poca monta que parece cometer un “crimen” (p. 15), como llama el propio narrador a su puesta en escena.
Considerando este abordaje irónico, es posible interpretar la creación del ratón como el momento de recepción de la obra de arte por el público y la crítica. Frente al ratón, el narrador indica que: “Los entendidos se acercan y lo miran por todos los lados, se cercioran de que respira y se mueve, nunca han visto nada igual y me felicitan de todo corazón. Apenas se alejan unos pasos y ya comienzan las objeciones. Dudan, se alzan de hombros y menean la cabeza. ¿Hubo trampa? ¿Es un ratón de verdad?” (p.17). Esa mención a los “entendidos” se refiere, evidentemente, a alguien especializado en la materia, lo que en el contexto de la creación literaria pueden ser el crítico, y se describe su comportamiento: dudar de la existencia del ratón-texto literario. El simbolismo debido al uso particular del lenguaje permite a Arreola caricaturizar el proceso literario y la recepción de una obra escrita. También, manteniéndose en los términos de la literatura y su crítica, el texto describe la independencia de la obra literaria frente a la figura del autor. Esto surge en el momento de introducir el personaje de la mujer que pide el ratón para poder llevárselo a casa y enseñarlo a su marido y su gato.
En resumidas cuentas, el texto ilustra, desde una perspectiva crítica pero cargada de humor, la dificultad del proceso creativo de un texto literario. En primera instancia se presenta lo exigente y difícil que es la creación (la idea del parto de los montes), y luego se muestra lo mínimo e insignificante que es el resultado de esa creación (el ratón). Tras la creación, se reflejan las reacciones del público: primero el entusiasmo, luego el escepticismo y finalmente el desinterés. Al final se muestra que el ratón -es decir, la obra literaria concretada -se lo lleva una mujer para presentárselo a su marido y a su gato. Este final presenta con ambigüedad la muerte de la obra —el ratón— en la casa del lector si uno considera que, en general, los gatos suelen cazar a los ratones. La última frase del cuento: “Nadie sabe allí lo que significa el ratón” (p. 17) dota al cuento de un sentido tragicómico: la mujer se lleva el ratón —es decir, la obra literaria— porque nadie en su casa lo conoce. De esta forma, el fracaso del narrador es completo, ya que entrega su obra a una persona que no está realmente interesada en ella, sino que busca tan solo un divertimento curioso para su familia, y la visión irónica cae sobre el autor del propio cuento, Arreola.