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El cuerpo femenino

Si bien el estilo de Arreola no se caracteriza por el empleo de imágenes sensoriales, algunos de sus textos presentan una profusión en torno al cuerpo de las mujeres. Un claro ejemplo de ello es "Anuncio", en el que la muñeca sexual llamada Plastisex es descripta con detalles: "Alta y delgada, menuda y redonda, rubia o morena, pelirroja o platinada..." (p. 70), "... ella puede tener ojos de esmeralda, de turquesa o de rubí, dientes de perlas..." (p. 71). Las imágenes no son únicamente visuales, sino también táctiles, olfativas y auditivas, como por ejemplo: "... conservan la suavidad de su tez y la turgencia de sus líneas..." (p. 71), "Sintonice entonces la escala de los olores. Desde el tenue aroma axilar hecho a base de Sándalo y almizcle, hasta las más recias emanaciones de la mujer asoleada y deportiva: ácido cáprico puro, o los más quintaesenciados productos de la perfumería moderna." (p. 72), o "Un regulador asegura la curva creciente de sus anhelos, desde el suspiro al gemido" (p. 72).

Con estos ejemplos, es posible observar que las imágenes sensoriales contribuyen a la construcción de la mujer como objeto, algo muy criticado en la obra de Arreola.

La bestialización de los personajes

En muchos de sus textos, Arreola caricaturiza a sus personajes y les otorga cualidades propias de animales. A veces, estas cualidades, de orden más bien psicológico, van acompañadas por imágenes sensoriales. Por ejemplo, en "El rinoceronte", se describe a Joshua McBride con la siguiente imagen: "...me gusta imaginar al rinoceronte en pantuflas, con el gran cuerpo informe bajo la bata" (p. 23). Esta imagen presenta una fusión de cualidades humanas sobre la caricatura del animal, y se hace fácil al lector imaginar al enorme hombre, con el cuerpo de rinoceronte, enfundado en su bata y con sus pantuflas. En "Pueblerina", cuando Don Fulgencio descubre que tiene cuernos, las imágenes visuales vuelven a ser importantes: "Frente al espejo, no pudo ocultarse su admiración, convertido en un soberbio ejemplar de rizado testuz y espléndidas agujas. Profundamente insertados en la frente, los cuernos eran blanquecinos en su base, jaspeados a la mitad, y de un negro aguzado en los extremos" (p. 39).

Así, se hace evidente que la bestialización de los personajes es uno de los recursos más visuales y que más contribuyen a la construcción de la comicidad en los textos de Arreola.

La vestimenta y el aspecto físico de los personajes

Muchas veces, Arreola dedica algunas imágenes al aspecto físico de los personajes y a la impresión que crean en otros personajes. Además, estas descripciones presentan elementos que los ridiculizan frente a otros. Esto puede verse, por ejemplo, en la descripción que realiza el narrador de "El discípulo" de su rival: "De raso negro, bordeada de armiño y con gruesos alamares de plata y de ébano, la gorra de Andrés Salaino es la más hermosa que he visto" (p. 34). La descripción que el narrador realiza luego de su propia gorra en "El discípulo", un "bonete de fieltro gris" (p. 34) lo ridiculiza frente al aspecto soberbio de su rival, quien lo retrata "con el ridículo bonete y con el aire de un campesino recién llegado de San Sepolcro" (p. 34).

En "El guardagujas" se describe al viejo que se aproxima al viajero de la siguiente manera: "... el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete" (p. 26). Con esa imagen visual, el lector puede hacerse una idea del ridículo aspecto del viejecillo, que parece un guardagujas, pero que tiene a su vez elementos que le quitan seriedad a su aspecto y ridiculizan su profesión. Esto mismo sucede con el domador de "Una mujer amaestrada", que utiliza un "látigo de seda floja" que no logra chasquear en el aire, o en el relato "Una reputación", en el que se ridiculiza a una señora que sube demasiado cargada al autobús: "Subió al camión una señora con dos niños pequeños. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba (...) venía complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano" (p. 104).

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