Resumen
El narrador del relato es un discípulo de un pintor, a quien denomina maestro. Un día, de paseo por el mercado de Florencia, el maestro compra una hermosa gorra a uno de sus discípulos, Andrés Salaino, y luego al narrador le compra un feo bonete de fieltro gris. Luego, pone de modelos a cada uno de sus aprendices. El narrador entonces dibuja la cabeza de Salaino, con su hermosa gorra y el gesto altanero, mientras que Salaino retrata al narrador con el bonete y con un aire de campesino recién llegado a la ciudad.
Tras celebrar el trabajo de sus discípulos, el maestro dice que Salaino sabe reírse y no cae en la trampa, mientras que del narrador dice que sigue creyendo en la belleza y lo pagará caro. Luego les pide un papel para mostrarles cómo destruir la belleza. Allí dibuja primero a una hermosa mujer, luego indica que ahora acabará con la belleza y realiza el retrato de Gioia; aunque no se explica al lector quién es esta mujer, es evidente que el narrador la conoce bien.
Una vez terminado el retrato, el maestro indica que ha acabado con la belleza: ese último retrato es una infame caricatura. El discípulo no comprende a qué se refiere su maestro, pero este procede sin prestarle atención: rompe el dibujo y lo arroja al fuego. Mientras el papel arde, el maestro le indica al narrador que salve a su mujer de las llamas, y lo obliga a meter la mano entre las brasas.
El discípulo sigue creyendo en la belleza a pesar de la broma pesada de su maestro, y la encuentra en toda la ciudad de Florencia. También sigue encontrando la belleza en el rostro de Gioia y en el porte de Salaino. Tras contemplar, a orillas del río, sus manos ineptas, el narrador echa a correr y en las nubes apenas iluminadas por el crepúsculo le parece reconocer la cara de su maestro, que se ríe burlonamente de él. Entonces se pierde en la noche, seguro de que también va a desaparecer de la memoria de los hombres.
Análisis
Este cuento gira en torno al problema estético de la belleza, y plantea una de las cuestiones fundamentales de la teoría del arte: ¿puede la belleza ser percibida como tal por dos personas diferentes? El cuento refleja la crisis de su protagonista, un discípulo florentino anónimo del que su maestro se burla por el apego que muestra hacia la belleza. Muchos críticos han tratado de encontrar la referencia histórica para este personaje arreoliano, pero son tan pocos los datos contextuales que brinda el autor, que poco se puede afirmar al respecto. Algunos críticos, sin embargo, han aventurado que puede tratarse de uno de los aprendices de Leonardo Da Vinci, en la Florencia renacentista. El procedimiento de ficcionalizar un personaje histórico y no dar su nombre, pero colocar algunas referencias contextuales para que el lector culto o la crítica pueda identificarlo, es propio de toda la obra de Arreola, y puede identificarse también en cuentos como “Monólogo del insumiso” o “El condenado”. Uno de estos datos contextuales en “El discípulo” es la identificación del aprendiz contrincante del protagonista: Andrés Salaino, quien resalta por su porte elegante y por la gorra que utiliza. Se sabe que Salaino fue un pintor que permaneció durante mucho tiempo al lado de Leonardo Da Vinci, de lo que se desprende que el personaje del maestro representa al famoso genio renacentista.
Sin embargo, como los críticos han señalado en diversos análisis, Leonardo Da Vinci no tomó aprendices en Florencia, sino mientras vivió en Milán. De esta afirmación se desprende otra característica fundamental de la narrativa arreoliana: tergiversar los datos históricos para crear un juego entre la ficción y la realidad que confunda y extravíe al lector y a la crítica. Así, las referencias cultas que abundan en sus cuentos muchas veces son verídicas y otras tantas son señuelos y pistas falsas, atravesadas generalmente por el humor y la comedia. Dicho procedimiento ha sido ampliamente utilizado por otra figura fundamental de la literatura del siglo XX, Jorge Luis Borges, con quien Arreola parece establecer cierta complicidad en muchos de sus cuentos.
El protagonista anónimo del cuento, entonces, estudia pintura en el taller de un maestro que lo humilla con frecuencia frente a sus compañeros y lo compara con otro de ellos, el mencionado Andrés Salaino. El relato se centra en la interpretación de la belleza. Desde la primera página, se comprende el resentimiento del protagonista por esta situación, cuando menciona que su maestro le ha obsequiado a Salaino una hermosa gorra, y a él un “bonete de fieltro gris” (p. 34). Después de esta humillación, ambos aprendices deben dibujar al otro, y Salaino representa al protagonista como un campesino recién llegado a la ciudad. A continuación, se plantea el problema de la belleza y el maestro realiza un esbozo donde apenas pueden distinguirse las facciones de una hermosa mujer, que luego completa con esmerado detalle, indicando que “hemos acabado con la belleza” (p. 35). Con ello, se comprende que, para el maestro, la belleza está en lo sugerente, en lo apenas expresado o esbozado, y no en los rasgos excesivos y formales del retrato completo.
Existe otro nivel de burla en esta situación: cuando el rostro está apenas esbozado, no se reconoce a ninguna persona en particular, y allí es cuando el maestro exclama “esta es la belleza” (p. 35). Sin embargo, cuando completa todo el retrato, el discípulo reconoce en él a su amada, Gioia, y, acto seguido, el maestro ríe e indica: “Hemos acabado con la belleza. Ya no queda sino esta infame caricatura” (p. 35), y rompe y quema el retrato. Luego, para finalizar con la burla, obliga a su aprendiz a sacar los restos del retrato del fuego, haciendo que se queme la mano.
Dicho episodio propone una postura frente a la obra de arte: para el maestro, la belleza se presenta en su máximo esplendor a través de la sugerencia. Lo verdaderamente hermoso es entonces lo implícito, que remite a la libertad de interpretación en el momento de contemplación de la obra de arte. De ello se desprende la problematización del concepto de “obra terminada” y queda subordinada a la idea del artista que, en cierto momento, decide que su obra ya está acabada, aunque para otros pueda estar en pleno proceso. Esto sucede con el rostro apenas esbozado que realiza el maestro, y que el aprendiz solo ve como obra terminada cuando se completan todos sus rasgos.
Tras este episodio, el aprendiz se siente mediocre y frustrado, y recorre las calles de Florencia recordando la risa brutal y burlona de su maestro. Mientras contempla la belleza en todas partes, se cree incapaz de representarla en su obra y manifiesta: “Vuelvo a caminar lentamente, cabizbajo, por las calles cada vez más sombrías, seguro de que voy a perderme en el olvido de los hombres” (p. 36).
El protagonista del relato, entonces, sufre a consecuencia de su postura sobre la estética, que es totalmente diferente a la de su maestro. Cuando las dos posiciones chocan, el aprendiz no se siente apto para desarrollarse como pintor y asume su mediocridad. Sin embargo, y a pesar de todo ello, el narrador protagonista sigue creyendo en su concepción de la belleza y así lo manifiesta: “Pero sigo creyendo en la belleza. No seré un gran pintor, y en vano olvidé en San Sepolcro las herramientas de mi padre. No seré un gran pintor, y Gioia se casará con el hijo de un mercader. Pero sigo creyendo en la belleza” (p. 35).