Resumen
Entra el comisario acompañado por varios arqueros del ejército. Inmediatamente pregunta: “¿Es que se ha hecho patente la desvergüenza de las mujeres?” (p. 130). El corifeo le cuenta que las mujeres les arrojaron agua en los genitales. El comisario responde que es culpa de los hombres, ya que ellos las alientan en su desenfreno. Según él, los hombres fomentan la promiscuidad y la permisividad sexual que, en definitiva, ha generado esta situación.
Lisístrata sale de la Acrópolis y les dice que, si quieren abrir las puertas y sacarlas de allí, no necesitan barretas, sino sentido común e inteligencia. El comisario ordena que sea arrestada inmediatamente, pero entonces entra Cleonice y advierte que, si se acercan a Lisístrata, van a sufrir las consecuencias. El comisario ordena que también arresten a Cleonice, pero aparece Mírrina y repite la advertencia de Cleonice. El comisario pide ayuda a sus arqueros, pero estos han abandonado la escena ante la amenaza de las mujeres.
Finalmente, el comisario, junto a otros hombres, avanzan hacia las mujeres. Lisístrata les advierte que hay cuatro batallones más de mujeres listas para luchar, y luego lanza la siguiente orden de ataque: “Mujeres aliadas, salid de adentro, vendedoras del mercado de grano de purés y de hortalizas, hospederas y vendedoras de ajo y de pan ¿no vais a arrastrar, golpear, despedazar?” (p. 133). Todas las mujeres salen de la Acrópolis y luchan contra los hombres usando hogazas de pan, ajo, huevos y utensilios de cocina. Logran dominar a los hombres. El comisario se asombra ante tal hecho, puesto que, según él, las mujeres no suelen tener tanta sed de gloria. El coro de ancianos comienza a cantar que las mujeres son unos monstruos.
Lisístrata les explica entonces que tomaron la Acrópolis para poner fin a la guerra. El comisario le pregunta: “¿Es que luchamos por el dinero?” (p. 134), y ella le responde: “Sí, y también por él se originan todos los demás jaleos. Pues Pisandro y los que andan detrás de los puestos públicos, para poder robar, siempre arman algún alboroto” (p. 134).
Luego, Lisístrata insiste en que las mujeres se quedarán con el dinero y que la guerra terminará. El comisario le pregunta cómo se protegerá la ciudad, y la protagonista le responde que las mujeres se encargarán de eso. El comisario, con sorna, cuestiona a Lisístrata acerca de esa idea de que las mujeres pueden entrometerse en asuntos relacionados con la guerra y la paz. Ella, entonces, dice que hasta este momento de sus vidas, las mujeres toleraron de manera sumisa, quedándose recluidas en las tareas del hogar, todas las malas decisiones que tomaron los hombres. Ese tiempo se terminó. Ahora, ellas se encargarán de que terminen la guerra y la corrupción, y de que los asuntos públicos estén en orden.
Al comisario le parece indignante que las mujeres, que nunca participaron en una guerra, sean las que quieren encargarse de finalizarla. Lisístrata le explica que ellas son las que más sufren la guerra, sobre todo porque tienen que mandar a combatir a sus hijos. Además, deben dormir solas mientras sus maridos combaten, e incluso hay chicas que pierden los mejores años de su vida de este modo. El comisario le pregunta, entonces, si ellos no envejecen, y Lisístrata le dice que sí, pero que ellos no tienen dificultad alguna en volver de la guerra y tomar a cualquier jovencita como esposa, abandonando a su verdadera pareja, ya envejecida.
Tras esta discusión, Lisístrata se saca su velo y se lo da al comisario para que se lo ponga. Cleonice le da su canastillo y le dice: “Ponte un ceñidor y dedícate a cardar, devorando habas, que de la guerra se ocuparán las mujeres” (p. 136).
La escena termina con una discusión cómica entre los coros. El coro de ancianos amenaza con atacar a las mujeres, y estas amenazan con defenderse con bravura e, incluso, se desnudan para mostrarse como guerreras salvajes.
Análisis
Una vez que el plan se pone en marcha, las mujeres adoptan una actitud irreverente y burlona. El escenario se convierte en una especie de fiesta donde las mujeres, unidas, muestran su orgullo y su desprecio por los hombres.
Estos, por su parte, están totalmente desorientados con lo que está sucediendo. La obra da a entender que es la primera vez que las mujeres se rebelan, generando así una situación absolutamente novedosa. El control que ejercen los hombres sobre las mujeres es tan grande que el comisario piensa que si ellas están generando tal “caos” es porque, a priori, ellos las incitaron otorgándoles libertad e incitándolas a la promiscuidad. Es decir, ni siquiera cuando se rebelan, demostrando que son individuos capaces de tomar el poder, las mujeres son vistas como sujetos con voluntad propia. En un diálogo con el comisario, Lisístrata se encarga de dejarle en claro que las mujeres no son esclavas. Tras defenderse con valentía, le pregunta: “¿Es que tú creías que atacabas a unas esclavas, o es que piensas que las mujeres no tienen arrestos?” (p. 133). En la Antigua Grecia, los esclavos no eran considerados como individuos. Aquí, Lisístrata y las mujeres demuestran que ellas también son tratadas así, pero, a diferencia de los esclavos, tienen poder y herramientas para rebelarse.
El velo que están obligadas a llevar las mujeres (como sucede en la actualidad en algunas poblaciones musulmanas) da cuenta de esta opresión cuasi esclavista que sufren. Ese velo simbolizaba su pertenencia a un lugar inferior dentro de la sociedad. El hecho de que, casi sobre el final de esta escena, se lo den al comisario para que se lo coloque simboliza que las mujeres, ahora, tomarán el lugar que estaba reservado para los hombres, y los hombres, el lugar que, hasta entonces, ocupaban las mujeres.
En relación a la batalla física entre hombres y mujeres, es interesante destacar que estas los vencen utilizando sus armas domésticas. Los atacan, por ejemplo, con hogazas de pan, huevos y utensilios de cocina. He aquí un paralelismo con la otra parte del plan de Lisístrata: las mujeres deben utilizar las armas que tienen a mano y con ellas tomar el poder, ya sea que estas armas sean hogazas de pan, o sus cuerpos bien vestidos y perfumados. Estas armas, a priori, son más débiles que las de los hombres. Por eso, Lisístrata insiste desde esa primera reunión con la importancia de luchar todas unidas. Lisístrata no es arrestada por el comisario porque la defiende Cleonice, Cleonice no es arrestada porque la defiende Mírrina, y luego salen al ataque los batallones de mujeres. Al ver tal unión, los arqueros huyen, dejando solo al comisario y demostrando que, en contrapartida a lo que sucede con las mujeres, los hombres no se defienden entre sí.
La unión también es importante en la castidad de las mujeres. En el juramento de la primera escena subyace la idea de que todas deben ser castas porque, si algunas flaquean, los hombres tendrán con quienes satisfacer su deseo sexual. La castidad debe ser absoluta. Por eso mismo, Lisístrata, en la siguiente escena, está tan preocupada porque algunas están a punto de ceder a la tentación y poner en riesgo el plan.
Con esta obra, Aristófanes parece plantear que las herramientas para detener la guerra están al alcance de la mano. La obra propone que el pueblo (representado por las mujeres) echando mano de sus armas, sean cuales sean, puede detener un conflicto bélico que, para ese entonces, ya había comenzado hacía veinte años.
Volviendo a la escena, hemos dicho que los hombres son derrotados físicamente en la batalla. Entonces, ¿qué hacen? Intentan persuadir a las mujeres haciendo gala del conocimiento y la experiencia que tienen en la organización pública. En primer lugar, el comisario se mofa de Lisístrata cuando esta le dice que el dinero es la causa de todos los males, incluso de la guerra. Le explica que, en realidad, ellos no luchan por el dinero, sino por defender la seguridad de Atenas, y que, por culpa de ellas, la ciudad quedará desprotegida. Además, le pregunta si serán ellas quienes administrarán el dinero, sugiriendo que son incapaces, ya que no tienen experiencia alguna.
Sin embargo, Lisístrata no desiste. Por un lado, confía en la capacidad de las mujeres para defender la ciudad. Por otro lado, argumenta que los hombres tienen el poder desde siempre, y ellas han tenido que soportar, desde la pasividad y la opresión, las consecuencias de sus malas decisiones, en particular la de sostener la guerra.
En relación con el manejo del dinero, Lisístrata le dice al comisario: “¿No somos nosotras las que os administramos todo lo de la casa?” (p. 134). Lisístrata, nuevamente, apela a los conocimientos y las herramientas que las mujeres adquirieron en su rol doméstico, a la sombra de sus maridos. Sus cuerpos, que hasta entonces solo servían para satisfacer a los maridos, son convertidos en un arma sexual para someter a lo hombres; sus herramientas de trabajo se convierten en armas para la batalla; su conocimiento organizativo de las tareas domésticas les permite tener un conocimiento administrativo del dinero público. En definitiva, los saberes que, hasta entonces, solo servían en el orden de lo privado, a favor de los hombres, ahora les es útil en el orden público, en contra de ellos.
Tras ser derrotados tanto en la batalla física como en la batalla argumentativa, los hombres sienten miedo, por primera vez, del poder femenino. Advierten que las mujeres tienen “sed de gloria” y que son capaces de organizarse mejor que los hombres. El corifeo dice entonces: “Llegarán a mandar a construir naves e intentarán incluso hacer una batalla naval y navegar contra nosotros, como Artemisia. Y si se les da por lo ecuestre, doy de baja al cuerpo de caballería; pues la mujer es la cosa más adecuada para montar y subirse encima” (p. 143). Aquí, además, hay una alusión indirecta al poder sexual que pueden ejercer las mujeres (y que pronto comenzarán a ejercer en la obra) al sugerir que ellas son mejores cabalgando que los hombres por tener la experiencia de “montar” durante el acto sexual.
La obra, además de centrarse en un conflicto real, contemporáneo a su época (la guerra del Peloponeso), menciona diferentes personajes también reales e importantes de la época, y los critica duramente. Esta es una característica distintiva de las comedias de Aristófanes. Por ejemplo, en este debate acerca de la importancia del dinero, Lisístrata menciona a Pisandro como un ejemplo de la corrupción que gobierna la ciudad. Pisandro era un político de la época. Era parte del llamado “Comité de los diez”, formado, precisamente, por diez personas que gobernaban Atenas.