Resumen
El acto se abre nuevamente en una habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las hijas cosen. Magdalena borda. Son cerca de las tres de la tarde. Magdalena llama a Adela y Amelia dice que está acostada en la cama. La Poncia añade que ve que tiene algo, que está sin sosiego y como con una lagartija entre los pechos. Luego de una pequeña discusión, Angustias afirma: “Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno”, y Magdalena lo pone en duda. Luego, Martirio comenta que la noche anterior no ha podido dormir a causa del calor y se levantó. Magdalena agrega que había un nublo negro de tormenta. La Poncia dice que ella también se levantó y aún estaba Angustias con Pepe, en la ventana. Magdalena pregunta entonces a qué hora se fue y Amelia dice que a la una y media. La Poncia dice que lo escuchó marcharse cerca de las cuatro. Angustias lo niega, pero La Poncia dice estar segura. Amelia sostiene su opinión.
La Poncia luego le pregunta a Angustias qué le dijo Pepe cuando se acercó por primera vez a la ventana. Después de un rodeo, esta cuenta que le dijo que necesitaba una mujer buena y modosa y que esa era ella. Amelia manifiesta sentir vergüenza de esos asuntos. Angustias dice que ella también, y confiesa no haber hablado en toda la noche. Ese ha sido su primer encuentro a solas con un hombre. Entonces, La Poncia cuenta su primer encuentro con Evaristo el Colorín. Después de saludarse y de estar en silencio media hora, Evaristo le dijo “¡Ven que te tiente!”. En ese momento todas ríen. Amelia se levanta corriendo para espiar por una puerta, temerosa de que su madre las haya escuchado reír, pues esto la enojaría.
La Poncia cuenta cómo son los matrimonios desde su punto de vista, pesimista y desalentador. También añade que las mujeres tienen que conformarse, aunque ella no lo hizo. Cuenta que algunas veces golpeó a su marido. Dice tener la “escuela” de la madre de ellas y recuerda que, en una oportunidad, a causa de algo que le dijo su marido, mató a los pájaros que él se dedicaba a criar. La mujeres ríen de la anécdota. Magdalena vuelve a llamar a Adela. Entonces comentan nuevamente el estado de Amelia. Dicen que de noche no duerme y se preguntan qué hace. Angustias dice que tiene envidia y “se le está poniendo mirar de loca”. Entra Adela y dice que su cuerpo no está bien. Martirio la interroga sobre si ha dormido o no y Adela se enoja por el interrogatorio. Después entra la criada, anunciando la llegada del hombre de los encajes. Martirio sale, mirando fijamente a Adela.
Adela se enoja con la hermana y La Poncia la reprende. Luego, Adela explica que Martirio la persigue y la hostiga con palabras dolientes, y afirma que su cuerpo será de quien ella quiera. La Poncia le dice en voz baja: “de Pepe el Romano”. Adela lo niega y, tras una discusión, La Poncia le dice que se abstenga de estar con Pepe. Adela llora. La Poncia señala que Angustias no sobrevivirá al primer parto y que entonces ella podrá quedarse con Pepe. Adela le dice que no se involucre en sus asuntos y ambas discuten. Adela añade que su consejo es inútil pues, incluso por encima de su madre, “saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca”. La Poncia la amenaza con revelar su secreto y Adela le dice que ya no le tiene miedo.
En ese momento entra Angustias, pregunta a La Poncia por una compra y se va. Luego entran las otras hermanas y hablan de los encajes. Después, se oyen campanilleos “lejanos como a través de varios muros”. Son los segadores que van a trabajar al campo. Adela desearía ir al campo, pero sus hermanas le recuerdan que no es lo que corresponde a su clase social. La Poncia describe a los segadores como hombres alegres. Además, comenta que la noche anterior contrataron a una mujer para llevársela al olivar. Las mujeres se escandalizan y La Poncia dice que los hombres necesitan eso. Adela se queja porque se les perdona todo, y Amelia añade que “nacer mujer es el peor castigo”. El Coro canta una canción sobre los segadores. Las mujeres los admiran. Adela anhela poder salir a los campos para poder olvidar sus males. Martirio le pregunta qué es lo que tiene que olvidar, pero su hermana no le da detalles. Se van Adela, Amelia y La Poncia.
Análisis
Al abrirse este acto, Magdalena borda. Nótese el contraste con los deseos que expresó en el acto anterior, en el que afirmaba preferir llevar sacos al molino (60) antes que bordar. Este comienzo muestra que Magdalena se ha resignado al lugar que la sociedad en gernal y su madre en particular atribuye a las mujeres.
El “nublo” negro que menciona Magdalena puede ser interpretado como un mal presagio: el símbolo anuncia un desastre que todavía no puede anticiparse. En la conversación entre las hermanas y Poncia se dice que, a la madrugada, “todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana”, de manera que se nos da a entender que ha transcurrido un tiempo entre la mañana del primer acto y la tarde del segundo. Los encuentros entre Angustias y Pepe ya se han hecho frecuentes.
Al hablar de su primer encuentro con Pepe, Angustias da una idea del estado de aislamiento en el que se encuentran las mujeres de la casa. Ella tiene 39 años y esa ha sido la primera vez que ha estado a solas con un hombre. Afirma no haber hablado en toda la noche, y siente vergüenza en las conversaciones con los hombres.
Por otro parte, si bien hay cierto consenso respecto a los beneficios de casarse, la mirada sobre el matrimonio es ambigua. Ya en el primer acto, Martirio y Amalia habían mostrado dudas respecto a los supuestos beneficios del matrimonio, después de comentar las condiciones en las que vive Adelaida (Ver "Análisis del acto I (Primera parte)"). Aquí se presenta el punto de vista de La Poncia, con una sentencia contundente: A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón (76). Este pasaje muestra un contrapunto a la idea del matrimonio como salvación. Si la posibilidad del matrimonio estaba idealizada por las mujeres por ser la única forma de liberarse de la represión de Bernarda, con esto queda claro que la opción no es necesariamente muy favorable. Además, se pone en evidencia que la sexualidad tampoco podrá expresarse legítimamente. La sentencia de La Poncia muestra que el matrimonio apenas aporta una breve satisfacción sexual. Con este panorama, para las mujeres no hay salvación en la sociedad que acá se presenta. La Poncia les advierte que el matrimonio también traerá limitaciones y, aún más, que deberán conformarse injustamente con esa situación o se “pudrirán” llorando.
Luego, cuando ingresa Adela, podemos ver sus firmes convicciones respecto a su libertad y al derecho de hacer con su cuerpo lo que desee. Su voz suena a grito de rebeldía. También insiste en la misma idea un poco más adelante, en su conversación con la Poncia, cuando dice: “¡Mi cuerpo será de quien yo quiera!” (78). En esta conversación con La Poncia se revela para el espectador lo que ocurre fuera de escena: Adela sale de noche a encontrarse con Pepe. Eso explica la diferencia entre la hora en que terminan los encuentros entre Pepe y Angustias, y la hora en que lo escuchan partir. La Poncia ha vigilado y sabe todo, por eso dice que “las viejas vemos a través de las paredes”. Adela desoye sus consejos y afirma su autonomía. Además, le dice que ya no le teme y afirma que “saltaría” incluso por encima de su madre para seguir su deseo. Esto enfatiza la valentía e intrepidez del personaje.
Sin embargo, acaso por ser tan liberal, Adela es también víctima de la persecución y la vigilancia. Martirio también la vigila permanentemente y la hostiga con sus palabras. Vemos que el control en la casa no lo ejerce solamente Bernarda, aunque ella es la mayor autoridad. Martirio y La Poncia también contribuyen en conservar el orden que la madre establece. Se construye así un universo inquisitorial en el que todas están bajo sospecha. En clima es cada vez más asfixiante. En este sentido, puede leerse en la representación de esta casa una alegoría de la situación de España en 1936. La Guerra Civil estalla pocos días después de la conclusión de esta obra. El clima de represión y persecución que se vivía por aquel entonces ya era notorio.
Por otro lado, al hablar de la fertilidad de las vecinas, La Poncia utiliza la metáfora “¡Ya me ha tocado en suerte este convento!” (81). En este caso, alude a la situación de reclusión y castidad de las mujeres de la casa. En contraposición, se presenta a continuación la llegada de los segadores a los campos. La acotación subraya la idea de aislamiento: “(Se oyen unos campanillos lejanos como a través de varios muros.)” (81). Frente a esa situación, Adela expresa su anhelo de poder salir a los campos: “Me gustaría segar para ir y venir. Así se olvida lo que nos muerde” (82). El encierro es la causa de los pensamientos que atormentan a Adela.
Por otro lado, respecto a los segadores, La Poncia cuenta que contrataron a una mujer para llevarla al olivar, es decir, para tener relaciones sexuales con ella. Las hermanas se escandalizan pero La Poncia lo aprueba. Acá puede notarse la moral ambigua que ella sostiene. A los hombres se les permite satisfacer sus deseos sexuales libremente, sin consecuencias para su reputación ni represalias, mientras que para las mujeres ese derecho está vedado.