Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) El narrador en 'Don Quijote de la Mancha'

El narrador de Don Quijote, tanto en esta segunda parte como en la primera, hace muchas cosas: cuenta en tono neutro, da opiniones, comenta, critica, se burla e, incluso, hace chistes. Hasta cierto punto, podemos decir que su función va cambiando, se va moviendo, de la misma forma que don Quijote y Sancho se mueven en busca de aventuras. Para muchos críticos, este narrador es uno de los mayores logros artísticos de Cervantes, y hay quienes lo han llegado a catalogar como la tercera voz protagonista.

Ahora bien, ¿en dónde radica esta singularidad que vuelve al narrador del Quijote tan especial? Quizás uno de los aspectos más representativos al respecto sea su capacidad de pasar constantemente de la omnisciencia a la no omnisciencia y viceversa. El narrador no tiene reparos en exponer cierta inseguridad respecto de lo que cuenta a través de expresiones como “parece ser que”, “debía de”, “sin duda”. En ese sentido, él mismo sabe que quizás no sea tan confiable, y justamente por eso, para contrarrestar esta sensación de poca fiabilidad que genera constantemente, el narrador elogia la capacidad del historiador morisco Cide Hamete Benengeli de haber registrado hasta el último detalle de las aventuras de don Quijote. Así abre el capítulo XL de la segunda parte:

Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historias como esta deben de mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacase a luz distintamente. Pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del más curioso deseo manifiesta. ¡Oh autor celebérrimo! (848)

En esta cita podemos apreciar cómo el narrador busca reforzar la fiabilidad de su relato a partir de elogiar la meticulosidad del historiador en el cual se basa. Asimismo, hacia el final, observamos un arrebato de admiración por parte del narrador, es decir, una cuota de absoluta subjetividad que enriquece aún más la voz narrativa.

Otro aspecto interesante de este narrador es que, muchas veces, él no cuenta las cosas directamente, desde su perspectiva, sino que lo hace a través de las percepciones de los personajes. Por ejemplo, en el capítulo X de la segunda parte, cuando las tres labradoras salen del Toboso, el narrador no lo relata así, sino que lo hace a través de los ojos de Sancho:

Y sucedióle todo tan bien, que cuando se levantó para subir en el rucio vio que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el autor no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas, por ser ordinaria caballería de las aldeanas; pero como no va mucho en esto, no hay para qué detenernos en averiguarlo (617).

En esta cita, las labradoras salen del Toboso a partir de que Sancho las ve salir de allí; es decir, a lo largo de toda a novela, el narrador apela a los sentidos de los personajes para darle sustancia a las acciones. Es como si su voz narrativa no alcanzara -quizás por su impronta dubitativa- para convencer a los lectores, y tuviera que tomar como cómplices de lo que está narrando a los propios personajes. Es decir, esta estrategia hace recaer en los personajes la experiencia directa de los hechos, al mismo tiempo que nos muestra esa faceta omnisciente del narrador. Por otro lado, nótese como en una sutil aposición ("que el autor no declara"), también señala muy sutilmente que hubo un descuido por parte del propio Cide Hamete al no aclarar si los burros que montaban las labradoras eran machos o hembras.

Por último, otro aspecto interesante de este narrador es que tiene sus propias ideas sobre los personajes y sus acciones. Son frecuentes los calificativos completamente arbitrarios que él va desperdigando por todo el relato con absoluta impunidad. Expresiones como “el pobre caballero”, “pensando en esos disparates”, “su loca imaginación”, “aquellas sandeces”, "el pobre escudero" se encuentran prácticamente en cada página de la novela.

Asimismo, otro recurso bastante característico de este narrador es incluir, de repente, un verbo en primera persona para poner énfasis en alguna idea o darle más vigor a una opinión. Quizás el ejemplo más representativo de esto se encuentra al final de la novela: "(...) el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió" (1104). Esta aclaración, introducida a través de un verbo en primera persona, parece casi irónica; como decir "en caso de que algún desprevenido no haya entendido la metáfora de dar el espíritu, el personaje principal de esta novela acaba de morir". ¿Por qué lo hace? En parte, porque está en su naturaleza esta tendencia a lo irónico o sarcástico; en parte, como una forma de llamar la atención del lector sobre su presencia en el texto.

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