La tensión entre el pasado y el presente
Desde el comienzo de la novela, Marjane percibe una enorme contradicción entre el pasado glorioso del Imperio Persa y los terribles conflictos de Irán en la actualidad.
Siendo niña, Marjane pretende ser una gran profeta, como Zaratustra, el gran profeta persa. Luego, se fascina al enterarse de que su abuelo fue un príncipe del Imperio, y se indigna con la invasión de Iraq, argumentando que es una réplica de la que sucedió 1400 años antes. Una y otra vez, Marjane precisa encontrar en el pasado ideales que le permitan construir su personalidad. Debe recurrir al pasado para encontrar una figura de sabiduría con la que emparentarse (como Zaratustra), y el linaje de su abuelo le da un sentido a ser parte de los Satrapi. Además, la historia de la invasión árabe le permite creer en la importancia de defender el país.
A diferencia del pasado, ideal e inquebrantable dentro de la mente de la protagonista, el presente iraní destruye todas las ilusiones de Marjane. Sin dudas, la desilusión más fuerte es la que trae consigo la Revolución iraní. Tras el derrocamiento del sha, Marjane por primera vez siente que, en lugar de profeta, puede ser una revolucionaria de izquierda. Se disfraza del Che Guevara, de Lenin. Además, sus padres le regalaron un cómic sobre materialismo dialéctico que la protagonista lee constantemente, ya que considera que allí se halla la verdadera explicación acerca de los conflictos sociales y el modo en el que deben ser abordados para su resolución.
Sin embargo, rápidamente, la Revolución iraní muestra su crueldad y su tiranía, y se destruye la conexión ideológica entre Marjane y el presente. Pero además de las frustraciones políticas, Marjane también se siente frustrada, a lo largo de toda la novela, por las contradicciones que encuentra en sus padres una y otra vez. En cambio, su abuelo, príncipe, y su abuela, quien, por su edad, es más parte del pasado que del presente, son sus referentes familiares. Solamente en su tío Anoush Marjane puede encontrar una figura del presente que la enorgullezca. Sin embargo, Anoush forma parte de un presente autodestructivo: es él quien más apoya a la revolución que tiranizará Irán, e incluso morirá asesinado por el régimen.
En definitiva, durante el aprendizaje de Marjane en el transcurso de Persépolis, el duro presente iraní se encarga de destruir todos sus ideales, y el glorioso pasado persa aparece como lo único de lo que la protagonista puede aferrarse para sentir que entre ella y la tierra en la que vive existe algún tipo de conexión, que tiene sentido ser parte de la cultura y la tradición iraní.
El conflicto de clase
El conflicto entre clases sociales atraviesa los dos primeros tomos de Persépolis desde el comienzo hasta el final. Este conflicto aparece tanto en el ámbito privado (dentro de la familia Satrapi) como en el ámbito público (el de la política nacional).
En relación con lo que sucede dentro de la familia Satrapi, incluso desde antes de tener formación política, Marjane percibe las contradicciones ideológicas de sus padres en relación con su modo de proceder. Los Satrapi tienen un discurso en el que destacan la importancia de la igualdad y de la conciencia de clase. Sin embargo, el padre maneja un Cadillac (que funciona en la obra como un símbolo de riqueza) y en la casa tienen una criada, Mehri, a la que hacen comer en una mesa aparte.
El capítulo “La carta” es el más importante en relación con los conflictos de clase dentro de la familia Satrapi. Mehri, precisamente, se enamora de su vecino, quien corresponde su amor hasta enterarse, por boca del padre de Marjane, que es la criada de la casa. En ese capítulo, incluso, el padre de Marjane le explica a su hija que el amor de Mehri con su vecino es imposible “porque en este país estamos obligados a codearnos con la gente de nuestro medio social” (Tomo I, p. 41). Marjane no puede comprender cómo su padre puede actuar así dentro de su hogar y luego salir a manifestarse en pos de una revolución marxista.
En términos sociopolíticos, la Revolución iraní es descrita como una revolución marxista emprendida por las elites urbanas con formación cultural en nombre de las personas iraníes de clase baja. Esta contradicción generará que el gobierno revolucionario, en lugar de proclamarse marxista, se termine autodenominando islamita, dado que las personas de clase baja -a las que en definitiva viene a representar mayoritariamente, a las que viene a “salvar” del imperialismo del sha- son muy creyentes y no tienen formación cultural. Es decir, les importan más los mandatos religiosos que la “igualdad de clase”.
El gobierno islamita revolucionario, tras asumir, no representa, paradójicamente, a las elites que se manifestaron a su favor para derrocar al sha. Y no solo no las representa, sino que las persigue, tortura y asesina. A la vez, el gobierno tiene cautivas a las clases bajas gracias a su religiosidad, y puede imponer su fundamentalismo cruel con un importante apoyo popular. Incluso, los Satrapi deben estar atentos dado que aquellos que antes eran personas de clase baja, olvidados por el sha, ahora tienen el poder de denunciar a las elites por mantener costumbres que van en contra de los mandatos religiosos del islamismo.
Occidente vs. Oriente
Irán es construido por Satrapi como un país que es tanto oriental como occidental. Incluso, una de sus motivaciones, tal como lo afirmó ella misma, para escribir Persépolis es demostrarle a los lectores extranjeros que Irán no es un país poblado solamente por fundamentalistas religiosos, sino que hay una gran cultura occidental, y un montón de personas que no coinciden con el régimen islámico.
La historia iraní está atravesada por el capitalismo desde que, en el siglo XIX, el descubrimiento del petróleo atrajo a Inglaterra. Este país, con el paso de los años, terminó teniendo una gran influencia dentro de la política y la cultura iraní.
En 1979, año en el que comienza la acción de la obra, Irán está dividido en dos: las elites acomodadas (como los Satrapi) viven con costumbres absolutamente occidentales. Las clases humildes, por el contrario, al no haber tenido nunca acceso a la formación cultural ni los bienes materiales propios del capitalismo (como el Cadillac del padre de Marjane), mantiene las costumbres tradicionales de Oriente Medio.
¿Qué enfrenta radicalmente a occidente y oriente? La religión. La Revolución iraní decide apoyarse en las grandes masas humildes. Se manifiesta como un gobierno islámico e impone su fundamentalismo religioso a toda la sociedad. A partir de allí, cualquier costumbre capitalista (desde el modo de vestir hasta el consumo de alcohol) es sancionada severamente.
Satrapi, la autora, ha recibido numerosas críticas por construir una obra en la que la historia de Irán es solamente abordada desde una perspectiva occidental. Todas las costumbres religiosas orientales aparecen ridiculizadas, como si la mayor parte del pueblo no tuviera fundamentos para sus creencias. Aún más, el pueblo oriental, según la crítica, aparece retratado como un conjunto de personas que no tienen la capacidad de pensar por sí mismas.
Estas críticas tienen asidero, aunque no se debe perder de vista que Persépolis es una novela autobiográfica en la que Satrapi cuenta la historia desde su punto de vista, y este es el de una niña que creció y vivió en una familia con una cultura y unas costumbres totalmente occidentales.
La pérdida de la fe
Este tema es fundamental durante gran parte del primer tomo de la obra. De niña, Marjane se percibe a sí misma como una futura profeta, tal como lo fueron Zaratustra, Moisés, Jesús y Mahoma. Su amigo imaginario es Dios, quien se le aparece como un anciano de barba larga. Es él quien insta a Marjane a convertirse en profeta y defender el amor y la justicia. Sin embargo, a medida que Marjane comienza a confrontar con los conflictos políticos y sociales del mundo real, el lector percibe cómo, poco a poco, su fe comienza a evaporarse. Dios sigue apareciendo en su cuarto por las noches, pero no logra consolarla de los horrores que la niña escucha diariamente. Esto se vuelve aún más claro cuando el gobierno revolucionario se declara islamita y, bajo el amparo de la religión, impone un régimen cruel y tirano.
El encarcelamiento y posterior asesinato de su tío Anoush es el súmmum de este conflicto. Marjane expulsa a Dios de su cuarto; este deja de ser para siempre su amigo imaginario. La pérdida de la fe aparece representada en la última viñeta del primer tomo, en la que Marjane flota entre las estrellas, sin punto de referencia en el universo.
La relación entre padres e hijos
A lo largo de la novela, la relación entre Marjane y sus padres es clave para observar el desarrollo y el crecimiento de la protagonista, y además funciona como metáfora de la relación de Marjane con su país.
Marjane tiene una relación con sus padres en la que el amor y la tensión conviven constantemente. Sus padres la aman y buscan brindarle lo mejor para su educación y bienestar. Intentan, dentro del caos político y social, garantizar la felicidad de Marjane. La protagonista, sin embargo, siente desde niña que hay cosas en las que está en desacuerdo con sus padres, o que estos no pueden comprender, más allá del amor que tengan por ella.
Un buen ejemplo de esto se puede encontrar al principio del primer tomo. Marjane pretende ser profeta. Sin embargo, a sus padres les dice que, cuando crezca, será médica, dado que ellos son ateos y no comprenden por qué quiere ser profeta. Ahora bien, cuando Marjane tiene un conflicto en la escuela por decir en voz alta que cuando sea grande se convertirá en profeta, y las autoridades llaman a sus padres, estos defienden a su hija afirmando que les parece perfecto que ese sea su sueño, y no le imponen ningún tipo de castigo. El conflicto interior que hay entre Marjane y sus padres queda de lado ante cualquier conflicto con el mundo exterior: siempre se impone el amor familiar.
Teniendo en cuenta el modo en que la crían, Marjane no puede considerar a sus padres malas personas. Sin embargo, al mismo tiempo, siente que ellos tienen graves contradicciones. Por ejemplo, abogan por la igualdad de clase y la conciencia social, pero viven rodeados de privilegios, como el Cadillac que maneja su padre. Marjane, que se caracteriza por ser categórica a la hora de emitir un juicio, siente que sus padres son cómplices de la desigualdad social y, por lo tanto, no pueden ser buenas personas. Pero, a la vez, son muy cariñosos con ella, y solidarios con otros tantos personajes.
Esta contradicción que encuentra constantemente en sus padres, obliga a Marjane a crecer, a comprender que las cosas no son de un modo o de otro, blanco o negro, sino mucho más complejas. En una ocasión, ella acusa a su madre de comportarse dentro de la casa con la misma tiranía que caracteriza a las Guardianas de la revolución. Luego, debe comprender que la “tiranía” de su madre se impone en pos de que ella esté a salvo de los peligros que se viven en la sociedad iraní, sometida a la verdadera tiranía, la del régimen islamita.
El final del segundo tomo es una representación de la ruptura que debe existir entre padres e hijos para que estos vivan de manera independiente. En el caso de Marjane, esta ruptura es tanto con sus padres como con el país y la cultura en la que se crio; un país al que quiere, al que se siente arraigada, pero con el que debe distanciarse para poder crecer libre e independiente.
La adolescencia
En Persépolis, la adolescencia aparece como el momento más conflictivo y peligroso para vivir dentro de la sociedad islamita.
Durante la infancia, Marjane está a resguardo de los riesgos impuestos por el régimen porque no es un sujeto político. Los padres de Marjane, por su parte, son adultos que conocen en detalle esos riesgos y saben cómo deben comportarse para evitar los terribles castigos del gobierno. La adolescencia, en cambio, tiene la particularidad de estar en un punto medio: Marjane ya es un sujeto político, por lo que no está a resguardo de los riesgos, pero tampoco tiene la cautela de los adultos.
Tal como ella lo afirma, a sus catorce años Marjane no le tiene miedo a nada. Se declara a sí misma una rebelde. Esta rebeldía aparece representada como la típica rebeldía del adolescente occidental. Marjane se escapa de clases; escucha música que considera transgresora, como Iron Maiden; se viste de manera cool. El problema es, precisamente, que Marjane vive en una sociedad que condena lo occidental. Para el régimen islámico, la adolescencia no es una parte de la vida. Las mujeres, por ejemplo, son consideradas niñas hasta que pueden casarse e, inmediatamente, tener hijos. Es decir, son niñas hasta que son adultas. No hay un paso medio en el que vivan su libertad e independencia. Esos son valores occidentales que el régimen condena terriblemente.
La rebeldía de Marjane, por lo tanto, no puede ser como la rebeldía típica de un adolescente que vive en el mundo occidental. Marjane puede rebelarse contra sus padres, pero no contra el régimen. Las Guardianas de la revolución amenazan con meterla presa por el modo en el que se viste. La echan del colegio, y luego, cuando entra a uno nuevo, entra en conflicto inmediato con las autoridades. Los padres comprenden que Marjane está en peligro. Sus actitudes típicas de adolescente pueden tener un costo demasiado alto. Para que Marjane lo comprenda, deben contarle la terrible situación que atraviesan las chicas que son detenidas por el régimen, a quienes violan antes de ejecutar. Esa historia logra que Marjane comprenda que su rebeldía es insensata. Sus padres, sin embargo, no pretenden que Marjane deje de vivir su adolescencia y se convierta en una adulta a los catorce años, y por eso la envían a Austria. Allí, ella podrá continuar sus estudios y vivir su adolescencia en un país donde, precisamente, se puede ser adolescente.
El nacionalismo
Tras perder la fe en Dios y ver cómo los ideales de izquierda se han convertido en una excusa para imponer un régimen dictatorial (que incluso asesina a su tío Anoush), Marjane encuentra en el nacionalismo no solamente una ideología en la que creer, sino algo de lo que aferrarse en el vacío absoluto de la existencia.
Este nacionalismo aparece propiciado por la guerra entre Irán e Iraq, que comienza con una invasión iraquí al territorio iraní. Marjane no considera las particularidades de la situación bélica, sino que inmediatamente emparenta esta invasión con la que sufrió el Imperio Persa 1400 años antes, como si se tratara de lo mismo. Considera la guerra una suerte de asunto personal: Iraq invade Irán porque los árabes odian a los persas desde siempre. Esta consideración irracional despierta, por supuesto, una reacción irracional: Marjane se convierte en una acérrima nacionalista. Cree en que se debe defender la patria a toda costa; sueña incluso con ser un soldado e ir al frente a luchar por ella.
Por supuesto, Marjane aparece como representante de una gran parte de la sociedad que, en lugar de analizar la compleja situación política, se deja manipular por el gobierno islámico y su idea impuesta de “defender el territorio sagrado iraní ante los árabes iraquíes”.
La figura clave que cuestiona este nacionalismo surgido en Marjane es su padre. Ante la indignación de la protagonista, su padre le dice que de ninguna manera él iría a combatir, pese a tener formación militar. Afirma que la verdadera invasión árabe es la del propio gobierno iraní. Es decir, el verdadero enemigo no es Iraq, el conflicto no es entre naciones, sino que es interno, y, por lo tanto, el nacionalismo es un sinsentido.
Como sucede a lo largo de toda la novela, Marjane finalmente comprenderá que está equivocada. El nacionalismo se convierte en uno más de los ideales a los que la protagonista intenta aferrarse, pero que luego debe abandonar. En este caso, el nacionalismo de Marjane se destruye, por un lado, a causa de la sucesión de hechos en los que advierte que los iraníes no están unidos frente al enemigo, sino que son absolutamente egoístas y crueles con sus compatriotas. Por otro lado, capítulos como “La llave” le demuestran a Marjane que el régimen manipula a gran parte de la población (en este caso, a los niños pobres) para mandarla a combatir a una guerra que se extiende injustificadamente a través de los años.