Resumen
En el canto 6, Fierro aclara que el indio que los ayudó a él y a Cruz mientras estaban cautivos fue el más hospitalario. De los demás, no podían esperar nada. Luego cuenta los estragos que produjo la viruela entre los indios, quienes creían que algún cristiano les había echado un “gualicho” (v. 808). Para curarse, acudían a adivinas que les suministraban remedios secretos, les daban golpes y tirones del cabello y otras “mil herejías” (v. 823).
Fierro y Cruz, deseosos de volverse a sus pagos, quisieron alejarse de tan lamentable espectáculo. Pero el cacique que los había salvado, y que les había dado unos caballos, se enfermó de la viruela, entonces los dos gauchos se quedaron a su lado para ayudarlo a curar. Al poco tiempo el indio murió y luego se enfermó Cruz. Mientras agonizaba de muerte, Cruz le pidió a Fierro que busque a su hijo, que se había quedado abandonado. Fierro se apenó mucho cuando murió Cruz; todavía se aflige al recordarlo.
En el canto 7, Fierro cuenta que sepultó a Cruz con sus propias manos, llorando y rogando a Dios por el alma de su amigo. Desconsolado, se tiraba al lado de la sepultura de Cruz, pensando en su mujer y en sus hijos. Así se hallaba cuando, un día, el viento le trajo los lamentos de una mujer. Fue a ver de qué se trataba, y se horrorizó cuando vio a una cristiana que lloraba, cubierta de sangre.
En el canto 8, Fierro cuenta que la mujer era una cautiva que se llevaron los indios de un pueblo, donde mataron a su marido. Estaba allí hacía dos años con su hijo sufriendo los maltratos de una china, que la obligaba a trabajar mientras tenía a su hijo atado de pies y manos. Cuando falleció la hermana de la china, esta acusó a la cautiva de brujería, y uno de los indios empezó a amenazarla para que confesara el maleficio. La mujer no hacía más que llorar, entonces el indio le arrebató al hijo de los brazos y empezó a darle rebencazos a la madre. Después, al ver que no confesaba, degolló a su hijo en frente suyo, y le ató a la mujer las manos con las tripas del niño.
Así fue como Fierro la encontró, según cuenta en el canto 9. La cautiva le clavó una mirada como pidiéndole amparo, y este con la suya interpeló al indio, que en seguida se dispuso a luchar. Fierro tomó su caballo y el indio, subido al suyo, tenía listas las boleadoras. Permanecieron un tiempo observándose y midiendo el peligro, hasta que Fierro se dispuso atacar con su cuchillo. Durante el ataque, Fierro se enredó con su chiripá y cayó al suelo. El indio se le tiró encima, y casi muere con su ataque, si no fuera porque la cautiva le dio un tirón al indio, sacándoselo de encima.
La lucha continuó, hasta que el indio se resbaló por pisar el cuerpo muerto del niño. Entonces Fierro aprovechó para herirlo, haciendo que el indio se retorciera y diera alaridos. Luego Fierro lo alzó de una puñalada y lo cargó ensartado hasta dejarlo muerto. Finalizado el combate, Fierro y la mujer dieron gracias a Dios, pidiendo por su amparo, y él la ayudó a envolver en unos trapos los restos de su hijo.
Fierro cuenta, en el canto 10, cómo escapó del desierto con la mujer cautiva. A ella le ofreció su caballo y él montó el del indio muerto. Los indios doman a los caballos para que estén listos para cualquier entrevero, y el que Fierro había tomado era un “pingo como galgo, / que sabía correr boliao” (vv. 1387-1388). También cuenta cómo hacen los indios para amaestrar al animal sin golpearlos o darles azotes. Prosiguiendo su historia, dice que escondió al muerto en un pajonal, para ganar tiempo antes de que los otros indios lo descubriesen y lo entraran a perseguir.
Así cruzó el desierto huyendo junto a su compañera, corriendo el riesgo de morirse de hambre o de perderse. Luego Fierro da unos consejos sobre cómo se debe hacer para escapar de esa inmensidad, siguiendo la guía del “sol, las estrellas, / el viento y los animales” (vv. 1513-1514). De esta forma, ocultándose de día para que no los vean los indios, y comiendo a veces carne cruda o raíces para no llamar la atención, pasaron varios días de penurias y miserias hasta pisar tierra cristiana. Llegaron a una estancia y allí Fierro se despidió de la mujer cautiva, diciendo que prefería que lo agarrara el gobierno para servir en la frontera que volver con los indios. Entonces Fierro cierra su relato diciendo que están sus hijos presentes y que está ansioso por oír lo que tengan para contar.
Análisis
Martín Fierro continúa en estos cantos con su relato sobre lo que vivió en el desierto con los indios. Al recordar al único indio que los ayudó en el desierto, a quien asisten cuando padece la “virgüela negra” (v. 840) –en referencia a la viruela hemorrágica– Fierro aprovecha para transmitir una enseñanza moral: “Quien recibe beneficios / Jamás los debe olvidar” (vv. 793-794). Cuando cuenta sobre esta enfermedad, el gaucho muestra compasión por la situación lamentable que presencia, si bien no se priva de juzgar la ignorancia del indio, que culpa a los cristianos de enviarles una maldición, y que cree que se podrá curar con rituales que considera heréticos.
Al gaucho de regreso se lo ve mucho pensando en su familia y lamentándose por el bienestar de los demás. Esto se ve particularmente en el canto 7, cuando Fierro relata la sufrida muerte de Cruz, su compañero de aventuras y desventuras. Además de manifestar su aflicción diciendo que se la pasaba cerca de su tumba, también se lo ve recordando en ese espacio a su mujer y a sus hijos. También hace que su auditorio, o el lector, sienta compasión por el cantor, que asegura haber presenciado “Crímenes y atrocidades / Que el cristiano no imagina” (vv. 993-994).
El duelo con el indio del canto 9 funciona en el relato como un desencadenante de la salida de Fierro del desierto y su regreso a la civilización. Aunque él ya venía pensando en volver, el haber matado a uno de los indios lo obliga a escaparse de las represalias. Esta es la última muerte que se cobra Fierro y que cierra el ciclo de muertes que se inició en la Ida con la matanza de otro indio, en el espacio la frontera. A partir de este momento, el gaucho reinsertado en la sociedad no volverá a matar, ya no se verá empujado por sus circunstancias a ser un gaucho matrero.
El rescate de la mujer cautiva también es una excusa para volver a tierra de cristianos. Así como matar a un indio, en este contexto, es obra santa, salvar a una madre que ha tenido que presenciar la muerte violenta de su hijo en manos de un “bárbaro inhumano” (v. 1113) es una muestra de humanidad y de valentía que pone en valor la reinserción social de Fierro. Aunque en el final del canto 5, Fierro admira la diligencia de las chinas que viven con los indios, en esta parte aquellas mujeres son contrapuestas a la mujer cautiva, quien padece sus crueldades y a la que no le falta valor para asistir a Fierro en el combate cuando este lo necesita.
En estos cantos Martín Fierro no se priva de dar consejos sobre lo que ha aprendido viviendo con los indios. Algo positivo que transmite de ellos es el modo en que logran adiestrar al caballo. La doma de este animal es un saber propio del gaucho y un tema que podría interesar al oyente de la campaña, lo que explica por qué Fierro dedica doce estrofas del canto 10 en la descripción de la manera particular en la que los indios amaestran al bagual, al pingo, al potro, al parejero, o al flete: estos y otros términos utiliza el género gauchesco para referirse al caballo. De estas descripciones, Fierro obtiene una enseñanza como esta:
Ansí todo el que procure
Tener un pingo modelo—
Lo ha de cuidar con desvelo,
Y debe impedir también,
El que de golpes le den
O tironén en el suelo (vv. 1431-1436).
También aconseja sobre cómo sobrevivir en el intento de atravesar el desierto, aquel espacio que describe “Todo […] cielo y horizonte / En inmenso campo verde” (vv. 1491-1492). El consejo principal consiste en saber comprender las señales de la naturaleza, las que dan las estrellas en el cielo o los animales en la tierra. La naturaleza es también la que indica si es necesario detenerse por la neblina y la que ofrece escondite en un paraje si aparece algún indio.
En el final del canto 10, Fierro revela que entre los oyentes se encuentran sus hijos, con quienes se ha reencontrado. De ello se encargará en el canto siguiente, antes de cederle el canto a sus hijos para que cuenten sus historias.