La vuelta de Martín Fierro

La vuelta de Martín Fierro Resumen y Análisis Cantos 13-19

Resumen

En el canto 13 inicia su relato el hijo segundo de Martín Fierro, quien cuenta lo que padeció durante los diez años que pasaron desde que Fierro se fue a la frontera. Al principio, una tía que supo de él lo acogió y, durante ese tiempo, el hijo segundo vivió sosegado y sin necesidad de trabajar. La tía, que lo quería y lo trataba con cariño, lo nombró heredero de sus bienes. Cuando falleció, llegó un juez que le dijo que, como era menor, iba a cuidar de sus bienes y darle un tutor. Pronto quedó el hijo de Fierro sin ninguno de los bienes, y andaba casi desnudo, sin un trapo para abrigarse.

Tiempo después pasó a manos del tutor, del que cuenta en el canto 14. El tutor era un viejo ladrón que se llamaba Vizcacha. Robaba yeguas y vacas que les daba de comer a sus perros y con los cueros compraba yerba, tabaco y alcohol. Vivía en un rancho medio deshecho y tenía una carreta podrida. Vizcacha lo maltrataba reprendiéndole con azotes y haciéndolo dormir afuera en las noches heladas. Se decía que tuvo una mujer a la que mató por cebarle un mate frío, después de lo cual ninguna otra mujer quiso casarse con él.

En el canto 15, el hijo de Fierro recuerda cuando Vizcacha se emborrachaba y le empezaba a dar consejos. Le decía, por ejemplo, que nunca vaya a donde viera perros flacos, que se hiciera amigo del juez y que no creyera en las lágrimas de una mujer o en la renguera de un perro. También le enseñaba a ir donde más le conviniera para tener el estómago lleno y le advertía que, si deseaba casarse, que supiera que es difícil “guardar / prenda que otros codicean” (vv. 2395-2396).

Su historia continúa en el canto 16, cuando Vizcacha se enfermó y él buscó a una “culandrera” (v. 2443), que le dijo que al viejo le había salido un “tabernáculo” (v. 2450) bajo el brazo. En este punto interrumpe el canto un hombre que, desde la puerta, le dice al hijo de Fierro que no se dice “tabernáculo”, sino “tubérculo”, y que las mujeres que curan se llaman “curanderas”, no “culandreras”. El hijo de Fierro le responde al entrometido diciendo que no creyera haber venido “a hablar entre liberatos” (v. 2474) y reanuda la historia de la enfermedad de su tutor. Vizcacha maldecía al Padre Eterno y pedía que el diablo se lo llevara al infierno. Después ya no pudo hablar y falleció frente a él y los perros.

En el canto 17, el hijo de Fierro cuenta que después de ver muerto a Vizcacha le tomó un miedo terrible. Vino el juez y le contó cómo era de travieso Vizcacha cuando era joven. Era muy buen jinete, se llevaba mal con todos, le gustaba mezclar las ovejas para después quejarse y robaba carneros. Cuando había un asado, lo maldecía y lo escupía para que nadie más comiese, una costumbre que corrigió un mulato dándole una puñalada. Después de este relato, el alcalde tomó nota de todas las “chucherías” (v. 2603) que poseía el viejo y nombró de heredero al hijo de Fierro, que se lamentaba pensando en los bienes que le habían arrebatado.

En el canto 18, el hijo segundo cuenta que se quedó solo con el difunto y los perros. Se puso a rezar y pensó en su madre, mientras los perros lloraban. El llanto de los perros lo atemorizó más, porque las viejas decían que cuando los perros lloran es porque ven al demonio. Luego tomó lo poco que era suyo y se alejó de aquella cueva. Esa tarde un peón enterró a Vizcacha sin que nadie lo velara. Al día siguiente se vio una de sus manos fuera de la sepultura y se la terminó comiendo un perro. Por mucho tiempo el hijo de Fierro soñaba temeroso con “viejos, perros y guascas” (v. 2744).

El hijo segundo cierra su relato en el canto 19. Dice que pasó un tiempo esperando a cumplir treinta años, momento en el que el juez le devolvería la propiedad que heredó de su tía. Durante ese tiempo se enamoró de una viuda, que lo hacía sufrir con su desdén. El hijo de Fierro fue a hablar con un adivino que curaba el mal de amor. Este le dijo que lo habían querido embrujar y que debía maldecir a todos sus conocidos. Después lo mandó a quitarle un trapo a la viuda para hacer sobre este un rezo, pero aquello no le sirvió al hijo de Fierro para curarse de sus males. También probó, como le dijo el adivino, comiendo abrojo chico, y aunque pensó que sanaba, cada vez que veía a la viuda, su pasión volvía a arder.

Dos veces más le dio indicaciones el adivino para triunfar sobre la mujer. Le dijo que se colocara tres grillos en el cuello y que cortara tres motas del pelo de un negro para hervir en leche. Pero el hijo de Fierro ya no confiaba en que aquello le curara la pasión que lo poseía. Finalmente, un cura le dijo que el esposo de la viuda le había hecho prometer que no se casaría con nadie más, y ella prestó el juramento de que así lo haría. El cura le advirtió que no persiguiera a la viuda o se condenarían los dos, por lo que el hijo segundo desistió de su cometida. Después se enteró de que el cura le había dicho al juez que lo echase del partido, y este lo mandó al hijo de Fierro a la frontera. Así se curó de andar persiguiendo viudas, aunque todavía piensa en volver para saber qué ha pasado con su rodeo.

Análisis

La historia del hijo segundo de Fierro retoma varios de los temas tratados en los primeros cantos de la Vuelta. Aquí también observamos, como en el relato del hijo mayor, un cuestionamiento a la autoridad, porque el hijo de Fierro denuncia que un juez lo dejó sin la herencia que le dejó su tía. No obstante, vale la pena remarcar que ninguno de los hijos de Fierro va a acudir a la violencia y a convertirse en gaucho matrero por las injusticias padecidas. Ellos denuncian el abuso del poder, pero no lo enfrentan abiertamente como su padre lo había hecho en el relato de la Ida. En la lógica del gaucho de regreso, hay una actitud más resignada a aceptar las cosas como son, aunque esto implique, como se verá en el final de la Vuelta, que el gaucho no pueda reinsertarse en la sociedad.

El personaje de Vizcacha, el tutor del hijo segundo de Fierro, funciona como un contraejemplo de la figura paterna, la que va a encarnar Fierro cuando le dé sus consejos a sus hijos más adelante en el poema. Los consejos de Vizcacha, que anteceden a los de Fierro, son consejos en la viveza, en el engaño y el beneficio propio, aunque esto implique actuar de forma criminal o inmoral:

El zorro que ya es corrido
Dende lejos la olfatea-
No se apure quien desea
Hacer lo que le aproveche-
La vaca que más rumea
Es la que da mejor leche (vv. 2361-2366).

En este caso, toma ejemplos del mundo animal –cercano al gaucho por su conexión con la naturaleza– para enseñarle al hijo de Fierro a ser astuto como el zorro y a no ser impaciente a la hora de aprovechar una situación conveniente.

No obstante, el triste final de Vizcacha pone de manifiesto que no debería ser un ejemplo a seguir. El hijo de Fierro se da cuenta de esto cuando ve que su tutor solo recibe de ritual fúnebre un relato de las fechorías que hizo de joven. Es irónico que el hijo segundo herede las pertenencias inútiles de Vizcacha, como “frenos y estribos quebraos” (v. 2614) o “Muchas botas desparejas” (v. 2623). Estos objetos no tienen valor y contrastan con lo que habría heredado de su tía si no le hubieran quitado lo suyo con la excusa de que se lo devolverían cuando cumpliera la mayoría de edad: en ello reside la cruel ironía que atraviesa el joven.

En el canto 16 hay una interrupción en el relato del hijo segundo, en el cual se escenifica un momento de confrontación entre la cultural oral y la cultura letrada. El hijo de Fierro utiliza formas de expresarse que el género gauchesco identifica como propias de la forma de hablar de los gauchos. Eso incluye palabras mal pronunciadas, como “culandrera” en lugar de “curandera” y “tabernáculo” en lugar de “tubérculo”. Un personaje que se ubica en la puerta, como a medio entrar y medio salir del espacio de la pulpería, y al que el poema denomina “güey corneta” (v. 2452), trata de bruto al hijo de Fierro y le corrige las expresiones. El hijo segundo se defiende diciendo que no le parece ocasión de que se metan los de “ajuera” (v. 2460), y que no se crea aquel que se halla entre literatos. De esta manera, establece una diferencia entre el interior de la pulpería como perteneciente al mundo iletrado del gaucho, y el exterior, desde donde viene el entrometido, al que se lo ubica dentro del ámbito letrado que el gaucho rechaza.

Otra cosa que enseña a su auditorio el hijo segundo de Martín Fierro es a poner en duda las supersticiones. Al principio, lo vemos temeroso ante la muerte del viejo Vizcacha y por el llanto de los perros, los cuales considera que responden a la presencia del diablo. Como en esta parte del relato el hijo de Fierro es todavía un niño, es comprensible que se deje llevar por la superstición. Pero cuando cuenta que, siendo ya adulto, acudió a un adivino para conquistar el amor de una viuda, el cantor revela las cosas ridículas que le hizo hacer aquel adivino sin obtener ningún resultado favorable; por ejemplo, una vez le hizo comer “abrojo chico” y, aunque no se podía explicar para qué le serviría, terminó en un abrojal “al ñudo” –es decir, inútilmente– donde fue a “ensangrentar[se] el hocico”, por las espinas de la planta (vv. 2824-2828). Finalmente, una voz autorizada del saber y la moral, el cura, le advierte que no puede ir contra el juramento de castidad que hizo la viuda y así el hijo mayor de Fierro, como buen cristiano, desiste de su persecución.

No obstante, este mismo cura es el que habría arreglado con el juez –figura antagónica del gaucho en varias circunstancias– para echar al hijo segundo de Fierro a la frontera. A diferencia de su padre, el hijo de Fierro no va a contar sus vivencias en este lugar tan clave para los padecimientos del gaucho en el relato de la Ida. Su historia termina aquí y le da pie a otra voz, la de un personaje oculto entre el auditorio, que sí tendrá algo para decir sobre la experiencia de la frontera.

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