“La observé todo el tiempo con ansiedad. Después desapareció en la multitud, mientras yo vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. ¿Miedo de qué? Quizás, algo así como miedo de jugar todo el dinero de que se dispone en la vida a un solo número”. (Capítulo 3, p. 65) (metáfora).
Juan Pablo Castel utiliza la metáfora del juego de azar para explicarnos hasta qué punto para él la suerte está en su contra. Él apuesta por un amor cuyas probabilidades de concretarse le parecen ínfimas: “mi felicidad estaba librada a una remotísima lotería” (p. 72).
Sin embargo, muchas veces las chances de Castel se reducen no tanto por el azar del destino, o por su percepción desconfiada y nihilista del mundo, sino por sus razonamientos delirantes. Por ejemplo, cuando imagina todas las formas en las que podría reencontrarse con María después de haberla visto en la galería, elige la más improbable de todas: esperar a encontrarla en la calle y que ella hable primero.
“Si yo fuera un gran cirujano y un señor que jamás ha manejado un bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un gato, viniera a explicarme los errores de mi operación, ¿qué se pensaría? Lo mismo pasa con la pintura". (Capítulo 4, p. 70) (símil)
Castel compara la profesión del crítico con la de un hombre que opina sobre cirugía sin ser cirujano, para explicar por qué detesta a los críticos de arte. Con esto quiere decir que los críticos no tienen autoridad alguna para intervenir en la relación entre artista, obra y receptor. Esta comparación nos dice algo de la personalidad de Castel, quien con aires de superioridad dirige sus ataques a varios grupos de personas, revelando su misantropía.
“¡No es que no sepa razonar! Al contrario, razono siempre. Pero imagine usted un capitán que en cada instante fija matemáticamente su posición y sigue su ruta hacia el objetivo con un rigor implacable. Pero que no sabe por qué va hacia ese objetivo, ¿entiende?" (Capítulo 9, p. 85) (símil)
Castel ofrece esta imagen para explicarle a María su modo de pensar, mientras busca poner en palabras por qué la necesita tanto. De esta manera, revela hasta qué punto su propio razonar lo substrae de la realidad. Un capitán que sabe cuál es su objetivo, pero no por qué eligió ese objetivo, se parece a un capitán que ha perdido su rumbo. Al igual que este capitán, Castel termina extraviándose en sus pensamientos.
“Mis dudas y mis interrogantes fueron envolviéndolo todo, como una liana que fuera enredando y ahogando los árboles de un parque en una monstruosa trama" (Capítulo 17, p. 109) (símil)
Las dudas y los interrogantes del protagonista realizan un movimiento semejante al de la liana, que toma diferentes direcciones hasta envolverlo todo. Los razonamientos de Castel se ramifican hasta sofocar completamente su percepción del mundo.
“Sentí que algo de nuestros primeros instantes de amor volvería a reproducirse, si no con la maravillosa transparencia original, al menos con algunos de sus atributos esenciales, así como un rey es siempre un rey, aunque vasallos infieles y pérfidos lo hayan momentáneamente traicionado y enlodado". (Capítulo 23, p. 123) (símil)
Este símil, en el que Castel compara su vínculo con María con el vínculo de un rey y sus vasallos, es sugerente del modo en que el pintor percibe al amor como una relación de poder. ¿Quién sería el rey y quién el vasallo infiel en esta relación? Aunque Castel, en esta parte de la novela, considera que ha traicionado a María por haberla acusado de engañar a un ciego, el modo en que constantemente desconfía de ella e interpreta sus actos como muestras de su desamor nos lleva a inferir que, para Castel, el vasallo infiel es, en realidad, María. Esto reafirma la misoginia y el machismo del personaje.