Resumen
En la casa de la Japonesita, Octavio y Pancho llaman a la puerta. Tanto la Japonesita como Manuela tienen miedo. A pesar de los ruegos de la hija para que la proteja, Manuela decide esconderse en el gallinero, en el patio. Por un momento, considera irse a casa de Ludovinia para pasar la noche y evitar el peligro que supone la presencia de Pancho.
Finalmente, la Japonesita los deja pasar. Desde le gallinero, Manuela puede ver lo que sucede en el salón. Octavio fuma en el dintel de la puerta y Pancho baila con la Japonesita. Esta se mueve con muy poca gracia ya que no tiene demasiada práctica. Llama a Manuela al grito de "papá", algo que indigna y asusta a Manuela, quien no se siente en condiciones de defenderse a sí misma, mucho menos a su hija.
En el gallinero, Manuela recuerda la noche que pasó con la Japonesa Grande. Se trata de un recuerdo traumático, que parece haber sido diseñado para hacer de ella un prisionero, que es como se siente ahora.
Lucy la encuentra en el gallinero y le parece extraño. Cuando intenta convencer a Manuela de salir de allí, esta le contesta con brusquedad por el miedo que siente. Tiene sentimientos encontrados. Por un lado, no quiere sentirse responsable por la Japonesita, pero, por otro, no puede no responder a sus llamados. Más importante aún es el sentimiento de que ella es la responsable de la fiesta; sin ella el salón no puede animarse. Manuela no puede quedarse en el gallinero mientras su hija, a quien el entretenimiento no se le da naturalmente, intenta atender a los recién llegados. Finalmente, decide salir del escondite para entretener a los hombres.
Análisis
En el centro de este capítulo está el tema del género, es decir, los roles que cada uno cumple en la sociedad y el machismo latente en esta división. La llegada de Octavio y Pancho es un momento tenso y, ante la violencia inminente, la Japonesita busca la protección de su padre. Manuela sabe que no puede cumplir ese rol que su hija insiste en adjudicarle.
Cuando se esconde en el gallinero, Manuela puede ver lo que sucede y observa los modos en los que su hija falla como mujer, teniendo en cuenta las expectativas que deben cumplir estas en un prostíbulo. Así, se puede decir que las dos fallan en igual medida en los roles que la sociedad les adjudica: Manuela no puede ser padre protector porque “los puños que no tiene sólo le sirven para arrebujarse en la parcela desteñida de su vestido”; por su parte, la Japonesita parece no ser “suficientemente mujer para entretenerlos”.
Asimismo, el hecho de que Manuela esté tan dispuesta a entretener a los hombres, aun a costa de su dignidad y su seguridad, está ligada a la necesidad de definirse como mujer, o de afirmar mediante su espectáculo que lo es. En su imaginario, como resultado del machismo imperante en la sociedad retratada, la mujer es la que entretiene al hombre, incluso humillándose. Por eso, en su desconcierto, mientras se esconde en el gallinero, Manuela recuerda la humillación que experimentó cuando se convirtió en copropietaria del prostíbulo. La paradoja de ese episodio es que tuvo que ser macho por una noche, pero lo hizo del mismo modo en que las prostitutas hacen cuadros vivientes en los que escenifican actos sexuales para que los hombres los disfruten. En el mundo de la novela, el disfrute del hombre se da siempre a costa de las mujeres.
El uso de la focalización en la novela nos permite ver con mayor claridad la paradoja presente en el espectáculo que presentan Manuela y la Japonesa para don Alejo la noche de la apuesta. Por un lado, sabemos que esta se basa en el deseo vouyeur de ver a la Japonesa seduciendo a Manuela y a ella, convertida en el macho. Sin embargo, la focalización desde Manuela nos permite ver que, en realidad, la Japonesa es quien actúa de macho constantemente, repitiendo las palabras "yo soy la macha y tú la hembra", logrando despertar el deseo en Manuela al tratarla como mujer. Sin embargo, como resultado de esa noche, en la que la Japonesa consiguió que Manuela se "desangrara dentro de ella", aludiendo a su pérdida de virginidad como hombre, nace la Japonesita, quien hace de Manuela su "papá". Don Alejo y los demás se sienten satisfechos con el espectáculo; consideran que la Japonesa logra su cometido de usar sus encantos femeninos para seducir a la Manuela. La suma de estas perspectivas permite al lector recomponer una realidad más compleja. La técnica narrativa es clave acá, dado que la variedad de perspectivas que integra el narrador en su relato parecen especialmente efectivas al momento de explorar el género y la otredad, en cuanto que ambos temas tiene que ver con la construcción de una identidad en la que muchas veces entra en conflicto la autopercepción y la percepción externa.
A tal punto está ligada la humillación y naturalizada la violencia machista, que Manuela considera que la Japonesita debe aprender a ser mujer a la fuerza, “como aprendió una”. Es aún más difícil para ella que es travesti y para quien la feminidad y la condición de mujer se construye, no viene dada, y lo hace con violencia.
Finalmente, es interesante que Manuela, que se escondió porque se sentía demasiado mujer como para enfrentar a Pancho con los puños, sale de su escondite por la misma razón: tiene que ir a entretener a los hombres, ser el alma de la fiesta, porque es lo que le corresponde, de nuevo, como mujer. Así, para cumplir con el que considera su rol, ingresa al salón.