Resumen
Ese mismo domingo a la noche, Don Céspedes, peón de don Alejo, llega a la casa de la Japonesita. Escucha a lo lejos el ladrido de los perros del patrón. Al parecer, don Alejo cree que se va a morir y, según su peón, su comportamiento es extraño.
Descubrimos que a los cuatro perros de don Alejo este los reemplaza cada tanto por cachorros más feroces. Cuando uno de sus perros se vuelve más manso, don Alejo lo mata de un pistoletazo y elige otro.
Mientras, en el prostíbulo, Octavio baila y toca a Lucy. Pancho está borracho e intenta sentirse estimulado por la Japonesita, pero no la encuentra atractiva y cada vez le resulta más aburrido. Revela que el único motivo por el que fueron al prostíbulo es porque don Alejo se los había prohibido.
La Japonesita también toma vino, algo que no hace a menudo, mientras recuerda lo que fue criarse en este lugar, con los hombres borrachos y las mujeres entreteniéndolos. El olor le recuerda a todos los hombres que han pasado por allí. Cuando Octavio se retira al cuarto con Lucy, Pancho intenta hacer que la Japonesita lo entretenga también, pero pierde la paciencia y exige que aparezca Manuela. La Japonesita insiste en que su padre está enfermo y no está disponible esa noche.
Análisis
A lo largo de la novela, la imagen de don Alejo ha ido mutando. Al principio, la focalización que narra la historia, principalmente desde la perspectiva de Manuela, pinta una imagen más bien positiva. Ahora, con algunas de las revelaciones de don Céspedes, vemos al patrón vulnerable, asustado y debilitado, pero también vemos su crueldad y violencia ilustrada en el trato a los perros que siempre lo acompañan.
La figura del peón también nos muestra la miseria del pueblo y de aquellos que sirven a don Alejo. Este servidor duerme entre los costales en los galpones de don Alejo y no es más que hueso y pellejo. Es llamativo que, a pesar de ser un empleado fiel y de confianza, tanto así que es el único que tiene el privilegio de recibir de regalo el vino que todos los demás deben costearse, viva en condiciones tan pobres. Todo ello contribuye a explorar en más detalle las injusticias asociadas al paternalismo.
Así como en otros capítulos el sonido de la bocina aumenta la tensión, porque anticipa la llegada de Pancho al pueblo o al prostíbulo, en este, el sonido del ladrido de los perros anticipa algo ominoso y agrega tensión a la que ya se experimenta en el salón. El narrador también utiliza, nuevamente, la sinécdoque para referirse a Pancho cuando la Japonesita lo reduce a una mano que toca. Es más, la mano ahí ya no solo representa a ese hombre en particular, sino a todos ellos, porque es la “repetición de la mano de los hombres”. Vemos que la chica está resignada a la violencia que ejerce Pancho, le teme, pero también reflexiona sobre el hecho de que esto es lo único que ha conocido en toda su vida, y por eso destaca la repetición del gesto de la mano que acaricia bajo la mesa.
Por su parte, el camión representa la masculinidad; Norma, la hija de Pancho, asocia el camión y a su padre cuando dice que “el papú habla igual que el papá”, aludiendo a que ambos tienen una voz profunda y ronca. Además, la bocina se impone en todo el pueblo del mismo modo en el que Pancho busca imponerse. A la vez, el camión también se erige como símbolo de libertad e independencia. Ambos aspectos -la masculinidad y la libertad- aparecen exacerbados ahora que Pancho ya es propietario del camión; se siente satisfecho consigo mismo por poder recorrer los caminos sin ataduras.
De todas maneras, es llamativo el modo en el que Pancho piensa sobre la independencia que ha adquirido a través de la propiedad del camión, ya que se contenta con la posibilidad de volantear y salirse del camino, es decir, de matarse. Es posible que ese comentario muestre la extensión del poder de don Alejo, a quien se le adjudica el nacimiento del pueblo y su misma muerte. Pancho parece celebrar ser dueño de su vida en un sentido muy concreto: ahora puede terminar con ella.
Sin embargo, la independencia de Pancho parece incompleta porque las decisiones que toma tras saldar la deuda con don Alejo están igualmente condicionadas por el patrón. El motivo por el que asiste al prostíbulo es la explícita prohibición de don Alejo: él mismo reconoce que no quiere estar ahí y que hubiera preferido ir a Talca. La rebeldía contra el patrón no lo libera, sino que guía sus acciones. Este fracaso al intentar liberarse de la influencia de su patrón aparece explicitado al final del capítulo, cuando Pancho le dice a la Japonesita: “Don Alejo es tu papá. Y el mío”. El comentario parece reforzar que las estructuras paternalistas calan muy hondo en las relaciones y están asentadas sobre una dependencia mutua, que supera lo meramente económico.