Resumen
En el salón, solo quedan don Céspedes y la Japonesita. Todavía se escucha el ladrido de los perros. La Japonesita achica la llama de las lámparas. Don Céspedes tiene la victrola desarmada frente a él; no hay manera de repararla. La Japonesita dice que irá a comprar una nueva, porque el salón no se puede quedar sin música.
Don Céspedes se inquieta y decide volver al fundo. Le preocupa cuánto ladran los perros. Le pregunta a la Japonesita si no le preocupa Manuela. Ella dice estar acostumbrada a los paseos de su padre, que duran hasta cuatro días cuando “le entra el diablo al cuerpo”. Cuenta que regresa golpeado y jura no volver a irse. Don Céspedes se retira. La Japonesita apaga las luces y se va a dormir
Análisis
Con respecto al capítulo anterior, este es anticlimático: si bien el ladrido de los perros a lo lejos inquieta a don Céspedes, el sosiego de la Japonesita y la oscuridad que elige le dan al capítulo un clima sereno. La resignación y el abandono de toda esperanza contribuye a esa atmósfera.
La victrola cobra importancia porque es la contracara del Wurlitzer, que representaba la esperanza de progreso. La Japonesita ya no puede soñar con el piano eléctrico porque sabe que la electricidad no va a llegar al pueblo. La resignación está representada por el proyecto de la Japonesita de compra una victrola, aparato “antediluviano”. Es definitivo: el pueblo quedará sumido en el subdesarrollo y el abandono. Las estructuras sociales anquilosadas dan la sensación de atemporalidad, porque “el tiempo tenía esta extraña facultad de estirarse”. Todo va a permanecer igual.
La desesperanza es la idea central del capítulo, ya que la Japonesita, en ese domingo fatídico, experimenta un momento de inflexión en el que toma conciencia de que “lo terrible es la esperanza”.
En definitiva, la novela cierra con una mirada profundamente desesperanzadora. Al final, todo indica la permanencia del estado de las cosas y la imposibilidad de guardar esperanza. El fundo de don Alejo es "el lugar sin límites", pero no tanto por la extensión de sus viñedos, sino porque no tiene límites en el tiempo: pertenece al reino de lo eterno, tal como el infierno al que, según el epígrafe, es donde "permaneceremos siempre".
Es significativo que la novela termine con elementos que apuntan a la resignación y la permanencia del estado de las cosas. En definitiva, la mirada es pesimista y parece indicar que la lógica patriarcal, paternalista, opresora y clasista de esta sociedad, en la que el machismo, el paternalismo y la desigualdad social son aliados, no tiene amenaza alguna.